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Sitges 2010, Festival de Contrastes: Uncle Boonmee versus The Last Exorcism
Este artículo también podría haberse titulado: cuando Sitges va de culto versus cuando es fiel al género que le da sentido. Cuidado, que ambas cosas no están reñidas. Después de todo, tal como contaban en una divertida entrada los de Vicisitud y Sordidez, no hay tanta diferencia entre culturetas y freaks. Pero es que Serendipia es milenaria y aún recuerda aquellos años (y aquel director) en los que se pretendió convertir Sitges en una especie de Festival de San Sebastián mediterráneo, con aquella sección Seven Chances que, de haber crecido, habría acabado apartando al festival de su objetivo. De modo que le entró la temblequera cuando vio que estaba programada Uncle boonmee who can recall his past lives , reciente ganadora de la Palma de Oro en Cannes.
El Festival de Cannes es, seguramente, el más prestigioso de los festivales de cine. Todos quieren pasear por La Croissette cuando llega mayo (todos menos los habitantes de Cannes, hartos de que todo triplique sus precios cuando llega el festival), quedar bien en la foto y dejar la huella de sus manos junto al auditorio (que, por fuera, al menos, es mucho más feo que el de Sitges, se lo digo yo que he pisado esa alfombra roja). Por allí han pasado, llevándose la Palma de Oro, películas de la talla de Días sin huella, Breve Encuentro (la de David Lean), Roma, città aperta, Milagro en Milán (qué de recuerdos), El Salario del Miedo, El Gatopardo (la más indiscutible de todas), Apocalypse Now, Taxi Driver, Kagemusha, Viridiana… Otras películas igualmente ganadoras ya no son tan de primera línea, Los paraguas de Cherburgo, The Knack, Un hombre y una mujer, Orfeo Negro… que sí, que están muy bien, pero no a la misma altura que las otras mencionadas (es curioso, he visto más del 80% de las ganadoras, ¡¡¡cuántas horas delante de una pantalla!!!). Y este año se descuelgan con la del tailandés Apichatpong Weerasethakul.
¿Qué decir de Uncle Boonmees Who Can Recall His Past Life? Pues muchas cosas, por ejemplo estas que han aparecido en el número 103 de Miradas de Cine:
cuando pierdes el miedo, entras y la película empieza, descubres que hasta mola su tono (entre despreocupado y chistoso), te pueden sus metáforas visuales, te encadena su concepción libre de hechos tan trascendentales como es estar o irse de aquí, te seduce su sentido de la puesta en escena casi esencial (en sencillez y en búsqueda de lo primigenio), te vence su utilización del sonido como arma decisiva para la comunicación entre los demás y uno mismo (y entre uno y uno mismo, también), te gana su ritmo, sin prosa pero sin pausa, decidido pero entreteniéndose con los miles de paisajes extraños que nos rodean y circunvalan en nuestra mismidad y sus afueras.
Jesús Palacios, a la salida de la proyección, fue más parco: la calificó de agradable de ver; pero cuando observó la doble cara de pasmo de la bicéfala Serendipia, matizó su opinión, «Bueno, emigmática». Nadie puede negarle que tenga aciertos visuales y no sólo por una cuestión de fotografía muy bonita, que eso es lo de menos, por su puesta en escena, por la planificación, por los movimientos de cámara. Peeeeeeeeero, sí, tiene peros muy grandes. Quien aporrea el teclado ahora mismo para escribir este artículo ya sabe que la sensibilidad oriental es distinta (recuerdo haber discutido con un profesor si el cine era o no un producto exclusivamente occidental), que en cine se puede «escrbir» poesía y que no todo tiene que ser prosa narrativa, ha visto mucho cine iraní y hasta le gusta (no es snobismo hueco, no, creánme), El viento nos llevará(Bād mā rā Khāhad bord, 1999, Abbas Kiarostami) es el mayor ejemplo de poema cinematográfico que conozco, pero Uncle Boonmees no da la talla. Mientras veía la película, y me las ingeniaba para que mi otra cabeza no se desgajara de mí, pensaba en Ozu porque son míticos sus planos de transición que pueden entretenerse en retratar la belleza de la naturaleza muerta pero que, fundamentalmente, sirven para contextualizar la escena siguiente, pensaba en Ozu y llegaba a la conclusión que esta película del tailandés de nombre impronunciable es toda ella un plano de transición.
