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Las lecturas de Serendipia: ‘Cromos, cromos y cromos’

4 diciembre 2022 Deja un comentario

CROMOS, CROMOS Y CROMOS.

UN VIAJE POR LAS COLECCIONES DE LOS ÚLTIMOS 100 AÑOS

Guillem Medina

Diábolo Ediciones, 2022. Tapa dura, 17 x 24. 290 pgs. Color


A muchos de los que fuimos niños en los años sesenta y, sobre todo en los setenta, se les desarrolló un afán coleccionista que se instaló con tal virulencia en sus genes que, todavía hoy, les lleva a seguir coleccionado, ya sea discos, libros, cómics, películas, ropa interior femenina o todo a la vez. Y es que coleccionar es un juego, pero también un ejercicio didáctico que consigue transmitir algunas nociones al individuo como el orden, pues cada cromo tiene su número y lugar. Pues bien, muchos de esos niños iniciaron ese hábito gracias (o no) al coleccionismo de cromos.

En mi familia, sin ir más lejos, hubo dos grandes coleccionistas: mi hermana mayor (años sesenta) y yo, (años setenta), que soy el menor. El de enmedio, como en casi todo, picó, pero se cansó pronto, de tal modo que si se terminaban los álbumes era porque yo le ponía dedicación y me ocupaba de hacer la «lista de los cromos». Hicimos entre los tres multitud de colecciones, unas más didácticas y otras más divertidas, basadas en personajes del mundo del cine, música y televisión. Todos esos álbumes estaban metidos en una gran maleta encima de un armario, y cuando uno de nosotros caía enfermo y debía guardar cama, lo primero que solicitaba era que le bajaran los álbumes para ojearlos durante su convalecencia.

Y es que en los años sesenta y en especial los setenta, era muy difícil encontrar a alguien que no se estuviera «haciendo una cole» o varias a la vez, pues había gran variedad de temáticas (cine, películas y series de TV, animales, estrellas de la canción, automóviles, medios de transporte…). Practicamente de todo lo que se les pueda ocurrir había una colección de cromos, y de eso, naturalmente, va Cromos, cromos y cromos, un trabajo en el que su autor, Guillem Medina, recopila de manera temática un buen número de las colecciones editadas durante los últimos 100 años. Desde los antigüos cromos de chocolate hasta las modernas trading cards de origen norteamericano, aunque deteniéndose especialmente en los álbumes de cromos publicados por las grandes editoriales como Fher (una de las mejores, si no la mejor en el tema), Maga, Bruguera, Luis Romero o por productos alimenticios como Bimbo y Cropán. «Coles» dedicadas a temáticas como cine, desde las más antigüas como las de Nestlé y Bruguera; pasando por las que se detienen en películas como Robin de los bosques o Las minas del rey Salomón, que llegaron a causar, en su infancia y años después, todo un arrebato a Iván Zulueta. El autor incluye un apartado especial dedicado a las colecciones basadas en películas de Walt Disney, y una de las partes más deliciosas del tomo es la dedicada a la televisión, cuya popularidad hizo que proliferaran algunas colecciones que hoy son tesoros, como Bonanza, Autos Locos, Aventuras de Gaby, Fofo y Miliki, con Fofito o Sandokan, incluyéndose asímismo otras de Bimbo, Danone, Panrico e incluso de la revista Pronto, colecciones de cromos que no se adquirían en quioscos o papelerías dentro de un sobre sorpresa.
También se repasan colecciones sobre naturaleza y razas humanas, como los celebérrimos Vida y color, aunque del segundo tomo tan solo se hace referencia, sin detenerse en su contenido, que centrado en las diferentes civilizaciones humanas y sus costumbres, tuvo tal éxito que fue editado en dos tamaños siendo, todavía hoy, una de las colecciones de cromos más importantes editadas en España. También ha espacio para álbumes dedicados a la geografía e historia, incluidos algunos de tema bélico, entre los que brillaron especialmente, -y no es un chiste debido a sus cromos plateados-, Siglo XX de Maga y uno que, lamentáblemente, no se ha incluido, Batallas históricas, uno de los más populares entre la chiquillería por ser bastante sangriento y tener unos cromos troquelados y adhesivos, con los cuales se completaban artísticos dioramas. También fue el primero que, y hablamos de 1973, llevaba el título y los textos en todas las lenguas del Estado español. Y mucho más, colecciones sobre banderas, razas de perros, billetes y monedas, mariposas, muñecas para vestir (especialmente memorables las de chiclés Fleer), todo un mundo de color en un libro que se complementa con los más exhaustivos ¡Andá!, la merienda y ¡Andá!, la merienda II, de Vicente Pizarro, editados también por Diábolo y que están centrados en los cromos y obsequios contenidos en los productos de pastelería industrial y otros alimentos y donde el apartado Bimbo y Cropán ya está más que bien representado. Posiblemente es aquí donde estriba el problema que pueda tener el trabajo de Guillem Medina, en el querer acaparar tanto y no centrarse, por ejemplo, tan solo en los cromos y álbumes de venta en kioscos y papelerías. Incurriendo así, en no demasiadas, pero significativas ausencias, como las señaladas y otras, y que la clasificación resulte un tanto liosa, sobre todo al final del tomo. También motiva esto que haya cierta falta de detalle y se incluya algún producto que, en nuestra opinión, se encuentra algo fuera de lugar,  como es el caso de los Libro de Oro de estampas o los Libros Educativos, pues ambos se vendían con las planchas completas de cromos y tan solo había que recortarlos y pegarlos, alejándose de la filosofía, por llamarla de algún modo, «tengui, falti». Asímismo, podría haber habido algunas pistas sobre la cultura del cromo en España (lugares de cambio, mercados…). Y, para terminar, si se pretende que sea una historia del coleccionismo del cromo en nuestro país, no pueden ignorarse los pequeños cromos de tabaco, que se desarrollaron especialmente en Inglaterra y cuyas colecciones estaban destinadas a los adultos, con imágenes de personajes históricos o incluso cupletistas, antes de abordar el naciente séptimo arte.  O los troquelados, que principalmente eran para jugar pero que reinaron durante finales del siglo XIX a inicios del XX. Todos los cuales evolucionaron hasta los que obsequiaban con el chocolate, colecciones de las que había muchísimas más de las enumeradas y que posiblemente necesitaran, por sí mismas, un tomo exclusivo.
En todo caso, esta es la opinión de alguien que se reconoce muy exigente, Cromos, cromos y cromos conforma un perfecto recorrido por la historia del coleccionismo de cromos en nuestro país,  expone, desde luego, una amplia representación que, sin duda, despertará grandes dosis de añoranza en varias generaciones de españoles, pero en especial sobre los que crecieron en los setenta y los ochenta, cuyo viaje a la infancia muy posiblemente les sumerja en la (maldita) nostalgia.

