Festival de difuntos
Los muertos llegan a Barcelona. Lo testimonia la alta densidad por metro cuadrado de espeluznantes ramos kitsch que nos asaltan por la calle. Ya sea desde los escaparates de tiendas de chinos y baratijas, ya sea desde los expositores de floristerías de alto copete, en estas últimas con leves toques de Lladró. Los cementerios, esos dormitorios en los que los gusanos nos inocularán una pesadilla eterna, se convertirán en breve en el escenario perfecto para alguna película de Almodóvar, más bien Kika que Volver.
Barcelona tiene buenas muestras de arte funerario que van desde la exquisitez de los panteones románticos y modernistas
,
hasta la bizarría de nichos «adornados» con flores de plástico.
El cementerio del Poble Nou, también conocido como Cementerio del Este o Cementerio Viejo, es uno de los que más delicias ofrece al visitante. Fue construido en 1775 por orden del Obispo Climent quien se adelantó a la ley que iba a exigir que se enterrara a los difuntos fuera de las ciudades. Hasta entonces era en las parroquias y terrenos colindantes donde recibían sepultura los restos mortales, con el crecimiento de la ciudad esta práctica se había convertido en fuente de infecciones (no tardó en presentarse una epidemia de peste amarilla) y las voces ilustradas se elevaban para demandar lo que el Obispo Climent hizo realidad. La iniciativa del obispo no tuvo buena acogida entre los ciudadanos quienes consideraban excesiva la distancia que tenían que recorrer para honrar a los suyos. Y como si Napoleón hubiera escuchado sus quejas, las tropas francesas derruyeron esta primera construcción. Años más tarde, en 1819, fue edificado de nuevo bajo las órdenes del arquitecto italiano Antonio Ginesi. El italiano concibió la nueva necrópolis bajo el paradigma de igualdad preconizado por la Ilustración, en su diseño el cementerio constaría de manzanas de nichos (con cierta similitud al ensanche de Cerdá) que eliminaran las diferencias sociales que habían separado a los fallecidos en vida. La ambición humana dio al traste con este espíritu igualitario, las grandes familias de la burguesía triunfante erigieron suntuosas tumbas y panteones. Muy recomendable es la visita a este camposanto, pues hará que se retuerzan de gusto tanto los amantes del modernismo, como aquellos otros que se complacen con la decadencia de las ruinas.
Pero sobre todo complacerá a los cazadores de caspa y mal gusto: en versión autóctona y de ultramar. Para muestra, estos botones.


Hasta se puede experimentar qué se siente cuando la muerte nos mira a los ojos:

No es el Beso de la Muerte, sin embargo, la principal atracción. No, la cultura popular tiene su propio símbolo: reconocido por la Unesco, ignorado por el Vaticano, el Santet descansa rodeado de altares, flores y exvotos. Todo un museo del horror más kitsch envuelve la tumba de Francesc Canals i Ambrós.
El origen de esta leyenda se remonta a los albores del siglo pasado cuando murió este vecino de Barcelona nacido en 1877 en la entonces céntrica Plaça de la Llana. Se ganó en vida la fama de bondadoso hasta el extremo, amable con todos, siempre predispuesto a ayudar y hacer favores, amigo de sus amigos habríamos de decir si esto fuera un anuncio de Meetic. Su bondad venía acompañada, además, de dotes adivinatorias. Antes de morir en 1899, con sólo veintidós años, habría predicho el futuro incendio de los almacenes El Siglo dónde trabajaba desde los catorce años, e incluso predijo su propia muerte de la que habría informado a amigos y familiares. El imaginario colectivo ha fundido ambas premoniciones y son cientos las páginas que aseguran que predijo su muerte en el incendio de los grandes almacenes, los cuáles, sin embargo, no fueron pasto de las llamas hasta 1932 y para entonces nuestro Santet ya habría obrado bastantes milagros. Porque, sí, esa es la razón por la que aún hoy, 110 años después de su muerte, es objeto de un culto pagano que lleva consigo todo un ritual: cuando nos aprietan los pesares o nos tienen en vilo nuestros deseos, para evitar desgracias o ver cumplidas las ilusiones, recibiremos la ayuda de Francesc Canals i Ambrós si nos dirigimos a su tumba, anotamos nuestro ruego en un papel, lo introducimos por la ranura del cristal que cubre la lápida como quien introduce el voto en las urnas con la vaga esperanza de que los políticos cumplan sus promesas, rezamos una oración fervorosa y abandonamos el lugar siempre por la derecha y sin volver la vista atrás. El origen de esta creencia, para algunos superstición y para otros directamente paparrucha, parece ser que fue la petición que le hicieron algunas compañeras de trabajo las cuales habrían acudido a su tumba para encomendarle sus súplicas dejando sus ramos de novia como ofrenda. Al parecer vieron
cumplidos sus ruegos, así, la fama de santo milagrero del compañerito muerto pronto se generalizó entre los trabajadores de El Siglo y desde allí se extendió al resto de la ciudad. Con más de leyenda urbana que de historia, la tradición ha perdurado hasta nuestros días aunque ya nadie recuerde quién fue Francesc Canals i Ambrós en vida, «esto viene de antiguo, del siglo XIV» me informó una señora que cumplía con recogimiento el ritual a pesar de que lo que más deseó no le fuera concedido (en ese cementerio tiene enterrado a su nieto). No voy a pronunciar un juicio, en todo caso me amparo en palabras de Ford: aquello que ha escrito la leyenda que no lo cambie la historia.
