Call TV, nocturnidad y alevosía
«Lo siento mongolita, pero no lo voy a cortar ¡Esto es oro puro!»
Todos hemos visto mucho cine. A título personal, pero también a título colectivo, y eso es tanto como decir que hace mucho que nosotros y la sociedad perdimos la ingenuidad, la han perdido los espectadores, pero también (y quizás sobre todo) la han perdido las gentes que se dedican profesionalmente a esto del séptimo arte. El cine de hoy es un arte de bisnietos de aquellos pioneros que establecieron las bases, por eso tiene mucho de autorreferencia, de revisita, de homenaje y, todo ello siempre en el mejor de los casos, de revisión y reinvención de códigos. Apenas existen películas, en Occidente al menos y dejando de lado los blockbusters, que no tengan también una pátina de ensayo, no se dejan leer linealmente pues estamos obligados a rebobinar para no perdernos la cita que resultará clave en el análisis que nos propone. Ni siquiera las más frescas gozan de una frescura total. Y, créannos, a veces da pereza, mucha pereza. Con la edad uno es cada vez más partidario de que los experimentos se hagan con gaseosa, uno se atrinchera en su personal repertorio de clásicos y allí, en ese refugio/altar nos solazamos de las excursiones a lo moderno.
Por todo eso, tiene mucho mérito que Norberto Ramos del Val nos saque una y otra vez de nuestra batcueva y nos lleve de excursión por sus propuestas pintorescas. Será porque siempre sabe cómo ganarse nuestras simpatías, aunque pertenezcamos a generaciones distintas y su humor no siempre sea el nuestro. Será, también, porque su enfoque, su voz cinematográfica, es particular, personal e intransferible, y siempre nos gusta aquello que no es clon de nada. Esta vez nos ha sacado a bailar con Call Tv, su película casi normal que aspira a escalar mundos más amplios que ese universo de gafapastas que siempre parece ser el reducto al que quedan relegadas las películas que se escapan del tópico. Norberto nos trae una película nocturna, disparatada, que tiene a Jo que noche o Algo salvaje en su maletero, sin caer nunca en la cita, que no es un homenaje sino un nuevo jalón en ese río de thrillers en clave de comedia en el que la irrealidad y lo real se dan la mano en una vorágine de acontecimientos divertidos y tristes a la vez, patéticos y simpáticos a partes iguales.
Call TV, como su título indica, toma como falsilla el submundo de esos programas de preguntas trampa que llenan las emisiones de madrugada, tan casposos, pero que tan buenos momentos dan a los noctámbulos que no consiguen bajar su espitado ánimo, que no consiguen salir de esos estado alterados de la mente inducidos por la noche y sus trampas. Un subproducto grotesco que en manos de Norberto (y de Pablo Vázquez, su guionista casi de cabecera) se convierte en el envoltorio perfecto para la revisión crítica de las constantes de nuestro tiempo, como ambos comentaban en Las Horas Perdidas, «habla de metacine, de la lucha de sexos, de la serie B, de la soledad, de la madurez, de la sociedad en la que vivimos ahora mismo, la maldita crisis que nos hace sentir más indefensos y más hostiles los unos con los otros, la envidia, la voracidad del trepismo, el cinismo como filtro para ver el mundo globalizado, la normalización de la megalomanía, y de los mundos reales y virtuales que nos rodean«. No hay ni gota de ingenuidad en la historia de Lucía (soberbia María Hervás), una actriz venida a menos que se ve obligada a aceptar un trabajo de presentadora en un Call TV y cuya primera noche se convertirá en un horror pesadillesco; pero sí hay raudales de frescura, introducidos en gran manera porque Norberto siempre hace cine para sí mismo (trata de rodar la película que le gustaría ver a él como espectador) que es la mejor manera para dirigirse a los demás. Una frescura que tiene que ver también con el uso de los giros de guión, que se nos ocurre tildar de arbitrarios y que logran darle al filme su tono de crónica surrealista (y que hacen que la película no sea tan normal como su director cree, dicho sea de paso).
Mucho cine dentro del cine es el que respira esta cinta. Por sus planteamientos argumentales que permiten incluso bromas con el supuesto cine snuff, con los vídeos virales de Internet, con el mundo de los cineastas con ínfulas y con su extremo opuesto que es el universo de la telebasura (los extremos se tocan, ya se sabe). Pero también por las influencias que no se ocultan, esos azules y rojos llegados de Mario Bava, esa sangre de tono irrealmente encendido que nos llevan de cabeza al giallo, género de las entretelas de Norberto, y esa revisión de los roles que nos propone al dar a las mujeres el papel protagonista, lejos de su papel de rubias florero y reinas del grito que han poblado el género.
Y mucho de crítica social, introducida en gran medida por esa inversión de los protagonismos habituales. Los personajes de Norberto están siempre poseídos por la impotencia, el asombro y el desconcierto, pero dentro de ello son las mujeres las que tienen verdadera capacidad de reacción frente al plantel de varones cretinos que las rodean. Norberto nos las sirve además vestidas (por desvestidas, en ocasiones) de una sensualidad enormemente bella, como solo puede retratarlas un hombre que se siente atraído por las mujeres y que es feliz de que así sea. Por todo ello su obra es un idóneo vehículo para plantear la guerra de los sexos, tan subrayada en nuestro presente, y lo es para hacerlo con la exquisita incorrección política que tanta falta nos hace.
Y lo mejor de todo es que la reflexión no oculta la acción, la voluntad de analizar no margina la de divertirse. La película es un divertido divertimento, lo han pasado bien sus artífices y lo harán sus espectadores. Créannos, de las contadas veces en las que vale la pena abandonar eso que Josep Plà llamaba «tebaida de la misantropía», una de ellas es la posibilidad de ver el cine de Norberto, que es moderno (más de lo que a él quizás le gustaría), pero que se acerca a la añorada inocencia del cine de los clásicos por vía de la irreverencia.
Últimos comentarios