‘Cambio de cromos’ Fotógrafo: Manel Armengol,1979

Diario de Serendipia en Sitges 2022: Retorno a la normalidad. Séptima cápsula

4 diciembre 2022 Deja un comentario

Prosiguen las aventuras de Serendipia en Sitges con una jornada en la que hubieron buenas películas y una castaña. Adivinen cual…


JUEVES 13


No habíamos vuelto a ver nada del camboyano Rithy Panh desde la impactante La imagen perdida (L’image manquante, 2013) en la cual el director indagaba y retrataba, como ya había hecho en otras ocasiones, el horror que los Jemeres Rojos causaron en su país. Pero lo que la hacía especial, es que, sin perder ni un ápice en impacto u horror, reconstruía las imágenes del genocidio mediante paisajes en miniatura y artesanales figuritas de arcilla, pues estas imágenes, o no existieron, o se extraviaron o, sencillamente, se hicieron desaparecer. Y había que recordar ese horror que le había tocado de cerca, pues toda su familia fue exterminada por ese gobierno genocida a excepción de él, que con 15 años pudo huir, refugiarse en Tailandia y un mes más tarde llegar a París, donde se instaló y estudió cine. La imagen perdida se convirtió en la primera película camboyana nominada a un Premio de la Academia como ‘Mejor Película en Lengua Extranjera’ y el cineasta, tras otras películas y documentales en imagen real, vuelve al cine experimental con Everything Will be Okay, en la que, en esta ocasión, Rithy Panh recurre a imágenes de archivo y figuritas de madera para imaginar un futuro distópico, en el que los animales dominan la Tierra, y donde resuenan las atrocidades del mundo actual. Una película para reflexionar que ofrece muchas claves sobre cómo hemos llegado a ser lo que somos y hacia donde nos encaminamos, con una conclusión que se permite dejar, él que ha visto tanto horror, una diminuta y esperanzadora rendija de luz brillando a través de la entornada puerta.

Los viejos son una carga. Un trasto inservible y un engorro. Huelen raro y son intransigentes. Con sus arrugas y enfermedades nos recuerdan que el tiempo pasa y que cada día que pasa estamos más cerca de ellos de lo que desearíamos. Que mañana, nosotros también seremos viejos. Y el miedo a la vejez parece que se está convirtiendo en uno de los terrores de moda, todo lo cual es natural en una población que va camino de estar formada, en su mayoría, por ancianos. Y si no que se lo digan a Paco Plaza, que con guion de Carlos Vermut estrenó el año pasado La abuela; o, ya fuera de nuestras fronteras, a dos nuevas películas se han producido protagonizadas por padres/abuelos con mal despertar: la alemana Old People (Andy Fetscher) y la norteamericana Old Man de Lucky McKee. Sí, parece que los viejos son la nueva encarnación del terror. Y eso mismo es lo que Raúl Cerezo y Fernando González nos trajeron con Viejos. Y especialmente uno con muy mala leche, Manuel, interpretado por Zorion Eguileor, un actor que cobró popularidad con su papel de Trimagasi en El Hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019). Obvio.  

