Sitges 2013: The rambler, tras los pasos de Lynch
Dermor Mulroney (Stoker) es el errabundo, the rambler, una especie de judío errante en busca de hogar. Hogar que estaría representado por el reencuentro con su hermano en Oregón. Ahora bien, cuando llega a su destino, después de haber padecido unas cuantas exóticas peripecias en las carreteras de la América profunda, se da cuenta de que para él no puede haber más hogar que el propio deambular errático que le ha llevado hasta allí. Lo importante es el camino aunque conduzca a la nada, parece decirnos Calvin Reeder en esta su segunda obra, The rambler, película que mezcla varios géneros, es una roadmovie que tiene toques de western y salpicaduras de gore, todo ello mezclado en la coctelera de la alargada sombra de David Lynch.
Si algún calificativo se ajusta a The rambler, es el de extraña, y quizás sea por eso que fue incluida en Noves Visions, sección que podría llamarse también «rarezas a tutiplén» pues parece que en ella sólo puedan figurar las obras más extravagantes como si lo no convencional fuera un valor en sí. Cierto es que es de la experimentación pueden salir propuestas que abran nuevos caminos a la expresión cinematográfica, al margen de que hayan sido inaugurados en un filme irregular, pero de ello no se debe deducir que si una obra es experimental ya merece por ello sólo reconocimiento. The rambler sería uno de esos casos, Calvin Reeder parece buscar recursos expresivos novedosos y consigue aciertos, pero su película no termina de cocinarse bien y acaba pareciendo poco viaje para tantas alforjas.
Efectivamente, su inicio es intrigante, no tanto por lo que narra sino por cómo lo hace. Nos sorprende el ingenio que construye para agilizar las elipsis, no sólo procede por jumcuts sino que en algunos de esos saltos son tratados de modo que simulan interferencias algunas de las cuales parecen incluso contener imágenes subliminales. Más tarde vendrán los ralentís y las transparencias para crear una atmósfera más que onírica surrealista (no en vano fueron ellos quienes usaron de esos recursos por primera vez). Y junto a la excentricidad del montaje y la planificación está el absurdo de personajes y situaciones. Mientras el errabundo se entrega a su viaje iniciático va tropezándose con personajes grotescos, un seudocientífico que viaja con una máquina capaz de grabar los sueños y un par de momias, un boxeador con un garfio, un asilo de ancianos en el que los habitantes se borran directamente en la pantalla… Este entramado visual y narrativo compone un retrato fantasmagórico y aberrante de la América profunda, que nos hace remontarnos a la estela de David Lynch. Un planteamiento interesante pues. El problema es que extravagancia es también sinónimo de disparate y en él acaba desembocando el filme.
Si la primera mitad puede cautivarnos por su estética, pasados cincuenta minutos empieza a resultarnos cargante y artificiosa. Se diría que hay un punto en el que Calvin Reeder pierde las riendas de su película y abandona a los espectadores en una confusión que no parece conducir a puerto alguno. Se pierde el referente de qué es «real» en la ficción y qué onírico, se rompe la lógica incluso de lo inverosímil y el relato hace aguas. La sombra de Lynch acaba siendo un auténtico lastre porque el universo de The rambler no acaba de cuajarse con entidad propia.
En suma, estamos una vez más ante una equivocación, ante un engaño, ante una promesa rota. La película circulará por festivales sólo porque todavía hoy, a cien años del despertar de las vanguardias, se toma la experimentación como valor en sí, cuando debiera ya contemplarse sólo como lo que muchas veces es, una forma de ensayar que puede conducir a lo innovador pero también a lo vacuo.
Últimos comentarios