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Sitges 2013: Reposiciones de lujo, El desierto de los tártaros

28 octubre 2013 Deja un comentario

Algunos echamos de menos la sección retrospectiva del festival, la primera que fue sacrificada por la crisis, por eso no nos perdemos las pocas ocasiones que se nos brindan para volver a degustar a los clásicos. Este año se ha podido revisitar alguno de los títulos célebres de Miike, El mago de Oz de Victor Fleming (remozado en 3D) y El desierto de los tártaros en el aniversario de la sección Seven Chances.

el-desierto-de-los-tartaros-9788420669861Corría todavía la década de los ochenta cuando conocí la obra de Dino Buzzati, desde entonces El desierto de los tártaros ha sido uno de mis libros de cabecera y no he dudado en recomendarlo y compartirlo. Inspirado por su vivencia en la redacción del Corriere della Sera , Buzzati desarrollo una prosa caracterizada por la exposición de realidades laberínticas parejas a aquellas otras de Franz Kafka. En su novela de 1940 nos enfrenta mediante la metáfora (casi alegoría) a nuestra condición humana escindida de la naturaleza con la que el diálogo es imposible. Giovanni Drogo, el protagonista, es una máscara del antihéroe propio del Siglo XX, siempre abocado al límite imposible de alcanzar y conocer. La fortaleza Bastiani es toda una representación de nuestra ubicación en el mundo burocratizado de la modernidad (y de la postmodernidad porque no han cambiado demasiado las cosas), sus pasillos inacabables emulan a los enrevesados vericuetos por los que se enreda, más que circula, la información, laberinto que hace invisible el centro y deja nuestra acción sin sentido. De la mano de Buzzati  nos adentramos en un paisaje propio de la paleta de De Chirico y comprendemos que somos seres fronterizos condenados a la orfandad respecto al núcleo y a pasar nuestra vida sin encontrar la dirección de nuestra espera. No habrá acontecimiento revelador del sentido de nuestra existencia, o, en el mejor de los casos, si se llega a dar será demasiado tarde para nosotros.

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La novela de Buzzati, por sus características y su trasfondo, es una de esas piezas que se nos antojan difíciles de adaptar al lenguaje audiovisual, porque más que acción hay espera, vida suspendida y tedio ante el absurdo, pero Valerio Zurlini salva esas dificultades con éxito y logra recoger esa atmósfera de absurdo existencial sin que su filme resulte carente de tensión dramática.

Valerio Zurlini perteneció a esa generación de directores italianos que siguió al neorrealismo y que dio nombres como Antonioni o Pasolini. Menos conocido que sus compañeros, Zurlini fue un indagador del drama individual y un analista de los sentimientos, su cine está cargado de sensibilidad y es un nombre a reivindicar. Con su adaptación de El desierto de los tártaros entró con letras mayúsculas en la historia del cine. Para la película homónima de la novela, contó con lo mejor del elenco europeo, tanto en el terreno técnico como en el artístico, y consiguió una de esas piezas sublimes a las que seguimos dándoles vueltas mucho después de haberlas visionado.

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Incomprendida por el público en su estreno, El desierto de los tártaros es considerada hoy como la mejor pieza de Zurlini. Se trata de un trabajo casi pictórico en el que apenas hay movimientos de cámara y en el que cada encuadre es todo un texto visual. Planos pausados y preciosistas (a destacar el excelente trabajo de  Luciano Tovoli en la dirección de fotografía) que transmiten el espíritu de la novela, esa sensación de sinsentido y de tensa espera de una acción capaz de justificar nuestra existencia se logra en la película gracias al tempo pausado que le imprime la puesta en escena. También el cromatismo (que se pudo gozar en Sitges en su plenitud gracias a la reciente restauración a 4K) contribuye a recrear la atmósfera del relato, tonos nítidos y luminosos en los que se destaca aún más el absurdo de la inactividad. Y la música de Ennio Morricone agudiza aún más la melancolía de la situación.

jacques-perrin-guarda-dalla-finestraSi acendrada es la puesta en escena, El desierto de los tártaros es también un filme que reposa en las matizadas actuaciones de sus intérpretes. Zurlini contó con grandes figuras de la escena europea para su trabajo, así nos encontramos con Jacques Perrin en el papel de Giovanni Drogo que nos compone un protagonista sólido a través del que se expresa el extrañamiento humano ante un mundo abocado al límite y para el que la acción llegará demasiado tarde como antihéroe que es. Junto a él destaca Max von Sydow en el papel del capitán Hortiz, Paco Rabal encarnando al sargento Tronk, Fernando Rey interpretando al Coronel Nathanson (el único que ha entrado en combate y ha quedado paralizado, todo un símbolo de la imposibilidad de seguir actuando en el presente) y Vittorio Gassman como el oficial al mando de la Fortaleza Bastiani, elegante aristócrata que sabe llevar su pertenencia al pasado y su jovial resignación ante un presente que ya no le contiene . Todos ellos bordan unos papeles que tienen más de símbolo que de individuo, a los que saben darle el dramatismo y perfil psicológico justo.

El desierto de los tártaros es en suma una película elegante y melancólica que se disfruta como la experiencia artística que es. Todo un ejercicio de reflexión y goce estético.

Categorías: Sitges Film Festival
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