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Helga Liné, diosa del cine de género
De pequeño Serendipia ya era muy enamoradizo. Les hablo de la vertiente platónica del tema, por supuesto. Inma de Santis, Emma Cohen, Maribel Martín, Marisol … Me enamoré de todas ellas y puedo decir que lo sigo estando. Incluso a una de ellas pudo conocerla y confirmar lo que suponía: que era un tipa fenomenal. Pero Helga Liné era otra cosa. Cuando la veía en el Súper-8 de El espanto surge de la noche o en el de El asesino de muñecas le sugería otras cosas. Por lo pronto ya no era tan joven como sus queridas Emma e Inma (que también salían en esas películas, por cierto). Su mirada no era, ni mucho menos, inocente y sus formas… no tardó en entender lo que le sugerían. Si, a Serendipia Helga Liné le imponía respeto pero también le abrían un mundo de sensualidad situado más allá de pasear por el campo cogido de la mano de su amada.
Y cómo no iba a hacerlo si ya lo traía de nacimiento, pues, Helga Lina Stern nació en Alemania, concretamente el 14 de julio de 1932 en un Berlín convulso que veía como, tan solo tres meses antes, el partido nazi ganaba las elecciones y poco después el ridículo personaje de bigote a lo Chaplin era nombrado canciller. Y ya saben lo que vino a continuación. Así que la familia de Helga decidió poner pies en polvorosa ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos y en 1940 se refugiaron en Portugal, donde se crió la pequeña Helga, a la ya desde pequeña y alentada por su madre se le despertó la faceta artística, destacando primero por el baile, más tarde como modelo, contorsionista y acróbata, lo que la llevó a trabajar en el circo. Una disciplina que le ocasionó algunas secuelas en la espalda de las que todavía hoy se resiente. Y de ahí a realizar sus primeros pinitos en el cine gracias a un concurso que gana, debutando en Porto de Abrigo (1941) de Adolfo Coelho, lo que dio pie a varias películas más, algunas en régimen de coproducción con el país vecino y otras enteramente españolas, en las que Helga desempeñaba una función poco menos
que decorativa (El negro que tenía el alma blanca, La trinca del aire, El gran galeoto…). En 1951 protagoniza en Portugal la que todavía hoy es su película favorita: «Para mí la mejor película en la que participe fue la primera que hice, que se llamaba ‘Saltimbancos’, una película de circo rodada antes de que Fellini hiciera La Strada«. Y si bien no es la primera película en la que participa, si que es la que le proporciona su primer papel importante, además de retratar un mundo que la actriz conocía bien. Saltimbancos fue la opera prima de su director, Manuel Guimarães, que dedicaría gran parte de su carrera al documental.
Helga compaginaría el cine con su trabajo como vedette en la Compañía de Revista del Teatro Albéniz, con la que sale de gira por España a mediados de los cincuenta protagonizando Una rubia peligrosa y Mujeres de papel, comedias musicales dirigidas por Manuel Paso. Esta temporada de escenarios dejó una profunda huella en la actriz, que considera que «El medio en el que estoy más a gusto es el teatro. Es más directo y me gusta mucho más. El cine, ya sabes, puedes empezar a rodar primero el final, cortar… es otra cosa. El cine es otra cosa, es una técnica.»
Ya en los años sesenta Helga Liné vuelve al cine, trabajando prácticamente en todo lo que le proponen. Había enviudado y debía sacar adelante ella sola a sus dos hijos. Rueda películas en España como apoyo a las niñas prodigio Rocío Dúrcal (Canción de juventud, Rocío de la Mancha) o Maleni Castro (Las gemelas), participando en un buen número de cintas interpretando al interés romántico del héroe, muchas de ellas coproducciones hispano-italianas como El capitán intrépido (Mario Caiano, 1963), Los invencibles (1963) de Alberto de Martino o Espartaco y los diez gladiadores (1964) y El triunfo de los diez gladiadores (1964) de Nick Nostro, además de participar en su primera película de terror, la poco vista Horror (Alberto de Martino,1963). Es en esa época cuando la actriz marcha a Italia, donde en seis años hace la friolera cifra de 36 películas, inscritas en los más diversos géneros: espías (La muerte espera en Atenas, Operación Poker: agente 05-14, Operación Mogador, Operación Lady Chaplin…), peplum (Ercole contro i tiranni di Babilonia), bélico (Los leopardos de Churchill), aventuras (El arquero de Sherwood), comedia (con los inefables Franchi y Engrassia en Brutti di notti) y también terror, coincidiendo con Barbara Steele, otra ilustre refugiada en el cine de género italiano, en Amantes de ultratumba (Amanti d’oltretomba, 1965) dirigida por su viejo conocido, Mario Caiano.
