Diario de Serendipia en Sitges: Año de la pandemia. Décima cápsula
Y ya estamos en nuestra última jornada. Hoy veremos nuestras cuatro últimas películas en Sitges y nos recogeremos. Un Sitges fantasmal, con cafeterías y bares cerrados o que únicamente sirven comida y bebida para llevar. Sin haberlo buscado, hoy veremos cada una de esas cuatro cintas en cada una de las salas del festival. Iniciaremos el itinerario en l’Auditori con una película de la Sección Oficial y continuaremos con el Tramontana con Panorama. Ya por la tarde, más Panorama en el Retiro y cerrando, como los últimos años, en el Prado con Seven Chances. Una jornada intensa que inicia el final de esta atípica edición del Festival de Sitges.
El cansancio hace mella en nuestro organismo, y a este se suma la enorme cantidad de horas de mascarilla, pero no permitiremos que ese agotamiento se adueñe de nuestro espíritu, ¡faltaría más!, así que vamos allá:
Serendipia se despide de l’Auditori, con Kandisha (2020), una película que teníamos muchas ganas de ver, pues está dirigida por Bustillo y Maury, directores que tan buenos momentos nos han dejado con películas como À l’intérieur (2007) o Livid (2011), entre otras. En Kandisha nos ofrecen un retrato de la juventud multiracial francesa de extrarradio, centrándose en un grupo de amigas, Amélie, Bintou y Morjana, que pasan parte de su tiempo realizando graffitis. Un día descubren uno muy curioso con la palabra Kandisha, que una de las jóvenes comenzará a investigar averiguando que Aisha Kandisha era una figura del folklore marroquí, una especie de azote del varón y protectora de la mujer que causa la muerte atroz de seis varones cercanos a quien la invoque. Naturalmente despertarán a la maligna entidad. Amélie (Mathilde Lamusse) la invocará para desfogarse en un momento de furia creyendo que es una simple leyenda urbana, pero inmediatamente comenzarán a aparecer muertos amigos y familiares varones de las muchachas, las cuales acabarán recurriendo a un imán para intentar exorcizar ese espíritu del mal. Dejando aparte que el personaje guarda bastante similitud con Candyman, otro espectro de extrarradio creado por Clive Barker, el film resulta suficientemente grato, con ese exótico ser que unas veces se aparece como objeto de tentación, otras como criatura de pesadilla, siempre ataviada con un burka y pezuñas de cabra en lugar de piés. Muertes terribles, que no llegan a las cotas de impacto de la primera película del dúo (se pusieron el listón muy alto en su debut, hay que decirlo), con las que la pareja parece reconciliarse con el terror, aunque este sea un film más canónico que autoral.
También simpática nos resultó The Old Ways (Christopher Alender, 2020) película que se desarrolla en un pueblito mexicano en el que la santería y los ritos indígenas serán los protagonistas. Allí se desplaza una periodista americana de origen mexicano, que visita unas ruinas prohibidas «La boca», y por ello los lugareños considerarán que habrá de ser exorcizada. El exorcismo resultará todo un retorno a la tierra de sus ancestros y su pasado cultural. Una vuelva al hogar que realizará con la ayuda de una chamán. Bastante correcta, a pesar de tener un final un tanto estirado, refleja bien la cultura nativa mexicana sin resultar ridícula. Y trae un poco de aire fresco al lugar común en el género que es el exorcismo al tratarlo desde el punto de vista de una brujería que tiene influencias de los mayas y los aztecas mezclada con prácticas afro-caribeñas y con el espíritu del catolicismo, un cóctel que sus responsables saben agitar bien consiguiendo una mezcla que es casi un experimento arqueológico. Pero, sobre todo, hay que destacar que, desde el respeto y la seriedad, todo viene envuelto de buenas dosis de humor, casi de alegría vital, ese toque, justamente sazonado, permite que la cinta no sea monocorde sino al contrario, todo un collage de diferentes texturas para usar el terror como metáfora del regreso a las raíces y la superación de los «demonios» internos. Esto es lo que hace que, aun trenzando mimbres tan exóticos y localizados, nos sintamos cercanos a los personajes y sus circunstancias. El terror puede hermanarlo todo y abordar los temas de la forma más universal posible. Buen sabor de boca.
