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Sitges 2014: objetos malditos, Annabelle y Oculus
Si en el panorama actual del terror estamos asistiendo al renacimiento de sus manifestaciones más clásicas (casas encantadas, fantasmas, ambientes góticos… ), no podían faltar en Sitges buenos ejemplos de ello. Ejemplos que han resultado de factura y acogimiento (por parte del público) dispares. Uno de los autores que más ha contribuido a ese renacimiento es James Wan, con sus dos entregas de Insidious y, sobre todo, con The Conjuring. Es por eso que Annabelle era una de las películas que más interés había generado a priori. No en vano venía dirigida de la mano del director de fotografía de las aclamadas cintas de James Wan, John R. Leonetti, avalada por la producción del propio Wan y con el reclamo de la muñeca Annabelle (que ya tenía un papel episódico pero intenso en The Conjuring). Tal vez era esperada también porque la pediofobia, ese miedo irracional a las muñecas, es uno de los temores más extendidos. Todas esas expectativas se vieron frustradas: la película no pasó de ser una exploit desleída del subgénero y el público la despidió (en el auditorio) con la pitada más unánime. Abucheo no totalmente justo porque no deja de jugar honestamente con las claves de la serie B.
Annabelle es un producto pop que busca calar en el segmento más joven del público, terror para adolescentes como se ha puesto de manifiesto en Francia, altercados incluidos. Como tal no carece de las típicas escenas de impacto (lamentablemente desveladas casi todas en el trailer), algunos sustos bien filmados y bien coreografiados que podrían redimirla si no fuera por el exceso de ingredientes que se dan cita en su guión. Efectivamente, el argumento de Annabelle resulta complicado (que no complejo) con una sobrecarga de elementos que no acaban de tener buena resolución. En Annabelle se dan la mano sectas destructivas (con la sombra de Manson en el horizonte), asesinatos brutales (en fuera de campo), invocaciones satánicas, posesiones diabólicas y hasta inmolaciones altruistas para salvar a la protagonista. Acumulación de tópicos que acaba empañando el esperado protagonismo de la muñeca maldita, que era lo que a priori prometía este filme concebido como spin off (y a la vez especie de precuela) de The Conjuring. Y, por si fuera poco, el cóctel viene aderezado por un mensaje moralista y conservador.
En resumen, sin que pueda considerarse como despropósito, Annabelle tiene (casi)todos los números para acabar decepcionando. Mucho más redonda resulta Oculus (Mike Flanagan), aunque dividió al público en dos grupos irreconciliables: los que le dedicaron grandes, y hasta excesivos, elogios y los que prácticamente la abominaron. Entre los comentarios positivos el más exagerado fue el de un espectador que la calificó de nuevo hito del terror como en su día fuera El exorcista (William Friedkin), basando su juicio en las reacciones de pánico que había observado durante la proyección. Podemos testimoniar que parte de la platea disfrutó pasándolo verdaderamente mal, pero Oculus no pasa de ser una película efectiva que (para nosotros) tiene su mejor baza en la perspectiva narrativa bajo la que se desarrolla. Su argumento no es original (ni lo pretende): tiempo atrás, un asesinato dejó dos niños huérfanos. Las autoridades culparon al hermano, mientras que la hermana creció creyendo que el verdadero culpable fue un antiguo espejo maldito. Ahora, completamente rehabilitado y con veinte años, el hermano está listo para empezar de nuevo, pero la hermana está decidida a demostrar que fue el espejo lo que destrozó a su familia (FILMAFFINITY). No es, pues, más que una típica historia de objetos encantados que extienden su maldición a lo largo de los tiempos en la que se mezcla terror y suspense a partes iguales. No es un hito ni va a serlo. Ahora bien, sí tiene suficientes valores como para merecer ser bien considerada dentro del subgénero al que se adscribe.
Lugar común en este tipo de relatos es que los hechos terribles sucedan en dos momentos distintos del tiempo, uno pasado en el que se gesta la maldición y otro presente en el que se repite el embrujo pudiendo quedar resuelto o, al contrario, reforzado para seguir dándose. Del pasado se puede dar noticia en una secuencia inicial que funcione a modo de prólogo o mediante una serie de flashbacks; Oculus opta por lo segundo. Lo que la hace peculiar es que los flashbacks no suponen una ruptura del tiempo de narración sino que se trenzan totalmente con el presente al estar montados en paralelo y secuenciados a la par. El espectador va descubriendo a la vez el antecedente y la peripecia actual, coincidiendo, además, su descubrimiento con el del propio protagonista que va rescatando sus recuerdos mientras vuelve a pasar por situaciones parejas. Flanagan sabe desarrollar las dos tramas haciendo coincidir sus clímax y consiguiendo que la intriga se extienda por igual a ambas. Recurso que consigue por sí mismo crear la atmósfera y la tensión. Los sobresaltos no dejan de estar en un segundo plano respecto a la estratagema narrativa, pero ello no los desmerece sino que los coloca en el punto de mira exacto para que resulten efectivos y no chirríen (ni siquiera son vergonzantes las apariciones fantasmales).
Oculus confirma a su director como hábil orquestador capaz de dar un toque personal a materiales usados muchas veces antes. Y sin duda fue el mejor filme adscrito al terror clásico de los que se presentaron en la 47 edición del Festival. A tener en cuenta.
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