El carnaval de las bestias: una de las propuestas más extrañas de Paul Naschy
A pesar de que a mediados de los años setenta comenzaba a decaer la producción de cine de terror en España, Paul Naschy no podía comenzar con mejor pie la década de los ochenta. En 1976 había dado por fin el salto a la dirección con la soberbia Inquisición y su alter ego, Jacinto Molina, había diversificado la temática de sus guiones adaptándose a los nuevos tiempos que estaba viviendo España tras la muerte de Franco. Abordó la política en El francotirador (Carlos Puerto, 1978), Comando Txikia: Muerte de un presidente (José Luis Madrid, 1976) o Madrid al desnudo (Jacinto Molina, 1979), no desechando otros temas de actualidad como el secuestro de Patty Hearts, que adaptó en Secuestro (León Klimovsky, 1976) o entrando en el mundo de los homosexuales y transexuales con El transexual (José Jara, 1977). Sus últimos filmes de esa década figuran, todavía hoy, entre los mejores que firmó nunca: El huerto del Francés (Jacinto Molina, 1978) y El caminante (Jacinto Molina, 1979). Películas que, pese a quien pese, definen a Naschy como autor.
Pero por si todo ello fuera poco, tras rodar Los Cántabros (Jacinto Molina, 1980), Paul Naschy entraría en los que él mismo definió como mejores años de su vida a nivel profesional. A través de la embajada japonesa la productora Hori Kikaku Seisaku contacta con él ofreciéndole rodar diversos documentales culturales. También participará en series televisivas realizadas exclusivamente para el mercado japonés y fundará, junto a la actriz Julia Saly, Augusto Boué (que ya colaboró en la producción de Los Cántabros) y el japonés Masurao Takeda, la productora Dálmata Films, que coproducirá con Japón el siguiente filme de Paul Naschy, El carnaval de las bestias.
Conocida también como The Pig, Cannibal Killer y Human Beasts, El carnaval de las bestias pasa por ser una de las propuestas más extrañas del cine de Paul Naschy. Su historia, que se inicia en el lago Hakone a los pies del Fujiyama y finaliza en el madrileño Valle de Lozoya, narra los avatares de Bruno[1] (Paul Naschy), un asesino profesional que es contratado por un grupo terrorista japonés al que acaba enfrentándose al fugarse con unos diamantes. La persecución culminará en España, en el chalet de don Simón (Lautaro Murúa) donde Bruno se refugiará. Don Simón vive alejado junto a sus hijas Mónica (Silvia Aguilar), Alicia (Azucena Hernández) y la criada Raquel (Roxana Dupré). Pero tras esa pacífica apariencia se oculta una familia de caníbales para los que Bruno será el siguiente plato.
Con semejante premisa argumental no extraña que Adolfo Camilo Díaz la defina como “una película desquiciada y desquiciante de radical, no podría ser de otra manera, culto.”[2] Su guión guarda elementos en común con Los ojos azules de la muñeca rota (Carlos Aured, 1974). En ambos el personaje interpretado por Naschy se refugia en una mansión habitada por jóvenes hermanas para las que terminará siendo objeto de deseo. Y al igual que en el film de Aured se acostará con todas pero se enamorará de una de ellas, aunque en el caso de El carnaval de las bestias, el argumento dará un giro inesperado y atípico en los guiones de Naschy, ofreciéndonos una estampa pesimista de la sociedad muy en consonancia con El caminante.
La secuencia más popular del filme es sin duda la que muestra al actor Pepe Ruiz devorado por una piara de cerdos, una imagen en la que muchos vieron similitudes con otra de la novela (y película) Hannibal[3]. Esta escena fue rodada en la cuadra de La Cartuja de Talamanca del Jarama, mientras que el macabro festín-fiesta de disfraces, fue realizado en la bodega de esta localización, escenario de tantos y tantos filmes memorables[4]. Anécdotas al margen este “monumento al mal”, tal y como lo define Ángel Sala[5], no obtiene éxito, pero inicia la sólida relación del actor con la productora japonesa y le anima a dirigir por primera vez a su personaje más popular, Waldemar Daninsky, en El retorno del hombre lobo, siguiente proyecto de Dálmata Films.

Fotocromo que muestra el banquete/fiesta de disfraces. Rodado en la bodega de la Cartuja de Talamanca del Jarama.
De su banda sonora, proveniente de archivo, destaca el Dies Irae Psichedélico que compuso Ennio Morricone para el filme Escalation (1968) de Roberto Faenza, un acompañamiento ideal para las imágenes de El triunfo de la muerte de Brueghel que muestran los títulos de crédito.
Al igual que en Los Cántabros el director quiso rodearse de caras conocidas repitiendo, además del mencionado Pepe Ruiz, Paloma Hurtado, Luis Ciges, Ricardo Palacios, Rafael Conesa, Manuel Pereiro y Julia Saly. Para el papel de Don Simón contó con el chileno Lautaro Murúa, actor que hizo carrera en el cine argentino hasta que tuvo que exiliarse en España por razones políticas. Silvia Aguilar y Azucena Hernández interpretan a sus hijas. Silvia Aguilar ya había trabajado con Naschy en Madrid al desnudo y El caminante, y tendrá oportunidad de lucirse especialmente en El retorno del hombre lobo, al igual que la preciosa Azucena Hernández. Por su parte Raquel, la sirvienta de color, está interpretada por Roxana Dupré[6], actriz de origen dominicano que fue la primera presentadora negra de televisión española, concretamente en el programa ‘625 líneas’, donde alcanzó popularidad precisamente por lo exótica que resultaba por entonces la propuesta. En el cine no puede decirse que tuviera mucha suerte, ya que además de en El carnaval de las bestias, su última cinta, participó en La isla de las vírgenes ardientes (1977) de Miguel Iglesias Bonns y Los Bingueros (1979) de Mariano Ozores. Finalmente, El carnaval de las bestias también cuenta con la participación de actores japoneses,
algunos todavía en activo y populares en su país como Eiko Nagashima, que interpreta a Mieko, la amante despechada de Bruno. La actriz, al igual que el resto del elenco japonés, tuvo la paciencia y disciplina de aprenderse los diálogos en castellano, a pesar de que no había necesidad de ello. “Les di libertad total (…) para que rodaran en el idioma en el que se mostraran más seguros, pero se empeñaron en aprenderse los diálogos en español porque el guión estaba en ese idioma. Asombroso, vinieron sabiéndose los diálogos mejor que yo.”[7]
En la parte técnica la película cuenta de nuevo con la fotografía de Alejandro Ulloa, el montaje de Pedro Ruiz, el vestuario de León Revuelta, y los decorados de Luis Vázquez, colaboradores todos en Los Cántabros y que lo harán, con la excepción de Vázquez, en El retorno del hombre lobo, la siguiente aventura de Paul Naschy (y Waldemar Daninsky) en el celuloide.
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