‘El auge de Jordan Peterson’, corrección política, ideología y reacción
Para hablar del último documental de Patricia Marcoccia sobre la figura de Jordan Peterson se nos hace necesario introducir un preámbulo. Antes de
entrar en materia queremos remontarnos al pasado septiembre cuando la polémica sacudió a Justin Trudeau en plena campaña electoral. El presidente canadiense se vio obligado a pedir disculpas públicas por una fotografía suya de 2001. La fotografía en cuestión nos muestra al político, que en ese momento tenía 29 años, disfrazado de Aladino con un turbante y la cara pintada de negro en una fiesta dedicada a Las mil y una noches. Para la opinión pública de su país ese posado era susceptible de ser tomado como una conducta racista que ofendería a la población negra. Algo, en estas latitudes nuestras al menos, tan trivial como adoptar una identidad distinta a la nuestra mediante maquillaje en una fiesta de disfraces se convierte en sinónimo de delito de odio. No nos es posible dejar de ver en este suceso, por mucho que quieran referirlo a la figura del blackface (esa práctica de maquillarse de negro con una actitud de burla en el mundo del espectáculo) y que se quiera satanizar esa práctica, no nos es posible, repetimos, dejar de leer esta noticia como un indicador de hasta dónde puede llegar la corrección política en la censura y autocensura. Es una clara muestra de que el exceso de celo, el esfuerzo por revertir los efectos de la discriminación, nos induce a ver el mal hasta en lo más inofensivo con el agravante de que esa actitud, al interiorizarse, se convierte en fuente de autorepresión e incluso de ansiedad. Parece cumplirse la conclusión de Freud en El malestar de la cultura, la occidental es una sociedad neurótica en la que cada avance aparente se consolida a costa del aumento de prohibiciones que asaltan nuestro sentimiento de culpa y nos generan dolor. Dolor social e individual. Y hasta aquí la previa.
El también canadiense Jordan Peterson se ha erigido como azote de la corrección política, espoleado en esta labor por la modificación de la ley de Derechos Humanos en Canadá en su cláusula C16, la cual establecía la obligación de dirigirse a los demás con el pronombre que crean estos más adecuado a su identidad de género, cuestión que se concretaría en el uso de las formas neutras que permite el inglés ante aquellas personas que se consideran de género no binario. Algo nimio, pero a la vez fundamental cuando se está ordenando por ley los usos privados en las relaciones privadas, en ello ve Peterson la evidencia de que la corrección política acabará conduciendo al totalitarismo al ir recortando, mediante la ideología, las libertades individuales en el quehacer diario. En sus palabras, «No daré voz a las palabras de ideólogos, porque si lo haces te conviertes en una marioneta de su ideología«. Obsesionado, desde siempre, en el estudio de qué hace posible el surgimiento de los totalitarismos, en 2016 iniciaba la emisión de sus ideas en su canal de youtube. El documental de Marcoccia le acompaña en su ascenso hasta convertirse en fenómeno mediático, retratándolo en su intimidad, en la relación con su familia y amigos, tanto como en su actividad pública, sus eventos cada vez más mayoritarios. Recalcando que, la de Peterson, es una figura que levanta tantos afectos como odios, la cinta da voz a quienes se le enfrentaron desde el principio, activistas de la lucha por los derechos del colectivo LGTBI, es más tímida a la hora de mostrar los críticos que han ido surgiendo vista la deriva de su pensamiento, y abunda en documentos de aquellos que le manifiestan su adhesión. Se diría que a El auge de Jordan Peterson le falta un posicionamiento crítico (se pasa de soslayo sobre sus opiniones en temas de igualdad de género, por poner un ejemplo) frente a tan controvertida figura, pues, aunque muestra sus contradicciones, desprende una toma de partido hacia la simpatía. Esto es un defecto. Y lo es porque el ideario de Peterson tiene muchas aristas, hasta el punto de poder considerarlo peligroso viendo los amigos de trinchera que ha ido reclutando por el camino.
De rabiosa actualidad es la actitud del psicólogo canadiense, pues parece postularse como partidario de un discurso neutro frente a la izquierda y la derecha, algo que centra parte de los debates de nuestro presente en el que algunos quieren dar por finiquitadas ambas categorías. Su punto de partida, lo hemos visto, está muy puesto en razón, más cuando quiere alertarnos del problema de la ideología, los individuos se doblegan a ella inconscientemente, porque no son las personas las que tienen las ideas sino al contrario, nos dice siguiendo en esto a Jung. Su alerta ante el posible advenimiento de nuevos totalitarismos es sincera y hasta necesaria. El problema viene después. Peterson toma como adversario al ideario de izquierda, ve bien su problemática y propone para vencerlo una actitud de responsabilidad individual ante el mundo, algo que ejemplifica con su máxima de “ordena tu habitación” como instrumento para el cambio. Pero al hacerlo así, y pese a declararse neutral, paradójicamente (o no tanto) provoca la polarización y en su sombra se cobija lo más granado de la derecha incluso en su versión más ultra. Criticando la sujeción a la ideología, él mismo se convierte en ideólogo. Frente a la corrección política y la ideología el aboga por la reacción, pero el peso de la deriva lógica hace que acabe defendiendo lo más reaccionario.
¿Y cuál es nuestra postura al final? Ya hemos denunciado el problema de la corrección política y no quisiéramos recalar en sus filas, pero, en mor de la equidistancia que es ese término medio que nada tiene que ver con la mediocridad, tampoco podemos sumarnos al viaje de Peterson. Traído a nuestro contexto sociopolítico, parece claro que es la ultraderecha la que está instrumentalizando a su favor la ira contra la corrección política, y ante ello solo nos cabe decir que tal vez uno no sepa a qué bando pertenece, pero sí tiene muy claro a cuál no pertenece. Todo es cuestión de proporcionalidad, de sumarse al “Nunca demasiado” que rezaba el dintel de salida del oráculo de Delfos. De seguir el dictado de la vieja sophrosyne (σωφροσύνη) griega, la moderación que nada tiene que ver con la tibieza sino con el esfuerzo por la adecuación en cada contexto. La virtud reposa siempre en la tercera vía.
PUEDEN VER ‘EL AUGE DE JORDAN PETERSON’ EN FILMIN
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