Apichatpong Weerasethakul escribe mal su poema, no calcula la métrica de sus versos, esto es, el tempo no es ya que esté mal, es que no está, la película carece de estructura. Según parece en cada uno de los rollos pretende ensayar un estilo cinematográfico distinto, tal vez teniendo ese dato a priori se pueda vislumbrar el hilo, pero aún así lo dudo. Es película de una escena: la genial cena en la que se aparecen la esposa y el hijo muertos, este último encarnado en un mono de ojos luminosos; pero no hay crescendo a partir de ahí, al contrario va perdiendo fuelle, con otros destellos luminosos como la onírica muerte del protagonista, pero ya sin fuerza. Qué quieren que les diga, igual es el equivalente cinematográfico al Ulises de Joyce, pero mucho me temo que no, que es simplemente una película experimental que ha resultado fallida.
La pregunta que se hace Serendipia es si Uncle Boonmees es una película idónea para un festival de género como es el de Sitges. La respuesta es que queremos un Sitges plural y ya está bien que haya ofertas diversas, después de todo no deja de ser una historia de fantasmas. Pero, ¿Premio de la Crítica? Eso sólo puede significar que los críticos de oficio siguen sin enterarse del espíritu del certamen y, lo que es peor, parecen seguir avergonzándose de reconocer que les puede llegar a gustar una película de terror. Por suerte donde falla la crítica profesional está el periodismo ciudadano que se expresa humildemente en sus blogs.
En los blogs de fantaterror nos gusta hablar de las buenas películas de género, por eso cerramos esta serie de críticas del Sitges 2010 con el comentario de The Last Exorcism (2010, Daniel Stamm), una de las más redondas de todo el certamen.
Estructurada como falso documental, género que cada vez abunda desde La Bruja de Blair, nos cuenta la historia de Cotton Marcus ( un Patrick Fabian en estado de gracia que se alzó con el premio a Mejor Actor) quien desilusionado por años de defraudar a sus pobres parroquianos, sacándoles el dinero con unos sermones que ni el cree, decide dejar las cosas claras mediante la producción de un documental espectacular.Una carta de Louis, un agricultor pidiendo ayuda de Cotton para expulsar el diablo de su tierra, le da la oportunidad perfecta a Cotton para exponer las mentiras de su ministerio. Pero entonces conoce a la joven hija de Louis; la perturbadora Nell …
No sé si somos muchos, pero seguro que unos cuantos sí, los que temblamos cuando una película luce como carta de presentación ser un nuevo falso documental. Esta cabeza menos emotiva de Serendipia, para huir de ese temor se recuerda la magistral Redactec (2007, Brian de Palma). El director de Carrie (1976) desarrolló en esa cinta un ejercicio virtuosístico en el que no sólo nos contaba un lamentable episodio derivado de la guerra de Irak, sino que ofrecía una reflexión metatextual del supuesto valor de objetividad de la imagen y sobre el carácter del audiovisiual como mediación ineludible entre nosotros y el conocimiento de los hechos informativos. La película de Daniel Stamm no alcanza esa excelencia, pero su buena factura la hace sobresalir de la media. Y es que no se trata de el documental de hechos terroríficos sino que estos se presentan inesperadamente durante el falso rodaje.
