Hitchcock 2013: el alma de un director
«Mi principal satisfacción es que la película ha impresionado al público, y eso es lo que pretendía. En Psycho, el argumento me importa poco, los personaje me importan poco; lo que me importa es que la unión de los trozos de la película, la fotografía, la banda sonora y todo lo que es puramente técnico consiguen hacer gritar al público. Creo que es una gran satisfacción para nosotros utilizar el arte cinematográfico para crear una emoción de masa. Y, con Psycho, lo hemos conseguido. No es un mensaje lo que ha intrigado al público. No es una gran interpretación lo que lo conmueve. No era una novela muy apreciada la que lo cautiva. Lo que emociona al público es la película pura». Alfred Hitchcock
Como cine en estado puro calificábamos Psicosis cuando celebró su cincuentenario, coincidiendo, pues, con lo que el propio director afirmó sobre ella. Más allá de juzgar si es su mejor película (quedarse con una sola es casi un delito en una filmografía como la del londinense) puede afirmarse que es la que más trascendencia tiene para la historia del cine en general (por esa autoconciencia de la importancia de las partes técnicas para crear emociones) y para el de terror en particular. Esta película cambió la dirección del género hacia parámetros más realistas y oscuros en un momento en el que el cine fantástico americano se había inundado de invasores del espacio y monstruos gigantes. Supone el nacimiento del thriller tal como lo conocemos hoy. De gran importancia para el séptimo arte, no lo es menos dentro de la obra de Hitchcock: tras Con la muerte en los talones, film anterior en el que se repasaba lo que se entendía (y todavía hoy se entiende) como el cine de Hitchcock, el director se embarcó en un proyecto más personal y oscuro. Sin héroes ni, según como se vea, villanos. Ya no había tramas internacionales ni asuntos de espionaje ni glamour. Por no haber no había ni technicolor. Sir Alfred hizo un alto en su estilo, el mago del suspense, abandonaba en Psicosis su clave principal (que el público sepa más que los personajes) para adentrarse en el terror, cosa para la cual necesitaba prescindir de la complicidad del público. En esta ocasión se nos engañaba como espectadores desde el mismo principio con pistas falsas que nos llevaban a un final inesperado. Nada era como esperábamos. Y para proteger ese juego, esa sorpresa final, se puso en los cines y prensa la advertencia de que nadie podría entrar en los salas donde se proyectara una vez comenzada la película, aunque fuera la mismísima Reina de Inglaterra (dedicamos en su día todo un artículo a esa campaña publicitaria). A la vez que se rogaba que no se contara su final a nadie.
Si tal es la importancia de Psicosis no es de extrañar que sea su rodaje el punto de partida del biopic facturado por Sacha Gervasi. Tal como Spielberg se centra en la aprobación de la decimotercera enmienda para su biografía de Lincoln, también en Hitchcock (2013) un episodio especialmente nuclear es tomado como motivo central para desplegar a su alrededor las claves de toda una vida y un personaje. Sin llegar a la excelencia de la última cinta de Spielberg, Sacha Gervasi nos ofrece un filme correcto que se disfruta más cuánto más familiar no es la figura del biografiado.
La historia dirigida por Gervasi se basa en el libro Alfred Hitchcock and the making of Psycho, escrito por Stephen Rebello, que relata detalladamente todos los vaivenes de la montaña rusa que fue la realización del emblemático filme. Pero que nadie espere un «Así se hizo…» al uso o el biopic le va a decepcionar. En verdad Psicosis y su entorno no es más que una excusa para desvelar el carácter del genio. Una excusa argumental bien tratada, eso sí: viendo la película de Gervasi nos hacemos una idea de cómo funcionaba la industria del cine en el Hollywood del fin de los cincuenta con la política de estudios al borde de su declive pero aferrándose todavía a su poder, de hecho para realizar Psicosis Hitchcok tuvo que autofinanciarla porque la Paramount no quiso hacerse cargo de esa empresa demasiado temeraria para sus intereses (aunque si accedió a distribuirla). Conocemos también el funcionamiento del Código Hays, las directrices que imprimía y la perspicacia de los directores para violarlo respetándolo; Hitchcock, con su ironía británica, era especialmente hábil en burlar a los censores. Y, por supuesto, está perfectamente recreado el ambiente del rodaje, así como el destacado de las principales secuencias del filme dentro del filme, ahí está Marion Crane huyendo en su coche, los nervios por cumplir las indicaciones del inglés sobre la secuencia del asesinato del detective Arbogast y, cómo no, todo lo relacionado con la escena de la ducha (70 planos y siete días de rodaje para unos cuantos segundos).
