38 TerrorMolins: La mirada surrealista
Se celebró una nueva y exitosa edición de este festival, que quiso posar su mirada sobre las películas más extrañas y surrealistas, surgidas de lo más profundo de la mente de los directores David Lynch, Luis Buñuel, Peter Strickland, Guy Maddin y Alejandro Jorodowsky. Para ello ambas salas, la Peni, soberbia e histórica y La Gótica, un espacio más reducido pero no por ello menos interesante, acogieron entre sus añejas paredes horas y horas de buen cine fantástico y de terror. Ofreciendo dos magníficas ciclos retrospectivos con películas de estos y otros directores, novedades ya vistas en Sitges, y también apuestas arriesgadas, valientes, que pensamos que son las que distinguen este festival de otros.
Demos un repaso somero a lo que Serendipia pudo vivir durante estos días de Terror en Molins Fotos: Serendipia
SALA GÓTICA
El nuevo espacio del festival va consolidándose edición tras edición, y ganando asimismo en cuanto a presencia de público. Sus actividades, bien diferenciadas de las que se desarrollan en La Peni, lo están convirtiendo en un lugar a tener en cuenta pues ¿Dónde si no podría hacerse una sesión especial de cortometrajes de Juan Carlos Gallardo comentados por él mismo? Pues en La Gótica, donde también ha habido pases de peliculas realizados en colaboración con la Cutrecon de Madrid, las Nits de Cinema Oriental de Vic, la Semana de Terror de Donosti o Brigadoon de Sitges, entre otros. Pero la niña bonita de La Gotica ha sido el Ciclo Rarezas, en cuya presentación tuvimos el honor de participar y que contó con cinco perlas del cine marciano de la talla de Dementia/Daughter of Horror (John Parker, 1955), Martin (George A. Romero, 1975), Willard (Daniel Mann, 1971), The Baby (Ted Post, 1973) y The Wicker Man (Robin Hardy, 1973), cinco rosas bizarras que todavía hoy causan extrañeza, sorpresa y confusión. Finalmente, La Gótica también ofreció Latidos de pánico (Jacinto Molina, 1983), en sesión especial de homenaje a Paul Naschy que contó con la presencia de uno de sus hijos, Bruno Molina que más tarde recogió, durante la gala de clausura en La Peni, un premio honorífico dedicado a su padre.
RETROSPECTIVA
El festival ha seleccionado cinco obras de cinco directores representativos de

Peter Strickland respondiendo las preguntas de los espectadores
esa mirada surrealista que ha sido leitmotiv de esta edición de TerrorMolins. Una mirada que se ha prolongado en el libro que, editado por Hermenaute, ha contado con la participación de Javier Espada, Pattie Clapés-Saganyoles, Lluís Rueda, Tonio L. Alarcón y Albert Galera, que también lo ha coordinado. Una obra centrada en esos genios de la mirada y el inconsciente de los que pudimos disfrutar cinco piezas capitales: Un chien andalou (Luis Buñuel, 1929), que se ofreció durante la gala de inauguración con música en directo a cargo de Adrià Bofarull; Terciopelo azul (Blue Velvet, David Lynch, 1986), Santa Sangre (Alejandro Jodorowsky, 1989) que fue presentada por uno de los hijos de director y protagonista de la cinta, Axel Jordorowsky; Dracula: Pages from a Virgin’s Diary (Guy Maddin, 2002) y Berberian Sound Studio (Peter Strickland, 2012) , que contó con una sesión posterior de Q&A a cargo del propio Strickland, que se mostró muy cercano y amable.
