Diario de Serendipia en Sitges: Año de la pandemia. Sexta cápsula
Iniciamos una jornada que se desarrollará, integramente, en l’Auditori. Una velada de lo más tranquila, a causa del tradicional descenso de público tras el largo fin de semana, pero que resulta más marcado por la situación que estamos viviendo. Así que, casi en un ambiente familiar, pasaremos una mañana de cine con tres interesantes piezas pertenecientes a jóvenes cineastas europeos y enmarcadas dentro de la sección Oficial Fantastic Competició.
Comenzamos con The Book of Vision (2020), una cinta inclasificable y de remarcable belleza que se desarrolla entre dos épocas. Repleta de elementos oníricos y saltos temporales, los fantasmas del pasado visitarán el presente, observando y dándose la mano con la superstición y los espíritus del bosque, pero también con los avances científicos. La transición (y tensión) entre la antigua y la nueva medicina se representará con dos médicos, de una parte, Johan Anmuth, que ejerció en Prusia en el Siglo XVIII (un gran Charles Dance), más espiritual, basaba su ciencia en una visión integradora del hombre y no se limitaba al cuerpo para tratar la enfermedad, sino que prefería escuchar las historias de sus pacientes, analizarlas e interpretar sus sueños, para descubrir y curar sus dolencias (todo un prototipo de lo que supuso Freud para la historia de la medicina). Frente a él, en nuestro siglo, Nils Lindgren (Sverrir Gudnason), paladín de la biotecnología aplicada, basará su hacer exclusivamente en el cuerpo y en su análisis. Entre ellos una mujer, Eva (Lotte Verbeek), una joven y brillante cirujana oncóloga que ha dejado todo para estudiar historia de la medicina en una pequeña universidad. Parece estar obsesionada con las obras de Johan Anmuth, más concretamente con su manuscrito Libro de los sueños (el que da título a la cinta) que ella misma descubre en la biblioteca, una obra en la que el galeno prusiano da cuenta de las emociones, temores y sueños de mil ochocientos pacientes. Al sumergirse en sus páginas, la joven se embarcará en un íntimo y sensorial viaje a través del tiempo.
Lejos del enrevesado palíndromo de Nolan, esta película independiente coproducida por Italia, Gran Bretaña y Bélgica usa la interacción clásica entre el pasado y el presente en clave romántica y sobrenatural. Conforme la protagonista avanza en su lectura, vamos descubriendo que los mismos actores interpretan a distintos personajes en ambas épocas, como ocurría en El atlas de las nubes de las hermanas Wachowski. Los pseudo flash backs, que vuelcan los descubrimientos de Eva en su lectura, tienden un puente entre las dos épocas, remitiéndonos a la tesis de que la esencia de lo humano se mantiene (casi) inmutable a lo largo del tiempo. Y a la vez nos ponen en contacto con una visión de la naturaleza que entiende a esta como organismo viviente. Las bellas imágenes del film, en cuya realización concurren el trabajo del director junto al de Jörg Widmer (que fue técnico de cámara de Wenders, Tarantino, Haneke, Polanski y Bela Tarr), nos transportan al seno de una naturaleza silenciosa y ancestral que envuelve y protege a los muertos a la vez que los enlaza a los vivos. Puro Malick, dirán, pues algo de eso hay, pues no en vano es el productor ejecutivo de esta cinta, con la que debuta su director Carlo S. Hinterman, biografo y estrecho colaborador de Malick (Hintermann dirigió la segunda unidad en El árbol de la vida). Blanco y en botella.
Tras vencer en dura contienda al sueño (la película comenzó a las 8,30 de la mañana y, pese a su belleza, el ritmo de la misma no ayudaba), es el momento de volver a la realidad con Teddy (2020) que nos transporta a una pequeña localidad de los Pirineos franceses donde vive Teddy (Anthony Bajon), un joven rebelde, un tanto anárquico, y que vendría a ser como el gañán del pueblo. Un día comienzan a aparecer reses muertas, al parecer por ataque de lobos, y paralelamente el joven es atacado y arañado por una bestia. A partir de este día todo cambiará para Teddy y el resto de la tranquila región.
Narrada en tono de comedia, aunque no deja de tener un poso trágico, Teddy, dirigida al alimón por los gemelos Ludovic y Zoran Boukherma iba a tener su premiere en el Festival de Cannes de este año (y que la pandemia dejo en suspenso). Podríamos decir que estamos ante un cine de terror rural, pero su protagonista nada tiene en común con los consabidos rednecks psicópatas que pululan por el subgénero, muy al contrario, Teddy nos resulta cercano, como el vecino gamberrete y simplón que todos podríamos tener. Y es que los gemelos ponen especial cuidado en el diseño de personajes y situaciones para que resulten creíbles aunque tengan un lado sobrenatural. Nos convenció por su forma atípica de ver y usar la licantropía, aquí todo un ingenio para la crítica social. Y nos gustó, también, porque como comedia fantástica (y muy francesa) resulta estrambótica y divertida.
Y cerramos la jornada con la película de ciencia ficción Sputnik (Egor Abramenko, 2020), cinta ambientada en una gélida Unión Soviética que tiene ecos de Quatermass y Alien, entre otras. En el apogeo de la Guerra Fría, una nave espacial soviética se estrella después de que su misión salga mal. El comandante (Pyotr Fyodorov), único superviviente, puede haber regresado a la Tierra con algo anómalo en su cuerpo. Ingresado en una institución psiquiátrica de la agencia espacial rusa, su caso será asignado a una psicóloga (Tatyana Klimova) cuyos métodos han chocado bastante con las rígidas normas del estado, y que ha sido seleccionada, precisamente, como última oportunidad de congraciarse con el mismo. Llevado todo en estricto secreto. Ingeniosa y emocionante, aunque el tema que toca la cinta rusa no es precisamente original, si lo será la manera de abordarlo, así como el repugnante alienígena. En la cinta de Egor Abramenko al terror espacial se le suma el drama de superación que afecta a sus dos protagonistas, tanto el cosmonauta como la psicóloga habrán de superar viejos traumas para acabar con la criatura simbionte y es, precisamente, el aspecto emocional el que va a unirles en un frente común, casi al modo de Hannibal Lecter y Clarice Starling en El silencio de los corderos. En Sputnik, pues, convive el espíritu del terror de serie B con la búsqueda de profundidad psicológica en los personajes y su arco de transformación y esa mezcla la hace efectiva y le pinta una pátina sino de originalidad sí de singularidad. Buenas actuaciones, buenos efectos y buena dosificación de la intriga, la cinta cumple las expectativas y nos deja buen sabor.
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