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Las brujas sobrevuelan México

La iconografía del diablo y la brujería en México es heredera directa del catolicismo impuesto (a fuego y sangre) por los conquistadores españoles. Así, en el cine mexicano podemos ver imágenes de brujería y juicios de la Inquisición con brujas y brujos condenados a la hoguera a imagen y semejanza de Europa en diversas películas, algunas de las cuales incluyen al mismísimo Satanás en el extenso inventario de monstruos y villanos del cine popular mexicano. Así, el barón Vitelius d’Estera (Abel Salazar) en El barón del terror (Chano Urueta, 1962) es juzgado por una larga lista de crímenes que incluyen brujería, necromancia y… adulterio, delitos por los que es condenado a la hoguera, de la que retornará 300 años después ya en la época contemporánea para vengarse de los descendientes de los jueces que lo condenaron convirtiéndose, cuando ha de matar, en un extraño y bizarro personaje que se alimenta de los cerebros de sus víctimas. En Atacan las brujas (José Díaz Morales, 1964), una de las tan encantadoras como torpes aventuras del chaparro luchador mexicano Santo, el enmascarado de plata, este se las verá con un grupo de satanistas comandados por Mayra, la Reina de las Brujas (interpretada por la siempre espectacular Lorena Velázquez), que querrán sacrificar a la heroína y al luchador en honor a Satán, su amo. Santo luchará contra ellas armado con la cruz, ante la que las brujas estallarán en llamas.
Dentro de una producción más importante como es Satánico Pandemónium (Gilberto Martínez Solares, 1975), podemos ver la figura del diablo tentando con las delicias de la carne a la atractiva hermana María (Cecilia Pezet), que entre delirios verá en el convento a todas las monjas poseídas y danzando desnudas en blasfemo aquelarre.
Pero como el espacio es el que es, vamos a centrarnos en tres de las más importantes producciones que sobre el tema nos ha legado la cinematografía azteca: El espejo de la bruja, Alucarda y Veneno para las hadas.
El ESPEJO DE LA BRUJA
Año: 1962 Director: Chano Urueta Guión: Alfredo Ruanota, Carlos Enrique Taboada Música: Gustavo César Carrión Fotografía: Jorge Stahl Jr. Duración: 73 min. Blanco y negro.
Reparto: Rosita Arenas, Armando Calvo, Isabel Corona, Dina de Marco, Carlos Nieto, Alfredo Wally Barrón
Sinopsis: Sara (Isabel Corona) es ama de llaves en el caserón habitado por su ahijada Elena (Dina de Marco) y el marido de esta, Eduardo (Armando Calvo). Sara es, además, una poderosa bruja que comparte su secreto con Elena. Juntas verán a través de un espejo mágico un futuro en el que Eduardo asesina a Elena para casarse con una joven mujer, Deborah (Rosita Arenas). Sara tratará por todos los medios de evitar el fatal acontecimiento, pero los espíritus ancestrales se lo prohibirán …
Los espejos siempre han casado bien con lo oculto, con lo fantástico. Desde el mágico espejo que consulta la pérfida madrastra de Blancanieves al espejo que libera la imagen de Balduin, El estudiante de Praga, los espejos pueden tanto devolvernos imágenes deformadas como ser puertas a otros mundos. En El espejo de la bruja, este ejercerá de estación de tránsito hacia otros mundos e instrumento mágico con el que bucear por el pasado y el futuro.
El espejo de la bruja está producida por Abel Salazar, actor metido a productor que quiso probar suerte con el cine de terror realizando fundamentales aportaciones al género como El vampiro, El ataúd del vampiro, o la delirante El barón del terror (1962), de la que ya les hemos hablado antes, dirigida también por Chano Urueta.
Rodada antes de la irrupción generalizada del cine de luchadores enmascarados que infantilizaría el género, El espejo de la bruja juega con elementos terroríficos y sobrenaturales: puertas que chirrían, corrientes heladas, música fantasmal o castillos de cartón piedra. Todo es excesivo y bello en esta producción que contiene unos tan sencillos como efectivos trucajes. Fuertemente influida por el cine norteamericano de la época, El espejo de la bruja es también una historia de tintes góticos con Mad Doctor y referencias a Las manos de Orlac (Orlacs Hände, Robert Wiene, 1924) y Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage, 1960) de Georges Franju, que tanto influiría a su vez a Jesús Franco y su Gritos en la noche, realizada el mismo año que El espejo de la bruja.