Los más informados descubrirán inexactitudes, no se señala la importancia de Saul Bass, por ejemplo, pero se trata de licencias «poéticas» para centrar más los intereses de la historia. A Gervasi le interesa dar pinceladas sobre las obsesiones de Sir Alfred: la culpa, las madres dominantes y castradoras, las rubias inalcanzables y el cine como ejercicio de voyeurismo en el que se descargan y se diluyen nuestros impulsos más violentos. Se retrata su dilección por los recovecos más perversos de la mente humana recurriendo a la presencia onírica de Ed Gein, rizando así el rizo de lo metacinematográfico. Pero sobre todo lo que le interesa al director del biopic es el lado más humano del genio. Nos muestra su yo más vulnerable, sus vacilaciones llevadas, eso sí, elegantemente bajo una capa de flema e ironía y, sobre todo, descubrimos esa presencia fundamental que fue, para su vida y su obra, su esposa Alma Reville.
En verdad, este biópic, esconde en su interior una comedia romántica, pues su punto central es la historia de amor entre el director y su esposa, y, aunque el sujeto biografiado sea él, casi podría decirse que la protagonista es ella. Un protagonismo en segundo plano el de Helen Mirren en el film, como lo fue el de Alma Reville en la vida. Alma era una prometedora y joven montadora de cine, además de una gran amante del séptimo arte, que se casó con Hitchcock en 1926 y durante los siguientes 54 años fue su esposa, confidente y silenciosa colaboradora. A no ser que fuera importante, ella nunca iba al set donde rodaba su marido, pero jugó un papel esencial a lo largo de toda su carrera como montadora y asesora de guion, y probablemente era la opinión que Hitchcock más tenía en cuenta en cada uno de sus filmes. La película la retrata como una mujer de carácter capaz siempre de estar a la altura y de confiar en su esposo quizás incluso más de lo que confía él en sí mismo. Sexagenaria ya, sigue conservando su atractivo, más por sus virtudes que por su belleza física, en la obra de Gervasi se insinúa que, llegado el punto decisivo para la carrera de su esposo que supuso embarcarse en el rodaje de Psicosis, Alma vivió un momento de duda y rebeldía y quiso probar sus alas al margen de él (incluido un elegante galanteo con un escritor, de cuya veracidad no tenemos noticia), cosa que habría agudizado las inseguridades de Hitch (como se hacía llamar familiarmente). Hitchcock, la película, no pasa de ser una amable producción hollywoodiense y resuelve el conflicto con el reconocimiento de la importancia que cada uno tenía para el otro y la aceptación de Alma de ser la fuerza en la sombra. La película no destaca en cuanto a lo que a profundización psicológica se refiere, pero al menos hay que reconocerle que nos deja con ganas de saber más de esa mujer que acompañó al maestro durante más de cincuenta años.
Lo que si destaca en Hitchcock es el trabajo de casting. Hopkins da el perfil panzudo del director gracias a su perfecta y sobria interpretación. Preguntado por su relación personal con el universo Hitchcock respondía «Siempre me ha fascinado Hitchcock. (…)Mi primer trabajo a nivel profesional fue en el teatro en 1960, en la ciudad de Manchester, y recuerdo que solía ir al cine y que en las salas ponían PSICOSIS. Fui a ver la película un domingo por la noche, en octubre de ese año, y no creo que me haya asustado más en toda mi vida. Probablemente fue la mejor película que vi durante aquella época. LA VENTANA INDISCRETA y PSICOSIS son mis dos películas favoritas». Sin desmerecer el trabajo del actor británico hay que poner también en su lugar el importante trabajo de caracterización a cargo de los grandes especialistas Berger y Nicotero. Howard Berger trabajó muy duramente durante semanas para idear un proceso que no resultara demasiado gravoso para Hopkins, aunque señala que la disposición del actor era plena. “Tony estaba dispuesto a dejarse hacer prácticamente cualquier cosa, pero a todos nos satisfizo mucho lograr un proceso de caracterización cuya aplicación solo llevaba finalmente 90 minutos”.