La mayoría somos una panda de descreídos, por eso bendeciremos que este 31 las campanas no den el coñazo tocando a difuntos toda la noche. Eso sí, comeremos castañas y, sobre todo, beberemos vino dulce, aunque el origen de esa costumbre sea precisamente ese repicar que recordaba a los vivos su deber de honrar a toda la plantilla de santos y de difuntos cada primero de noviembre. Las castañas serán esta noche protagonista de la fiesta en casi toda la península: el Magosto en Galicia, Magosta en Cantabria, Gaztainerre en País Vasco (aquí acompañadas de caracoles), Castañada en Catalunya (con la
suma de boniatos y panellets) son algunas de las variantes en España, pero también Portugal se suma al sarao otoñal con el Magusto. Orense es la provincia donde más continuidad ha tenido la tradición de encender hogueras hasta que se reduzcan a brasas donde asar las castañas sobre un recipiente metálico y agujereado en la base, una vez comidas los participantes se tiznan con las cenizas y saltan sobre los rescoldos; pero allí la fiesta del Magnus Ustus (gran fuego) coincide con las matanzas que honran a San Martín (aquel que les llega a todos los cerdos). Y es que, aunque el catolicismo bautizara esta celebración, existía ya desde el paleolítico, es la festividad del otoño, esa estación en la que la naturaleza se desviste de sus ropajes vitales y se pinta en tonos ocres recordándonos que la vida nos llega con la fecha de caducidad impresa en la frente (por suerte con los números tan borrosos que no podemos conocer el día exacto). El fuego nos purifica, luego a muchos nos convertirá en cenizas cuando nos incineren, pero de momento nos sirve catarsis lúdica que aleja la idea de la muerte la misma noche en la que recordamos su existencia. Ahora además hemos visto ya muchas películas, nos hemos hecho modernos y preferimos jugar al truco o trato:
Muchos andan convencidos de que es una fiesta llegada de yankilandia y los más zotes se pintarán los colores de guerra contra el imperialismo. ¿Qué pensarían si se les dijera que Halloween es tan irlandesa, tan celta, como los cánticos infumables de su adorada Enya? Los pueblos celtas celebraban en esta época del año la buena suerte de las cosechas y se preparaban para el inicio del invierno con un festival llamado Samhain, estaban convencidos de que esta noche la puerta que separa la vida de la muerte permanece abierta y que los muertos regresaban de sus tumbas para reencarnarse en algún vivo. De ahí las grandes hogueras para ahuyentar a los espíritus y los dulces a las puertas de las casas para que esos
primeros zombies de la historia pasaran de largo. Cunado los paganos abrazaron el crsitianismo la fiesta se convirtió también a la fe cristiana y paso a llamarse All-hallows Eve (literalmente víspera de Todos los Santos) luego la expresión se contrajo a ‘halloween’, voz que ha llegado a nuestros días. Y en este marco, después de que los irlandeses emigraran para hacer las Américas, nació la leyenda de Jack el de la linterna. Jack, el tacaño, Stigny Jack, habría sido un a mentiroso, tocapelotas y pendenciero que habría pasado su vida de borrachera en borrachera. Una noche de melopea empezó a presumir de que sería capaz de embaucar con la palabra al propio rey de los infiernos. Lucífer herido en su amor propio decidió disfrazarse de granjero y salir de farra con él, una vez los dos rozaban el coma etílico el diablo recuperó su figura y le anunció que iba a llevar sus huesos y su alma al infierno. Jack, además de avaro era astuto y se las arregló para convencer al mísmisimo demonio de que, como última, voluntad le mostrara sus poderes maléficos convirtiéndose en moneda. Se sabe más por viejo que por diablo, así que el enviado del mal acepto el desafío. Jack tomó la moneda diabólica y la metió en su bolsa junto a un crucifijo, como un pobre diablo, Lucifer había caído en la trampa y tuvo que prometer que no volvería a reclamarle su alma hasta al cabo de un año. Jack pasó ese año extremando sus fechoría y se le fue el santo al cielo, de modo
