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‘Dies Irae’, a la derecha del Hijo o la doble feminidad
Quantus tremor est futurus,
quando iudex est venturus,
cuncta stricte discussurus!
Día de la ira habría de ser el día del juicio implacable sobre los vivos y los muertos. La cólera divina es un tema que inflama la imaginación del cristianismo, tan contradictoria esa ira con el “amaos los unos a los otros”, hasta el punto de que el Dies irae fue un momento de la liturgia del réquiem hasta 1970. Carl Theodor Dreyer busca en el himno del siglo XIII atribuido al franciscano Tomás de Celano la inspiración[1] para una de las más bellas denuncias del fanatismo, Dies Irae, su segundo largometraje sonoro que fue un fracaso estrepitoso de público (como Vampyr once años atrás, por otra parte), pero que ha quedado consagrado como uno de sus filmes más inspirados. Una auténtica obra de arte cumbre en su exigua y magistral carrera.
Solo quienes forjaron su discurso en el mudo son capaces de rodar así, porque en la madurez del periodo silente el lenguaje cinematográfico alcanzó su máxima precisión, su máxima capacidad de explotar los recursos de la luz y el movimiento, la planificación y la sintaxis del montaje. Y Dies Irae es una buena muestra de ese talento de pionero que está creando código y no solo estilo. Cada una de sus secuencias es una filigrana, son delicadas y pulidas lecciones de cómo narrar con imágenes, habremos de seleccionar bien para dar cuenta de ellas en tan breve espacio.
Desde su prólogo hasta su epílogo, toda la película está puesta al servicio de una idea: el antagonismo entre lo espontáneo y lo reglado, entre la luminosidad de lo natural y el obscurantismo de la superchería y el fanatismo. Y está dialéctica se despliega, a varios niveles, a modo de contraposición de espacios y a modo de contraste entre los personajes y su concepto. Es así como la caza de brujas en la Dinamarca del siglo XVII sirve como falsilla para denunciar la intolerancia, la hipocresía y la iniquidad en cualquier época y lugar (de hecho buena parte de la crítica hace hincapié en que su rodaje se dio en plena ocupación Nazi, con los consecuentes paralelismos que se quieran apuntar). Y la brillantez de Dreyer se deja apreciar en su capacidad de huir de todo discurso maniqueo, por lo que guarda relación con el fondo, y en su virtud de dejar casi en suspenso la inocencia/culpabilidad de la protagonista, por lo que hace referencia a los tópicos formales del género.
Por si fuera necesario, resumamos el argumento: Dinamarca, 1623. En plena caza de brujas, Absalom (Thorkild Roose), un viejo sacerdote, parece haber salvado a una mujer de la hoguera, para salvar, a su vez, a la hija de esta, Anne (Lisbeth Movin), casándose con la joven. Merete (Sigrid Neiiendam), la anciana madre de Absalom, desaprueba desde el principio el matrimonio. Todo se desestabilizará con la persecución, detención y ajusticiamiento en la hoguera de Marte Herlofs (Anna Svierkier), amiga de la madre de Anne, y la llegada de Martin (Preben Lerdorff Rye), el hijo de Absalom, que regresa a casa para conocer a su madrastra. El joven se enamorará de ella y ambos compartirán una relación prohibida que tendrá inesperadas consecuencias. Como puede apreciarse la historia está llena de claroscuros y esa será una de las primeras decisiones de puesta en escena: la mímesis con los pintores de la escuela barroca que encabezaron Rembrant y Vermeer, pero, sobre todo, con la obra del danés Vilhelm Hammershøi en el punto de mira.
La fotografía de Karl Andersson, con un empleo prodigioso de la luz y la sombra que nos hace pensar en los rasgos característicos del expresionismo, retrata unos interiores dominados por la verticalidad en los que los personajes componen auténticos tableaux vivantes. Las panorámicas de Dreyer dan cuenta minuciosa de esos espacios habitados por el hieratismo de la norma expresando su rigidez con la propia rigurosidad formal con las que son concebidas esas largas tomas. Es el lugar de la represión del cuerpo bajo la idea de dominar la tentación, de enderezar aquello que propende a lo sinuoso rehuyendo la supuesta rectitud moral. Los cuerpos han de ser doblegados y castigados, no es vano que uno de los decorados reproduzca la sala de torturas donde es hostilizada Marte, en una escena que resume a la perfección lo que venimos diciendo. Pero cuando la cámara de Dreyer/Andersson sale al exterior, abandonamos la sensibilidad barroca para abrazar de pleno el arrebato de los pintores románticos. Y el cambio de referente pictórico obedece a la voluntad de expresar la contraposición entre espíritu y carnalidad, dándose la paradoja (nada involuntaria) de que es cuando se adentra en el terreno del amor en el sentido más físico del término, cuando la película parece entonar un éxtasis místico. Así el contraste entre interiores y exteriores expresa una dicotomía central en la película, la que opone la religión a la fe; la primera sería solo un elemento de represión, mientras que la segunda solo se haría posible mediante un acto de amor y liberación (incluido su sentido erótico).