SECCIÓN OFICIAL

Bruno Molina recoge el Premio Honorífico del festival dedicado a su padre, Paul Naschy, junto a Diego López (Brigadoon Sitges), Albert Galera (director del festival) y Xavi Paz (Alcalde de Molins)
La sección oficial, que comprendió once películas recuperaba, como es inevitable, algunas cintas ya exhibidas en el reciente Festival de Sitges, unas en Sección Oficial y otras de tapadillo en secciones menores. También, como es natural se presentaron cintas que, por diferentes motivos, el Festival de Sitges no ha podido o querido seleccionar, como es el caso de la excelente película que clausuró TerrorMolins. Pero tanto unas como otras conformaron una cuidada selección, que este año ha estado compuesta por Bliss (Joe Begos, 2019), In the Trap (Alessio Liguori, 2019), Dogs Don’t Wear Pants (J-P Valkeapää, 2019), The Divine Fury (Kim Joo-hwan, 2019), Come to Daddy (Ant Timpson, 2019), Tone-Deaf (Richard Bates, Jr., 2019), Gwen (William McGregor, 2018), Amigo (Óscar Martín, 2019), Sator (Jordan Graham, 2019), The Antenna (Orçun Behram, 2019) y Koko-Di-Koko-Da (Johannes Nyholm, 2018) que hemos escogido para comentar detenidamente:
Son pocas las ocasiones en las que podemos disfrutar de la cinematografía sueca, el común de los mortales solo la asociamos al capital Ingmar Bergman y al siempre interesante Lasse Hallström, pero hay mucho mundo más allá de ellos como pudimos comprobar con Fuerza mayor en 2014 de la mano de Ruben Östlund, unas vacaciones en la nieve en las que una situación límite saca a la luz los débiles lazos de una familia, de clase media y que ahora Johannes Nyholm nos la hace recordar al ponernos ante otra familia al borde de la descomposición por un episodio dramático. Porque Koko-di Koko-da habla de la difícil elaboración del duelo más hiriente, la muerte de un hijo, y lo hace en clave de género fantástico. El segundo largo de Nyholm nos confirma su habilidad de narrar el drama desde los mimbres de lo extraño, ahora de forma mucho más sólida, sin los problemas de ritmo que parte de la crítica le achacó en su debut. Koko-di Koko-da es un cuento de hadas distorsionado, perverso en ocasiones, que encierra a los protagonistas en un día de la marmota pesadillesco. Con saltos en el tiempo, acompañamos a Elin (Ylva Gallon) y Tobias (Leif Edlund) en sus vacaciones, primero en compañía de su hija, maquillados de conejitos para celebrar el cumpleaños de la niña, esta morirá con ocho años justo el día de su aniversario, tres años después el matrimonio volverá a veranear en un intento de revitalizar su relación sacudida por el duelo, y ahí es donde empieza su pesadilla. La pareja acampa en plena noche en el claro de un bosque, ese lugar que juega tantas veces el papel de espacio de terror en los relatos tradicionales, allí quedan atrapados en el tiempo y despertarán una y otra vez para ser asesinados por un extraño cortejo de psicópatas y su perro. Los tres asesinos parecen salidos de las páginas de algún cuento infantil, el ogro, la bruja y un extraño maestro de ceremonias que asemeja la versión terrorífica de un jefe de pista de circo. Como si fuera las variaciones de un tema en una composición musical, el episodio se repite con las modificaciones que introduce Tobias en lo que vive como sueño premonitorio, pero haga lo que haga la muerte les alcanza inevitablemente. Nyholm nos introduce en un universo surreal que podría haber salido de la mente de David Lynch, un terror de ensueño desplegado circularmente y del que sólo podrá salirse
asumiendo responsablemente el dolor, dándole vía libre y compartiéndolo el uno con la otra. El consuelo pasa por darse apoyo entre ambos y así mirar cara a cara al monstruo de la muerte más dolorosa. Y con ellos nosotros también afrontamos nuestros propios duelos. El desconsolado llanto que les reúne en su abrazo final resulta catártico para todos y salimos de la sala más livianos de lo que entramos. Ese es el poder sanador de lo grotesco que, a veces, es más efectivo que el más fiel realismo para afrontar las situaciones más duras.
Y más películas. Cinco en la sección Being Different (A Good Woman is Hard to Find, Girl on the Third Floor, Scare Package, The Wretched y We Summond the Darkness); seis más en la maratón de 12 horas (Vivarium, Little Monsters y cuatro ya ofrecidas durante el festival) y tres fuera de competición, como las dos que conformaron la Sesión Movistar (The Dark y Extra Ordinary) y la película de clausura, que como nos impactó especialmente pensamos que merece la pena detenernos para hablar de ella:
Der goldene Handschuh (El monstruo de St. Pauli, Fatih Akin, 2019)
En lo sórdido, en su en sí, no hay ni épica ni lirismo y, sin embargo, el artista es capaz de moldearlo para engendrar belleza incluso si lo plasma con crudeza, sin adorno, sin disimularlo. El arte nos permite mirar los rostros más duros de lo real porque al recrearlos los somete a la apariencia, los vuelve manejables permitiendo que exorcicemos los miedos. Podemos sentir fruición ante lo más terrible cuando nos es servido con la máscara de lo sublime, esa desmesura mesurada, sin sentir remordimiento por ello, sin asemejarnos al monstruo, porque lo que despierta nuestro placer es, precisamente, el verlo doblegado por la mirada del artista que lo captura. Y esto es algo que se cumple con creces en el último trabajo de Fatih Akin, no es el crimen lo que nos fascina, sino el brillante ejercicio cinematográfico que ha compuesto a partir de él.