Y como en botica, hay de todo, y aunque se procura sortear productos que prevemos nos pueden agradar menos, es natural que alguno se cuele, y este fue el caso de Tin Can (Seth A. Smith, 2020). A priori, había ganas de catar el universo personal del director de The crescent (2017), viejo conocido del festival, pero que aún no habíamos catado, y a posteriori casi resultó ser nuestra castaña del festival. Pero una castaña que no carecía de encanto, hay que ser justos. Porque la distopía que nos propone Smith nos resulta muy familiar en estos momentos, juzguen si no: en la película el mundo está sucumbiendo a una plaga mortal, una rara infección que parece provenir de un Hongo Coral, una amenaza que resulta imparable y se sospecha incurable. Científicos enfundados en sus EPI (ahora tenemos nombre para esos trajes de protección que sólo veíamos en las películas), están tratando de hallar la manera de contener la pandemia, pero ya son muchos los que piensan que la única solución para afrontar el apocalipsis es la hibernación en refugios aislados del entorno. No es el caso de la parasitóloga encarnada por Anna Hopkins, la vemos en su laboratorio logrando aislar el causante, paso previo para combatirlo, pero poco puede disfrutar su éxito, cuando sale al exterior para encaminarse a otra dependencia (con su EPI, sí), es asaltada. Tras este prólogo, inesperadamente (o no tanto) la acción pasa al interior de un diminuto compartimento estanco en el que la protagonista ha sido confinada despertando, posiblemente, de una hibernación. No sabe dónde está, ni por qué, ni cuánto tiempo ha estado así, irá orientándose cuando empiece a escuchar voces de otras personas que parecen estar en su misma situación, entre ellas su ex pareja, quien en su día había apostado por crear un programa de evacuación en refugios estancos. Este segmento claustrofóbico es el mejor acto del metraje, pues el misterio que va creando en torno a la heroína está muy logrado. Nos retrotrae a películas de un solo personaje encerrado en un único espacio de reducidas dimensiones, como pueden ser Buried (2010, Rodrigo Cortés) o Locke (Steven Knight, 2013) y hasta ahí nos prometíamos una feliz sesión. Pero logra escapar de su cubículo, y lo que ocurre a partir de ese momento tiene más de sinsentido que de intriga inquietante. Dividida así en dos episodios contrapuestos (¿quizás pensados en origen como mediometrajes?) se cierra con una conclusión bastante críptica y extraña que malogra el esmerado trabajo de su primera hora de proyección. Marciana, muy marciana. Oscura, muy oscura.

Lo mejor de la película: el póster, nada menos que de Richard Corben.
No nos dejó buen sabor de boca, no. Afortunadamente a Serendipia le quedaba una última bala en el cargador, una totalmente opuesta que serviría para desengrasar el resultado de la apocalíptica propuesta de Smith: Spookies (Genie Joseph, Thomas Doran y Brendan Faulkner, 1986), una locura de los años ochenta totalmente descacharrante. Carne de videoclub y ejemplo del entronizado cine de terror de los ochenta, que tanta gloria, pero sobre todo, tanto daño hizo al género. Quién ame el látex y los efectos mecánicos aquí tiene un festín, y así se celebró en la sala con un público entregado que hasta hizo palmas a los personajes. Este bodrio, dicho cariñosamente (o no), inacabado, pero completado en su momento con escenas añadidas, esta disponible totalmente remasterizado de la mano de Vinegar Syndrome. Los mismos que realizaron el milagro, hace justo un año, permitiéndonos cerrar la pasada edición del festival con otro producto similar, Tammy and the T-Rex (Stewart Raffill, 1994), una locura posiblemente aún mayor que Spookies. Tanto entonces como ahora, esta película fue el telón ideal para concluir, especialmente para esta loca, única y atípica edición. Toda una broma del destino que deseamos exorcizar en un futuro -esperamos ya que cercano- con el terror y la fantasía en una nueva edición del Sitges Film Festival.
Vamos recogiendo nuestros bártulos, pero les dejamos con el testimonio de una presencia física que no pudo ser, la de David Lynch, que realizaba así el umboxed del Premio Honorífico que le ha otorgado el festival.
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