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El cine en zapatillas: El hombre y el monstruo
EL HOMBRE Y EL MONSTRUO (Rafael Baledón, 1958) DVD Regia Films
México. Duración: 75 min. Guión: Raúl Centeno Música: Gustavo César Carrión Fotografía: Raúl Martínez Solares Formato Pantalla: 1,33:1 (4/3) Fullscreen Audio: Español neutro Blanco y negro.
Reparto: Enrique Rambal, Abel Salazar, Martha Roth, Ofelia Guilmáin, Laura Baledón, José Chávez, Carlos Suárez
Sinopsis: Ricardo (Abel Salazar) es un periodista que acude a un lejano caserón para entrevistar al famoso pianista Samuel Magno (Enrique Rambal) quien aparentemente ha dejado de tocar para convertir a la joven Laura (Martha Roth) en la mejor pianista del mundo. Pero cuando Abel llega al caserón encuentra el cadáver de una joven que ha tenido un accidente de tráfico, aunque Abel sospecha que la causa de la muerte es otra debido a los profundos arañazos del rostro de la joven y a la posición del cuerpo. Tras este primer impacto, Abel poco a poco irá descubriendo un horrible secreto que al parecer convierte a Samuel en algo que nadie podría esperar cada vez que toca una melodía concreta, una melodía con una atroz y enigmática historia detrás
Hace unos días, con motivo del estreno en el Festival de Sitges de la cinta mexicana Tenemos la carne, dirigida por el jovencísimo Emiliano Rocha, alguien escribió, con total ausencia de criterio y sin haber visto ni siquiera la película en cuestión, un pequeño artículo con un desafortunado y totalmente falso título: «Tenemos la carne, la primera película mexicana de horror que no da pena«. El post, publicado en el portal mexicano Arca TV levantó cierta polémica por su falso titular y por el resto de su contenido, lo que posiblemente terminó consiguiendo que fuera retirado.
Y es que no hace falta ser un gran erudito en esa cinematografía para, tras apartar el gran paquete de entrañables películas de luchadores, recordar nombres como los de Carlos Enrique Taboada, Juan López Moctezuma, el propio Guillermo del Toro o Jorge Michel Grau para encontrar propuestas interesantes e imprescindibles. Tanto como las que en los años cincuenta ofreció Fernando Méndez con el El vampiro (1957) y El ataúd del vampiro (1958), díptico protagonizado por el conde Lavud/Duval encarnado por el asturiano Germán Robles. Y precisamente aquí queríamos ir a parar, ya que estas cintas fueron producidas y protagonizadas por Abel Salazar, un actor que interpretó, y muy bien, papeles de moderno galán en todo tipo de género, pero que también se encargó de producir cine destacando, por su temática fantástica, la adaptación mexicana de Las cinco advertencias de Satanás (1945) y la terrorífica El monstruo resucitado (1953), que introdujo al mad doctor en la cinematografía mexicana. Poco después Salazar funda la productora ABSA, con la que puso en marcha westerns, comedias, dramas románticos y por supuesto, películas de terror, en las que también participaba como actor, dando de pleno en diana con las ya mencionadas El vampiro (1957) y El ataúd del vampiro (1958). Entre las producciones de ABSA centradas en el género de terror figuran algunas que Regia ya ha ofrecido en su colección Terror Mexicano, como El espejo de la bruja (Chano Urueta, 1962) y La maldición de la llorona (Rafael Baledón, 1963); otras que esperamos ver editadas, como La cabeza viviente (1963); y El hombre y el monstruo (1959) con la que la productora tras importar con éxito el mito de Drácula y ubicarlo en una hacienda mexicana, repite la misma operación con un sosias de Jeckyll y Mr. Hyde, añadiendo a su personaje guiños a Svengali, Fausto, el hombre lobo y el fantasma de la ópera. Casi nada.
La cinta fue dirigida por el muy prolífico actor y director Rafael Baledón, que no se prodigó mucho con el cine de terror. El hombre y el monstruo fue su primera acercamiento y lo hizo reflejándose en el cine norteamericano, que basado en la escuela alemana, basa gran parte de su efectividad en el contraste de luz y sombras, pero con la acción situada claramente en el México contemporáneo, algo que personalmente nos fascina. De nuevo su reparto cuenta con
Abel Salazar como héroe de la función, algo bastante habitual en las películas que produjo, aunque en 1962 probó fortuna encarnando un rol terrorífico en El barón del terror (Chano Urueta), que ha terminado siendo una de las piezas clave del mejor cine psicotrónico. Su baron Vitelius d’Estera, que se transforma en un monstruoso ser sorbecerebros, ha contribuido a que sea considerada cinta de culto en Estados Unidos bajo el nombre de Brainiac. Tampoco conviene olvidar a Enrique Rambal, que interpreta al torturado músico que ha vendido su alma al diablo y que como efecto secundario a ese pacto se transforma en una monstruosa bestia cuando toca o suena una melodía concreta en el piano. Rambal, español nacido en Valencia e hijo del importante actor y director escénico teatral de idéntico nombre, se trasladó a México donde vivió durante toda su vida y participó en gran número de cintas, entre las que sobresale El ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel, donde por cierto también encontramos a la también española Ofelia Guilmáin, que interpreta en la cinta de Baledón a Cornelia, la posesiva madre del músico. La actriz también se instaló en México, aunque en su caso obligada por razones políticas tras el final de la Guerra Civil.
Destacan en esta cinta, además de la fotografía, de la que se encargó Raúl Martínez Solares, que con ese elegante blanco y negro parece adelantarse a los goticismos que llegarían poco después de Italia, la partitura de Gustavo César Carrión, que ya poseía experiencia en sonorizar pesadillas por ser también el responsable de la música de El vampiro y El ataúd del vampiro y cuyos servicios serían reclamados de nuevo para el resto de producciones terroríficas de Salazar.
Vista ahora pensamos que la película no ha envejecido mal: su intriga está bien medida; no se ha recurrido al odioso cómico de turno que tanto mal haría al cine azteca; posee toques ciertamente macabros y algo enfermizos; y el monstruo es un recurso del que no se abusa, tarda en aparecer y en el que, aunque el maquillaje y los efectos especiales, pobres deudores de los de John P. Fulton para el hombre lobo de Universal, no son como para merecer una estatuílla, compensan por el encanto que destila esta pieza, modesta pero efectiva, perfecta muestra de la concepción del terror que se podía ver en los cines antes de la llegada de Hammer Films y Herschell Gordon Lewis con su explosión de rojo en las pantallas.
Una nueva ocasión de agradecer a Regia Films su la labor al editar estas películas y en tan inmejorables condiciones.
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