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Diario de Serendipia en Sitges 2022: Retorno a la normalidad. Cuarta cápsula
DOMINGO 9
Hace mucho, desde sus primeros cortometrajes, que Serendipia sigue la trayectoria de Paul Urkijo, un creador que, ya desde sus inicios, con el cortometraje Jugando con la muerte (2011) y, más tarde, El bosque negro (2015), demostró que tenía algo especial que le hacía destacar: un oscuro sentido del humor, sí, pero también una forma de tratar el cine de género totalmente propia, por personal y por autóctona. Errementari (2017), su primer largometraje, confirmó su rico universo particular, un imaginario que volvió a desplegar en su exitoso (y terrorífico) corto, Dar-Dar (2020) y que ha consolidado en su segundo largo, Irati, que presentó en este, su festival. En esta, su casa.
Irati es una fantasía telúrica de espada y brujería con toques sobrenaturales y sabor a leyenda, que se desarrolla en unos bellos parajes, tan salvajes como los guerreros que protegen sus territorios. Folklore vasco, magia, sortilegios y brujería se mezclarán con los habitantes del bosque, que conformarán una alianza entre el paganismo de Irati (Edurne Azkarate) y el cristianismo de Eneko (Eneko Sagardoy), dos auténticas fuerzas de la naturaleza en lucha contra un enemigo común. Rodada en ocho semanas, Irati reúne el culto a la diosa madre y el folklore vasco, con el euskera como lengua, y la sabiduría popular, que Paul Urkijo ha mamado desde su infancia. Un euskera musical, con una rima que se pierde en la traducción y unos escenarios naturales que forman parte de la memoria sentimental del director, lejos de absurdos cromas. Como defendió, «estás ahí y es de verdad: en las entrañas de la naturaleza«. Y allí traslada también al espectador con Irati.
Fue la cinta más aplaudida por crítica y público, contagiados todos por el entusiasmo de Urkijo y su equipo, que han realizado un esfuerzo magno, pero también deslumbrados por esta pieza de orfebrería, cuya épica y belleza perduran en la memoria del espectador bastante tiempo después de haber abandonado sus paisajes.

Paul Urkijo y Edurne Azkarate, director y protagonista de ‘Irati’ (Foto: Serendipia)
Después de la magnífica cinta de Paul Urkijo, Serendipia sintió que todo lo que viera durante la jornada, por decepcionante que fuera, le sentaría bien, pues ya habría valido la pena madrugar tan solo por disfrutar del film del realizador vasco. Pero no, la jornada no tuvo nada que lamentar, al contrario, brindó más momentos inolvidables. Incluso algún episodio de esos tan anómalos que dejan estupefacto. No adelantemos acontecimientos, vayamos paso por paso.
Tras la rueda de prensa del equipo de Irati, Serendipia se quedaría para la siguiente, ni más ni menos que con Dario Argento, que además de recibir el Golden Honorary Award del festival, presentaba la película Occhiali neri (Dark Glasses), un proyecto comenzado hace 20 años pero que no pudo rodarse entonces por entrar su productor en prisión, lo que obligó al director de Suspiria a embarcarse en otros proyectos cayendo Occhiali neri en el olvido. No ha sido hasta que ahora que, buscando material para la autobiografía de su hija, Asia, apareció el antiguo guion y decidió sacarlo adelante.