Hamburgo, 1970, interior-noche, desde un comedor cochambroso vemos un cuerpo inerte sobre la cama de la habitación adyacente, la cámara no se mueve mientras un hombre entra en campo, se echa sobre el cuerpo como una alimaña, está envolviendo el cadáver; salimos a la escalera por corte, el hombre arrastra el pesado bulto y nos sobrecoge el sonido de la cabeza golpeando los peldaños, hay que deshacerse del fardo de otro modo. Regresamos al departamento, desnuda a la muerta, se le acerca con un serrucho, parece no atreverse, se aleja, vuelve a acercarse, pero la cámara cambia el punto de vista y se coloca estratégicamente de modo que el dintel sitúa fuera de campo la cabeza de la mujer, del descuartizamiento solo vemos los efectos en forma de sangre, los rostros se nos ocultan, así que, sin perder efectividad, se nos ahorran de forma imperceptible los detalles más dolorosos. Así, ante hechos consumados, sin preámbulo que exponga motivaciones, con minuciosidad, pero sin sensacionalismo, con crudeza, pero sin pornografía, empieza El monstruo de St. Pauli. Un prólogo que es toda una declaración de intenciones y una presentación de lo que vamos a encontrarnos en el resto del filme en lo que a estilo se refiere: rudeza que roza la brutalidad sin alcanzarla, porque el fuera de campo va a ser recurso frecuente, porque en ningún momento veremos los rostros de víctima y/o verdugo en los asesinatos, y porque la distancia irónica respecto a lo narrado introducirá un sesgo que permitirá convivir en un mismo plano, en una misma situación, lo terrible y lo hilarante. Ni thriller, ni drama, ni comedia, una obra de sí inclasificable, aunque contenga un poco de cada cosa.
Jonas Dassler, irreconocible bajo el maquillaje protésico, es Fritz “Fiete” Honka, el solitario de la cara deformada que deambulaba por el barrio rojo de Hamburgo y que en la década de los 70 dio muerte y descuartizó a cuatro mujeres, cuatro almas perdidas en el Distrito de St. Pauli. Su interpretación no tiene nada que envidiarle al alabado trabajo de Joachim Phoenix para Joker. No es solo el maquillaje, es todo su cuerpo el que adapta y adopta el lenguaje no verbal de Honka y nos trae un retrato con sabor a derrota y alcohol. Dassler logra transmitirnos la intimidad del monstruo sin necesidad de verbalizar sus impresiones, sus motivos, sus convicciones; al actuar no dice, sino que muestra. Por sus gestos, sus expresiones, sus hábitos externos, sabemos de su interior, nos pone ante un individuo que siquiera sabe amar cuando se enamora, que anega su impotencia en ríos de aguardiente, que mata como una bestia herida por la humillación. Pero aún más allá, el actor sabe hacer creíble que en la fealdad física y moral del personaje anide también el sueño, encarnado en la imagen de una joven adolescente que se cruzará casualmente en su camino, la mujer de verdad, la que huele bien, la que él quisiera merecer. Un carácter, el de la adolescente, que es toda una licencia poética para dibujar el viaje del (anti)héroe al centro del infierno de los fracasados con un trazo todavía más fino, porque introduce el reverso del antro, porque su frescura agudiza más la fealdad de la maloliente ciénaga donde se entrecruzan el resto de personajes.
