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Adiós dulce, Jennie

Porque a veces me dejo llevar por la melancolía, he coleccionado una lista de títulos que me permitan gozar de esa alegre tristeza o tristeza alegre.  Y como no podía ser de otro modo entre ellos figuran títulos importantes dentro del género fantástico.  Algún día hablaré de todos ellos pero hoy quiero hacerlo de uno de los más especiales,  Jennie (Portrait of Jennie, 1948, William Dieterle).

Jennie lo tiene todo para hacernos esbozar una sonrisa soñadora y agridulce: el amor más allá de la muerte; la fantasmal presencia de una niña que se hace mujer ante nuestros ojos en cada nueva aparición; el artista que no consigue crear su obra maestra hasta encontrar lo que siempre había buscado, la pasión  arrebatadora que llene de sentido la vida, la existencia; y esa misteriosa canción compuesta por el gran genio, por Bernard Herrman.

Este retrato oval invertido en el que cuadro y modelo cobran fuerza conforme el pintor avanza en su obra me embriagó de ternura una tarde de otoño hace mucho y su ensoñadora cadencia me enamoró.  William Dieterle compone un retrato en el que la historia se desliza como los copos de nieve que marcan el primer encuentro entre Joseph Cotten y Jennifer Jones, bajo la supervisora mirada de David O’Selznick, marido amado de esa dulce Jennie que nos ha dicho adiós, y con la presencia de Ethel Barrymore y Cecil Kallaway como magistrales secundarios más la intervención de Lillian Gish. Esta película es la mejor muestra de que Dieterle no era sólo un director eficaz en la realización de films complacientes con el público sino todo un maestro que no malogró su aprendizaje con Max Reinhart aunque, paradójicamente, esta pieza que es la mejor de su colección no tuvo éxito entre los espectadores. A pesar de que el atrayente eslogan comercial de Jennie rezaba «La más tierna y aterradora historia de amor jamás contada», la película no fue lo suficientemente atractiva para un público que no entendió esta rareza dentro de la producción americana de finales de los años 40. Fue un rotundo fracaso comercial y tampoco fue bien entendida y acogida por la crítica.  Pero eso es ahora un dato que aumenta el romanticismo de la cinta: lo maldito se revaloriza con el tiempo.

Su argumento es redondo: Eben Adams, un pintor pobre y en crisis creativa (Joseph Cotten) conoce un día de invierno en Central Park a una niña llamada Jennie Appleton (Jennifer Jones) que canta una extraña canción de otro tiempo. Jennie le pide que le espere mientras se da prisa por crecer y que le pinte un retrato. Mientras tanto Eben descubre que Jennie viene de una época pasada. Jennie se hace mujer y Eben termina su retrato. Ambos prometen no separarse nunca pero el destino de Jennie será otro y en un paseo en barca se desata una violenta tormenta y desaparece. Su cuadro termina expuesto en el Museo Metropolitan de Nueva York. Pero lo mejor es su atmósfera en blanco y negro de impecable fotografía que acentúa la ambivalencia de Jennie, puede que su aparición sea fruto sólo de la mente del pintor, pero se nos deja abierta la esperanza de que sea real y nos aferramos a ella todos los que creemos en el amor. Y Dieterle es el que nos hace creer con ese plano en color, el único de la cinta, en el que se nos muestra el retrato terminado.

Para muchos será la salvaje protagonista de Duelo al sol (Duel in the sun, 1946, King Vidor), para otros tantos Madame Bovary y todos la recordarán por su oscarizada interpretación de Bernadette Soubirous. Para mí en cambio siempre será la dulce Jennie.

 

 

Descansa en paz bella Jennifer 

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