The Last Exorcism nos conduce al mundo de los predicadores carismáticos que vienen a satisfacer la necesidad de esperanza en un más allá que compense las penurias de esta vida, presente en la mayoría de los hombres. Cotton Marcus inició su carrera como predicador cuando era un niño, acompañando a su padre y rápidamente destacó por sus dotes oratorias. Como a Elmer Gantry en El Fuego y la Palabra (Elmer Gantry, 1960, Richard Brooks), el poder de su verbo le convierte en una verdadera estrella, aunque, al igual que Gantry, él mismo no es un auténtico creyente. En verdad, puede decirse que Cotton Marcus protagoniza un auténtico Camino de Damasco invertido, si la caída del caballo hizo que Saulo se convirtiera al cristianismo, en el caso de Marcus, una grave enfermedad sufrida por su hijo le hace descubrir que carece de fe, puesto que no confía en Dios sino en los médicos. Después de esa revelación, Cotton Marcus siguió ejerciendo su oficio como un trabajo rutinario más sin que sus feligreses dejarán de quedar arrebatados con sus discursos, pero la muerte de una niña por causa de un exorcismo practicado por otro predicador le hace decidirse a acabar con la farsa. Ahí está el punto de partida del documental, el equipo de una cadena televisiva le sigue en su quehacer y Marcus va desvelando la falsedad de sus tretas, la cual quedará totalmente demostrada cuando se enfrenten a un caso de exorcismo, que habrá de ser el último para el predicador.
Cotton Marcus persigue, con su confesión pública, erradicar la superstición, la cual, teniendo en cuenta la creciente demanda de exorcismos en todas las confesiones, está aumentando en la sociedad moderna. Marcus comprende los motivos que inducen a ese creciente apego a las prácticas más extremas dentro de una sociedad que, paradójicamente, está cada vez más secularizada: no son otros que el miedo y la búsqueda desesperada de una explicación para, y un consuelo ante, todo aquello que acontece en nuestras vidas y escapa a nuestra comprensión como puede ser la turbadora presencia de la enfermedad y el mal. Marcus comprende que cuando las explicaciones lógicas se muestran insuficientes se recurra a lo irracional y a la fe, pero está convencido de que es demasiado peligroso y de que son mejores las soluciones que atiendan a razón aunque resulten parciales. Ese espíritu ilustrado es el que le anima cuando llega a la granja de Louisiana donde vive Nell, una joven adolescente que vive aislada por el exceso de celo de su padre cuyo fanatismo religioso le hace temer. Para Marcus es sólo un trabajo rutinario más, el último, el que va a permitir demostrar que no hay nada de sobrenatural en sus actos y que, si resultan efectivos, es simplemente porque los afectados se sienten comprendidos y atendidos.
Pero todo va a complicarse cuando el falso exorcismo no dé los resultados esperados y Nell siga sufriendo ataques cada vez más incomprensibles. El terror va adueñándose de lo que hasta entonces sólo había sido una crónica cotidiana, un vivir cada día. Y el recurso del falso documental se muestra verdaderamente eficaz para darle a ese giro la mayor verosimilitud, que la cámara esté presente dentro de la película nos coloca en un mirador privilegiado, nos sumerge dentro de la propia acción y nos implica en ella manteniéndonos cada vez más aferrados a la butaca conforme lo paranormal se va adueñándose de la escena. Si la pretensión inicial había sido combatir la superstición, el desarrollo de los acontecimientos invierte el planteamiento hasta hacernos preguntar si no será mejor no tomarse a broma determinadas creencias por mucho que contraríen a la razón. Dicho en palabras de su director:
A lo largo de la película, la pregunta que se formula es: ¿es algo sobrenatural o se trata de maldad humana? ¿Es Nell esquizofrénica o está poseída? Esa es para mí la cuestión verdaderamente interesante. La película trata sobre la fe, el papel que desempeña la fe en nuestra vida y lo que ello supone, cómo puede ayudarnos y cómo puede destruirnos.
La película no concluye categóricamente, pero deja suficientes dudas como para preguntarnos si estará acertada la ciencia cuando sostiene la inexistencia de Dios (así se expresa Hawking en su último libro) y, por tanto, de su reverso diabólico. Se diría que esta película contesta a Dawkins y su campaña en favor del ateísmo, sobre todo porque no la impulsa una mente reaccionaria sino que se instala en una sana actitud crítica que sigue abriendo interrogantes allí donde la ciencia pretende cerrarlos.
The Last Exorcism prueba una vez más que no es necesario renunciar al entretenimiento para reflexionar y que puede ofrecerse una cinta muy personal sin ignorar las convenciones de género. Ese es el tipo de cine que más nos gusta ver en Sitges, ahora habremos de esperar un año más para volver a vivir el festival. ¡¡¡Ya lo estamos deseando!!!
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