Quien tiene la información, tiene el control, ese fue uno de los descubrimientos más importantes de la matemática del siglo XX, ahora en plena era de la información es más cierto que nunca. Pero también es un valor sutil que va de la mano de la entropía. La Entropía puede ser considerada como una medida de la incertidumbre y de la información necesarias para, en cualquier proceso, poder acotar, reducir o eliminar esa incertidumbre. Los mensajes menos probables son los que más información aportan, y eso es lo que anhelamos, pero en ellos va el riesgo del desorden de la incomprensión y el colapso, esto es del desorden, del descontrol. Y ahí mismo estamos ahora en nuestra época de crisis sistémica. Si una obra de arte lograra explicitarlo como imagen, como símbolo, esa sería la obra de arte que expresara el espíritu de nuestro tiempo (el zeitgeist) y eso es precisamente lo que ha conseguido Cronemberg en Cosmópolis de la mano de la novela de Don DeLillo. Podría decirse sin exagerar (o así nos lo parece) que la última cinta del canadiense es la primera que logra hablar del S. XXI.
Si en Holy Motors el representar humano viajaba en una metafórica limusina, en Cosmópolises el capitalismo que boquea (prometiendo llevársenos a todos por delante) el que viaja en ese vehículo aislante. Los mercados, esos entes intangibles que dirigen a nuestros estados y a nuestra propia existencia, toman carne en la figura de Eric Packer (Robert Pattinson), el chico de oro de las altas finanzas que en el día que toma su decisión profesional más drástica siente la necesidad de recorrer la ciudad para cortarse el pelo, un acto aparentemente trivial que se convertirá en un trágico descenso a los infiernos en los que habrá de encontrar su némesis. Durante ese día (en la novela abril del 2000 y sin fecha precisa en la película) Nueva York se colapsa por la visita del presidente de los EE.UU. y Packer irá teniendo encuentros dentro de su receptáculo. El colapso del tráfico corre parejo a su propio colapso, y al colapso del mercado de divisas por su ataque al yuan (China, ese peligro). Un viaje en el que el protagonista se va despojando de todo lo que le describe y llega así a su acto final en el que se encuentra con su antagonista Benno Levin (un siempre excelente Paul Giamatti).
Lo que más atrajo a Cronemberg de la novela de DeLillo fueron sus diálogos, tanto es así que para preparar el guión copió todos los diálogos sin variar nada. El resultado es una película preñada de concepto que nos invita a analizar el presente desde nuestro raciocinio. Esa densidad de los diálogos supuso un reto especialmente para la banda sonora encargada al habitual mñusico del director, Howard Shore, Las dificultades para el escore las expresó el mismo Cronemberg en una entrevista: : «Howard Shore fue una de las primeras personas a las que le envié el guión. Tenía dos características. Primero, incluía música, con canciones del rapper Brutha Fez o Erik Satie. Además tenía mucho diálogo, algo que es un desafío para la banda sonora, sobre todo cuando los diálogos son sutiles, no puedes poner trompetas por encima. Necesitábamos música que fuera discreta pero a la vez capaz de establecer un cierto tono. Howard trabajó con la banda canadiense, Metric, su cantante Emily Haines usa su voz como instrumento, de una manera sutil que encaja perfectamente con nuestras necesidades«
También supuso un desafío para Pattinson que está presente en todas las escenas (el único plano en que no aparece en pantalla es un travelling subjetivo desde su punto de vista), Cronemberg le tuvo en mente para el papel desde el principio: «Su trabajo en Twilight , aunque por supuesto cae dentro del estereotipo. También vi Little Ashesy Remeber me y me convencí de que podía ser Eric Packer. Es un papel duro, aparece en cada toma, y creo que nunca había hecho una película con un actor que literalmente no abandona la pantall en ningún momento. La elección de un actor es cuestión de intuición, no hay reglas ni instrucciones para ello«. Nosotros creemos que el éxito de Pattinson es su contención interpretativa, su rostro se nos representa impasible, casi impenetrable, el más adecuado para un personaje que busca la creación de significados que ya han desaparecido para él. Y es que esa donación de sentido sólo podría venir de un sentimiento apasionado, pero para él ya no hay camino hacia ello porque la vida ya le resulta demasiado contemporánea como para comprenderla y el amor ya no está a su alcance, a lo largo de su viaje por el colapso se irá distanciando de su esposa y el sexo se convertirá en un acto de consumo rápido. Sólo le queda acumular riqueza, pero toda riqueza se ha convertido en elemental y el dinero ha perdido su sentido narrativo porque, convertido en señor del tiempo, ha sacado el presente para construir un futuro imposible.
En cada nuevo encuentro su matrimonio fracasa un poco más
Packer se apea de su limusina-escudo en el lugar de su origen, vuelve al origen para concluir, para encontrarse con su reverso: Benno Levin, el hombre que habita el cementerio del presente, el hombre apeado del sistema al que sólo le queda la desesperación. Es la ira sorda del ahora para la que el capital no tiene oídos. Packer y Levin se encuentran tangencialmente en el punto en que los análisis fracasan, donde se agotan las armonías cruzadas entre los datos y la naturaleza: la asimetría que se escapa al cálculo echando por tierra todo el imperio de la comprensión racional. Y la acción violenta debiera obedecer a una causa, basarse en una verdad, ser un acto de conciencia atraído por la presión social, pero en el tsunami informativo que nos envuelve nos aboca al nihilismo político, a la anomía absoluta. El acto solitario de Levin quedará absorbido por la misma deriva del capital, no hay posibilidad de heroicidad salvadora alguna.
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