Las imágenes perdidas. La otra mirada: sobre el cine y la vida
El sello Cameo ha publicado Las imágenes perdidas. La otra mirada, un film que oscila entre el documental y la ficción y que supone una lúcida reflexión sobre el cine, la vida y la muerte, además de ser la última película de Paul Naschy. En el filme, el cineasta Juan Pinzás realiza un viaje físico e iniciático en busca de unas imágenes perdidas que había rodado en los años ochenta. El viaje le conduce desde Madrid hasta Galicia y en la búsqueda de esas imágenes se encuentra con diversos personajes que le ayudan en su propósito, como Paul Naschy o el polifacético Javier Gurruchaga, en cuyos universos personales ahonda el film. Finalmente hallará en Vigo, su ciudad natal, de la que realiza un singular retrato, una vieja película en formato de Súper-8 mm con las imágenes deseadas. La catarsis se produce con el visionado del antiguo film que resulta ser un homenaje al cine y supone el final del viaje introspectivo del cineasta.
Ciertamente pueden calificarse de opuestas las trayectorias y la forma de entender el cine existente entre el vigués Juan Pinzás y el madrileño Paul Naschy. Si Juan Pinzás ha realizado un cine experimental, con tres de sus películas adscritas al movimiento Dogma. La trayectoria de Paul Naschy ha basculado principalmente en cine de género, popular y consumido por un público mayoritario. Pero contra todo pronóstico, lejos de haberse producido un choque de trenes, el entendimiento y la admiración ha sido mutua entre ambos cineastas ya desde que Pinzás contara con el veterano Naschy para Cuando el mundo se acabe te seguiré amando, un film dirigido por la esposa de Pinzás, Pilar Sueiro, en 1998 para la productora de ambos, Atlántico Films. Tan satisfactoria será la experiencia que dos años después volverá a tenerlo como actor en su largometraje Érase otra vez, primera película Dogma española.
En 2009 y lejos ya del Dogma, Pinzás ha dirigido Las imágenes perdidas. La otra mirada, una lúcida reflexión sobre la vida utilizando el cine como vehículo y como hecho vital en la que Pinzás, con la excusa de recuperar una vieja película rodada en los años ochenta, visitará los escenarios de otros de sus filmes y mantendrá largas conversaciones con dos grandes cinéfilos: Javier Gurruchaga y Paul Naschy. Unas conversaciones que nos mostrarán las pasiones compartidas por el cine. Un viaje por la vida y la muerte en el que el hecho cinematográfico será el gran protagonista y también medio para poder entenderlo. Mostrando atardeceres o las escenas captadas en procesiones, lonjas y puertos, el director nos transmitirá sus estados de ánimo. Su forma de ver la vida. Su mirada cinematográfica.
Naschy se nos muestra relajado, cercano, cordial y alejado de discursos preparados, protagonizando los momentos más deliciosos del filme, emocionantes a veces, con el actor mostrando ya en su rostro las marcas de la grave enfermedad que estaba atravesando.
Fetiches, objetos mágicos y sobre todo imágenes. Unas imágenes que, afortunadamente no se perderán y que quedarán como testigo de que el amor al cine puede unir unas, a priori, dispares naturalezas y formas de entender el arte. Todo ello en una película que, como no podía ser de otra forma, el director ha querido dedicar a su amigo fallecido.


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