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Sitges 2013: Faraday o como ser moderno y no morir en el intento
Si te emocionaste cuando Marco encontró a su madre, necesitas un plan, nos recuerda Bankia desde su divertidamente agresiva campaña publicitaria. Bien, pues si además eres de los que todavía cree que cualquier bollo pequeño, hecho y presentado en molde de papel rizado, es una magdalena, has perdido el tren de lo moderno. Para estar al día hay que tener muy claras las diferencias entre magdalenas, muffins y cupcakes, y, por supuesto, ser fan de estos últimos. Siguiendo con los condicionales, si no has probado un cupcake, no entenderás la broma que es Faraday, la última película de Norberto Ramos del Val, apta especialmente para modernos que se ríen de sí mismos.
Faraday nos cuenta la historia de un telequinésico (Javier Bódalo) que desde niño ha estado interesado por el más allá, pero que está perdiendo la fe en lo paranormal. Mientras Pati (Diana Gómez), su novia, a la que conoció vía redes sociales, aspira a ser una estrella de internet con su videoblog dedicado a las recetas de cupcakes. Ambos se irán a vivir juntos cuando Joana (), auténtica triunfadora en la red de redes, les pasa un contacto para alquilar un piso céntrico y extrañamente barato. Pronto descubren que ese precio asequible se debe a que el piso está habitado por el fantasma de Sonia, una pokera que murió junto a su hermano en la vivienda. Todo este dislate tiene como fondo el Madrid más hipster. Un argumento que hace prever la combinación de ironía y absurdo que efectivamente definen la cinta.
Definida por sus artífices como comedia paranormal, tiene mucho más de comedia generacional puesto que mediante la sátira quiere hacerse eco de la superficialidad del mundo contemporáneo que está más allá de la postmodernidad. Con formato de falso documental, Faraday explora las características más populares de nuestro tiempo, al menos las de una generación, desde la omnipresencia de las redes sociales, el peso de Internet, hasta la telerealidad y la parodia de los medios de comunicación. El filme se camufla de parodia-homenaje del cine de terror para llevarnos hasta la crítica satírica del mundo hiperconectado que vivimos con el trasfondo de la ironía sobre lo hipster, esa tendencia que ha sido definida como el último movimiento urbano del siglo XXI. Un reflejo todo ello de la gran crisis que vivimos, rodado en tiempos y condiciones de crisis.
El problema de Faraday es que quizás queda encerrada en las bromas privadas de quienes más coinciden con aquello que retrata y sobre lo que ironiza. Si no eres un moderno, probablemente te perderás más de la mitad de las referencias, incluso cuando vienen bajo la forma de cameos (más de treinta según fuentes), se diría que es un ejercicio de crítica endogámico. Hipsters riéndose de ellos mismos, en una actitud que les hace aún más puros, porque llevarse a sí mismos la contraria es lo que más les permite tener esas señas de identidad. En suma, burlarse de lo hipster es ser todavía más hipster.
Con todo y sus peros Faraday se deja ver como una demostración de que es posible hacer cine fuera de los circuitos más convencionales y que esa apuesta por el bajo presupuesto (odíamos la etiqueta low cost) puede ser el mejor medio para alumbrar obras personales e intransferibles.
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