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Archive for 10 julio 2015

VAMOS DE ESTRENO (o no) * Viernes 10 de julio *

LA MIRADA DEL SILENCIO (The Look of Silence, Joshua Oppenheimer, 2014)*****

Dinamarca / Finlandia / Indonesia / Francia / UK. Duranción: 99 min. Guión: Joshua Oppenheimer. Música: Seri Banang, Mana Tahan. Fotografía: Lars Skree. Productora: Final Cut for Real. Género: Documental

the_look_of_silence_1Tras el golpe de estado militar de 1965, el general Suharto ocupó el poder en Indonesia con el beneplácito de  Estados Unidos y su política de erradicación del comunismo. A continuación llegó el genocidio: miles de comunistas, reales o presuntos, fueron asesinados por los escuadrones de la muerte. Los habitantes de pequeñas poblaciones tuvieron que aprender a convivir con sus asesinos y hubo un acuerdo tácito de olvidar. The Act of Killing (2012)  Joshua Oppenheimer permitía que los propios asesinos se jactaran y se pusieran en evidencia relatando los detalles de sus tropelías, sintiéndose héroes al recordar y representar sus crímenes, ofreciendo un sobrecogedor retrato de la maldad humana sin ningún tipo de concesión hacia el espectador, testigo mudo de toda esa crueldad. Precisamente mientras se rodaba esa película, en la que se pone nombre a una de las víctimas, Ramli, su  familia descubrió cómo fue asesinado su hijo.  El hermano más joven de la víctima, Adi, decide romper el silencio y el miedo con el que viven los supervivientes, enfrentándose así a a los responsables del asesinato de su hermano – algo inimaginable en un país donde los asesinos permanecen en el poder.

En el título de este nuevo documental, La mirada del silencio,  se encuentran los dos factores fundamentales del mismo: La mirada acusadora de una víctima, que hace las veces de entrevistador, a los verdugos de su hermano. En un cara a cara silencioso, sin palabras. Sin apartar la vista. Regalando momentos incómodos para el verdugo, que desea marchar, mirar hacia otro lado, desaparecer, amenazando incluso, antes que enfrentarse a esa mirada limpia y digna que quiere romper con el silencio con el que se ha intentado enterrar el pasado. Ni víctimas ni verdugos parecen querer recordar. Ahora viven en una democracia, y si quieren que no se repitan los hechos del pasado, hay que enterrar y olvidar ese pasado. A pesar de que muchos de los responsables de esas matanzas continúan en el poder.

Si The Act of Killing nos rebelaba como seres humanos, esta mirada del silencio nos consuela en parte al permitir que, por medio de Adi, las víctimas puedan enfrentarse a sus verdugos. Mirarles cara a cara. Pero La mirada del silencio es mucho más, es un testimonio sobre la vida y la muerte. La justicia y la falta de ella. Y sobre el ser humano y la falta de humanidad. Sobre nuestra ceguera en este mundo en el que cualquier noticia entierra la anterior en segundos. La sobreinformación que paradójicamente produce silencio y ceguera.

Un documental sobrecogedor e imprescindible.

(En este enlace pueden leer un interesante y revelador artículo escrito por el propio director Joshua Oppenheimer sobre porqué decidió rodar estos documentales, como lo consiguió y las consecuencias de hacerlos hecho. Vean y escuchen)

TERMINATOR GÉNESIS (Terminator Genisys, Alan Taylor, 2015)*****

USA. Duración: 126 min. Guión: Laeta Kalogridis, Patrick Lussier Música: Christophe Beck Fotografía: Kramer Morgenthau Productora: Paramount Pictures / Annapurna Pictures / Skydance Productions Género: Ciencia Ficción.

Reparto: Emilia Clarke, Arnold Schwarzenegger, Jason Clarke, Jai Courtney, J. K. Simmons, Dayo Okeniyi, Lee Byiung-Hun. Matt Smith.

Sinopsis: Año 2032. La guerra del futuro se está librando y un grupo de rebeldes humanos tiene el sistema de inteligencia artificial Skynet contra las cuerdas. John Connor (Jason Clarke) es el líder de la resistencia, y Kyle Reese (Jai Courtney) es su fiel soldado, criado en las ruinas de una postapocalíptica California. Para salvaguardar el futuro, Connor envía a Reese a 1984 para salvar a su madre, Sarah (Emilia Clarke) de un Terminator programado para matarla con el fin de que no llegue a dar a luz a John. Pero lo que Reese encuentra en el otro lado no es como él esperaba…

TerminatorPoster_oficialDejando aparte el interesante punto de arranque, (SPOILER) con ese Terminator de los ochenta y el T-1000, dos sorprendentes guiños a las anteriores entregas de la serie (a falta de la Terminatrix de la tercera)(FIN DEL SPOILER) el film se torna casi soporífero. Invadiendo en todo momento la sensación de que lo que acontece en la pantalla ya lo hemos visto antes. Incluido el final. El Terminator ‘bueno’ de Schwarzenegger se ha vuelto la sombra de la amenaza que era en anteriores filmes, cargando tintas los guionistas en su intención de hacerlo entrañable. El ‘abualeitor’ ya está un poco chocho y se le nota, llegando a sentir algo parecido al instinto paternal. Y es que solo las múltiples explosiones, efectos especiales de última generación, efectivos pero poco sorprendentes,  y la acción a raudales evitan que entremos en fase REM. Es posible que la historia no de más de sí; o que hubiera necesitado un guión más elaborado  y sorprendente. No lo sé. Pero no cautiva esta entrega de Terminator que si bien parece cerrar anteriores ciclos, también amenaza con iniciar uno nuevo ya con Terminator/Schwazenegger actualizado con la tecnología T-1000.

Eso sí, si de algo puede presumir este filme es de ser pudoroso hasta ofender. Quizás habría que explicar a los guardianes de la moral norteamericana que, si quieren que la película sea clasificada para todos los públicos, bien está que a pesar de toooooda la violencia latente, no haya muertes. Vale. Pero no creemos, la verdad, que sea necesario tanto cuidado para no mostrar la más mínima parte de la epidermis de los actores. De acuerdo, mucho se ha abusado del desnudo por ‘exigencias del guión’ en el pasado, pero lo que se hace para evitarlo en Terminator Génesis, sobrepasa el ridículo más absoluto. En pleno siglo XXI a nadie puede ofender un pudoroso desnudo.