El Maestro Argento (Foto: Serendipia)
El director habló de esta intrahistoria de su última cinta, pero también sobre su forma de hacer cine y el estado actual del cine de terror. Explicó como el carácter onírico de sus filmes tiene su origen en la influencia que tuvieron en él las obras de Freud y las de los surrealistas franceses, de los que heredó la escritura automática. Argento hizo una semejanza entre el cine de terror y el mar, con sus olas concretamente, que van renovando el género y cambiando los gustos del público. Y aunque, por ejemplo, unas veces interesa lo oriental y otras lo mexicano, él siempre ha seguido, durante sus 50 años de carrera, su propio estilo y modo de narrar historias, que a su vez ha servido de inspiración para otros. Añadió que el cine fantástico italiano está totalmente muerto y que en su país solo se ruedan comedias. Y, finalmente, explico su experiencia como actor en Vortex (2021) de Gaspar Noé, cinta que le atrajo porque en ella interpretaría a un crítico cinematográfico que escribía libros sobre cine y sueños, dos cosas que él ha hecho en la vida real. También accedió a rodarla porque, el que fuera en su mayor parte improvisada y carente de guion, le recordó la época del cine Neorrealista y, como hijo del mismo, le apetecía homenajearlo.
Al finalizar la rueda de prensa, Serendipia, seguido de otros aficionados, se encaminó hacia el Maestro con su copia en blu ray de Suspiria, su Argento favorito, para que se la rubricara, no sin que antes, divertido, el director italiano comentara al moderador, Ángel Sala: «arrivano gli zombi«.
Felices por haber obtenido el preciado autógrafo, volvemos a las salas. Otra vez al cine. Y es que tenemos cita con un director cuya obra es venerada por un amplio sector del público del festival: Quentin Dupieux. El galo en esta ocasión, además de volver a casa con una Màquina del Temps bajo el brazo en reconocimiento a su labor por el fantástico, presentó dos películas a competición: Fumer fait tousser e Incroyable mais vrai, dos producciones repletas de ese humor y extrañeza características que ha sabido conquistar al fan.
De las dos propuestas, Serendipia tan solo pudo ver la segunda, la normal. Bueno todo lo normal que puede darse en el cine del francés, pues se trata de una fantasía divertida, absurda y surrealista sobre un hoyo escheriano que se encuentra en el sótano de una vivienda unifamiliar por el que al descender se asciende. Se regresa a la planta noble, pero eso no es lo más notable, lo verdaderamente increíble (pero cierto) es que se ha retrocedido unas pocas horas en el tiempo. Toda una máquina del tiempo doméstica que revolucionará la sosegada vida de una pareja en la edad madura, ella entregada al vértigo de poder rejuvenecer, él, menos motivado o más prudente, se mantendrá al margen continuando con su rutinaria vida de corredor de seguros. Relato fantástico y laberíntico como un enlace de Moebius, Incroyable mais vrai es también una comedia corrosiva que explora y cuestiona el exacerbado culto a la juventud de nuestra sociedad, la sobrevaloración de esa etapa asociada a un vigor que tratamos de conservar o reconquistar con denuedo. Dupieux no vacila en exponer sus personajes al ridículo, como es el caso del dueño de la aseguradora que no duda en renovarse implantándose un pene biónico y acabará abocado a todo un sinnúmero de situaciones hilarantes (y humillantes). Pero esta cinta es también un canto al sosiego, una seria reflexión sobre el paso del tiempo en nuestras vidas y una recomendación a aprender a disfrutar de las diferentes etapas y lo que éstas nos ofrecen.
Un Dupieux más comedido, pero siempre ingenioso y amante del bizarre, es el que pudimos disfrutar. Su contención hizo posible que lo que vendría a continuación mereciera el calificativo de surrealista todavía con mayor justicia.
El fenómeno Ummo.
