Pacific Rim & Elysium, un tandem para el verano
Para los que nos quedamos en la city, agosto es como un largo y aciago domingo, un gloomy sunday como aquel que dio título a una vieja canción de suicidas. Si algo puede salir mal, si algo puede complicarse en una ciudad en la que no está de turno ni el sereno, saldrá mal como en las peores pesadillas de Murphy. Sudor, calles desiertas llenas sólo de tiendas cerradas y, lo peor, de bares cerrados. Un paisaje apocalíptico en el que las hordas de turistas descamisetados actúan como una auténtica plaga bíblica. Calor, vacío y sensación de que somos los únicos desamparados de la mano de Dios que no tenemos playa o piscina que echarnos a la espalda entre siesta y cerveza fresca.
Agosto es un secarral en el que todo parece quedarse entre paréntesis hasta que la nueva vida se ponga en marcha con la vuelta al cole en El Corte Inglés. Pero todo desierto tiene su oasis y los cines, pese a sus precios, siguen siéndolo para muchos. O como mínimo son su doble perverso, el espejismo, porque ya se sabe que cine y verano es una suma que da como total blockbuster. Las salas oscuras en verano son cómplices como nunca del placer culpable y es que, ya se sabe, blockbuster es depauperado entretenimiento para la masa, producto industrial que no arte, insulto para la inteligencia incluso para según quien, pero, ay, ay, a veces alguno está tan bien facturado que es difícil resistirse a su canto y, por apelar a lo más básico, acaban por gustar incluso a quienes no quisieran. Ese es el caso de Pacific Rim (2013, Guillermo del Toro) y de Elysium (2013, Neill Blomkamp), dos películas destinadas a aliviarnos los calores y a deshacernos los malos humores si sabemos entrar en su juego, películas que cosecharán críticas furibundas y parabienes a partes iguales, porque son lo que son, productos de perfecto alicatado programados para hacernos evadir.
«No éramos los más deportistas ni los mejores de la clase, sólo teníamos la virtud de ser óptimos en el combate» así se describe en off el protagonista de Pacific Rim en el apretado prólogo de la cinta, y parece toda una declaración de intenciones de del Toro sobre el filme. El mexicano se plantea su película homenaje al cine de los Kaiju eiga como un colosal combate contra los sentidos del espectador, se trata de pegarnos a la butaca y dejarnos anonadados tal como nos quedábamos en nuestra infancia al ver aquel cine de bestias gigantes. Por eso esta vez es imprescindible que vayamos a verla al cine con la mayor pantalla y el mejor 3D posible, porque sino nos habremos quedado sin apreciar sus mejores mimbres y elementos (si hay que sacrificar la V.O., creánnos, ¡sacrifíquenla!). Pacific Rim es espectáculo, espectáculo visual, el placer que pretende depararnos es el de ver cómo gigantes, robots, personajes y objetos, dinamitan continuamente la cuarta pared, ahí es donde está su poesía y su razón de ser.
Se trata de encasquetarnos las gafas y dejarnos arrollar, porque si lo hacemos la cinta nos irá revelando sus pequeños secretos. La acción nos cuenta que la tierra padece una invasión alienígena surgida de una brecha en el fondo del océano a través de la que salen monstruos (Kaijus) cada vez más espectaculares, invasión que es combatida por poderosos engendros mecánicos (llamémoslos robots o mechas según el grado de especialización que deseemos darle a nuestras palabras) pilotados por dos tripulantes conectados neuronalmente (Jaegers, palabra alemana que significa cazador, pero que habrá sido elegida por su proximidad fonética a eiga en un guiño al espectador avisado). Cuando la amenaza de los Kaijus parezca superar las fuerzas de los Jaegers de última generación digital, se habrá de poner toda la esperanza en un antiguo Jaeger analógico (y nuclear) pilotado por Raleigh Becket (Charlie Hunnam) vieja gloria que se había retirado y la neófita Mako Mori (Rinko Kikuchi) brillante alumna que aún no ha entrado en combate. La trama tiene todos los tópicos propios del género y del Toro no va a hacer nada por evitar que sean superficiales personajes y situaciones, así habrá quien diga que en temas como el honor, la lucha, el compromiso con la patria, el respeto a la autoridad o la importancia del desacato, el méxicano adopta un punto de vista ramplón e incluso patriotero. No, no es en los trazos gruesos de la trama donde cabe buscar el mensaje, se diría que para del Toro eso no es más que una excusa superflua para abordar lo que verdaderamente le interesa: los propios Kaijus y Jaegers; esto es, la propia imagenería que va a desplegar virtuosísticamente a lo largo de las más de dos horas de metraje. Pacific Rim es un homenaje al mundo del anime, mejor aún, del anime que empezó a exportarse desde Japón en los años 70 y que llenó las pequeñas pantallas de muchos hogares haciendo las delicias de quienes eran niños, como el propio del Toro, por entonces, a todo el subgénero de los mechas (seamos precisos aquí) con Mazinger Z a la cabeza. Y siendo un homenaje a ese género lo es, por tanto, a la infancia, o mejor aún, a la necesidad de conservar la visión infantil en esta época de tanto adelanto técnico y tanta crisis de valores; así, quedándonos en la superficie es como mejor conectamos con el verdadero quid, y como aflora el del Toro autor desde el mejor del Toro artesano.