Der goldene Handschuch es su título original, un título que alude al otro gran protagonista del filme, el garito en el que se dan cita los asiduos del barrio rojo hamburgués. La película de Akin deviene coral cuando entramos en él y sentimos que queremos saber más de la fauna que lo puebla, desde ese oficial de las SS hasta la última de las trabajadoras del sexo, pasando (y, casi, sobre todo) por el dueño que atesora miles de historias de feligreses habituales y aves de paso. Quisiéramos detenernos aún más en los detalles, como esa costumbre de salpicar a los borrachos que quedan dormidos sobre la barra porque una vez uno de ellos murió en esa pose y no se descubrió hasta dos días después, porque cada nimiedad contiene un relato, y todas juntas nos pintan el claroscuro de los bajos fondos. La película se vuelve crónica en esos pasajes y nos trae a la mente las imágenes del celebrado documental de Lionel Rogosin, On the Bowery (1956), en ambos casos estamos ante el despliegue de una sordidez a raudales sobre la que no se pretende emitir una valoración moral, ni un reproche puritano, sino dar retrato testimonial de ella, sin falsos lirismos, pero respetando la dignidad a la que todo humano tiene derecho. Siendo un cubículo, Der goldene Handschuch, es también, y por ello mismo, refugio. Guarida de los derrotados que acuden a por alcohol y calor humano con los que colmar su sed y su soledad. Contrapunto del monstruo que la puebla.
En plenas fiestas navideñas, por la valentía de Vértigo, Fritz “Fiete” Honka llegará a nuestras salas ¿Se les ocurre mejor manera de contrarrestar las empalagosas sesiones familiares que acudiendo a su cita de casi dos horas con él en los cines? Sin duda es el mejor regalo de Santa Claus.
Uno de los mejores momentos en un festival lleno de vida, cine y muchas actividades paralelas. Que ha contado con buena respuesta por parte del público, así como un buen número de invitados, que han dado color a la cita pero sin servir como distracción de lo principal: ver y disfrutar buen cine y en la mejor compañía, todo lo cual convierte este festival en cita obligada para todo aquel que, como nosotros, vivimos el cine.
¡Nos vemos en TerrorMolins 2020!
PALMARÉS
9º Concurso Oficial de Largometrajes
Mejor película: Dogs don’t wear pants
Mejor Director: Oscar Martin (Amigo)
Mejor Guión: Come to daddy
Mejor Actor: Javier Botet (Amigo)
Mejor Actriz: Krista Kosonen (Dogs don’t wear pants)
Mejores FXs i maquillage: The divine fury
Mejor BSO: Bliss
Premio del Público Sección Oficial: (pendiente)18º Concurso de Cortometrajes
Mejor cortometraje: The third hand
Mejores FX cortos: Five course meal
Mejor Guión cortos: Lay them straight
Premio Víctor Israel a la mejor interpretación en cortos: Ferine
Mención especial del jurado: Het Juk
Premio «Manel Gibert» del público al mejor corto: Wild love
Mèliès d’Argent: Wild loveSección «C Trencada» de cortometrajes:
Mejor cortometraje: Zombiosi, de Cris Gambin y Toni Pimel
Sección Being Different:
Premio del Público a la Mejor Película: (pendiente)
Premio Honorífico:
Premio Honorífico: Paul Naschy
Premios de la Crítica de Oro:
Premio de la Crítica de Oro al Mejor Largometraje en colaboración con Blogos de Oro: Sonrisas de Javier Chavanel por «su originalidad a la hora de retratar la falsedad de nuestra sociedad y las relaciones interpersonales, todo ello con un toque satírico»
Premio de la Crítica de Oro al Mejor Cortometraje en colaboración con Blogos de Oro: Bliss de Joe Begos por «ser una película que refleja el apoteosis del horror en estado puro. Un original descenso a los infiernos del arte»5º Concurso de vídeos de 20 Segundos de Terror #20SegundosMovistar
Ganador: Fished, de Dani Seguí
Finalista: Diógenes, de Antonio Panteras
Finalista: Comida para mascotas, de Mariano López Toribio13o Concurso de Microrelatos
Mejor Microrelato en lengua catalana: Substitució de Vicent G. Terol (Xàtiva, València)
Mejor Microrelato en lengua castellana: Fascinación, de Edweine Loureiro da Silva (Saitama, Japó)
Mención al Mejor Microrelato en lengua castellana: Visitante, de Melisa Ruth Pérez García (Almería)Muestra de Cortometrajes para Institutos:
Mejor Corto: Baghead, de Alberto Corredor
Terror Kids:
Premio KAKALABUTAKA al Mejor Cortometraje infantil de 6 a 9 años:
Pool shark
Premio KAKALABUTAKA al Mejor Cortometraje infantil de 10 a 12 años:Wild love
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