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Vampirismo Ibérico. Bebedores de sangres, sacamantecas y curanderos

23 diciembre 2011 Deja un comentario

¿Qué tienen en común Alfonso XIII con el toreo?; ¿Y con las sanguijuelas? ¿Y con delincuentes con apodos como «el Drácula»? ¿O con enfermedades como la porfiria? Pues bien: la sangre. En algunos casos su querencia, y en otros únicamente la relación con el vampirismo, tal y como al modo celtibérico puede ser interpretada.

Bajo el nombre de Vampirismo Ibérico, bebedores de sangre, sacamantecas y curanderos (Editorial Melusina), Salvador García Jiménez aúna una documentadísima narración de casos y cosas relacionadas con los chupasangres, con la crónica negra relacionada con el tema  que hubo , sobre todo, a principios de siglo veinte.  Y todo ello con un verbo desenfadado pero erudito  que, a fín de cuentas busca desenmascarar toda la ignorancia que ha habido en tiempos pretéritos ante enfermedades como la tuberculosis, relacionándola con extraños crímenes cuyo protagonista era el rojo néctar.

Mientras leía el libro, y a sabiendas de que mi madre padeció tal enfermedad en la postguerra, le comenté sobre la creencia de que la sangre de los niños e incluso la de los delincuentes ejecutados, -que era recogida a pié del cadalso-, curaba o aliviaba tal enfermedad. Y por supuesto sabía del tema y había escuchado hablar sobre ello. Conocía rumores de que «sacamantecas» , «tios del saín» y «hombres del saco» secuestraban niños para extraer su flujo vital y venderlo a nobles o ricos  para curar sus males. Leyenda de la que no se libraron los monarcas españoles Alfonso XII y su vástago. Vamos, la historia de la Condesa Bathory importanda al agro español.  Así que no hablamos de un tema tan antiguo… supersticiones que se achacaban a vagabundos o extranjeros que, en muchos casos fueron acusados o incluso se convirtieron en víctimas de la incultura y el miedo de la turba a lo desconocido.

Así que, además de la anécdota, que abarca desde la utilización de sanguijuelas; los coincidentes apodos de delincuentes (entre los que se incluye uno de mi barrio conocido como «el Drácula») o incluso el popular helado que recibió el nombre de la creación de Bram Stoker,   el libro contiene una amplía crónica negra con los crímenes más populares que, con la extracción de sangre o su creencia sucedieron en nuestro país. Revisando así casos como el, tan popular ahora, de Enriqueta Martí, la vampira de Barcelona o los acontecidos en  Gador, Pueblanueva o Teverga, que comparten páginas con el bizarro y falso vampiro alemán Waldemar Wohlfahrt, un ligón de Benidorn que en los años sesenta fue confundido con un delincuente, lo que hizo que, tras demostrarse su inocencia, se hiciera popular en nuestra España profunda como actor, primero con su nombre y más tarde  bajo el nombre de Val Davis en  El vampiro del autopista (1970, José Luis Madrid),  y otros films dirigidos por Jesús Franco, dedicándose también a la canción y grabando algún disco. Uno, ya puestos a repasar las partes más celtibéricas y pop del vampirismo en España igual echaría en falta barrabasadas y anécdotas del cine como Un vampiro para dos (1965, Pedro Lazaga) en la que el vampiro Baron de Rosenthal  (Fernando Fernán Gómez) era mortificado en su castillo alemán con las sopas de ajo que le preparaba su sirvienta emigrada Gracita Morales. O incluso, ya en la variante ye-ye, a  el grupo (precisamente alemán) afincado en nuestro país durante los sesenta The Vampires.

Pero en todo caso, tenemos en esta obra de Salvador García Jiménez (Cehegín, Murcia,1944) un catálogo de honda raigambre celtibérica que nos es narrada de forma amena a la vez que instructiva. Con gracejo, arte y bastante humor. Catedrático de Lengua y Literatura y académico numerario de la Real Academia Alfonso X El Sabio, el autor  ha publicado numerosos libros de poesía, narrativa y ensayo, de entre los que destacan Tres estrellas en la barba (Premio de novela Ciudad de Palma, 1974), Por las horas oscuras (Premio Ateneo de Valladolid, 1975), Agobios de un vendedor de biblias (Premio Gabriel Sijé, 1984), Caelum caeli (Premio Alcalá de Henares de Narrativa, 1988), Las ínsulas extrañas (Premio América de novela, 1991), El hombre que se volvió loco leyendo «El Quijote» (Editorial Ariel, 1996), Juan de Quiroga Faxardo, un autor desconocido del Siglo de Oro (Editorial Reichenberger, Kassel, 2006) y otra perla que esperamos analizar en breve y que nos pone la miel en los labios: No Matarás: Célebres Verdugos Españoles, obra también editada por la interesante Editorial Melusina en 2010.

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