Scarlett Johansson consigue recrear a la atractiva Janet Leigh, sus expresiones, encanto y gestos. Al investigar sobre su papel, Johansson dice que se dio cuenta de que Janet Leigh tenía una relación muy singular con el director, una relación que rompió los moldes de Hitchcock. “Ella era diferente porque estaba casada con Tony Curtis y tenía tres hijos, por tanto, no se ajustaba mucho a esa categoría de rubia inalcanzable. De hecho, no estaba disponible porque era esposa y madre, pero también era una chica divertida y sexy, así como una confidente con la que Hitchcock pudo tener algo muy parecido a una amistad”, observa Johansson. “En la película, la relación profesional entre ambos brinda la oportunidad de ver el lado más pícaro de Hitchcock, su lado más travieso e infantil” Para preparar la producción, Johansson pasó un tiempo con la hija de Janet Leigh, Jamie Lee Curtis, que le dio una perspectiva más amplia de su progenitora. “Jamie fue tan encantadora conmigo y me ayudó tanto que claramente se notaba que era un hija orgullosa”, recuerda Johansson. “Jamie me envió unas preciosas fotos de familia y me habló extraordinariamente bien de su madre, como lo hace todo el mundo dentro de la industria. Por todo lo que he oído y leído sobre ella, Janet era una mujer modesta, con los pies en la tierra y, antes que nada, una madre maravillosa, lo cual creo que me aportó mucha información”.
A la altura están otros compañeros de rodaje como Jessica Biel en el papel de Vera Miles, James D’Arcy dando vida a un convincente Anthony Perkins y una irreconocible Toni Collette como la también fundamental secretaria del director, Peggy Robertson. Sacha Gervasi quería, además, rendir tributo a Bernard Herrmann, interpretado por el actor Paul Schackman, un auténtico sosias del compositor. Pero en el apartado musical no quería una mera imitación, quería también que el filme tuviera su propia y distintiva sensibilidad en ese terreno; que fuera tan ocurrente, enigmática y sorprendentemente romántica como la historia de Hitch y Alma. Para ello, Gervasi recurrió a Danny Elfman,
compositor nominado al Oscar en cuatro ocasiones, conocido sobre todo por su trabajo en una ecléctica e inolvidable serie de películas, sobresaliendo siempre en sus colaboraciones con Tim Burton. La fuerte química entre Hopkins y Mirren se convirtió en el punto de partida del trabajo de Elfman, lo que le alejó bastante del más obvio terreno de la nostalgia o el simple homenaje a la música del cine hitchcockiano. El compositor no dudó en absoluto de que lo último que quería hacer era intentar repetir como un loro la perfecta banda sonora compuesta por Herrmann. “Sacha y yo hablamos mucho al principio sobre esa idea de no intentar nunca repetir lo que ya hizo Herrmann, ni siquiera que sonara parecido”, manifiesta Elfman.
Para el final hemos dejado el trabajo de Helen Mirren, una de las pocas actrices que ha ganado los 4 premios principales dentro del cine comercial por una sola película, The Queen (Óscar, BAFTA, Globo de Oro y Premio del Sindicato de Actores) y que nuevamente opta a la estatuilla por su interpretación de Alma Reville. “Su naturalidad al interpretar a este personaje es realmente extraordinaria”, señala Gervasi. “Es increíblemente mordaz, pero también muy sincera. El toque Mirren es efectivamente mágico, y no es posible explicar exactamente en qué consiste ni puede entenderlo un simple mortal como yo”. Para interpretar a Alma, Mirren dispuso de muy pocas referencias; quedan pocas imágenes suyas que describan su particular gestualidad. Pero Mirren encontró intuitivamente una manera metiéndose directamente en la piel del personaje. Para la actriz la clave estaba en el sentido del humor, Alma habría coincidido con su marido en ese modo negro y mordaz de entenderlo, y en nuestra opinión, la actriz ha sabido hacer traspasar la inmensa ternura que suele velarse en ese tipo de sarcasmo. Dicho con sus propias palabras: «yo creo que Alma y Hitch conformaban, a su modo –divertido y poco sofisticado–, una especie de gran sociedad de Romeo y Julieta. Fueron increíbles compañeros de vida, y yo creo que nos podrían enseñar algo a todos sobre cómo lograr el éxito en el matrimonio». Helen Mirren es lo mejor de la función, gracias a ella se consigue el objetivo de la película y nos sentimos atraídos a investigar a esas «cuatro» personas a las que Hitchcock dedicó el único premio recibido como homenaje a toda su carrera: “Les ruego que me permitan mencionar el nombre de sólo cuatro personas, que me han brindado su más profundo afecto, compresión y aliento, además de su permanente colaboración. El primer nombre corresponde a una montadora, el segundo a una guionista, el tercero a la madre de mi hija Pat [Patricia Hitchcock] y el cuarto es el de una cocinera tan extraordinaria que es capaz de hacer milagros en la cocina. Y el nombre de todas ellas es Alma Reville”
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