Habría sido fácil atribuirle a lo femenino la representación del valor edificante, frente a la represión que vendría asociado al principio masculino, pero Dreyer huye de posturas bipolares. El penetra en la dialéctica de los opuestos, es por ello que articula las contradicciones señaladas a través de la tensión entre dos formas de vivir la feminidad, la que representa Anne y la que representa su suegra, Merete. El antagonismo entre ambas figuras se cifra en la distinta posición ante lo que es o no moralmente condenable, si la primera apuesta por la entrega a la sensorialidad de la vida, la segunda se decanta por el otro extremo, la adscripción a unas inapelables leyes de una moral supuestamente superior. Merete cree actuar correctamente, mientras que Anne acaba por creer que es verdaderamente portadora del mal. El tratamiento que Dreyer da a la figura de Anne, y la soberbia actuación de Lisbeth Movin, pueden parecer dar pie a la ambivalencia, pero una correcta lectura de la escena final desambigua nuestro juicio. Nos encontramos en el funeral de Absolom, las dos mujeres flanquean los costados de su ataúd, Anne vestida completamente de blanco, Merete de negro, teniendo al crucificado como eje de simetría. Martin, por su parte, cambiará su posición, si primero lo encontramos al lado de su joven madrastra amante, acabará haciendo piña con su abuela, un movimiento que será detonante de la confesión de Anne, reconociendo su alianza con el mal. Pero es la ubicación de ambas mujeres respecto a la cruz la que es significativa, Merete está a la izquierda, el lugar de lo siniestro. La película sentencia, pues, que ella es la verdadera bruja. Y así se verá en el Día de la Ira.
Inter oves locum præsta,
et ab hædis me sequestra,
statuens in parte dextra.
[1] Para ser más exactos, ese himno inspiró al dramaturgo Hans Wiers-Jenssen cuya obra, Anne Pedersdotter, adapta el filme.
Las lecturas de Serendipia: ‘Las puertitas del señor López’
LAS PUERTITAS DEL SEÑOR LÓPEZ
Carlos Trillo y Horacio Altuna
Astiberri Editorial. Encuadernación en tapa dura,22.5 x 29.5 cm, 200 páginas en blanco y negro
Considerado, y con razón, uno de los grandes hitos del cómic argentino, Las Puertitas de Señor López relata la rutinaria vida del señor López, un gris y gordito empleado de oficina agobiado por sus jefes, los compañeros de oficina y su esposa, de cuyos furores uterinos huye, al igual que de todos los problemas que se le presentan, hacia un mundo alternativo al que entra por la puerta de cualquier lavabo. Una vez dentro no sabe lo que puede encontrar: podrá ser un héroe, luchar en combate o, la mayoría de veces, a la mujer de sus sueños. Es un universo interno, íntimo, en el que se refugia ante ese mundo real que tan solo sucede. Ese mundo gris en el cohabita con el señor de negro de Mingote, el Mariano de Forges o el Walter Mitty del escritor y humorista gráfico James Thurber. Un mundo que amenaza por devorarlos en cualquier momento si no se bajan regularmente de él.
En Las puertitas del señor López que Astiberri edita, por expreso deseo de Horacio Altuna, con el texto adaptado al español peninsular y rotulado de nuevo, se han reproducido las planchas con gran fidelidad, de manera que pueden verse los trazos, correcciones, salidas de línea de viñeta y en algunos casos hasta el lápiz mal borrado… sin duda son lo más parecido al dibujo original que podemos encontrar y están impresos en un papel de textura rugosa y tono ligeramente amarillento que resulta ideal para este tipo de ilustración. Estas históricas páginas de Altuna y Trillo tienen un carácter totalmente atemporal y pueden leerse hoy como cuando se publicaron por primera vez, a finales de los setenta, de forma serializada en dos revistas de la editorial argentina Ediciones de la Urraca, El Péndulo (1979) y Hum® (1980), conviviendo con la dictadura argentina y la falta de libertad de expresión.
Las puertitas del señor López se recopiló por primera vez en Argentina en 1988 en un tomo de Ediciones de la Urraca que reunía en sus 144 páginas 25 historietas. Un recopilatorio que contó con una segunda parte con 12+1 historias más. Los argentinos tuvieron que esperar hasta 2006 para ver la serie editada íntegra, en esta ocasión por Clarín. Tanta fue la importancia de esta obra de Trillo y Altuna que fue adaptada al cine en 1988 en un film dirigido por Alberto Fischerman con Lorenzo Quinteros como el Sr. López. También la prolífica revista argentina de cómics Puertitas, editada por Trillo y en la que se publican obras de Bernet, Joe Kubert, Manara y el mismo Altuna, entre otros, debe su nombre a esta obra, así como también un programa de la televisión argentina.