«El máximo de películas que llegué a rodar en un año fueron seis. Por eso ahora no me gusta levantarme muy temprano, porque entonces me levantaba todos los días a las cinco de la mañana, viajaba y a lo mejor debía rodar en un sitio en verano vestida de invierno o de verano en pleno invierno. Y te metían hielo en la boca para que cuando hablaras no te saliera vapor… ¡Esto es el cine!«
En la práctica totalidad de estos títulos Helga Liné participa como coprotagonista, o al menos figura en una posición destacada del reparto, pero conforme su nombre comienza a bajar, decide instalarse en España. Estamos en 1970 y la actriz tiene 38 años y, no lo olvidemos, dos hijos que mantener.
Pronto demuestra que no tiene miedo a nada ni nadie y confirma, como ya lo había hecho en Italia, su lugar de honor como leyenda del cine europeo de género, «Me daba igual todo. Yo aceptaba todo menos pornografía». Interpreta comedias picantes como señora estupenda que hace desfallecer a José Luis López Vázquez o Alfredo Landa; y también aventuras, western y sobre todo terror. En 1972 rueda a las órdenes de Eugenio Martín Pánico en el Transiberiano (1972) de la que recuerda con cariño «las escenas que tuve con Peter Cushing, maravillosas» aunque no conserva tan buen recuerdo de Christopher Lee. Y Pánico en el Transiberiano es tan solo la primera de una lista que incluye El espanto
surge de la tumba (Carlos Aured, 1973), Las garras de Lorelei (Amando de Ossorio, 1973), La saga de los Drácula y La orgía nocturna de los vampiros ambas de 1973 y dirigidas por León Klimovsky, cintas dirigidas por la flor y nada del Fantaterror español, realizadores de los que la actriz guarda, en general, buenos recuerdos «Klimovsky es un amor dirigiendo. He hecho muchas películas con él. Con Amando de Ossorio también. El mejor para mí es Carlos Aured, que es alumno de Paul Naschy, que en su momento no fue reconocido y ahora sí.» Eso sí, cuando Serendipia le mostró a Helga Liné una radiante copia alemana en Blu-ray de Las garras de Lorelei, le dejó bien claro que no figuraba precisamente entre sus películas favoritas, «Ay, esa la odio, ¡Las garras de Lorelei no me gusta nada!». Recordaba entre divertida e irónica que le gustaba hacer cine de terror, «Me divertía abrirle el pecho a un muñeco y fingir que me comía su corazón, que en realidad era de cerdo».
También reconoció que de estas películas se rodaban escenas con desnudos destinadas a la exportación, algo que «no estaba en el contrato, pero se hablaba. No creas tampoco que eran desnudos totales ni cosas de esas, pero sí, se hacían dobles versiones. Algunas actrices se lo tomaban
bien, otras mal. Yo me lo tomaba mal pero lo hacía. Pero pornografía no».
En 1974 obtiene el premio del Sindicato Nacional del Espectáculo a la mejor actriz de reparto por El chulo de Pedro Lazaga. Y poco después, con la muerte de Franco, desaparece la censura y se desata la fiebre del destape, moda que afecta la carrera de la estrella, «Mira, yo solo hacía lo que estaba en el guión. Si pasaba de ahí, no lo hacía. No me gustaba, y bastaba si el guión era bueno. Con Paul Naschy nunca tuve problemas», y junto a él encarno a una fascinante Zanufer en La venganza de la momia (Carlos Aured, 1975), última colaboración de la actriz con Naschy y Aured. Ese mismo año también se estrenó la peculiar El asesino de muñecas, que «no me gusta, porque querían que hiciera cosas que no estaban en el guión. Y por ahí no paso. Yo me he llevado bien con todo el mundo siempre y cuando me respetaran. Pero que no me pisaran porque entonces me enfadaba».

Mucho tiempo pasó antes de que los españolitos de a pié pudiéramos ver aquellas dobles versiones. En la imagen, El espanto surge de la tumba.
