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Sitges 2010: terror emergente en Latinoamérica

19 octubre 2010 1 comentario

Una de las líneas de la recién finalizada 43ª edición del Festival de Sitges fue mostrar ese cine de terror emergente que está naciendo en Latinoamérica. Que el cine de terror en esas latitudes goza de buena salud la tenemos en el cada vez más importante Buenos Aires Rojo Sangre y en Sitges se festejaba la suerte del festival argentino con el pase del documental Rojo Sangre, 10 años a puro género (2009, Elián Aguilar) que se estrenó en Argentina el 30 de noviembre del año pasado coincidiendo con el décimo aniversario del festival.  El documental repasa las dificultades y compensaciones que supone realizar cine de género a través de los principales artífices argentinos.

Además del documental, el cine argentino se hizo presente en Sitges con la película Fase 7 dirigida por Nicolás Goldbart, una comedia apocalítica que toma como base la epidemia de gripe A y cuenta con la presencia del mítico Federico Luppi.  Se la ha definido como un Rec pasado por el ácido humor bonaerense y a Serendipia se le quedó pendiente porque pese a ser un ente casi mitológico aún no ha desarrollado la capacidad de ser ubicua. Si tuvimos la inmensa suerte de poder ver las otras dos películas latinoamericanas, la uruguaya La Casa Muda (2010, Gustavo Hernández) y la mexicana Somos lo que hay (2010, Jorge Michel Grau).

Hemos ido siguiendo todo lo relacionado con La Casa Muda desde que estaba en fase de postproducción.  En Febrero iniciábamos nuestra campaña de apoyo para que llegara a los cines, en abril anunciábamos su presentación en Cannes y celebrábamos más tarde que hubiera sido seleccionada en Sitges y hubiera vendido su distribución comercial en 16 países, finalmente el 8 de octubre teníamos el placer de verla en pantalla grande tal como deseamos que se exhibiera. Porque la película vale la pena y mucho empezaremos destacando lo más negativo de modo que se valoren aún más los aciertos. La película avanza sumergiéndonos en el terror que viven los personajes en un caserón abandonado, su largo plano secuencia nos provoca una sensación de inmediatez, sabemos lo mismo que sabe la protagonista y pasamos miedo con ella; se logra ese terror real en tiempo real que se había propuesto Gustavo Hernández en esta su ópera prima.  La tensión y su crescendo nos mantienen pegados a la butaca y se crea entre la película y nosotros un acuerdo tácito: nos creemos la historia que nos cuenta y hasta nos sobresaltamos cuando la protagonista lo hace.  Eso se mantiene así durante casi todo el metraje, hasta que de pronto nos sentimos traicionados en nuestra credulidad: un giro inesperado nos saca de la historia. Lo peor de La Casa Muda es que su final está dudosamente resuelto. ¿Por qué puede pasar eso? Hernández parte de hechos reales, un doble asesinato no resuelto en el que aparecieron dos cadáveres mutilados junto a una serie de fotografías, el suceso es enigmático y a un amante de las historias de miedo no puede por más que resultarle atractivo. Hernández se propuso narrarlo buscando una hipótesis que explicara el misterio y se exigió desafiar un reto: igualar el tiempo de proyección y el tiempo de acción para intensificar el terror.  Esa exigencia funciona al modo de las contraintes que se imponen los oulipianos, las trabas, al contrario de lo que pueda parecer, enriquecen los relatos.  Hernández quería contarnos la historia sin salir del mismo escenario de la acción, no hay flashbacks ni acciones paralelas, si seguimos comparando la película con la literatura obtenemos que el plano secuencia funciona al modo en que lo hace el narrador semiomnisciente, narrador que no anticipa sino que va mostrando lo que acontece en su misma sucesión temporal, y ahí viene el problema del final de La Casa Muda: no se han mostrado los elementos que pudieran darle sentido lógico al desenlace, al contrario, cae en el error de no mostrar si no decir, un decir que es puesto en boca de la protagonista justo en el momento en que se produce el giro.  De ese modo el final se nos antoja sacado de la manga y eso es lo que empaña una película que hasta entonces había sido excelente. Excelente porque la planificación juega con el encuadre para hacer ir avanzando la trama, la cámara en ningún momento es subjetiva pero no se separa de la protagonista, una Florencia Colucci en estado de gracia, los fuera de campo actúan como intensificadores y los montajes internos permiten mostrar otros ángulos sin renunciar en ningún momento al punto de vista elegido; así consigue el objetivo que se propone: pasamos el mismo miedo que el personaje porque prácticamente estamos en sus mismas condiciones. Otro acierto es la banda sonora.  La música de la película es casi un personaje más, con la peculiaridad de que es el único que sabe lo que está pasando, el único que posee toda la información y nos la va destilando de modo que aún nos hacemos más sujetos de la narración. Gracias a la banda sonora no somos meros espectadores sino parte integrante de la película la cual consigue de ese modo cumplir magistralmente la función catártica.  Eso es lo que supieron ver los críticos que asistieron a su estreno en Cannes y que elogiaron la cinta uruguaya con afirmaciones como las siguientes: “El horror cobra un nuevo significado con el director uruguayo Gustavo Hernández en un impresionante debut… Al igual que los mejores ejemplos del género utiliza el suspenso por encima de la sangre para crear la tensión… Haber realizado todo esto en una sola toma es impresionante; haberlo hecho todo en una sola toma con una cámara digital es poco menos que milagroso” Lee Marshall SCREEN DAILY; “El film tiene un increíble sentido climático y juega bien con la oscuridad y los pequeños espacios.” Peter Sciretta SLASH FILM;“Fue un logro técnico y visual nunca antes alcanzado… Si eres fanático del horror o crees haber visto cinematografía increíble, sólo espera a ver esta película… Mírala cuanto antes!” Alex Billington FIRST SHOWING. Coincidimos con la opinión de estos críticos y al igual que ellos consideramos que la película nos muestra el talento de su joven director al que le deseamos la mejor de las suertes y de cuya carrera vamos a estar pendientes desde ya.