Durante los años setenta, todos los niños (y no tan niños) de España éramos aficionados y «estudiosos» del fenómeno ovni y otros «misterios». Fielmente acudíamos a la cita con nuestro televisor y el programa Más allá, que tan bien conducía el misterioso doctor Jiménez del Oso. Las dosis catódicas dominicales se completaban con revistas como Karma-7 y Mundos desconocidos, que otorgaban un halo de credibilidad científica a todo ello. Raro era el hogar en el que no hubiera una copia de El triángulo de las Bermudas, libro escrito por Charles Berlitz (1914-2003), un escritor de novelas de ciencia ficción, que fue todo un superventas en la época. Por entonces también conocimos el expediente Ummo, en el que se explicaba como en 1966, en Aluche (Madrid), una luz blanca irrumpió en el cielo y un hombre, José Luis Jordán Peña, fue testigo del avistamiento. Se trataba, según él, de una nave «con forma de calabacín» procedente de Ummo, cuyos tripulantes aterrizaron en la Tierra y, adoptando apariencia humana, se integraron en la vida terrícola para extraer todo tipo de información. A cambio, enviaron extensísimas cartas con una valiosa información científica y tecnológica a algunos habitantes de la España de entonces, entre los que se encontraba, naturalmente, Jordán. Así nació Ummo: el mayor caso de ovnis en nuestro país. Un ambiente que retrató fielmente Óscar Aibar en su fantástica Platillos volantes (2003), pero que ahora, en forma de mini serie documental, dividida en tres capítulos de 50 minutos dirigidos por Laura Pousa y Javier Olivera, llega a la plataforma Movistar+.

¡Ya están aquí! (Foto: Serendipia)
Ummo, de la que se ofreció el primer capítulo, es una serie en la que el humor está muy presente. Junto a testimonios y documentos de la época, se pueden ver las declaraciones de periodistas como Juan Ramón Lucas, Andrés Aberasturi o Rosa María Mateo; expertos en el caso como Eduardo Bravo o José Juan Montejo; el director de cine Nacho Vigalondo; Maite Jordán, la hija de José Luis Jordán Peña (y personaje central de esta historia) o víctimas como Mercedes Carrasco, que participan con su testimonio en esta producción que, además de exponer y contextualizar los hechos históricos que rodearon este fenómeno, se acerca al papel que los medios de comunicación tuvieron en su difusión. Y todo ello intercalando también escenas de películas, en su mayor parte comedias, españolas que otorgan al conjunto un aire a lo spanish bizarro.
Todo en un primer capítulo excelente que dejó con ganas de más. Mucho más. Pero para lo que no estaba preparado el espectador era para los sucesos que tendrían lugar durante esa tarde, que se inició con la inquietante, a la par que pacífica, presencia de dos «ummitas» rubios, con ojos azules y reveladores monos espaciales plateados que recorrían la zona de l’Auditori repitiendo, obsesivamente, «Ummo», mientras señalaban el cielo. Incluso se produjo un hecho de lo más divertido cuando los alienígenas se cruzaron con Sebastià D’Arbó. Mientras su señora se hacía una foto con ellos, Serendipia no perdió la ocasión de señalar a los ummitas mientras le decía «¡Ya están aquí!«. Cientos de selfies después, ambos seres se situaron en la puerta de la sala Tramontana, donde recibieron a los espectadores del primer episodio de Ummo. Pero tras finalizar el documental vino el verdadero «espectáculo».

