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Chronicle: cuando los superpoderes son humanos demasiado humanos

«(…)allí donde observamos una inmediata y primera fuerza de algo originariamente movido, nos vemos obligados a pensar en la voluntad como su interna esencia, la vida misma es manifestación de la voluntad.» Y la voluntad es insaciable, el ser humano está condenado al hastío y la infelicidad. El pesimismo de Shopenhauer flota sobre Chronicle (2012, Josh Trank) desde que Matt Garetty (Alex Russell) enuncia su raíz en el inicio del film. Revés perverso de Kick Ass, nos pone ante un grupo de adolescentes que adquieren superpoderes al entrar en contacto con una sustancia en una caverna (con reminiscencias de la platónica), sin adiestramiento para usarlos. Más que como superhéroes, se manifestarán  como jóvenes en proceso de maduración que se van descubriendo a sí mismos mientras van experimentando sus fuerzas sobrehumanas.

Se trata de una cinta de ciencia ficción, pero no es una más, Josh Trank en su debut en el largometraje trató de hacer una película realista sobre qué ocurriría si alguien normal adquiriera poderes especiales, y el debutante ha conseguido plenamente su propósito. Chronicle tiene tanto de film fantástico como de drama y crítica social, es por eso que podemos empatizar con los personajes y es por eso, también, que vemos el film como si se adscribiera al realismo. Aumenta esa sensación de verismo el uso de la cámara, ésta es interna al film. El principal protagonista, Andrew Detmer (Dane Dehaan), se relaciona  con el mundo y consigo mismo a través de su cámara y nosotros lo veremos todo a través de ella (y de otras cámaras igualmente pertenecientes a la trama). Si hubiera de ponerse en relación con otros films enseguida vendría a nosotros el recuerdo de Redacted (2007, Brian de Palma). De Palma nos enfrentaba a la verdad mediatizada a la que estamos abocados en nuestro mundo contemporáneo, nos mostraba cómo la comunicación entre humanos se hace imposible, precisamente gracias a los nuevos medios de comunicación e información; pareciendo que estamos más cerca que nunca de conocer la realidad del mundo y de los que nos rodean, por el contrario, vivimos en un mundo fragmentado en el que es imposible acceder a las fuentes de la verdad. En Cronicle aparece esa noción pero particularizada en esa difícil etapa que es la adolescencia. Andrew es un chico de clase media, retraído y apocado, con dificultades para relacionarse con los demás, de clase media pero con problemas familiares (su madre está enferma, su padre jubilado antes de tiempo se ha dado a la bebida), y usará su cámara amateur para protegerse de un entorno que no acaba de aceptarle. No es una película de cámara en mano al uso, porque en ella ese recurso tiene pleno sentido narrativo: nos habla de los personajes y de su evolución hacia la madurez, así como de su relación con esos superpoderes adquiridos. Como ocurría en Monstruoso (2008, Matt Reeves) con las monstermovies, su arquitectura hace que una película de superhéroes tenga corte real, no es como el slogan de Superman (1978, Richard Donner), usted creerá que un hombre puede volar, aquí aceptamos que vuelan de verdad, siendo tan humanos como nosotros mismos.

Chronicle nos mantiene pegados al asiento durante todo su metraje. Su ritmo sigue un ascenso creciente hasta alcanzar su clímax, esa pelea entre el bien y el mal que no puede faltar en una película de superpoderes, y no hay un sólo momento de declive. De la máxima acción se desciende hacia un epílogo que quizás no habría sido necesario.

Al principio es apenas un juego, la primera manifestación de sus nuevas fuerzas es la telequinesis. Primero mueven objetos pequeños, luego más grandes. Siempre entre risas y afianzando esa amistad que nace de compartir un secreto. Especialmente es Steve Montgomery (Michel B. Jordan) el que se acerca a Andrew: el chico más popular del instituto y el más ignorado. No tienen plena conciencia de hasta dónde pueden llegar, sólo se divierten. Hasta que la primera reacción airada de Andrew a punto está de cobrarse una vida. Es Matt el que se da cuenta de la responsabilidad que tienen entre manos. Se perfila de ese modo lo que nos espera, un Andrew cada vez más propenso a usar su fuerza con violencia y un Matt cada vez más prudente y maduro. Cuanto más aumenta la gravedad de los problemas de Andrew (fracaso en su intento de ser popular, agravamiento de su madre, un padre cada vez más violento), más aumentan sus poderes. Como en el caso de Peter Parker, la ira le hace más fuerte. Pero mientras nuestro Spiderman se vuelve sensato y decide aplicar sus privilegiadas cualidades a hacer el bien, Andrew entra en una espiral de  violencia cada vez mayor. Eso es lo que ocurre cuando los superpoderes anidan en los humanos reales, parece decirnos Josh Trank.

La investigación sobre sus habilidades lleva a Andrew  a descubrir la teoría del superdepredador: si el hombre preside la cadena trófica y no tiene inconveniente en matar a otros animales sin ninguna clase de remordimiento, él será el superhombre que someterá la voluntad de los demás. La película se hace cada vez más ácida y comprendemos que sólo la lógica de los relatos de superhéroes permite que la conclusión sea esperanzadora. En la vida real, la que está más allá incluso del realismo de Chronicle, la que respiramos cada día, no siempre tiene un final feliz.

 

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