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Norberfilms presenta… Matando el tiempo

Matar el Tiempo fue equivalente para Zeus a matar al padre, para nosotros es un humilde combate contra el aburrimiento. A Sonia (Marta Almodovar) le pasan las horas muertas mientras deambula por la lóbrega mansión donde vive, obsesionada con desentrañar un oscuro secreto oculto. Norberto Ramos del Val, a la dirección, y César del Álamo, en el guion y la fotografía, nos conducen por ese espacio interior donde se descompone el tiempo a ritmo de (neo)giallo. Matando el tiempo es  un entretenimiento, un pasatiempo. Pero cargado de intención y segundas lecturas. Tomémonos un tiempo para explicarlo. Después de todo, siempre tenemos todo el del mundo.

Matando el tiempo juega al despiste como todo buen giallo, esos fascinadores whodunnits tramposos. Auténticos números de prestidigitación en los que los rastros orientan hacia la confusión, quien más mira, menos ve. Es el arte del enredo en el que cada hilo enmaraña más el ovillo. Y Matando el tiempo empieza a engañarnos desde la escena pre-créditos. Un arranque que nos lleva, metafóricamente, a un jardín de senderos que se bifurcan donde se nos ofrece una imagen incompleta, que no falsa, de la trama. Ni los personajes van a ser centrales, ni la intriga irá por ese derrotero.

Pero ya se ha establecido la premisa y ya se nos ha introducido en el corazón de un relato de terror autoconsciente de sí mismo. Un terror que se da la mano con el erotismo como unión sacramental de una sola carne. En el giallo, el cuerpo y la sangre son los mayordomos que sirven al misterio como maestros de ceremonia. Toda ceremonia tiene sus propios rituales y sus propios atavíos, y aquí guantes negros y armas blancas ofician muertes sublimes. Matando el tiempo observa con rigor todos los formalismos y todos los colores del giallo, esos que, saturados, hablan el lenguaje de los sueños. En la tela de araña en la que vive Sonia, lo onírico y lo real se funden haciéndonos perder la noción del tiempo.

Ni es una carrera contrarreloj ni avanza tomándose tiempo, la duración de Matando el tiempo es la justa para la progresión lógica del relato. Un relato cuyo transcurrir está sujeto a un espacio en el que los adentros y los afueras inciden en la temporalidad. Al interior la sucesión se pierde en la trenza que urde la (casi)indistinción entre lo vivido y lo soñado. Estamos alojados dentro de la subjetividad de Sonia, incluso la cámara se vuelve subjetiva si ella se desplaza fuera de la casa, no podemos salir de su percepción. Estamos encerrados en su mente alterada por sustancias psicoactivas, las que ingiere y las que su propio cerebro produce, inmersa como está en un proceso creativo. El tiempo fílmico lo da el montaje y éste, voluntariamente, apenas distingue entre las pesadillas y la vigilia, uniendo encuadres que tampoco dan pistas de que haya pasado tiempo real. Habrán de encadenarse los gritos del despertar para salir al exterior, donde el tiempo se vuelve objetivo. Afuera cambia la paleta cromática y hasta la textura de la imagen, hemos despertado y la alucinación parece cesada. La acción se vuelve cronológica e, igual que reconocemos estar en presente, se hace posible situar el pasado. Los saltos temporales ponen orden a lo acontecido y parece que la historia, después de todo, era lineal. Pero el desenlace nos tiene guardado un nuevo giro y nos montamos de nuevo al carrusel de lo acronológico. Regresamos al grado de coloración inicial, pero con un tono, a la vez, más oscuro y más jovial.

La fotografía siempre es la gran baza del giallo y en Matando el tiempo se cumple la regla. César del Álamo se luce al frente de este apartado, con un trabajo que se ajusta al canon, pero que a la vez se permite experimentar. Su intención era hacer Una lagartija con cuerpo de mujer (Una Lucertola con la pelle di donna, 1971, Lucio Fulci) para millennials. Ese propósito se ve cumplido en esta cinta que aúna tropos clásicos con reflejos actuales, una película moderna pero ajustada a tradición. Norberto Ramos del Val compartía el mismo empeño: hacer un giallo capaz de satisfacer a propios y extraños. Y la expectativa se ha cumplido. Quienes conocen el género, identifican la arquitectura del filme, los que no, lo celebran como rareza, como extravagancia atrayente. Matando el tiempo no pierde ocasión de introducir guiños a lo actual, desde citas por Tinder a exposiciones que ponen el acento en el género del autor más que en su obra; ahí se muestra ácida (aunque no corrosiva) e incisiva (aunque no hiriente). Se nota la voluntad de captar el presente, pero sin caer en el cine de tesis. Después de todo, la vocación de autor se supedita a respetar las reglas del giallo, sin que lo uno se diluya en lo otro. Es una obra personal vestida de género.

Matando el tiempo no se pretende elevada, pero se sabe más ingeniosa que la mayoría. Aunque sea modesta. Aunque sea imperfecta. Quizás su maquinaria no siempre funciona ajustada, pero es tan eficaz como lo eran los relojes de cuerda. A veces se para, pero basta con darle a la ruedecilla para que las saetas se muevan precisas. Tal vez se descompasa un momento, pero luego vuelve sobre sí y nos atrapa. Nos deja encerrados en la casa, tan de noche y con el tiempo muerto.

ATENCIÓN (según youtube) TRAILER

Verla en PrimeVideo España:
Verla en Flixolé:
… y en marzo también en Filmin, oigan
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