LOVE & MERCY (Bill Pohlad, 2014)  *****

USA. Duración: 121 min. Guión: Oren Moverman, Michael A. Lerner Música: Atticus Ross Fotografía: Robert D. Yeoman  Productora: John Wells Productions / River Road Entertainment Género: Drama biográfico.

Reparto: Paul Dano, John Cusack, Elizabeth Banks, Paul Giamatti, Jake Abel, Joanna Going, Kenny Wormald, Dee Wallace, Erin Darke, Max Scheneider, Nikki Wright, Claudia Graf, Paige Diaz.

Sinopsis: Biopic sobre el músico y compositor Brian Wilson, fundador de los Beach Boys, sobre su influencia en la música, y sus problemas nerviosos que propiciaron su relación con el controvertido terapeuta Dr. Eugene Landy.

Lejos de ser un aburrido y gris biopic al uso, Love & Mercy  resulta ser un acertado retrato de la enfermedad mental narrada (y oida) desde dentro de la cabeza del propio músicolove-and-mercy-poster-640x949. Y dirigido de forma muy agil por su director, que por lo pronto renuncia a la cronología y apuesta por hacer avanzar la historia yendo de los sesenta a los noventa y viceversa utilizando dos actores para realizar el mismo papel: Paul Dano como el joven líder de los Beach Boys obsesionado con reproducir los sonidos que oye en su cabeza; y John Cusack, que encarna al maduro músico totalmente roto y manipulado por su terapeuta, papel que interpreta impecablemente el siempre eficaz Paul Giamatti.  Dos escenarios y dos épocas que el director también filma de diferente forma, la de los sesenta, más  excitante, de una forma casi documental, como queriéndonos hacer formar parte de la historia. Y la de los noventa mucho más convencional, casi hasta la exasperación. Somos testigos del ascenso de los Beach Boys y del nacimiento de Pet Sounds, la respuesta de Wilson al Sgt. Peppers y uno de los álbumes clave de la historia de la música del siglo XX; y del descenso a los infiernos de Brian Wilson; así como de la frustrada creación de Smile, disco iniciado en los años sesenta y finalizado en 2004. Y todo está tan bien relatado que uno recupera la fe en los buenos biopics. Y por ende, en el buen cine.

EL MUNDO SIGUE (Fernando Fernán Gómez, 1963) *****

España. Duración: 115 min. Guión: Fernando Fernán Gómez (Novela: Juan Antonio Zunzunegui) Música: Daniel J. White Fotografía: Emilio Foriscot (B&W) Productora: Ada Films Género: Drama.

Reparto: Lina Canalejas, Fernando Fernán Gómez, Gemma Cuervo, Milagros Leal, Francisco Pierrá, Agustín González, José Morales, José Calvo, Fernando Guillén, María Luisa Ponte, Pilar Bardem.

Esta es una de esas película que sin duda incomodaron al Régimen. Estrenada dos años después de realizarse y casi de tapadillo, esta agria historia sobre dos hermanas, que obsesionadas cada una a su manera por la riqueza, se profesan mutuamente un profundo odio, muestra una España alejada de los parámetros felices que a toda costa El_mundo_sigue-273711292-largese nos quería mostrar. Prostitución, aborto, violencia, pobreza, desigualdades sociales… vidas viles en las que el único valor es el del dinero, que Fernán Gómez retrata en un blanco y negro repleto de grises y una banda sonora conformada por los sonidos de la calle, de los vecinos, de los transistores. Pero también del jazz de Daniel J. White, amiguete de saraos nocturnos del propio Fernán Gómez y de Jesús Franco (de quien también fue músico de cabecera)  en el interminable Madrid nocturno de los cincuenta. A pesar de estar rodada en 1963, El mundo sigue mantiene la estética de los años cincuenta, y resulta ser un film tan bien fotografiado y repleto de detalles, que sus imágenes narran más de como fue esa época gris que cualquier documental. Entre sus protagonistas destacan las dos hermanas, una Lina Canalejas en estado de gracia y una bella y eficaz Gemma Cuervo. También realiza una interpretación genuina Milagros Leal como la abnegada madre de ambas jóvenes. Asímismo el Faustino que encarna Fernando Fernán-Gómez es una brillante composición de marido machista, jugador empedernido (hoy lo llamaríamos ludópata) y canalla. Tan brillante como está en la interpretación, Fernán Gómez, lo está también detrás de las cámaras. Como director se permite innovar a la hora de narrar en imágenes: con encuadres rabiosamente modernos, planos fijos bien sostenidos por los actores, brillantes flash-backs que se introducen sin solución de continuidad dentro de la trama, como el magistral momento en el que, mientras Luisita sube las escaleras, se van intercalando planos de ella de niña subiendo (su infancia inocente) y su escalada en su presente en el que se ha convertido en una mantenida que acude al hogar paterno intentando ser perdonada y aceptada (cosa que conseguirá por sus generosos regalos). Puede decirse que, como director,  se avanza a su época. El único pero que podría ponerse a esta obra es su fidelidad al texto literario que la inspira, consecuencia de lo cual hay ocasiones en que el registro lingüístico de los diálogos es poco coloquial.

El mundo sigue se ha querido incluir formando parte en  una especie de trilogía del director junto a La vida por delante (1958) y La vida alrededor (1959), pero  no debería ser así, ya que las dos primeras son comedias y comparten personajes, mientras que El mundo sigue es una historia trágica totalmente ajena a las otras dos.

 

Categorías: VAMOS DE ESTRENO

Joshua Oppenheimer habla sobre La mirada del silencio (The Look of Silence)

Puede hablarse y mucho sobre este magnífico documental, pero este texto, escrito por el propio director e incluido en el dossier de prensa del filme, nos parece un documento fundamental para entender y valorar en su totalidad la obra de Oppenheimer, por lo que hemos decidido incluirlo íntegro. 