Y es que como vemos, quizás por su edad, Helga Liné tenía claro hasta donde quería llegar, por eso no se mostró de acuerdo con que las actrices denunciaran los abusos sufridos por parte de productores o directores años antes, lo conocido como ‘Mee Too’:
«Eso es una tontería ¿Por qué no lo han dicho en su momento? En mi época la que quería se destapaba y hacía lo que quería. La que sabía comportarse y poner la manita para que no pasara nada o para que no se atrevieran, no le pasaba nada. Y ahora dirán ‘Ay, me han obligado’, no, yo no estoy de acuerdo. Que lo digan en el momento. Y yo soy feminista, me gusta que la mujer trabaje y que llegue a ser directora, que haya productoras… en fin, que haya mujeres en el mundo del cine. Pero eso de quejarse de lo que pasó hace veinte años, me parece una tontería»
Helga Liné quizás se encontraba en aquella época encasillada en papeles de señora estupenda -que indudablemente lo era- y villana, pero eso no parecía importarle «es más fácil hacer de villana que de buena. Pues de buena tienes que estar maravillosa y de villana… en fin. No me importaba hacer de villana, me daba igual. Puede que estuviera encasillada, pero así fue la cosa. Y fueron más de cien películas».
La actriz pasó los años setenta y ochenta tomando parte en todo tipo de producciones, algunas de ellas de alto contenido erótico. También participa en Laberinto de pasiones (1982) de Pedro Almodóvar, además de hacer teatro y televisión, donde destaca su papel como madre de Javi (Juanjo Artero) en la popular serie Verano azul (1981). En 1987 vuelve a ser llamada por Almodóvar con quien rueda La ley del deseo, de la que no guarda buen recuerdo por el trato recibido por el director.
A comienzos de los años noventa, durante una gira por Argentina con Luís Aguilé y su espectáculo teatral Escándalo en el Grand Hotel, decide instalarse allí, donde permanece en la actualidad,
volviendo cuando es llamada para algún trabajo puntual, ya sea en el medio teatral: La Hermana Pequeña (1999), adaptación de una obra de Carmen Martín Gaite; Ellas, la Extraña Pareja (2001), versión de un texto de Neil Simon de la que la crítica ponderó su labor (1); o El Cianuro… ¿Solo o Con Leche? (2003), de Juan José Alonso Millán. También televisión: El comisario (2001), Hospital Central (2004) y Vientos de agua (2006). Y, por supuesto, cine: Torrente 3. El protector (Santiago Segura, 2005). Aunque naturalmente va espaciando sus trabajos, pero sin descartar nada: «Tuve la manía de dirigir. Pero se me quitó y ya se acabó. Ya soy muy viejita».
Para Helga Liné, que en la actualidad tiene una vida de lo más tranquila en Buenos Aires, acompañada de sus mascotas, le resulta curioso que su trabajo sea recordado y que sus películas
de terror sean consideradas de culto, «me parece muy extraño, porque aquí en España en aquella época no les hacían mucho caso», así que cuando le propusieron visitar en 2018 el Festival de Cine Fantástico de Sitges para recoger el Premio Nosferatu «me sorprendió muchísimo. Fueron dos veces a Buenos Aires. La primera vez dije que no, y la segundo vez Diego (2) me convenció. Y aquí estoy, (…) feliz de que me hayan invitado. Hay pocos festivales de cine dedicados exclusivamente al cine fantástico».
Y allí Serendipia tuvo ocasión de, como le pudo expresar a ella misma, cumplir uno de sus sueños, algo que ella tildó de exagerado. Pero no. Conocer a Helga Liné ha sido una de las circunstancias más felices que Proyecto Naschy le ha ofrecido a Serendipia. Fotografiarla mientras le indicaba donde debía de ponerse para sacarla con la mejor iluminación. Y hacerla sonreír. Ver sonreír a aquella mujer de rasgos duros y gélida mirada. Ver transformar su rostro en la expresión de la dulzura. Y ser testigo de su gran profesionalidad y experiencia con los medios, dejándose preguntar todo pero respondiendo, diplomáticamente, lo que quiso. Una experiencia realmente deliciosa. «Tengo muy buenos recuerdos. Me he llevado bien con todo el mundo. Si empiezo a contar anécdotas… mejor que no». Y ya es una lástima. Pero no hubo tiempo. Helga Liné, con gran temple, tuvo que hacer frente a cinco medios que la entrevistaron conjuntamente durante diez minutos. De ahí han surgido las declaraciones textuales de la actriz incluidas en este artículo, además de otras confidencias que comentó a Serendipia cuando, una vez pasados esos veloces minutos, todos abandonaron la sala y quedó la actriz y su reducido séquito de amigas, entre ellas la maquilladora y peluquera cinematográfica Toñy Nieto y Serendipia, recogiendo sus cosas.
Todo había acabado. O eso pensé cuando me despedí dándole las gracias por todo. Pero Helga me sonrío y, de forma inesperada, me plantó dos besos en la cara. Y Serendipia retomó el día como el protagonista de Jupiter’s Moon, levitando.
¡Gracias Helga!
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