Serendipia’s Sitges Film Festival 2019: Novena cápsula
VIERNES 11 DE OCTUBRE (Fotos: Serendipia)
Y vamos por la novena jornada, que resultó memorable por alguna de las películas, como Samurai Marathon, una delicia de Bernard Rose que fue una de las que más gustaron a Serendipia, a pesar de que lo de cine fantástico brille por su ausencia; la resultona y atmosférica The Vigil; o Color Out of Space, que no nos terminó de convencer por lo que explicamos más abajo. También resultó inolvidable poder ver a uno de los raros de Europa, el alemán Hermann Kopp, recreando sus contribuciones a las bandas sonoras de las cintas de Jörg Buttgereit. Un viaje a otra dimensión muy malsana.
Como nos imaginábamos una avalancha de público y prensa para ver Color Out of Space (2019), la última película de Richard Stanley y un nuevo intento de adaptar al cine el universo cósmico de Lovecraft algo, no nos engañemos, bastante difícil de conseguir de manera satisfactoria, reducimos el número de pases de este penúltimo día de festival a tres. Si, el cansancio comenzaba a acusarse y para esa misma noche teníamos programado un concierto, concretamente a las 22 horas, hora en la que habitualmente estamos, casi, en el séptimo sueño.
Pero vayamos por la primera. Color Out of Space tiene un gran problema: Nicolas Cage. Y es un problema porque su descenso a la locura no es creíble. Utiliza unos guiños que pueden provocar la simpatía e incluso la hilaridad del público, pero es que esta historia no requiere de ello, necesita un actor creíble, y Nicolas Cage desde luego no lo es. Nadie se ríe del Jack Torrance de Jack Nicholson en El resplandor (The Shining, Stanley Kubrick, 1980), pero uno ve a Nicolas Cage hacer sus cucamonas habituales en Color Out of Space y no se lo cree. Más que nada porque ya lo hemos visto hacer lo mismo, de manera eficaz en la comedia Mom and Dad (Brian Taylor, 2017) y menos efectivamente en Mandy (Panos Cosmatos, 2018). Y realmente sabe mal que este ejercicio de cine de terror repleto de magia Wicca, ciencias ocultas, hippies y terror cósmico se malogre, en parte, por contar con un señor cuyos guiños comienzan a estar muy vistos. Naturalmente parte del público se reía, pero resulta que esa no era la intención de esta película. No sé si me entienden.
La adaptación, por otra parte, está bastante bien, repleta de colores lisérgicos que la hermanan, en cierto modo, con la cinta de Cosmatos, y terror de la vieja escuela que sugiere más que muestra, con esa invasión alienígena que cubre inexorablemente todas las superficies, todos los espacios, todos los cuerpos. Sin olvidar, por supuesto, su homenaje a La cosa (The Thing, John Carpenter, 1982) esa película que, sin adaptar directamente al escritor de Providence, tan bien supo captar su esencia. Todo ello en una película que convenció en general al público y a gran parte de la crítica especializada, algo que no dejó de sorprendernos. En todo caso es posible que un segundo visionado consiga que, ahora que estamos avisados, obviemos en lo posible la presencia de Cage y estemos más pendientes de la labor de Richard Stanley y del resto del, por otra parte, correctísimo elenco.
Por su parte The Vigil, debut en el largometraje de su director, Keith Thomas, fue la película escogida para la clausura de esta 52 edición del festival y resultó ser un eficiente ejercicio de terror que basa su efectividad en la milenaria costumbre judía de que alguien haga vigilia, durante la noche, a los fallecidos. El protagonista, que ha dejado la religión ortodoxa de lado, se verá sugestionado ante la situación de velar a un anciano. Sonidos misteriosos, movimientos inesperados, recursos clásicos de eficacia probada en el cine de terror, se mezclarán con el uso ingenioso del móvil, provocando desazón en el espectador. Nos pareció una interesante propuesta.
Y la última película del día, la excelente Samurai Marathon (2019), terminó de poner el broche de oro al día. Dirigida por Bernard Rose, uno de nuestros directores de cabecera (y no solo por

Un exultante Rose presentando su película
Candyman) esta historia, basada en hecho reales y con banda sonora de Philip Glass, resultó toda un regalo para los sentidos.
1855 los “barcos negros” arriban a las orillas de Japón después de más de 200 años del cierre de sus fronteras. Su llegada despierta sentimientos encontrados entre la población nipona, para algunos es la gran oportunidad de beneficiarse de los avances occidentales, para otros, los más celosos de su identidad, supondrá el fin de su civilización. Ese último es el caso de Katuakira Itakura (Hiroki Hasegawa), el señor feudal de Annaka, quien, ante la posibilidad de tener que enfrentarse a los americanos para preservar su cultura y tradición, organiza una carrera de 58 kilómetros para entrenar y poner a prueba a sus samuráis, los cuales, tras un largo periodo de paz, se han convertido en guerreros «débiles e indisciplinados». Entre los concursantes se encuentra un joven ninja infiltrado en las tropas del mandatario y la hija del feudal, una chica rebelde que esconde su identidad bajo un disfraz. Este es, a grandes rasgos, el argumento de esta película que combina lo histórico con lo figurado, la épica y el humor, y todo aderezado con grandes dosis de acción en la que se mezclan las artes orientales de la espada y los ritmos propios del western. En juego, como subtexto, están temas universales como el valor de la lealtad, la importancia del honor, y también unos gramos de reflexión sobre qué es y qué no es progreso poniendo el índice en el derecho a realizarse personalmente indistintamente del sexo de cada cual, unas gotas de feminismo bien entendido. Pero lo más importante de Samurai Marathon es su factura. La cinta de Rose respira cine clásico por todos sus poros (o mejor píxeles, quizás) por su puesta en escena, por el tratamiento de personajes y situaciones, incluso por su ritmo que avanza in crescendo. Y, por supuesto, hay que destacar el perfecto maridaje de la música de Glass con las situaciones y personajes, así como la fotografía de Takuro Ishizaka que convierte a la imagen en un auténtico festín para los sentidos. Fantástico cine que no cine fantástico, ¿qué pinta en la sección oficial a competición? En todo caso, bienvenida sea.
Como curiosidad final hay que añadir que cada mes de mayo desde 1855, se celebra en la prefectura japonesa de Gunma la maratón nipona, una carrera muy peculiar y local en la que se corren 53 kilómetros (y no 42 como en la occidental) siguiendo el espíritu de los hechos reales que inspiran Samurai Marathon.
Excepcionalmente Serendipia trasnochó para acudir al concierto de Hermann Kopp que tuvo lugar ante un reducido pero animado público en la Carpa Norai de l’Auditori. Perfecto escenario para la insana partitura del alemán que reinterpretó, pues no en vano han pasado ya treinta años desde que se grabaron los originales, sus aportaciones a las bandas sonoras de Nekromantik (1987), Nekormantik II (1991) y Der Todesking (1990), grandes filmes de culto de Jörg Buttgereit. Para ello se valió de la colaboración de un músico que le ayudó con los acompañamientos mientras él se encargaba de violín, teclado y theremin. Supper, Drunk, Petrified, Poison, Fish… melodías repetitivas, atonales, reflejo de las terribles escenas que acompañaban, en blanco y negro, las canciones y que eran tocadas de manera monótona por un Kopp de semblante grave y frío. Uno de esos momentos inolvidables que ofrece, más allá del cine, el Festival de Sitges.
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