Snowpiercer, una aventura distópica
Puede leerse en la crítica americana que Snowpiercer es una obra maestra destinada a marcar un hito a la altura de Blade Runner y Mátrix. También aquí los primeros en verla (fundamentalmente críticos) no han vacilado en afirmar que acabará convirtiéndose en obra de culto. Estas afirmaciones ponen las expectativas muy altas, y a veces eso no es bueno para una película. A mayores expectativas, mayores decepciones entre el público. No me gustaría contribuir a ello, pero lo cierto es que Snowpiercer es una de esas películas que te pueden solucionar un mal día, te hacen creer nuevamente en el cine y tienes muy claro que figurará en tu top ten cuando hagas recuento de lo visto a lo largo del año (esa práctica en la que todos caemos al llegar diciembre a la hora de los balances).
Y es que Snowpiercer es uno de esos filmes a los que te puedes acercar desde varias perspectivas. Es una película de acción y como tal puede hacer las delicias de quienes buscan en el cine entretenimiento, pero no se queda ahí porque es también una profunda y poderosa distopia apocalíptica que nos enfrenta a nuestro mundo proyectándolo en un futuro (no demasiado lejano) sin caer nunca en lo panfletario. Es un debate sobre nuestro sistema y, más allá de ello, sobre la condición humana; ese bifrontismo que nos lleva a acometer los mejores y los peores actos, los cuales forman un círculo en el que ambos extremos parecen inevitables e incluso necesarios. Snowpiercer, lo adelantamos ya, apuesta por afirmar la posibilidad de romper ese círculo, la posibilidad de alcanzar un nuevo origen aunque sea a costa de la destrucción de todo lo conocido: la vida puede regenararse y construir un nuevo mundo en el que, tal vez, el equilibrio no pase por las estructuras de dominación y la división de clases que hasta ahora hemos conocido.
Bong Joon-Ho ( el autor de The Host) hace arrancar la acción en este nuestro 2014 preocupado por el cambio climático. Hoy, (14 de abril) y sin ir más lejos, un nuevo ultimátum de la ONU a los gobiernos ocupa la portada de los periódicos). En la ficción se anuncia la inminencia de la solución, basta con enviar a la atmósfera cargas de un nuevo producto capaz de hacer frenar el calentamiento global. Sin embargo el experimento resulta fallido y se desencadena una nueva era glaciar que acaba con la vida sobre el planeta. Sólo unos cuantos llegan a salvarse gracias a esa especie de arca mecánica que es el snowpiercer, el último tren diseñado por la empresa Wilford dotado de un motor capaz de permanecer en movimiento perpetuo y que viajará en círculos alrededor del planeta. La acción avanza diecisiete años y llegamos al 2031, y en el tren rompehielos se han reproducido las diferencias sociales de la tierra: los vagones de cola son ocupados por la clase baja, sometida y hambrienta; de los delanteros se sabe que es habitada por las clases altas donde viven con toda clase de privilegios y excesos, todo ello auspiciado por el propio Wilford que gobierna la máquina. No todo es sumisión en la sección de cola, hay voces que se alzan contra esa injusticia y planean el asalto de la máquina. Su líder espiritual es el anciano Gillian (John Hurt) que alienta al joven Curtis (Chris Evans) a organizar una revuelta.
La aventura de Curtis, y de quienes se apuntan a seguirle, nos irá conduciendo a lo largo del tren revelando que hay en cada vagón. Que es tanto como ir descubriendo la organización del mundo y la arbitrariedad que lo gobierna. Si es habitual usar el tren como metáfora de nuestra vida, que es un transito, en la obra de Bong Joon-Ho lo es explícitamente: «El tren es el mundo y sus pasajeros la humanidad entera«, se dice en un momento del filme. El todo es un engranaje, en el que cada pieza es necesaria si cumple con su función; así, en el snowpiercer como ecosistema cerrado que es, todo está diseñado para mantener constantes las proporciones que garantizan su diversidad, si para ello es necesario que se mantengan las diferencias sociales se hará todo lo posible para que perduren. Así, hasta las revueltas están concebidas para conservar el particular statu quo que da naturaleza a ese ecosistema, son un medio que tiene como fin nivelar la población ya que a toda rebelión le sigue su sofocamiento. El orden del sistema está calculado con detalle para evitar su aniquilación, está pensado para perpetuarse infinitamente. La única salida posible es romper el círculo, dinamitar las estructuras, aceptar el sacrificio apocalíptico y conservar la esperanza de que un segundo origen será posible tras la devastación. Así de rotunda es Snowpiercer.