José Luis Jordán Moreno «¡Ummo existe!« (Foto: Serendipia)
Todavía con los títulos de crédito en pantalla, comenzaron a escucharse en la sala gritos de «¡No puede ser! ¡Es mentira! ¡Ummo existe!» realizados por un señor de mediana edad y una señora de origen sudamericano. Ambos fueron invitados a abandonar la sala. Hasta ahí, pensábamos que seguía siendo una estrategia promocional. Pero, al salir y ver que los «ummitas» habían cambiado de semblante y decían que no tenían nada que ver, averiguamos que se trataba de un happening real. Y que estaba protagonizado por José Luis Jordán Moreno, otro de los hijos del primer testigo de la supuesta presencia de ummitas en España que, muy enfadado, avisaba de los problemas legales que podía tener el servicio de streaming al usurpar su propiedad intelectual. Tras «montar el pollo», repartió unos folletos, firmados como «el hijo y coheredero de José Luis Jordán Peña, emisario del planeta Ummo en la Tierra», en los que principalmente pide a Telefónica que no emita el documental por perjuicio a la propiedad intelectual, cuyos derechos dice sustentar, antes de emprender querellas por vía legal. Insistiendo, además, en que todo lo que dice el documental es mentira y que Ummo existe. Lo cierto es que Serendipia pasó un buen rato, ameno y entretenido y el señor Jordán consiguió lo que quería, llamar la atención y ser entrevistado por diversos medios, así como, de manera involuntaria, ofrecer una magnífica promoción a la serie. También hizo el ridículo, pero esa es otra historia
Ya les dijimos que el día estuvo lleno de momentos realmente sobrenaturales…
Y tras este interludio, vuelta al cine para ver la última del día, la producción francesa Les cinq diables (Léa Mysius), protagonizada por Adèle Exarchopoulos, en la que la directora mezcla el drama íntimo, el fantástico y hasta el cine social, con su denuncia al racismo, pues como bien sabe la directora, Léa Mysius, en su país “hay racismo y hay homofobia, y eso se nota por la presencia de la extrema derecha, es una clara prueba de ello, y no solo en Francia o en España, ocurre en todo el mundo”. Compleja y poliédrica, puede parecer más cercana al drama intimista que al fantástico, «el género fantástico me permitía hablar de las obsesiones humanas de una manera lúdica, espectacular y escalofriante», prosigue la directora. «Quería que esta película nos hiciera reflexionar sobre nuestra sociedad, nuestras opciones de vida, nuestras desilusiones, nuestras obsesiones. Lo fantástico es sólo un medio y no un fin». Y, sin embargo, el género es el molde que ha dado entidad a la cinta, sólo al abrazar lo fantástico cuajó de forma efectiva la denuncia implícita en el guion.
El guion se construye como un mosaico sobre la idea de una niña obsesionada por los olores (una pasión que la propia directora cultivó en su adolescencia), con un olfato sobrehumano que le permite distinguir los aromas de cualquier objeto, inanimado o no, con mayor precisión que un perro de presa (toda una ventaja para jugar al escondite con los ojos cerrados), y que es capaz de destilarlos y guardarlos en frascos que ella misma etiqueta. Una niña solitaria de aspecto peculiar y un poco inquietante. Es la pieza central del puzzle como observadora de los movimientos caleidoscópicos del resto de personajes y de las tensiones que ellos generan. Es Vicki la hija mestiza de una familia interracial que sufre bullyng en el colegio por sus rasgos racializados, sobre todo por su frondosa cabellera hirsuta. La vida familiar es apacible hasta que regresa al pueblo la tía paterna. Hasta aquí los mimbres dramáticos. Trenzarlos habría dado pie a una historia común sobre el desarraigo, los prejuicios sociales y los secretos y traiciones que pueden desastabilizar a una familia y a una comunidad entera, pero Les cinq diables ofrece mucho más gracias a haber usado como falsilla para su escritura los renglones de lo fantástico.
Y es que la llegada de su tía hace que el don de Vicki escale un punto más allá. No se trata ya de que aisle los efluvios de sus seres queridos, ya había capturado en secreto el olor de su madre, por quien cultiva un amor salvaje y desmesurado, es que con la presencia del personaje interpretado por Swala Emati su capacidad se desarrolla hasta el punto de poder presenciar lo vivido en el pasado por el resto de personajes. Se establece así una suerte de bucle temporal, paradoja del abuelo incluida. Aunque no haya sido el fin perseguido por su autora, es la dimensión fantástica del relato la que le da brillo y originalidad. Algo que el público de Sitges supo apreciar (contra el pronóstico del propio Ángel Sala, que no siente demasiada simpatía por la cinta).
Con los créditos finales del segundo largo de Léa Mysius, Serendipia deja atrás el fin de semana para encarar una nueva que, sin duda, le traerá más sorpresas y sensaciones. Pero no olviden: ¡Ummo existe!
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