Raúl Cerezo y Fernando González nos invitan a entrar en casa de Mario (Gustavo Salmerón), su esposa Lena (Irene Anula) y su hija adolescente Naia, (Paula Gallego). Una familia que verá rota su convivencia cuando el padre de Mario, Manuel, se mude a vivir con ellos después de que un terrible suceso acabe con la vida de su anciana mujer. Poco a poco, la realidad se impondrá: el abuelo estorba más de la cuenta, pues algo incomprensible ocurre con él. Las voces que dice escuchar, las presencias con las que dice hablar. Lena quiere echarle de la casa: no solo porque le molesta su presencia, si no porque, además, está segura de que algo espantoso puede ocurrir. Solo la adolescente Naia, la nieta, está de su parte, pero incluso ella empezará a dudar a medida que los fenómenos extraños se sucedan en torno a su abuelo, cada vez más perturbado. Y no es el único viejo que actúa de una manera extraña…

Tras La pasajera en el pasado festival de Sitges, Raúl Cerezo y Fernando González vuelven, ya en Sección Oficial, con esta película que es, un poco, el reverso geriátrico de ¿Quién puede matar a un niño? (1976) el merecidamente mítico film de Chicho Ibáñez Serrador. En Viejos no hay espacio para el humor (como sí lo hubo en La pasajera). Presenciaremos, además de la descomposición del propio anciano, la de su desolado hogar, convertido en un almacén de objetos inservibles y basura. Reflejos borrosos de un pasado que pronto será olvidado: viejas fotos y destartalados muebles, (todo un milagro del departamento de arte del film), entre los cuales el hijo descubrirá, además, que sus padres son unos totales desconocidos para él. Unas ruínas y una dejadez que conseguirá trasmitir el caos y la extrañeza que reina en la casa y en la mente del anciano, llenando al espectador de desazón. En esa oscuridad brillará la nieta, interpretada por Paula Gallego, que vuelve así de nuevo a trabajar con los directores realizando un papel con el que confirma su valía. Viejos también cuenta con la participación de veteranos como Josele Román y Lone Fleming, dos auténticas reliquias del cine español que demuestran estar en buena forma: la mirada de Lone puede ser la más bella, pero también la más inquietante.

Si hay que ponerle un pero, quizás estaría en que no hubiera sido necesaria esa explicación final, que resta verosimilitud a la propuesta: bastante justificada está de por sí misma la rebelión de los más desheredados de la sociedad. De los que estorban. De los viejos.

La siguiente del día es Vesper, un cuento de hadas apocalíptico protagonizado por una niña de trece años, (la Vesper del título, interpretada por Raffiella Chapman) que lucha por sobrevivir en un ambiente hostil con un padre inmobilizado en cama. Ambientada en un futuro distópico después del colapso del ecosistema de la Tierra, Vesper conocerá a una misteriosa mujer que esconde un secreto que podría salva la Tierra del desastre final. Escrita y dirigida por Kristina Buozyte y Bruno Samper, quienes ya causaron sensación hace diez años en este mismo festival con Vanishing Waves, obteniendo con ella el Méliès de oro, en Vesper muestran un futuro con sabor gótico y repleto de un rico imaginario con los que narrar una historia que, a pesar de su oscuridad, se permite dejar cierto espacio para la esperanza. Una de las perlas del festival que no pudimos apreciar en toda su grandeza por el cansancio que comenzaba a pesar sobre Serendipia.

A continuación deberíamos haber visto la oscura You Won’t Be Alone (Goran Stolevski) y así lo programamos pero, a la hora de solicitar los pases del día, comprobamos que había un cambio de programación y, en su lugar, se ofrecía una que, premeditadamente, no queríamos ver: Halloween Ends (David Gordon Green). Ante ese cambio deberíamos haber dejado ahí la jornada, con tres interesantes sesiones, e irnos para casa pero… al final decidimos apuntarnos a ver el ¿final? de Michael Myers y… ¿qué decir?: pues vergüenza. Serendipia sintió enormes escalofríos de vergüenza ajena recorriéndole el cogote. Y también de sufrimiento pues, aunque es una doble, da cierta lástima ver como zarandean y tiran por los suelos al personaje interpretado por la simpática y venerable Jamie Lee Curtis (que por cierto, no parece poner gran entusiasmo en su labor). Entre tanto aburrimiento un buen gag, el que se desarrolla en la emisora de radio que parece señalar que, de haber tirado hacia la comedia,  podría haber funcionado este cuento, que nadie puede tomarse ya en serio. Precisamente el slasher de los ochenta consiguió que este ente que les habla abandonara su afición por el cine de terror. Y  Halloween Ends no hace más que confirmar de lo acertada de aquella decisión.

Así que, buen viaje, Michael. Y, por favor, no vuelvas nunca más.

Y cerramos con Dario Argento, de cuya rueda de prensa ya hablamos largamente en una de nuestras anteriores cápsulas, que también protagonizó un interesante encuentro con el público que les ofrecemos a continuación.

 

 

Categorías: Sitges Film Festival
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