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Thanatomorphose: la descomposición como poema visual
Zumbaban las moscas sobre este vientre pútrido
del cual salían negros batallones
de larvas que manaban como un líquido espeso
por aquellos vivientes andrajos.
Charles Baudelaire
Si lo bello mana de la armonía de las formas y la proporción de la apariencia, lo sublime surge del desbordamiento y la penetración en la poesía de lo deforme. La ópera prima de Éric Falardeau es un ejemplo de cómo lo sórdido encierra una fuerza capaz de conmovernos estéticamente. La ópera prima del canadiense es sublime.
La protagonista de Thanatomorphose es una joven escultora cuya vida está tocando fondo. Mantiene una relación sentimental que no la llena, su pareja parece interesarse en ella únicamente como objeto sexual, y está atravesando, además, una crisis creativa en parte porque no obtiene el reconocimiento que merece. Su vida se esta estancando y ella ya no tiene fuerzas para seguir luchando, está al borde de tirar la toalla y se abandona a la renuncia de la sensibilidad. El proceso de disolución de su espíritu va a somatizarse y progresivamente su cuerpo iniciará un proceso de descomposición. Un descenso a los infiernos que no arroja la esperanza redentora del conocimiento sino que la abandona en el más descarnado nihilismo.
Dividida en tres actos, Thanatomorphose se inicia como un drama intimista que retrata la vida vacía de la protagonista mostrándola en el espacio de su apartamento, un auténtico correlato de ella misma. Larga presentación que utiliza jumcuts y transparencias a modo de breves elipsis que no interrumpen su tempo pausado hasta la exasperación: se trata de hacernos empatizar con el personaje en su desesperación. La primera mitad del primer acto busca sumergirnos en la mente de la joven escultora, en su decepción y su desánimo, quiere desasosegarnos y abocarnos al vacío de alguien que ya está muriendo en vida. Lo siguiente es llevarnos al fenómeno de mutación y metamorfosis tanática de su cuerpo, desde los primeros moratones hasta la licuación de su carne, hasta hacernos apreciar una angustia existencial que va mucho más allá de la anécdota de su argumento. Y es que lo importante de la cinta del canadiense no reside en su trama, no reside tampoco en su trasfondo más superficial, aquel que nos habla de la deshumanización de las relaciones interpersonales y de la putrefacción de la sociedad contemporánea que nos cosifica. No, no es que el festín de sangre y fluidos se mantenga gracias al intento de hablarnos de nuestras circunstancias accidentales, la película brilla con luz propia porque no escatima recursos visuales para mostrarnos lo que sabemos pero negamos en nuestro quehacer diario: somos seres para la muerte y estamos condenados a la descomposición de todo nuestro yo. Es cuando se olvida de su excusa argumental que llega a la esencia. Cuando se abandona al regodeo estético en la corrupción de la carne y la propia imagen se derrite hasta la abstracción, es cuando Thanatomorphose entona sus más excelsas notas.
Éric Falardeau se doctoró con una tesis que habla del sentido de los fluidos corporales en los géneros cinematográficos más extremos, el porno y el gore, puesto en relación con el sentimiento trágico de la vida de Shören Kierkegaard, y ya desde sus cortos ha buscado expresar sus conocimientos ahondando en el terreno de la sordidez. Contra lo que pudiera parecer, el director es un joven inquieto y vitalista que no esconde sus influencias sino que se manifiesta orgulloso de ellas y se muestra entusiasmado cuando el público las reconoce. El filme del canadiense parte de la estela del Polanski de Repulsión para llevarnos más allá hasta el ambiente malsano del mejor Cronenberg y del extremo Buttgereit. No es tanto la nueva carne lo que toma de Cronemberg sino la insania de Inseparables con esa proyección de la desintegración del personaje sobre el mismo espacio que habita. Y el Buttgereit al que se aproxima, más que al de Nekromantik, es al de Der Todesking (El Rey de la Muerte). Pero no hay que detenerse ahí, Falardeau se expresa a través de una fotografía feísta que recurre al desenfoque de la imagen hasta llevarla a alcanzar la abstracción, en una concepción de lo cinematográfico pareja a la del dadaísmo francés.
Nada mejor que la abstracción para hacernos evidenciar el nihilismo, para hablar de la disgregación que nos espera como destino. Así, el cuerpo de la protagonista no sólo muestra su putrefacción gracias a los efectos de maquillaje (excelentes, por otra parte), más allá de ello se desdibuja en el mismo tratamiento del encuadre, en el trabajo de la fotografía. A Thanatomorphose se le puede dedicar uno de los mayores elogios que puede recibir un filme: tiene su baza principal en la explotación de todas las posibilidades de lo audiovisual. Sin apenas diálogos, todo se compone/descompone ante nuestros ojos en la propia imagen. Dejándonos fascinados ante imágenes duras y muy bien resueltas ofreciéndonos, sin llegar a la vulgaridad, esfínteres desatados, explosiones de gusanos y olores que casi pueden percibirse desde la pantalla y que nos llevarán, irremediablemente, a un crescendo de moscas que culminará con la total licuación del cuerpo.
Viaje hasta el fin de la noche, Thanatomorphose nos hace asistir a la desesculturización de la mujer que esculpe, cuya obra acaba suspendida en el non finito. Un non finito que, como los de Miguel Ángel, señala la lucha del artista por extraer vida de la materia inerte, pero aquí acaba en la imposibilidad, en la conciencia de que la única forma de escapar de una vida vacua es la muerte. Y la muerte es el fin. Pero ese es el periplo de la protagonista, la película de Falardeau nos salva de ese nihilismo extremo en su propio existir: el canadiense sí es capaz de crear. Y de crear una obra que nos lleva a experimentar al placer estético que, pese a todo, reside en lo más sórdido. El pesimismo se convierte así en vitalismo trágico, en el sentir que la desolación puede quedar suspendida en un futuro. Falardeau no nos deja sumidos en el más hondo escepticismo, al contrario, su obra parece decirnos que el arte es todavía capaz de redimirnos del sinsentido.
Entonces, oh belleza mía,
di a los gusanos que te comerán a besos,
¡que he guardado la forma y la esencia divina
De mis amores descompuestos!
Charles Baudelaire
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