Serendipia’s Sitges Film Festival 2019: Séptima cápsula
MIÉRCOLES 9 DE OCTUBRE (Fotos: Serendipia)
Un nuevo y luminoso día y una propuesta similar a la del día anterior: dos películas Oficial Fantàstic Competició (Yves y J’ai perdu mon corps); dos Noves Visions (Punto muerto y O Beautiful Night); y una Anima’t: Ningen Shikaku. Aunque esta última fue la alternativa a la que realmente deseábamos ver, Come to Daddy, uno de esos títulos en pase de prensa en los que se agotaron las plazas para prensa a los 10 minutos de ponerse a disposición de los acreditados (si, nosotros tampoco lo entendemos, como ya les explicamos en la segunda cápsula, pero es así).
Como sesión despertador nos inyectamos en vena el descabellado segundo largo de Benoît Forgeard un filme de atractivo argumento, juzguen si no. Jérem Roudet (William Lebghil), un rapero de escaso renombre, participa como usuario en un proyecto de introducción en el mercado de electrodomésticos inteligentes, concretamente se pondrá a su servicio un frigorífico llamado Yves. La función principal de esa inteligencia artificial había de ser el control y gestión de existencias, pero ese refrigerador cuyo diseño nos recuerda a Hal 9000, hará mucho más. Primero reconducirá su dieta, después reconducirá su vida entera. Yves rectificará sus horarios poniendo orden en su caótica vida. Yves reflotará sus hábitos sociales. Yves, al fin, se convertirá en crítico particular de su producción musical sugiriendo acertados cambios que convertirán a Jérem en cantante de éxito. Todo perfecto hasta ahí, pero la relación entre el joven y el electrodoméstico tomará un rumbo inesperado cuando ambos se enamoren de la misma mujer y esta prefiera al inteligente frigorífico. Yves es una comedia amablemente alocada desde la que Forgeard, mediante la hipérbole, pretende movernos a una reflexión crítica sobre nuestra progresiva dependencia de la tecnología. Y es eficaz, pero se deja llevar demasiado y el trazo de su humor acaba siendo más grueso de lo necesario, a la par que profundiza poco en el fondo que quiere señalar. Un filme simpático, pero irregular.
De la liviandad bizarra de Yves viajamos a la oscura y sesuda propuesta de Fuminori Kizaki, Human Lost, un anime que adapta la novela Ningen Shikkaku original de Osamu Dazai. Estamos ante un complejo relato distópico que juega con la crítica social en clave de parábola cyberpunk y los futuros alternativos. Una más que correcta animación 3D reproduce el Tokio de 2036 en el que la medicina ha conquistado la muerte, pero el mundo lejos de ser idílico se debate entre la restauración de la civilización o su destrucción. Casi dos horas de complicadas tramas y subtramas que exigen toda nuestra concentración (para acabar sintiendo que se te está escapando algo) es lo que supuso este plato más apto para paladares habituados que para curiosos que se acerquen por primera vez. Interesante pero críptica.
Todo lo que sabemos del director argentino Daniel de la Vega es gracias a nuestro amigo Ramiro García Bogliano, que nos recomendó su película Ataúd Blanco: El juego diabólico (2016), con argumento de Ramiro y Adrián García Bogliano y una magnífica cinta que hizo que se despertara nuestro interés por el argentino. Y más viendo algunos tráilers de sus otras obras, como Hermanos de sangre (2012), Necrofobia (2014) y este Punto muerto, que tuvimos ocasión de ver en el festival y que fue presentada por Magalí Nieva, una de las productoras de un film que también ha contado con la participación de los hermanos Onetti. Y es que ¿cómo no nos iba a interesar una historia en la que uno de sus protagonistas, escritor, responde al nombre de Luis Peñafiel? Pues más allá de este guiño a Narciso Ibáñez Serrador, Punto muerto es una competente intriga policial con amplias dosis de fantástico narrada en clave retro y en un delicioso blanco y negro que indaga sobre lo que ya hiciera Poe en su Doble asesinato de la Calle Morgue, no en vano otro de los personajes se llama Dupuin: hallar la manera de huir de una habitación cerrada tras cometer un crimen ¿El resultado?: deberán ver Punto muerto y averiguarlo.

