Sitges 2015: ‘Cop car’, ‘Strangerland’ y ‘Stung’
STRANGERLAND (Kim Farrant)
El cine australiano, tan caro de ver en nuestras pantallas, tiene siempre un punto de enigmático. Quizás porque la fiereza de algunos de sus paisajes hace nacer la convicción de que lo telúrico influye determinantemente en nuestra existencia. Picnic at The Hanging Rock sería uno de sus máximos ejemplos. Tampoco son pocas las cintas que manifiestan una especie de nihilismo fatigado, como si estuviera quemado por el sol, y que da pie a atmósferas pesadillescas cercanas al esperpento. Pensamos por ejemplo en Wake in fright, la pieza de culto dirigida por Ted Kotcheff . Y, además, siempre hay latente en el fondo una pugna entre el puritanismo y la voluptuosidad.
No he citado esos dos clásicos por casualidad, en Strangerland (el relato sobre unos padres, Catherine y Matthew, que ven con terror como sus dos hijos adolescentes han desaparecido en el desierto en plena tormenta de arena), está presente tanto el enigma, el peso de lo telúrico, como la atmósfera de pesadilla.
Estamos en el outback, el interior remoto y árido de Australia. Una tierra abonada para la proliferación de leyendas sobre deidades oscuras que pueden castigar a los hombres si no se las conjura. La debutante Kim Farrant sabe dónde poner la cámara para transmitirnos la credibilidad que el paisaje concede a esas supersticiones. Tanto es así que en sus manos la árida naturaleza que envuelve al relato juega como un personaje más. Un personaje que interactúa con los demás llevándoles a mantener conductas extremas, que los situa en el borde de la enajenación. Especialmente a Catherin, la madre doliente impecablemente interpretada por Nicole Kidman (su trabajo es de lo mejor del filme) que llegará a internarse ella misma en el desierto para volver al pueblo con el atavío de Lady Godiva, una escena de gran fuerza visual. Del retrato de la naturaleza cabe destacar también un plano aéreo que muestra cenitalmente la sinuosidad del cañón, una sinuosidad que nos desasosiega y a la vez nos seduce como el abismo puede llegar a atraernos.
Los montes parecen replegarse sobre sí mismos convirtiéndose en una espiral petrificada. Y la espiral es el símbolo por naturaleza para expresar la evolución del universo, para designar las formas cósmicas en lo que tienen de creadoras, pero también de destructoras. Se trata además de un símbolo que nos remite a la simbología de la serpiente (los montes del plano citado, de hecho, emulan a una serpiente enroscada). La serpiente designa a la energía a la fuerza pura y sola, al poder ciego de la naturaleza que pervive a costa de los individuos. Es vista, también, como el principio de la tentación y así se vincula a la sexualidad. No es casualidad, pues, que uno de los personajes (el patinador que mantiene relaciones con Lily, la adolescente desaparecida) lleve tatuada una serpiente. En esa tierra-serpiente la sexualidad exuberante de Lily se desboca todavía más, mientras que su padre (principio represor) parece extremar más aún su puritanismo. El choque de trenes es inevitable. Un choque que desestabilizará todo el entorno familiar y que será el detonante del drama.
Strangerland es una ópera prima ambiciosa que mezcla el drama familiar con el thriller psicológico y el relato de misterio. Ya hemos celebrado el trabajo de su protagonista, también Joseph Fiennes, en le papel de marido, le da perfectamente la réplica. Pero esta cinta australiana no es sólo una obra de actores, brilla con luz propia la fotografía de P.J. Dillon que es la que permite a Farrant crear esa atmósfera fatalista que respira toda la cinta. Una película abrasada por el sol, incómoda, que nos contagia su aridez, su asfixia. Pero también enigmática y fascinante. En suma, un filme que augura a su directora una prometedora carrera.
STUNG (Benni Diez)
La picadura (Stung) a la que hace referencia el título del filme es la que propinan las descomunales avispas mutantes que persiguen a los protagonistas del filme, Paul (Matt O’Leary) y Julie (Jessica Cook), empleado y jefa de un servició de catering durante la velada que organizan en una elegante mansión campestre. Un soplo, sino de originalidad, al menos de aire fresco ante los habituales y algo cansinos zombis e infectados. Aunque solo un poco, ya que a pesar de introducir bastante humor, la fórmula del filme se consume pronto y comienza a desinflarse tras la primera hora. Y eso que la historia recurre a la tensión sexual entre sus protagonistas y a cierta crítica social. Pero ni por esas.
Efectos especiales apañados con algunas secuencias pringosas y la siempre agradecida presencia de Lance Henriksen en esta coproducción entre Estados Unidos y Alemania, desigual ópera prima del alemán Benni Diez, un técnico especialista de efectos visuales y de animación con compañía propia aquí metido a director. Eso sí, cabe destacar la química y simpatía de su pareja protagonista y un tono general agradable.
COP CAR (Jon Watts)
Dos niños que han escapado de su hogar, encuentran un coche de policía abandonado que convertirán en su juguete. Pero el vehículo tiene dueño y su propietario, el sheriff Kretzer, que había salido a deshacerse de un cadáver, quiere que se lo devuelvan.
Este es el imponente punto de partida de este thriller perfectamente calibrado con unos ligeros toques de humor que no subvierten su pureza. Destaca en su narración la importancia del sonido, protagonista en un entorno desierto como es el que forma el escenario del filme, así como la actuación de los cinco personajes que conforman el reparto del filme, en especial los dos niños (James Freedson-Jackson y Hays Wellford), que lejos de resultar repelentes realizan un buen trabajo, recayendo sobre ellos el grueso del buen resultado artístico de la cinta; y el policía corrupto interpretado por un frío Kevin Bacon. Los tres protagonistas del juego que el azar convertirá en mortal.
Su director Jon Watts, que debutó el pasado año con Clown, filme en el que Eli Roth interpretaba a Frowny, el payaso asesino, será el responsable del nuevo reebot de Spider-man, que se estrenará en 2017.
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