Mientras que en The Act of Killing buscaba exponer las consecuencias de construir nuestra realidad cotidiana sobre una base de terror y mentiras, La mirada del silencio explora la vida de los supervivientes que viven en esa realidad. Sin lugar a dudas, hacer una película sobre los supervivientes de un genocidio es adentrarse en un campo minado de clichés que, en su mayoría, nos presentan a un protagonista heroico, si no santo, con el que podemos identificarnos, ofreciéndonos así el falso consuelo de que, en la catástrofe moral de la atrocidad, distamos mucho de parecernos a los asesinos.

Sin embargo, mostrar una imagen santificada de los protagonistas con el fin de convencernos de nuestra bondad es usarlos para engañarnos y un insulto a la experiencia de los supervivientes, sin contar con que no ayuda en absoluto a entender lo que significa sobrevivir a la atrocidad, llevar una vida hecha añicos por la violencia en masa y vivir silenciado por el terror. Así pues, para surcar este campo minado de clichés, hemos tenido que explorar el silencio en sí.

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El resultado, La mirada del silencio, es, espero, un poema sobre el silencio que nace del terror y de la necesidad de acabar con él, pero también sobre el trauma que implica romperlo. Puede que sea un homenaje al silencio, un recordatorio de que, a pesar de que intentemos seguir adelante, mirar hacia otro lado y pensar en otras cosas, nada reparará por completo lo que ya se ha roto, igual que nada resucitará a los que ya han muerto. La mirada del silencio es una invitación a detenernos, a pensar en las vidas que han sido destruidas y a esforzarnos por escuchar el silencio que viene después.

LA MIRADA DEL SILENCIO. HISTORIA DE LA PRODUCCIÓN

La primera vez que visité Indonesia fue en 2001. Fui a ayudar a los trabajadores de las plantaciones de palma de aceite a hacer una película que documentara y pusiera en valor globalizationtapessu lucha por organizar un sindicato tras la caída de la dictadura de Suharto —apoyada por Estados Unidos— durante la cual, las uniones sindicalistas eran ilegales. En aquel entonces, en las remotas aldeas agrícolas de Sumatra septentrional, a duras penas se notaba que ya habían pasado tres años desde el fin de la dictadura militar.

Las condiciones en las que vivía este pueblo eran deplorables. Las mujeres que trabajaban en las plantaciones se veían obligadas a rociar herbicida sin ropa de seguridad. Así, el spray les entraba en los pulmones y llegaba a su torrente sanguíneo, destruyéndoles el tejido hepático. Como consecuencia, las mujeres enfermaban, y muchas morían antes de llegar a los cincuenta años. Si se quejaban de estas condiciones, la empresa, dirigida por belgas, contrataba matones paramilitares para amenazarlas e incluso agredirlas físicamente.

El miedo era el mayor obstáculo en su camino para organizar un sindicato, y era la razón por la que la empresa belga podía envenenar a sus empleados y salir impune. Pero pronto comprendí la raíz de dicho temor: los trabajadores de la plantación habían tenido un gran sindicato hasta 1965, año en el que sus padres y abuelos fueron acusados de simpatizar con el comunismo por pertenecer a éste. Fueron enviados a campos de concentración, explotados como esclavos y, finalmente, asesinados por el ejército y los escuadrones de la muerte.

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En 2001, los asesinos no solo gozaban de impunidad total sino que, junto a sus protegidos, seguían dominando todos los estratos del gobierno, desde la aldea de la plantación hasta el Parlamento. Los supervivientes vivían bajo el temor de que una nueva masacre pudiera desatarse en cualquier momento.

Una vez terminada la película (The Globalisation Tapes, 2002), los supervivientes nos pidieron que volviéramos lo más pronto posible para hacer una nueva cinta sobre la raíz de su miedo, es decir, sobre lo que se siente al vivir rodeado y gobernado por los hombres que asesinaron a sus seres queridos.

Volvimos casi de inmediato, a principios de 2003, y comenzamos a investigar uno de los asesinatos de 1965 del que los trabajadores de la plantación hablaban muy a menudo. La víctima se llamaba Ramli, y su nombre se usaba casi como un sinónimo de los asesinatos en general.

Pronto entendí lo que hacía que ese asesinato en particular se mencionara con tanta frecuencia: hubo testigos. No había forma de negarlo. A diferencia de los cientos de miles de víctimas que desaparecieron en mitad de la noche de los campos de concentración, la muerte de Ramli había sido pública. Y no solo hubo testigos de sus últimos momentos, sino que los asesinos abandonaron su cuerpo en medio de la plantación de palma de aceite, a menos de tres kilómetros de la casa de sus padres. Años después, furtivamente, la familia pudo erigir una tumba en su nombre, aunque solo podían visitarla a escondidas.

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Tanto supervivientes como ciudadanos indonesios en general hablaban de «Ramli». Supongo que porque su muerte fue la triste evidencia de lo que sucedió con las demás víctimas y con toda una nación. Ramli fue la prueba de que los asesinatos, por muy tabú que fueran, habían ocurrido. Su muerte confirmó a los aldeanos todos los horrores que el régimen militar les había obligado a fingir que nunca habían ocurrido pero que, sin embargo, había amenazado con desatar de nuevo. Hablar de «Ramli» y de su asesinato era ese pellizco necesario para volver a la realidad, era un recordatorio de la verdad, una conmemoración del pasado y una advertencia para el futuro. Para los supervivientes y otras personas de la plantación, recordar a «Ramli» era reconocer la raíz de su miedo y, por consiguiente, el primer paso para superarlo.

Cuando regresé a principios de 2003, fue inevitable que se hablase a menudo del caso de Ramli. Los trabajadores de la plantación no tardaron en buscar a la familia del chico, y fue así como conocí a Rohani, la distinguida madre de Ramli, a Rukun, su anciano padre, aunque bromista, y a sus hermanos, incluyendo a Adi, el menor, oculista de profesión y nacido después de los asesinatos.