Magalí Nieva, productora de Punto muerto durante la presentación en Sitges
Noves visions es la sección en la que nos encontramos con O Beautiful Night (Xavier Böhm, 2019), no sabemos hasta qué punto esta producción alemana supone un planteamiento narrativo novedoso, pero lo que sí es claro es que estamos ante una película pequeña muy bien planteada y mejor resuelta, lo cual la convierte ya en una cinta para tener en cuenta cuando se repase las perlas de este año para el balance de lo mejor que ha dado el cine este 2019. Noche iniciática la que vivirá Juri (Noah Saavedra), un joven tanatofóbico que sufre frecuentes ataques de pánico, especialmente nocturnos, al recordarse mortal. En uno de sus arrebatos una oscura figura se presenta ante él: dice ser la encarnación de la Muerte (Marko Mandic). Ahí empezará un viaje faústico-mefistofélico por la noche berlinesa en la que conocerá a Nina (Vanessa Loibl), de la que se enamorará; pero, con el amanecer, uno de los dos debe morir. Una noche de neón y colores saturados en la que los tres personajes se perderán en una fuga continúa por las emociones más fuertes que puede dar la ciudad (incluyendo la ruleta rusa). Al amanecer llega la última hora, la hora de la verdad, en la que solo besando a la propia Muerte el amor podrá alzarse victorioso, romántico final para ese paseo por lo sórdido que nos hizo evocar aquel otro desaforado de La muerte en vacaciones de Mitchell Leisen. Muy buen sabor de boca.
La jornada no podía tener mejor broche que regalarnos una nueva sesión de animación, esta vez de Sección Oficial y mucho más acorde con nuestro gusto y sensibilidad. J’ai perdu mon corps, debut en el largo de Jérémy Clapin, es una poética reflexión sobre el dolor por la pérdida, de unos seres queridos, del propio bienestar de la infancia, del futuro que parecía tenderse, a la que se une una mirada sobre el problema de la inmigración contada en primera persona, certera y sin acritud, y todo ello en lo que no deja de ser una preciosa historia de amor y superación. Lo que hace especial a esta opera prima, sin embargo, más allá del alcance de su subtexto, es el modo de abordarlo, desde la clave argumental, una mano se escapa en busca del cuerpo al que estaba unida, hasta las decisiones visuales con las que irá trazando este viaje en pos de la propia memoria, de la reconstrucción del yo. El miembro errático vivirá numerosas aventuras por los azares de París (especial mención merece el episodio de las ratas) y en cada una de ellas habrá la excusa para desbrozar un recuerdo, sin que los flashbacks sean sucesivos (distingue en blanco y negro los más remotos), relevante en la vida en común con el cuerpo que busca. Es digno de destacar cómo (de bien) consigue Clapin mantener la intriga a través de estas dos acciones paralelas al no revelar anticipadamente ningún detalle sobre el momento en que la mano se vio separada de su dueño, no hasta que llega el instante preciso. Una cinta preciosa y preciosista con un guion impecable, firmado por el propio director y el autor de la novela que adapta, Guillaume Laurant (que será recordado sobre todo por el guion de Amelie), y un score delicioso compuesto por Dan Levy que hizo las delicias del público (y, sobre todo, del jurado). Una delicia producida por Netflix (y van…) que hubiera encantado a los surrealistas que adoraron a aquella Bestia de cinco dedos (The Beast with five fingers) que dirigiera Robert Florey en 1946.
Auténtico debut de lujo que se ha visto reconocido con el Gran Premio de la Semana de la crítica en el Festival de Cannes, además de los Premios Cristal a mejor película y el Premio del público en el Festival de Annecy.
Últimos comentarios