Conceptualmente inquietante, su gran valor es que la idea de fondo no sobrepasa la forma de la exposición. La distopía es expuesta bajo el ropaje de la acción épica y funciona perfectamente en los dos planos, trenzándose el uno con el otro y dándose sentido mutuamente. El periplo de Curtis desde el vagón de cola hasta la máquina adopta la forma de sucesión de pruebas, siendo cada vagón la resolución de una misión, como si se tratará de una aventura gráfica. Mención especial merece el episodio en el que para acceder al vagón de distribución de agua, se dan de cara con un ejército de enmascarados provistos de hachas, es una secuencia cruenta que no está exenta de humor. Un humor propiciado por el planteamiento surreal de situaciones y personajes. Entre los personajes bizarros merece ser destacado el papel interpretado por una irreconocible Tilda Swinton, la primera ministra del tren que es la encargada de trasladar las órdenes desde la máquina a el vagón de cola, la veladora del orden. Histriónica y despiadada, propicia algunos de los momentos más divertidos a la par de crueles (una crueldad que bebe directamente del espíritu del cartoon). Despiadada es la propia película, que no vacila en ir eliminando personajes conforme avanzamos en la aventura, muertes nada teatrales (menos aún sensibleras) que obedecen a la lógica implacable del relato. De todos los sublevados sólo Curtis llegará a la máquina en la que se encontrará con Wilford, interpretado por Ed Harris, ahí es donde reconocemos que todo ha sido un viaje iniciático para llegar a enfrentarse a la fuente, al origen, de todo lo existente; el encuentro con Wilford se instala en la tradición que lleva a enfrentar la criatura con el creador. Así podemos evocar desde el Frankenstein de Mary Shelley, hasta el encuentro de Neo y el Arquitecto en Mátrix, pasando por el productor ejecutivo Christof de El show de Truman (también interpretado por Ed Harris) con cuyo final no faltan las concomitancias (la solución pasa por la ruptura del círculo cerrado con todas sus consecuencias).
Una película como Snowpiercer es también un prodigio de efectos especiales. En este apartado el mayor reto era darle fisicidad al tren, ya que después de todo tiene tanto protagonismo como los personajes. Tres artistas conceptuales, incluyendo a Jang Hee-chul, el diseñador de la criatura en The Host, trabajaron juntos en ello, incluso antes de escribirse el guión de Snowpiercer. El tren tenía que tener al menos 4 largos compartimentos para mostrar a los pasajeros de la sección de cola en su carga inicial, por lo que se escogió el Estudio Barrandov de la República Checa al tener, con sus 100 metros, el set más largo de Europa. Se diseñó y se construyó un gigantesco cardán para simular los movimientos realistas de un tren de alta velocidad. Un cardán es un mecanismo que se usa para similar el movimiento de enormes barcos o submarinos como Piratas del Caribe o Marea Roja, por lo que es también una herramienta crucial en la consecución de movimientos realistas de un tren. Sin embargo, nunca se había oído hablar de un cardán lo suficientemente grande para soportar 120 toneladas de tren, con vagones de unas 30-40 toneladas cada uno, y ocupando 100 metros de largo. El equipo de efectos especiales del Estudio Barrandov creó este cardán gigante con 6 cámaras de aire en cada vagón, que podían controlar la frecuencia y la intensidad del movimiento, además de situar un motor especial debajo del mismo, utilizando los planos del director Bong Joon-ho para la simulación del tren. El resultado fue un tren ficticio que se movía como un tren en unas vías reales, que se doblaba como una serpiente en las curvas, y que se sacudía de manera realista en su interior, prolongándose hasta muy lejos la mirada y perspectiva del movimiento interior. El cardán ayudó a los actores a sentir que estaban en un tren de verdad, y la misma sensación tendrá el público: sentirá también estar viajando dentro del tren.
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