The grandmaster. Honor, amor y artes marciales
Hace años, en mis tiempos de universidad, un catedrático afirmaba que todo el cine es occidental porque los códigos de su sintaxis se habrían establecido según esa sensibilidad. No estuve de acuerdo entonces, ni lo sigo estando ahora, y añado ahora que ese profesor nunca había reflexionado bastante sobre el cine de Ozu, todo un símbolo de la tensión entre dos sensibilidades con esa cámara situada a la altura de un hombre sentado ante una mesa japonesa.
No, más allá de que el invento fuera alumbrado en occidente, sus recursos son permeables para captar el espíritu de distintas culturas. Hay un modo de hacer oriental, tan rico y plural como el de Occidente. Expertos habrá que lean esto y sepan describir sus directrices principales, yo lo traía a colación para poder expresar mi impotencia. No suelo tener problemas de comprensión y empatía con la mayoría de propuestas orientales, especialmente con las más clasicistas, pero sí los tengo con Wong Kar-Wai: sencillamente me exaspera.
Aunque yo no simpatice con el director de Shangai, tengo que reconocerle que tiene estilo propio. Sus rasgos de autoría son suficientes como para descubrir que estamos ante un filme suyo aunque no nos hubieran informado de ello antes de la proyección. El problema, mi problema, es que su estilo se construye en base a un esteticismo que se me antoja relamido y cansino. No es por la lentitud, eso no necesariamente lo veo siempre como defecto, no, es más bien por sus modos de imprimir esa ralentización (inventándome un palabro). Me carga esa profusión de planos detalle a los que no les veo pleno sentido narrativo, su repetición minimalista (y mira que no es una tendencia artística que me desagrade) pensada para forzar (más que generar) sensaciones, los encuadres más esteticistas que preciosistas, el uso de la cámara lenta, su cargar las tintas en la recreación de atmósferas melancólicas con recursos trillados como la lluvia o la nieve… Releo mi listado y reconozco que aisladamente no me parecen recursos deleznables, es la saturación, la suma de todo el conjunto macerado por la visión de Kar-Wai, lo que me irrita.
Y en The Grandmaster está todo eso y más. Porque en esta ocasión los saltos temporales y las elipsis no acaban de cuajar como en otras de sus cintas (pensamos en 2046), las costuras son demasiado visibles (lo que equivale casi a postizo) y así algunas de las subtramas (toda la historia de El Navaja) resultan forzadas y no ayudan a avanzar la narración. La medida del tempo no parece justificada según un plan trazado para darle un determinado ritmo, al contrario, resulta totalmente arbitrario que en algunas secuencias se eternice empalagosamente, mientras que para contar otros momentos de la biografía recurra directamente a los cuadros de texto para ventilárselos atropelladamente. El resultado es una narración confusa que hace perder al espectador en su laberinto. No cabía esperar una película de artes marciales al uso y no lo es, Kar-Wai la personaliza como hace siempre con sus películas, pero no siempre personalizar es sinónimo de calidad, yo le acuso, además, de haber usado la figura de Ip Man como excusa para endiñarnos nuevamente una historia de amores contrariados y fatales, que en mi opinión desvían la atención de lo que debiera haber sido su centro: la complejidad de lo marcial en la cultura oriental.
Sería injusto, sin embargo, afirmar que no hay ninguna reflexión sobre la filosofía de las artes marciales en The Grandmaster. Está clara la conexión de las mismas con una forma de interpretar el honor y la búsqueda de unificar estilos como una forma de paliar las diferencias entre el norte y el sur. Ocurre que ese es un tema bastante hermético y no sé si la película logra hacerlo comprensible a quien no parta de algunos conocimientos previos. Las coreografías no abusan en demasía de efectos imposibles y saltos sobrehumanos (quizás sí en el combate entre Ip Man y la hija del antiguo maestro) y en general son bastante creíbles, aunque se echa de menos, a pesar de que la frase promocional hace referencia a que Ip Man fue maestro de Bruce Lee -de hecho el primero-, la presencia del Pequeño Dragón.
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