que Satanás, acabado el plazo, vino a reclamarle lo suyo, pero de nuevo el pendenciero se la jugó: fingiendo haber sido derrotado le pidió que le diera a comer su última manzana, y ahí nos tienes al Príncipe de las Tinieblas subiéndose a un árbol para concederle el capricho, al final tó er mundo es güeno como afirmaba Summers. Y, chasca, Jack grabó una cruz en el tronco, dejandole nuevamente indefenso. Esta vez le hizo prometer que no volvería a darle en la vara en diez años y que ni entonces ni nunca llevaría su alma al infierno. Avergonzado por haber sido engañado por un mortal el diablo huyó con el rabo entre las piernas. Y ahora sí que Jack dio rienda suelta a toda su maldad sabiéndose impune. Nadie se sale eternamente con la suya, el diablo no volvió, pero si vino la Parca a segarle el hilo de su vida. Ya muerto, Jack se dirigió a la puerta de San Pedro y el fundador de la Iglesia lo largó con viento fresco. Expulsado del Edén, sin carnet Vips para cobijarse junto a las calderas de Pedro Botero, Jack tuvo que hacerse con una calabaza hueca, en la que introdujo una brasa del infierno, para alumbrarse mientras vagaba sin rumbo por esos mundos de Dios. Con su improvisada linterna se convirtió en líder de las almas perdidas y dice la leyenda que la noche del 31 Jack se pasea por el mundo con su ejército de espectros para sembrar el miedo entre los pobres mortales. Por eso los más vivos empezaron a disfrazarse de criaturas malignas para espantar a los muertos vivientes en esta noche de brujas y conjuros.
Si el diablo es tan incauto, habremos de encomendarnos a algún psychokiller para que esta noche de Halloween nos libre de unas cuantas de esas adolescentes gritonas que no nos dejarán dormir hasta altas horas de la madrugada, como si la vida por un día pudiera ser como el mejor de los Slashers. Con la alargada sombra de Marta del Castillo planeando sobre la piel de toro este comentario mío, además de sexista, resulta de verdadero malgusto, casi irreverente. Me enmiendo pues y me retracto. Pero digo yo que, para no desaprovechar que andan sueltos los malos espíritus, si podría desearse que se llevaran por delante a unos cuantos niños repelentes, alguno de esos que nos amargan los postres cuando cenamos en nuestro restaurante favorito o no nos dejan tomar en paz el solete y las birras a la hora del vermú. Me temo que tampoco esto lo veré cumplido porque, ¿Quién puede matar a un niño?
Muchos esperan que la película sorpresa de las 12 horas del Festival de cine de Terror de Molins de Rei sea esa cinta dirigida en 1976 por el ínclito Chicho Ibáñez Serrador. Casi como una extensión de la noche de los muertos se celebra cada año este festival que llega ya a su XXVIII edición consagrada esta vez a la presencia de los niños en el cine de terror:
El certamen viene acompañado de múltiples actividades paralelas y culminará en las ya mencionadas 12 horas.
Pero eso no será ya hasta la semana en la que entraremos el lunes y el festival merece entrada propia. Antes habremos de celebrar por todo lo alto esta noche que se nos abrirá en unas horas y que, a pesar de que llegue envuelta de delicatessens de dudoso gusto, no deja de ser una noche mágica para todos los fans del fantaterror. Una opción más que recomendable es pasarse por The monster museum, la nueva tienda de los horrores en Barcelona. Nos ofrecen maquillajes para todos a módicos precios, un piscolabis monstruoso esta tarde amenizado con música especial de Halloween y caramelos para los que ya vengan disfrazados. No olvidéis que ellos fueron los responsables del video promocional de la última Zombie Walk que tuvo lugar durante el pasado Festival de Sitges.
Con panallets o con calabazas maquilladas de calaveras, con hogueras y castañas o con disfraces, tratos y trucos, espero que los espíritus de la noche os sorprendan y encanten. Y si no estáis dispuestos a participar del animus jocandi, del mejor ambiente festivo… haber elegido muerte.




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