Rohani buscó en Adi un sustituto de Ramli. Lo tuvo para superar su pérdida y poder seguir viviendo, y Adi ha vivido con esa carga toda su vida. Como los hijos de supervivientes a lo largo de toda Indonesia, Adi creció en una familia tildada oficialmente de «políticamente sucia», empobrecida por décadas de extorsión por parte de los oficiales de las fuerzas armadas locales y traumatizada por el genocidio.

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Adi, al haber nacido después de los asesinatos, no tenía miedo de hacerse escuchar y exigir respuestas. Me atrevería a decir que mi proceso de rodaje le ayudó a entender lo que había sufrido su familia, el rodaje se convirtió en un medio para expresar y superar un terrorismo que todo su entorno se había negado a reconocer por miedo.

Adi y yo nos hicimos amigos inmediatamente, y juntos comenzamos a contactar con otras familias de supervivientes de la región. Se reunían y contaban sus historias mientras nosotros grabábamos. Para muchos de ellos, ésta era la primera vez que hablaban públicamente de lo que había pasado. En una ocasión, una superviviente llegó a casa de los padres de Ramli temblando de miedo, aterrorizada pensando que si la policía descubría lo que estábamos haciendo, la arrestarían y la obligarían a trabajar como esclava, como habían hecho durante los años de dictadura. Aun así, asistió a la reunión decidida a dar su testimonio. Cada vez que pasaba una moto o un coche, parábamos de grabar y escondíamos todo el equipo que pudiéramos. Debido a las décadas de apartheid económico, los supervivientes apenas podían permitirse una bicicleta, por lo que el sonido de un motor significaba la visita de un desconocido.

El ejército, que tiene bases en todas las aldeas de Indonesia, no tardó en enterarse de lo que estábamos haciendo y amenazó a los supervivientes, incluyendo a los hermanos de Adi, para que no participaran en el rodaje. Los supervivientes me rogaron: «Antes de que te rindas y vuelvas a casa, intenta grabar a los culpables. Quizá te cuenten cómo mataron a nuestros familiares». No sabía si era seguro acercarme a los asesinos, pero al hacerlo descubrí que la mayoría presumía de sus acciones. No dudaron en relatarme —a menudo con una sonrisa en los labios y delante de sus familias, de sus nietos incluso— los macabros detalles de los asesinatos. Viendo este contraste entre los supervivientes forzados a guardar silencio y los asesinos jactándose con historias mucho más incriminatorias que cualquier relato de los supervivientes, sentí que había aterrizado en Alemania cuarenta años después del Holocausto solo para encontrar que los nazis seguían en el poder.

Cuando les mostré estos testimonios a los supervivientes que quisieron verlos, incluyendo a los demás hermanos de Adi y Ramli, todos me dijeron algo parecido a: «Tienes algo valiosísimo entre manos. Sigue grabando a los culpables, pues cualquiera que vea esto, se verá obligado a reconocer lo podrido que está el corazón del régimen que estos asesinos han construido». A partir de ese momento, sentí que la comunidad de supervivientes y derechos humanos me había confiado una tarea que para ellos era imposible de realizar sin poner sus vidas en riesgo: grabar a los asesinos. Todos mostraron mucho entusiasmo al invitarme a los lugares donde habían cometido los crímenes y caían en demostraciones espontáneas sobre cómo los habían llevado a cabo. Al terminar, se quejaban de que no se les había ocurrido llevar un machete de atrezo o a algún amigo que interpretara el papel de la víctima. Un día, a principios del proyecto, conocí al líder del escuadrón de la muerte de la plantación en la que habíamos grabado The Globalisation Tapes. Él y otro verdugo me invitaron a visitar un claro a las orillas del «Río de la Serpiente» en el que habían ayudado a asesinar a 10.500 personas. De repente, me di cuenta de que me estaba contando cómo había matado a Ramli. Me había topado con uno de sus asesinos.

TORONTO, ON - SEPTEMBER 11:  Director Joshua Oppenheimer and subject Adi Rukun of "The Look of Silence" pose for a portrait during the 2014 Toronto International Film Festival on September 11, 2014 in Toronto, Ontario.  (Photo by Maarten de Boer/Getty Images)

TORONTO, ON – SEPTEMBER 11: Director Joshua Oppenheimer and subject Adi Rukun of «The Look of Silence» pose for a portrait during the 2014 Toronto International Film Festival on September 11, 2014 in Toronto, Ontario. (Photo by Maarten de Boer/Getty Images)

Hablé con Adi sobre este encuentro, y tanto él como otros miembros de la familia me pidieron ver la grabación. Fue así como conocieron los detalles de la muerte de Ramli.

Durante dos años, desde 2003 hasta 2005 y desde el campo hasta la ciudad, grabé a cada uno de los asesinos que pude encontrar en Sumatra septentrional, visitando a cada escuadrón de la muerte hasta poder acceder a los superiores en la línea de mando. Anwar Congo, quien se convertiría en el personaje principal de The Act of Killing, fue el cuadragésimo primer asesino al que filmé.

Dediqué los cinco años siguientes a la grabación de The Act of Killing y, a medida que avanzaba el proceso, Adi me pedía ver el material filmado. Veía todo lo que le podía enseñar en el tiempo que podía sacar para él. Estaba anonadado.

Al ser grabados, los autores de genocidios de tal magnitud suelen negar las atrocidades que han cometido o disculparse por ellas, pues cuando los cineastas los contactan, ya han sido expulsados del poder y sus acciones han sido condenadas y expiadas. En este caso, los homicidas a los que estaba filmando habían salido victoriosos, habían construido un régimen terrorista basado en la celebración de un genocidio y seguían estando al mando. Nunca tuvieron que admitir sus errores, y es por esto que The Act of Killing no es un documental sobre un genocidio ocurrido hace 50 años, sino el desenmascaramiento de un régimen actual fundado en el terror. Tampoco es una narrativa histórica, es una película sobre la historia misma, sobre las mentiras que los vencedores cuentan para justificar sus acciones y sobre los efectos de dichas mentiras; sobre un pasado traumático sin resolver que sigue atormentando al presente.

