Christopher Lee (1922-2015)
Hay varios signos que me van recordando periódicamente que me estoy haciendo mayor. Es más, que posiblemente ya lo sea. Noto indicios, como el que no me sepa manejar ni disponga de Internet en mi móvil ni me parezca algo imprescindible; tener lagunas mentales y pérdidas de memoria; que no sea necesario en mi vida el wasap; haber dejado de tomar alcohol; que las muchachas veinteañeras me traten de usted; no ir a conciertos musicales; el odio profundo a toda tribu urbana nueva; o que sea un frustrado sexual de manual. Afortunadamente no tengo hijos, si no supongo que entonces no tendría escapatoria y cada segundo me recordarían no ya que me hago mayor, sino que el de la guadaña me aguarda en el portal.
Sí, me hago mayor. No en vano el próximo año (si todo va bien) cumpliré el medio siglo y mi padre, al que tenía por un señor mayor y con bigote, hijos a los que collejear y respeto que infundir, todo un adulto, vaya, murió en 1985 con 53. O sea que, supongo que sí, me estoy haciendo mayor.
También me recuerda que el contador no se detiene el que mis ídolos se mueran. Cuando lo hizo John Lennon fui consciente de que algo había cambiado en mi concepto de la vida y la muerte. Más tarde comenzaron a morirse algunos de mis amigos… pero bueno, sigamos con los ídolos. En cuanto me he enterado de que Christopher Lee había muerto he sentido pena. Vaya, Christopher Lee. Christopher Lee. El Drácula alto, tal y como lo llamábamos para distinguirlo de Lugosi mi hermano y yo cuando éramos pequeños y no sabíamos su nombre.
Pero más tarde he caído en la cuenta de que con Christopher Lee se marcha más que un buen actor: con él se va el último de los grandes monstruos del altar mayor del cine fantástico. Y eso me ha dolido más aún.
Este altar, cuyo orden siempre he tenido claro, está compuesto jerárquicamente por: Lon Chaney (1883-1930); Bela Lugosi (1882-1956); Boris Karloff (1887-1969); Lon Chaney, Jr. (1906-1973); Christopher Lee (1922-2015); Peter Cushing (1913-1994) y Vincent Price (1911-1993). A partir de ahí figuran otros nombres indudablemente ilustres, desde luego, pero estos son los que para mí forman el altar mayor. Y ahora todos están muertos.
Mi primer recuerdo de Christopher Lee es como Drácula, por supuesto, por las fotografías de los artículos cinematográficos de la revista Vampus. Y la primera película de él que recuerdo haber visto fue también Dracula (Terence Fisher, 1958). La recuerdo bien porque mi hermano y yo estábamos en el sillón frente a la tele tan excitados esperando que empezara, que para ambientar la emisión mi hermano, a modo de gimmick, tuvo la feliz idea de levantarse una costra de su rodilla provocando un largo reguero de sangre. También me resultó inolvidable, más tarde y ya en cine, ver Pánico en el Transiberiano (Eugenio Martín, 1972).
No sé si para alguien que ahora tenga veinte años Christopher Lee será la más perfecta encarnación cinematográfica de Drácula, el no muerto. Supongo que de sonarles, les sonará más por haber formado parte de las dos sagas cinematográficas más populares del siglo XXI: El señor de los anillos y la segunda trilogía de Star Wars. Pues bien, su participación en esas dos sagas no habría sido posible si los directores de ambas, Spielberg y Jackson, no hubieran crecido viendo las viejas cintas de la Hammer, donde admiraron al elegante y sexy vampiro que encarnó Christopher Lee y que, pese a mi predilección por los filmes de los estudios Universal y por Bela Lugosi en particular, he de admitir como la más importante encarnación del personaje de Bram Stoker.
Vaya, ya estoy divagando. Y es que, como les he dicho, me estoy haciendo mayor. Y ahora que lo pienso, este rollo a lo abuelo cebolleta que les he cascado es, posiblemente, síntoma inequívoco de que el tiempo está haciendo mella en mí… Por cierto, ¿Saben quien es el abuelo cebolleta? Pues…
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