En España la obra ha sido editada en diversas ocasiones, todas en forma tomo, a pesar de que la memoria nos ha jugado una mala pasada, pues pensábamos erróneamente que se había publicado previamente por entregas en Comix Internacional, algo que no nos hubiera extrañado nada del responsable de la primera edición íntegra, Josep Toutain, que lo recopiló en dos tomos de 96 y 104 páginas en los años 1983 y 1984 respectivamente. Previamente, en 1981, Ediciones Vilán había publicado un tomo de 48 páginas y con posterioridad a la edición de Toutain, Planeta DeAgostini publicó la serie completa en un único tomo de 200 páginas que salió a la venta en 2009.
Después de años de permanecer agotado, y tras haber hecho lo propio con otras dos obras del tándem creativo formado por Carlos Trillo y Horacio Altuna –El último recreo (2017) y Charlie Moon (2019)–, Astiberri recupera este cómic, que permanece tan vigente y fresco como cuando se publicó por primera vez en 1979.
Horacio Altuna dejó la carrera de Derecho para hacer lo que más le gustaba, que era dibujar cómics, comenzando a dibujar en 1965 la versión argentina de Superman, Super Volador. Trabajando más tarde para el mercado internacional, concretamente para Charlton en Estados Unidos y los sellos británicos Fleetway y Thompson, para los que dibuja muchos guiones de aventura juvenil o bélicos sin firma. En 1974 comienza a trabajar con Carlos Trillo, con el que realizan para Clarín El loco Chávez, además de este Las puertitas del señor López y otras, mientras sigue trabajando para el extranjero y mantiene su colaboración con Clarín. Su estilo se va asentando y comienza a destacar su interpretación de la belleza femenina. En 1982 se afinca en Sitges y trabaja para Toutain, así como para Playboy, donde sus mujeres protagonizarán historietas eróticas. La relación con Trillo se truncará y ya, como autor completo,
Horacio Altuna ha continuado su carrera durante el siglo XXI. Hay que destacar su ímpetu en defensa de los derechos de autor, hasta el punto de convertirse en el presidente de la Asociación Profesional de Ilustradores de Cataluña en 2007. Ha sido merecedor del premio Yellow Kid (1986) y del Gran Premio del Salón de Barcelona (2006).
Por su parte Carlos Trillo inició una larga relación profesional con Jordi Bernet, así como con Eduardo Risso y Carlos Meglia, entre muchos otros, dedicando su vida al cómic hasta su fallecimiento en Londres en 2011.
https://www.astiberri.com/
Las lecturas de Serendipia: ‘Lo que nunca te contaron sobre…El dinero’
LO QUE NUNCA TE CONTARON SOBRE… EL DINERO
Igor
Diábolo Ediciones. Encuadernación en tapa dura,18×13,134 páginas a todo color
A ver, con lo que les cuenta Igor en Lo que nunca le contaron sobre… el dinero no van a solucionar sus eternos problemas de liquidez. Ni siquiera les podrá servir de consuelo ni les dará consejos sobre cosas como ahorrar, pero podrán reírse de ello como antes pudieron hacerlo con el trabajo (adocenante o sobre la falta del mismo) y de la búsqueda de piso, temas a los que el autor dedicó los dos primeros y divertidos libritos de esta serie que comprende material publicado previamente en TMEO y El Jueves y que Igor recupera unificándolos temáticamente con viñetas realizadas específicamente para estos tomos, con un resultado que se aleja del simple refrito. Entre sus divertidas (y trágicas) hojas podremos ver la historia del dinero; nuestra relación de amor-odio con los bancos; las criptomonedas; consejos para tirar el dinero; la declaración de la renta; la corrupción o el FMI… todo tiene cabida en Lo que nunca te contaron sobre…el dinero un esclarecedor tomito realizado por Igor, uno de los más interesantes colaboradores de la revista El Jueves y que nos lo ofrece el autor de la única manera soportable: con muchísimo humor.
Igor, joven humorista e historietista surgido de la revista TMEO, pudo dejar su trabajo de diseñador gráfico y dedicarse enteramente al cómic cuando El Jueves lo incorporó como colaborador habitual en la revista, labor que inició con la tira Zombie Life y que, una vez finalizada, prosiguió semanalmente con sus propias historietas y con los guiones de Robocracia serie que, al igual que Zombie Life, ha sido recopilada en tomos por Diábolo Ediciones.
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