Desde el principio de mi travesía, supe que había otra película que debía realizar con igual urgencia, una sobre el presente también. En The Act of Killing reinan las víctimas ahora ausentes, los muertos. Prácticamente cada uno de los pasajes tristes termina abruptamente con una página de silencio y angustia, con un paisaje vacío y a menudo en ruinas habitado por una única y solitaria figura. El tiempo se detiene. Hay una ruptura en el punto de vista de la película, un cambio abrupto al silencio, una conmemoración de las víctimas y de las vidas destruidas sin justificación. Sabía que haría otra película en la que entráramos a esos espacios lúgubres para sentir desde lo profundo de nuestro ser lo que sienten los supervivientes obligados a vivir ahí y a construir sus vidas bajo la mirada vigilante de quienes asesinaron a sus seres queridos y aún siguen en el poder. Esa película es La mirada del silencio.

the_look_of_silence_1Además del material grabado entre 2003 y 2005 que Adi pudo ver, grabamos La mirada del silencio en 2012, después de editar The Act of Killing pero antes de estrenarla, tras lo cual sabía que ya no podría volver a estar a salvo en Indonesia. Trabajé muy de cerca con Adi y sus padres, quienes, junto a mi equipo indonesio anónimo, se habían convertido en una nueva parte de mi familia.

Adi pasó años estudiando las grabaciones de los genocidas. Las veía con una mezcla de conmoción, tristeza e indignación; quería entenderlas. Mientras tanto, sus hijos estaban en el colegio aprendiendo que todo lo que les había pasado —la esclavitud, las torturas, los asesinatos, las décadas de apartheid político— era culpa de ellos mismos, doctrina que buscaba instigar un sentimiento de culpa en los hijos de los supervivientes. Adi quedó sumamente afectado e indignado por la arrogancia de los oficiales, el trauma y miedo causado a sus padres y el lavado de cerebro al que estaban expuestos sus hijos. En vez de proponerme continuar desde donde lo habíamos dejado en 2003, reuniendo supervivientes para que nos contaran su experiencia, Adi decidió que quería conocer a los hombres implicados en el asesinato de su hermano. Tenía la esperanza de que, al presentárseles como el hermano de la víctima, se vieran obligados a reconocer sus crímenes.

En Indonesia, que una víctima confronte a un criminal es algo inconcebible, como puede apreciarse en The Act of Killing. Se trataba de un proyecto sin precedentes: hacer una película en la que víctimas confrontaran a asesinos mientras estos seguían al mando. Los enfrentamientos eran peligrosos; cuando nos reuníamos con los peces más gordos, iba solo con Adi y mi equipo danés: el cámara Lars Skree y el productor Signe Byrge Sørensen. Adi venía sin identificación. Borrábamos todos los números de nuestros teléfonos móviles y llevábamos un segundo coche al que pudiéramos cambiarnos minutos después de habernos ido, para así huir más fácilmente en caso de que los oficiales enviaran a la policía o a sus matones a seguirnos. Pero ninguno de los enfrentamientos acabó violentamente, en gran medida gracias a la paciencia y la empatía de Adi y al hecho de que los homicidas no sabían muy bien cómo reaccionar, dado que ya me habían conocido unos años atrás.

Aun así, los encuentros fueron tensos. Una y otra vez, Adi verbalizaba lo que nunca se había dicho, permitiendo al público sentir lo que es sobrevivir a un genocidio y percibir las sombras de un silencio opresivo nacido del miedo.

IMPACTO DE THE ACT OF KILLING

The Act of Killing tuvo el impacto que los supervivientes esperaban cuando me animaron a grabar a los autores del genocidio. Ha sido proyectada miles de veces en Indonesia y está disponible en línea gratuitamente para todos los habitantes del país, lo que ha ayudado a catalizar una transformación en la forma en que Indonesia entiende su pasado. Ahora, tanto los medios como el público pueden, por primera vez y sin temor, investigar el genocidio como lo que fue, un genocidio, y hablar de los vínculos entre la catástrofe moral que representaron las masacres y la catástrofe moral que es el régimen actual constituido y aún presidido por los asesinos.

En octubre de 2012, la revista más importante de Indonesia, Tempo Magazine, publicó una edición especial doble dedicada a The Act of Killing que incluía 75 páginas de las prepotentes declaraciones de los genocidas entrevistados en toda Indonesia. El editor de la revista recopiló estos testimonios para demostrar que la película pudo haber sido realizada en cualquier parte de Indonesia, que hay miles de estos temidos criminales gozando de impunidad en todo el país y que los problemas de corrupción y gansterismo son sistémicos. Esta edición especial significó el fin de los 47 años de silencio sobre el genocidio en los principales medios de comunicación.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos de Indonesia emitió sus declaraciones sobre el documental: «Si queremos transformar Indonesia en el país democrático que dice ser, los ciudadanos deben reconocer el terrorismo y la represión sobre los que ha sido construida nuestra historia contemporánea. Ninguna película u obra artística al respecto ha logrado eso de manera tan efectiva como The Act of Killing. Es de visionado obligatorio para todos nosotros».

Durante mucho tiempo, el gobierno indonesio ignoró The Act of Killing con la esperanza de que desapareciera. Cuando el documental fue nominado a un premio de la Academia, el portavoz del presidente indonesio reconoció que el genocidio de 1965 había sido un crimen contra la humanidad y que Indonesia necesitaba un período de reconciliación, pero a su propio ritmo. Si bien esto no significó que aceptase el documental, sí fue un avance significativo, pues representó un cambio radical por parte del gobierno que, hasta ese entonces, aseguraba que los asesinatos habían sido gloriosos y heroicos.

Hay una escena en The Act of Killing en la que acuso a uno de los asesinos de haber cometido crímenes de guerra, y él responde denunciando la hipocresía de Occidente, recordando que Estados Unidos masacró a los nativos americanos. De hecho, y más concretamente, los Estados Unidos y el Reino Unido ayudaron a maquinar el genocidio indonesio y, durante décadas, apoyaron de muy buena gana la dictadura militar que ascendió al poder tras la masacre.

Cuando The Act of Killing recibió un premio BAFTA, usé mi discurso de aceptación para recalcar que ni el Reino Unido ni los Estados Unidos de América podrán tener una relación ética con Indonesia –ni con muchos otros países del hemisferio Sur- hasta que reconozcamos los crímenes del pasado y el papel que jugamos al apoyar, participar en y, en última instancia, ignorar dichos crímenes.

