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Oculto el sol, la vida como claroscuro
Siempre estamos ante la luz. La luz, esa fuente esencial de todo lo que se da en y ante nosotros, de cómo vemos y de qué vemos. Sin luz no hay mirada. Sin luz no hay vida. Sin luz no hay cine. Pero tampoco lo hay sin sombra que contraste. La luz no puede ser sin oscuridad que la resalte. Oscuridad y luz se implican en su ser contrarias y los contrarios alcanzan el ser gracias a su oposición, no son el uno sin el otro. Por eso, en el lugar del límite, los opuestos son el otro, el mismo.
Es profundizando en lo oscuro que podemos definir lo luminoso, afirma Jung. Las palabras de Jung presiden y dan sentido a Oculto el sol. Fabricio D’Alessandro, en su opera prima, reflexiona sobre la dialéctica luz/oscuridad para mostrar como es en el claroscuro, en el lugar del eclipse, donde se despliegan nuestras vidas. Lo hace con un filme coral que se mueve entre el drama y el suspense, en el que siete historias de vida, ajenas entre sí, se entrelazan bajo el manto de un eclipse solar, que es físico, pero también personal. Ana y Mora, dos amigas que se cuelan en la casa de una famosa actriz; Lorenzo, un músico que descubre que sus padres actuales no son los auténticos; Laura, una novia que no quiere acudir a su boda; Fedérico, un chico que acosa a su ex amante, Juana, mientras espera a su esposo; Gustavo, un bailarín frustrado que no quiere salir a escena; Ginna, la esposa de un médico con fobia a la soledad, una soledad en la que intuye presencias extrañas, y Clara, que busca comunicarse con su hermano. Siete estados mentales, que en manos de D’Alessandro se convierten en un bosquejo de la psique humana.
Oculto el sol es un ejercicio de estilo con mucha escuela (que no escolar), perfecto en su lógica interna y lleno de sugerencias. Un filme que se juega en el tablero de la metáfora y nos habla de la importancia de la conciencia y el sentimiento a la hora de tomar decisiones, una idea que su director venía madurando hace tiempo. Su punto de partida es una obra teatral compuesta por siete escenas cortas, en la línea del Jarmusch de Coffe and cigarettes (2003), que inspiró a D’Alessandro su trabajo de adentramiento en las profundidades del inconsciente, colectivo e individual. Para llevarlo a cabo se impusieron una serie de restricciones que permitieron el afloramiento de una obra fresca y lúdica en la mejor línea del Oulipo. Sólo dos actores por relato, una única localización para cada episodio y una sola toma para cada escena, permiten capturar la inmediatez y la irrepetibilidad del teatro, sin olvidar, no obstante, lo cinematográfico. Cada capítulo es una acción viva y única en la que los actores se rinden a su papel y brillan con luz propia como si estuvieran sobre un escenario en contacto directo con el público. Pero la cámara no es invisible, se la nota en su cascada de planos cortos, en su juego con el eje para transmitir todos los ángulos de una acción, en su seguimiento del personaje, D’Alessandro se expresa con el lenguaje del cine. Oculto el sol no es, pues, teatro filmado, es una pieza que nace allí donde se imbrican las dos disciplinas artísticas, es una apuesta formal por maridar ambos modos de la representación. Y el resultado no podía ser más interesante.
Aunque teja siete historias independientes, no estamos ante una película de episodios sino ante toda una cinta puzzle. Ese carácter le viene dado por el recurso temporal de hacer que todas transcurran en el mismo lapso, ese eclipse solar que se resolverá fuera de campo y que las hace participar de una misma idea de fondo. Pero la coincidencia temporal y la unidad conceptual no es lo único que convierte a los relatos en un mismo todo. Es el montaje el que logra convertir las siete tramas en una sola, D’Alessandro las despliega en paralelo fluyendo de una otra como si fueran el mismo río y sabe secuenciarlas y dosificarlas de modo que la intriga permanezca constante. En la película no hay valles, no declina el interés, su ritmo no se atropella ni decae, cada historia es un crescendo y la excusa del eclipse permite que el clímax sea común a todas. El momento de mayor brillo coincide, en todas, con el instante del sol oculto, para descender después suavemente hacia la sombra cuando regresa la luz. La oscuridad es, para los personajes, el ámbito de la magia, la luz el espacio de la realidad, y Oculto el sol los transporta de uno al otro con la dulzura de la melancolía, sembrando en el espectador la necesidad de investigar sobre sus propios claroscuros, sus propios eclipses interiores.
Coral y personal, simultáneamente, el primer largo de ficción de Fabricio D’Alessandro da buenas referencias de sus dotes cinematográficas. Estamos ante un debut prometedor que emociona y mueve a reflexión, dos ingredientes que convierten a su director en autor y a la cinta en una pequeña (gran) obra de arte.
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