Más redonda resulta la película mexicana.  Somos lo que hay nos cuenta la historia de una familia que sobrevive en México DF comiendo seres humanos a los que antes sacrifica a modo de ritual, la película arranca con la muerte del padre, a partir de ese momento el mayor de los hermanos habrá de esforzarse en ser el nuevo líder con una cierta oposición de su madre y su hermano; todo se complicará  cuando la policía siga su rastro.

Se trata de una película compleja que podría definirse como drama de terror salpicado de descripción costumbrista más unas gotas de crítica social. Si alguna ciudad ejemplifica la sentencia de Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre (homo homini lupus), esa es la capital mexicana, daba cuenta de ello Buñuel de modo realista en Los Olvidados (1950) y se hace eco ahora  Jorge Michel Grau con está fábula, ácida y perturbadora, que es su primera película y cuyos protagonistas son una familia de desheredados que se comporta como una manada de depredadores aunque en verdad sean ellos las presas.  Esta es una película de atmósferas que nos remite a su origen literario, un relato escrito por el propio director, se desarrolla como un cuento en el que los ogros fueran los protagonistas, los malos son los buenos; la propia madre se define a ella y a sus hijos como monstruos, palabras destinadas a no olvidar su realidad aberrante que en la batalla por la supervivencia ha degenerado en atrocidad y locura. La cinta, sin escatimar hemoglobina, huye del efectismo gore en su paseo por lo sórdido dando así tintes más realistas a la historia. Y es que no está contándonos únicamente una ficción, no sólo porque pueda estar inspirada en casos de canibalismo real en México como los de José Luis Calva Cepeda o Gumaro de Dios, sino porque Jorge Michel Grau está haciendo una radiografía de los males que aquejan a México y que tan bien retrató Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad. México y su grito «Hijo de La Chingada» alusión a la Malinche (esa india que traicionó a Moctezuma, de la que son descendientes) en el que se expresa su orgullo de pueblo derrotado por el invasor, contradictoria afirmación de sí mismos y su peculiar idiosincrasia que muestra y a la vez esconde sus miserias. Será por ello que esta película, que llegó a La quincena de los realizadores de Cannes y ha sido recientemente premiada con el Silver Hugo Special Jury Prize  del Festival Internacional de Chicago, ha tenido una dispar acogida en México. Algunos críticos, como Carlos Bonfil de La Jornada, arremeten contra ella por considerarla un drama tremendista que únicamente retrata lo disfuncional y ansían un cine que se haga eco de aspectos más amables de su país aunque lo reconozcan colapsado.  Pero los cineastas responden a la crítica que esto es lo que hay, Somos lo que hay titula Jorge Michel Grau a su ópera prima de impecable factura porque así ve su realidad y así la plasma en su metáfora. Ahora bien, quedarse en que muestra sólo lo más sórdido es no ser capaz de ver la película en toda su profundidad, tiene mucho de burla contra la autoridad y contra la cultura de depredación que sufren los mexicanos, pero no deja de hacernos sentir su admiración por sus raíces, ese rico folklore capaz de embellecer hasta la misma muerte. Porque la familia protagonista no es una más en largo listado de familias de psicópatas que nos ha regalado el cine, no aman el asesinato son más bien supervivientes en un mundo que se les antoja apocalíptico y en el que para perpetuarse han ideado una ceremonia ritual en la que practicar la comunión con la carne. No viven su hacer como un asesinato sino como una ofrenda.  No sólo está en juego su manutención, el ritual es el que les da sentido como familia, lo único que a su parecer podrá evitar su descomposición. De ahí que tras la muerte del padre haya una lucha por decidir quién ha de ser el nuevo líder, esa muerte saca a la luz las rivalidades y las alianzas; la película desciende hasta el mundo del incesto no consumado con esa hermana que hace de bisagra entre los dos hijos varones y los usa como escuderos para sentar su primacía frente la madre. Todo esto nos lo cuenta Grau con una preciosista planificación que juega con toda la profundidad de campo y el desenfocado parcial para transmitir la intensidad del drama en sus magistrales encuadres.  A ello contribuye igualmente la oscura banda sonora y el esmerado diseño de sonido (el opresivo ruido de los relojes que aventura su clímax es sencillamente abrumador). Serendipia salió del cine Retiro con la certeza de que esta receta de cocina canibal propia de Topor iba a ser uno de los mejores platos que le iba a permitir degustar ese gran banquete que es el Festival de Sitges. Esperamos que esta breve crónica os haya despertado las ganas de catarla.

Categorías: Sitges Film Festival
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