Un documental no puede cambiar el panorama político de un país. No obstante, como el niño en El traje nuevo del Emperador, puede propiciar un espacio en el que la gente dispuesta a reaccionar pueda tratar los problemas más desgarradores e importantes de la nación por primera vez y sin temor.

Es justamente ahí, en ese espacio, donde entra en juego La mirada del silencio.

SITUACIÓN POLÍTICA ACTUAL DE INDONESIA

En julio de 2014 se eligió, por primera vez en Indonesia, a un presidente sin orígenes elitistas, que no es un oligarca enriquecido a través de la corrupción y el saqueo de los recursos del Estado ni un general del ejército llegado al poder a través de una dictadura militar.

El presidente electo Joko Widodo, comúnmente conocido como «Jokowi», ha demostrado una preocupación real por la difícil situación en la que se encuentran los indonesios y no ha tenido pelos en la lengua para denunciar la necesidad de reconocer las violaciones de los derechos humanos perpetradas por las fuerzas militares. Sin embargo, entre sus partidarios se encuentran generales del ejército rodeados de asesinos y sus compinches, incluyendo a los generales ya retirados Hendropiyono y Wiranto, ambos responsables de unas de las peores masacres en la historia de la dictadura militar del Nuevo Orden. Como si fuera poco, Jokowi eligió como compañero de tándem a Jusuf Kalla, el vicepresidente, quien aparece en The Act of Killing en un mitin paramilitar diciendo que, básicamente, se necesitan matones para apalear al pueblo y conseguir resultados.

No obstante, también es cierto que el contrincante de Jokowi, Prabowo Subianto, oligarca y antiguo jefe de las tan criticadas fuerzas especiales del país, fue la encarnación del lado más oscuro de la política indonesia. Prabowo es tristemente célebre por haber urdido la desaparición, tortura y ejecución de estudiantes activistas en 1998, las masacres de etnias chinas en 1998 y las matanzas de Timor Oriental.

Durante la campaña electoral, su equipo de campaña amenazó con arrestar a los periodistas críticos, avivó las llamas del extremismo religioso y declaró que Indonesia no estaba lista para una democracia electoral. Su derrota, aunque por un margen mínimo, fue un gran alivio para los supervivientes de abuso de los derechos humanos, minorías étnicas y religiosas y cualquiera implicado en la lucha por la democracia legítima de Indonesia.

Los pulquérrimos antecedentes de Joko Widodo como gobernador de Yakarta y el rechazo al antiguo régimen mostrado por el electorado son, al fin, motivo de esperanza para Indonesia.