Sin tomarse en serio a sí misma, Pacific Rim resulta un ejercicio de épica pop que comunica diversión y entretenimiento festivo. En el otro extremo del ring (pero sin ser su opuesta) se alza Elysium como un intento de tejer una ciencia ficción comprometida, pero igualmente mainstream, pop y popular.
El sudafricano Neill Blomkamp se daba a conocer en 2009 con su ópera prima Distrito 9, película que con un modesto presupuesto abordaba el lamentable tema del apartheid en clave de ciencia ficción. Se perfilaba, pues, como un autor capaz de conjugar reflexión y evasión. En esa misma línea le vemos avanzar cuatro años más tarde con Elysium, una distopía que acierta a plantear algunos de los temas candentes de nuestra realidad actual. Estamos en el siglo XXII, la tierra se ha convertido en un planeta contaminado, superpoblado y enfermo; las clases pudientes lo han abandonado para instalarse en la base espacial Elysium, construida por la empresa Armadyne, allí gozan de una vida paradisíaca en grandes mansiones rodeadas de verdes espacios y a la que no afecta ni la enfermedad gracias a los avances tecnológicos. Max (un Matt Damon fornido como un toro bravo) es un huérfano acostumbrado a buscarse la vida desde niño que trabaja como obrero para las instalaciones de la compañía en la tierra y que, como todos, desearía poder emigrar a la base. Cuando sufra un accidente radioactivo en la fábrica, Max se verá inmiscuido en una peligrosa misión de la que acabará dependiendo el destino de la humanidad. En su aventura es perseguido por Kruger (Sharlto Copley componiendo un interesante villano), un mercenario que trabaja a las órdenes de Rhodes (Jodie Foster) la ministra de defensa de Elysium, que prepara un golpe de estado que va a endurecer aún más las diferencias y la persecución de los ilegales que acuden a Elysium en busca, sobre todo, de los tratamientos que la sanidad terrestre no cubre. La enfermera Frey (Alice Braga), cierra la trama introduciendo el elemento romántico.
Son varios los temas actuales sobre los que reflexiona Blomkamp en esta su segunda película (en la que ha contado con un amplio presupuesto), de entrada asistimos a la polarización de la sociedad en prácticamente dos clases, claro reflejo de la crisis que atraviesa el mundo desarrollado y que está acabando con las clases medias. Basta con extrapolarlo al máximo y tendremos la situación que predice la cinta, porque la brecha que separa a las clases conduce ya a existencias paralelas en las que los pudientes casi parecen vivir en otro mundo. Es también un reflejo de la pérdida de derechos sociales, ahí estamos todos sufriendo los recortes que afectan a áreas tan básicas como la sanidad. Y, por supuesto, plasma las diferencias entre el primer y el tercer mundo que conducen al problema de la inmigración ilegal (esas naves que son como pateras). Ahora bien, que nadie espere un análisis profundo, de todo ello se exponen sólo las líneas básicas sin expandirse en las múltiples aristas de estos problemas, amén de que la resolución del filme es harto simplista. Hay compromiso por parte de Blomkamp, pero como ya decíamos, es un compromiso mainstream que nos da una distopía popular (y populista, si se quiere) que sólo será suficiente para complacer al público más mayoritario.
Y es que de eso se trata, porque como el propio director ha manifestado, de lo que se trata es de hacer género, diferente, porque el mundo está cambiando, pero haciendo prevalecer siempre al entretenimiento por encima de todo. En ese apartado, el de la acción y la evasión, la película brilla con luz propia: hay explosiones, combates, evasiones, naves que aterrizan forzosamente arramblando con todo lo que se ponga por delante… Todo un lujo pirotécnico con efectos FX realistas como ya no se ven y que, junto con la ambientación futurista de Syd Mead (sí, el ambientador de Blade Runner) para la estación espacial, son lo mejor que presenta la obra de Blomkamp. Matt Damon prueba de nuevo que es un todo terreno, para esta película ha tenido que machacarse horas y horas en el gimnasio para conseguir ese cuerpo musculado y rotundo, y resulta convincente en su interpretación del personaje mesiánico que viene a liberar a los más pobres, exoesqueleto incluido. Algo más de hora y media de acción continúa que fue recibida con aplausos en el pase de prensa de Barcelona.
Tanto Pacific Rim como Elysium vienen como anillo al dedo para sofocar los calores caniculares, son dos películas estivales que nos traen aire fresco y que bien valen que les dediquemos nuestro tiempo porque con ellas el tedio se suspende junto a la incredulidad, y eso lo agradecerá siempre nuestro cuerpo y hasta nuestra mente.
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