CONTEXTO HISTÓRICO:
Masacres de 1965 – 1966 en Indonesia
Editado a partir de los comentarios sobre las masacres, sus consecuencias e implicaciones, del historiador John Roosa (Profesor de Historia de la Universidad de Columbia Británica; autor de Pretext for Mass Murder: The September 30th Movement and Suharto’s Coup D’Etat in Indonesia (Pretexto para el asesinato masivo: el Movimiento del 30 de septiembre y el golpe de estado de Suharto en Indonesia).
Comentarios iniciales y finales adicionales escritos por Joshua Oppenheimer.
En 1965, el gobierno de Indonesia fue derrocado por las fuerzas armadas. Sukarno, el primer presidente de Indonesia, fundador del Movimiento de Países no Alineados y líder de la revolución nacional contra el colonialismo holandés, fue destituido y remplazado por el general de derechas Suharto. El Partido Comunista Indonesio (PKI), que siempre había tenido un papel fundamental en la lucha contra el colonialismo holandés y que había apoyado firmemente al presidente Sukarno —a pesar de no ser comunista— fue prohibido de inmediato.
La víspera del golpe, el PKI era el partido comunista más grande del mundo fuera de un país comunista. Estaba oficialmente comprometido a llegar al poder a través de elecciones y entre sus aliados se encontraban todos los sindicatos y cooperativas para campesinos sin tierras de Indonesia. Sus principales temas de campaña incluían una reforma agraria y la nacionalización de las empresas mineras, petroleras y forestales extranjeras. Con esto, buscaban emplear los vastos recursos naturales de la nación en beneficio del pueblo indonesio que, tras 300 años de explotación colonial, vivía, en su mayoría, en la pobreza extrema.
Tras el golpe militar de 1965, cualquiera que se opusiera a la nueva dictadura militar podía ser acusado de ser comunista. Esto incluía a sindicalistas, campesinos sin tierras, intelectuales y etnias chinas, así como a cualquiera que hubiera luchado por la redistribución de la riqueza tras el fin del colonialismo. En menos de un año, y con la ayuda directa de gobiernos occidentales, más de un millón de estos «comunistas» fueron asesinados. En Estados Unidos, la masacre fue celebrada como una «gran victoria sobre el comunismo» y recibida, ampliamente, como una buena noticia. La revista Time reseñó: «La mejor noticia sobre Asia que Occidente ha recibido en años», mientras que en el New York Times se leyó el titular: «Un rayo de esperanza para Asia» y se aprovechó para felicitar al gobierno por su buena labor escondiendo su participación en los asesinatos. (Cabe acotar que la inculpación de las etnias chinas, que habían llegado a Indonesia en los siglos XVIII y XIX, fue fomentada por el servicio de inteligencia estadounidense, que buscaba crear divisiones entre el nuevo régimen indonesio y la República Popular China. Asimismo, la masacre de los miembros aldeanos del PKI y sus sindicatos y cooperativas también fue incitada por Estados Unidos, quien temía que sin una «política de tierra quemada», el nuevo régimen indonesio pudiera llegar a acoger, en algún momento, la base del PKI).
En muchas regiones de Indonesia, el ejército reclutó civiles para que cometieran los asesinatos. Se les organizó en grupos paramilitares y se les garantizó un entrenamiento básico (con un importante respaldo militar). En la provincia de Sumatra Septentrional, como en otras provincias, los paramilitares fueron reclutados, en su mayoría, de pandillas de gánsteres o “preman”. Desde las masacres, el gobierno indonesio ha celebrado «el exterminio de los comunistas» como una lucha patriótica, y ha ensalzado a paramilitares y matones al estatus de héroes, premiándolos con poder y privilegios.
Desde entonces, estos hombres y sus protegidos han ocupado posiciones clave en el poder que han usado para oprimir y perseguir a sus opositores. El pretexto usado para el genocidio de 1965 – 1966 fue el asesinato de seis generales del ejército la noche del 1 de octubre de 1965.
1 de octubre de 1965: El movimiento 30 de septiembre (Gerakan 30 September o G30S), conformado por subalternos descontentos de las Fuerzas Armadas de Indonesia, asesinó a seis generales del ejército en un golpe de estado frustrado y abandonó sus cuerpos en un pozo al sur de la ciudad. Al mismo tiempo, las tropas del Movimiento se apoderaron de la emisora de radio nacional para anunciar su intención de proteger al presidente Sukarno de los generales de derecha del ejército que atentaban con tomar el poder. El Movimiento 30 de septiembre fue derrotado incluso antes de que la mayoría de los indonesios supiera de su existencia. El teniente general Suharto, experimentado comandante del ejército, sobrevivió al atentado y no tardó en contraatacar y sacar de Yakarta a las tropas del Movimiento en un solo día.
Suharto acusó al Partido Comunista de Indonesia (PKI) de haber organizado el Movimiento y, posteriormente, orquestado el exterminio de simpatizantes del partido. El ejército de Suharto acorraló a más de un millón y medio de personas, acusándolas de estar involucradas con el Movimiento. En uno de los peores baños de sangre del siglo XX, cientos de miles de individuos fueron masacrados por el ejército y sus grupos paramilitares asociados, principalmente en Java Central, Java del Este, Bali y Sumatra Septentrional entre finales de 1965 y mediados de 1966. Suharto aprovechó este clima de emergencia nacional para usurpar, progresivamente, la autoridad del presidente Sukarno y para marzo de 1966 ya se había instaurado como presidente de facto y se había atribuido el poder de nombrar y despedir ministros.
Las masacres fueron totalmente desproporcionadas con su causa aparente. El Movimiento fue una conspiración a baja escala organizada por unas pocas personas y, en total, dejó un saldo de 12 muertos. Suharto exageró su magnitud hasta darle la forma de una conspiración continua y a nivel nacional para cometer asesinatos en masa. Todos los millones de personas asociados al PKI, incluyendo a campesinos analfabetos de aldeas remotas, fueron tachados de asesinos y de responsables colectivos del Movimiento.
Ni el gobierno indonesio ni los oficiales militares, hasta el fin del régimen de Suharto en 1998, dudaron en invocar al fantasma del PKI como respuesta ante cualquier disturbio o señal de discrepancia. La frase clave en cada argumento del régimen era: «El peligro latente del comunismo». La erradicación incompleta del PKI fue, en el sentido estricto de la palabra, la razón de ser del régimen de Suharto. El instrumento jurídico original bajo el que el régimen gobernó Indonesia más de 30 años fue la orden presidencial de Sukarno del 3 de octubre de 1965, en la que autorizaba a Suharto a «restaurar el orden». Se trataba de una orden de emergencia. Pero para Suharto, la emergencia nunca acabó.
En su intento de construir una ideología que legitimara su dictadura, Suharto se presentó como el salvador de la nación por haber derrotado al Movimiento. Su régimen usó todos los medios y métodos de propaganda estatal a su alcance para grabar el evento en las mentes de los habitantes: libros de texto, monumentos, nombres de calles, películas, museos, rituales conmemorativos y fiestas nacionales. El régimen de Suharto justificó su existencia ubicando al Movimiento en el centro de su narrativa histórica y promoviendo la imagen del PKI como la de un mal inefable. Con Suharto, el anticomunismo se convirtió en la religión de estado, con sus propios lugares sacros, rituales y fechas.
Es impresionante lo mal que ha sido entendida la violencia anti-PKI, teniendo en cuenta la escala de su magnitud. Sin lugar a dudas, el hecho de que los autores de las masacres fueran tanto militares como civiles, ha empañado las responsabilidades. No obstante, por lo poco que se conoce, es evidente que el ejército tuvo la mayor parte de la responsabilidad y que los asesinatos fueron un ejemplo de violencia planeada y burocrática, no espontánea y popular. A través del estricto control de los medios y a base de inventar historias falsas sobre el Movimiento, el grupo de oficiales de Suharto manipuló a los civiles y les inculcó la sensación de que el PKI estaba sediento de sangre. De no haber existido esta deliberada provocación por parte de los militares, el pueblo no habría creído que el PKI era una amenaza mortal, pues este se había mantenido en términos de paz tras los actos del 30 de septiembre. A partir de principios de octubre de 1965, el ejército trabajó sin cesar para despertar el odio del pueblo en contra del PKI, y el gobierno de Estados Unidos incitó activamente a la milicia indonesia a perseguir a cada comunista de a pie. Incitó a los grupos de civiles paramilitares a actuar, les garantizó impunidad y les brindó apoyo logístico.
En contra de la creencia popular, fueron muy pocos los casos de violencia desatados por los aldeanos. Por lo general, el ejército de Suharto prefería las desapariciones misteriosas a las ejecuciones públicas. El ejército y sus grupos paramilitares solían cometer sus masacres a larga escala en secreto: sacaban a los prisioneros de sus cárceles por la noche, los llevaban a lugares alejados, los ejecutaban y luego enterraban sus cuerpos en fosas comunes sin ninguna identificación o los echaban a los ríos.
La tragedia de la historia moderna de Indonesia yace no solo en las masacres organizadas por el ejército en 1965 – 1966, sino también en la ascensión al poder de los asesinos, de las personas que percibían las matanzas y la guerra psicológica como formas normales y legítimas de gobierno. El mismo régimen que se legitimó a sí mismo señalando la fosa común del pozo y jurando: «Nunca más», dejó un sinfín de fosas comunes a lo largo de todo el país, desde Aceh en el extremo oeste hasta Papúa en el extremo este. La ocupación de Timor Oriental desde 1975 a 1999 también dejó decenas, si no centenas, de miles de muertos, muchos enterrados anónimamente. Cada fosa común en el archipiélago es una señal del ejercicio de poder arbitrario y no declarado vivido en el país.
La obsesión con un hecho relativamente insignificante (el Movimiento) y el tachón de un acontecimiento de la historia mundial (las masacres de 1965 – 1966) han eliminado el sentimiento de empatía por las víctimas y por los familiares de los hombres y mujeres desaparecidos. Mientras un monumento señala el pozo en el que las tropas del Movimiento abandonaron los cuerpos de los seis generales del ejército el 1 de octubre de 1965, no hay nada que señale las fosas comunes en las que yacen los cientos de miles de personas asesinadas en nombre de la erradicación del Movimiento.
Concentrarse en quién mató a los generales el 30 de septiembre de 1965 ha funcionado como un fetiche para desviar la atención del asesinato de más de un millón de supuestos comunistas en los meses siguientes. El régimen de Suharto produjo un sinfín de propaganda sobre los despiadados comunistas implicados en el asesinato de los generales, e incluso actualmente la gran mayoría de los debates sobre el genocidio se concentran en eso. Y esto es cierto también en la mayoría de las fuentes en inglés.
En mi opinión, participar en un debate sobre quién mató a los generales sería grotesco, es por eso que no lo incluyo en The Act of Killing. El genocidio de Ruanda se desató cuando el presidente de Ruanda Juvénal Habyarimana (un hutu) murió tras un atentado a su avión mientras este se aproximaba a Kigali. Concentrarse en quién derribó el avión (¿habrán sido los extremistas tutsi? ¿O quizá los extremistas hutu buscando agitar al pueblo?) en vez de en el asesinato de 800.000 tutsis y hutus a lo largo de los siguientes 100 días sería inadmisible.
Asimismo, saber quién incendió el Reichstag es irrelevante para entender el Holocausto. Preguntarse si los oficiales descontentos involucrados en el asesinato de los seis generales contaron o no con el apoyo del líder del PKI es plantearse una pregunta completamente errónea, pues juega el papel pernicioso de desviar la atención de un genocidio de relevancia mundial. Imagínense si, en Ruanda, la pregunta más importante sobre los acontecimientos de 1994 fuera «¿Quién derribó el avión presidencial?». Eso solo sería concebible si los asesinos siguieran en el poder.

JOSHUA OPPENHEIMER

Joshua Oppenheimer, as shot by Daniel Bergeron

Joshua Oppenheimer, as shot by Daniel Bergeron

Nacido en 1974, en EEUU, Joshua Oppenheimer reside en Copenhague, Dinamarca, donde es socio de la compañía productora Final Cut for Real. Durante más de una década, Oppenheimer ha trabajado con grupos paramilitares, escuadrones de la muerte y sus víctimas para explorar los vínculos entre la violencia política y el imaginario colectivo. Graduado de Harvard y Central Saint Martins, su primer largometraje fue The Act of Killing (2012). Entre sus obras anteriores se encuentran The Globalisation Tapes (2002, producida con Christine Cynn), The Entire History of the Louisiana Purchase (1998), These Places We’ve Learned to Call Home (1996) y otros cortometrajes.

Oppenheimer es el director artístico del Centro Internacional del Documental y Cine de Autor de la Universidad de Westminster.

Filmografía

The Act of Killing (159 minutos, 117 minutos, 95 minutos – ganadora de 72 premios internacionales incluyendo el Premio del Cine Europeo 2013, el Premio BAFTA 2014, el Asia Pacific Screen Award 2013, el Premio del Público de la Berlinale (Sección Panorama) 2013 y el Guardian Film Award 2014 por Mejor Película; nominada a los Premios de la Academia 2014 como Mejor Documental; estrenada en cines en 30 países; proyectada en innumerables festivales de cine incluyendo el Festival de Cine de Telluride, el Festival de Cine Internacional de Toronto, el Festival New Directors/New Films y el Festival de Cine Internacional de Berlín.

The Globalisation Tapes (documental, producido con Christine Cynn, 2002).

The Entire History of the Louisiana Purchase (50 minutos, 1997; Hugo de Oro, Chicago, 1998; Festival de Cine de Telluride, 1997).

These Places We’ve Learned to Call Home (cortometraje, 1997; Aguja de Oro, San Francisco, 1997).

La mirada del silencio. Premios

2014 Festival de Venecia – Premio del Jurado

2014 Festival de Venecia – Premio de la Crítica (FIPRESCI) – Mejor Película

2014 Festival de Venecia – Premio de la Crítica Europea (FEDEORA) – Mejor Película

Europea y Mediterránea

2014 Festival de Venecia – Mejor Película – Premio Crítica Online (Mouse d’Oro)

2014 Festival de Venecia – Human Rights Nights Award

2015 Premio de la Academia Danesa – Mejor Documental (Robert Prize)

2015 Premio de la Asociación de Críticos Daneses – Mejor Documental (Bodil Prize)

2015 Festival Internacional de Berlín – Peace Film Prize

2014 Festival Internacional de Busan – Mejor Documental (Cinephile Prize)

2015 SXSW Film Festival – Premio del Público – Mejor Película – Festival Favorites –

2015 Festival Internacional de Goteburgo – Mejor Documental – Dragon Award

2015 Festival d’Angers – Premio del Público – Mejor Película –

2014 CPH:DOX Gran Premio (DOX Award)

2014 Premio Consejo Danés de las Artes

2015 True/False Film Festival – True Life Fund Recipient

2015 Festival de Cinéma Valenciennes – Grand Prix du Jury –

2015 Festival de Cinéma Valenciennes – Premio de la Crítica

2015 Festival de Cinéma Valenciennes Prix Étudiants

2015 Festival Internacional de Sofía – Mejor Documental

2015 Prague One World Film Festival – Mejor Película

2014 Festival de Cine de Denver – Mejor Documental

2015 Tromsø Festival Internacional – Premio Don Quixote

2015 Victoria Film Festival – Mejor Documental

 

 

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