En la cinta, ‘Satanaya’ y ‘Lucifudo’ son invocados por la bruja para que abran ‘todas las puertas de la infamia’ en esta historia escrita por los prolíficos Alfredo Ruanova y Carlos Enrique Taboada, que más tarde dirigió algunas de las obras capitales del cine de terror mexicano, como Hasta el viento tiene miedo (1968) y la que también trataremos en detalle aquí, Veneno para las hadas (1984).
Entre los actores protagonistas destaca un sobreactuado Armando Calvo; la venezolana Rosita Arenas, que también participa en La maldición de la llorona y un buen número de cintas mexicanas, entre ellas las dedicadas a la momia azteca; Isabel Corona, actriz que interpreta a la bruja y que estaba especializada en papeles dramáticos, y Dina de Marco, que desarrolló su carrera sobre todo en televisión.
El espejo de la bruja es encantadoramente naif, tiene desagradables maquillajes, efectos especiales artesanales y un ambiente gótico de pesadilla que la convierten en una pieza capital del cine fantástico mexicano.

ALUCARDA, LA HIJA DE LAS TINIEBLAS
Año: 1977 Director: Juan L. Moctezuma Guión: Alexis Arroyo, Juan López Moctezuma (Novela: Joseph Sheridan Le Fanu) Música: Anthony Guefen Fotografía: Xavier Cruz Duración: 85 min. Color.
Reparto: Claudio Brook, David Silva, Tina Romero, Susana Kamini, Lili Garza, Tina French, Birgitta Segerskog, Adriana Roel
Sinopsis: Justine (Susana Kamini) llega a un internado regido por religiosas y allí conoce a la extraña Alucarda (Tina Romero) con la que iniciará una profunda amistad. Paseando por el bosque encontrarán un extraño zíngaro (Claudio Brook) que les mostrará unos talismanes y el carácter de las chicas irá cambiando. Se volverán rebeldes y blasfemas, proclamando ante las monjas a Satanás como su maestro. Las monjas prepararán un exorcismo durante el cual fallecerá Justine. El doctor Oszek (Claudio Brook) rescata a Alucarda y la llevará a su casa. Pero Alucarda pronto poseerá, como hiciera con Justine, a Daniela (Lili Garza), la hija ciega del doctor, con la que vuelve al convento, donde se producirá el sangriento clímax de la historia.
No anda desencaminado Guillermo Del Toro cuando define al director Juan López Moctezuma como un pionero, un poeta maldito. Fuertemente influenciado por el polifacético Alejandro Jodorowsky, al que asistió en dos de sus radicales largometrajes: Fando y Lis (1968) y El topo (1970), Moctezuma fue contagiado con la visceralidad del chileno, su afán provocador, su capacidad de plasmar imágenes delirantes, en suma, su libertad.
Entrar en el universo de Moctezuma es sumergirse en un mundo fascinante, decadente, repleto de luces y sombras que resaltan los tétricos decorados casi orgánicos en los que habitan las jóvenes internas y la orden religiosa, que viste unas irreales túnicas a base de gasas que casi las asemeja a momias y que también nos evocan la pintura Muerte de Marat de David. Y es que Alucarda tiene una puesta en escena pictórica, las secuencia se suceden como auténticos tableaux vivants, y los siniestros decorados casi evocan las Carceri d’Invenzione de Piranesi. Es este tratamiento de la fotografía, la escenografía y el vestuario, el que la eleva por encima de otras producciones de su momento, y ello a pesar de que es fiel a las estrategias narrativas de los 70s (zooms, filtros, cámara lenta). Igualmente setentero es el desarrollo de lo erótico con ese efecto flow, pero, aunque sus escenas de fino erotismo estén rodadas con un filtro a lo Hamilton, resultan mucho más carnales que las del fotógrafo y cineasta inglés. Son unas escenas poderosamente sexuales, en especial el fascinante beso sangriento entre las dos jóvenes protagonistas. Gran parte de su sensualidad es responsabilidad de Tina Romero en la piel de Alucarda, con sus largos cabellos, su mirada penetrante, y sus ropajes negros, la joven encarna perfectamente la condición de bella y réproba tentadora que exige su personaje. De
hecho, el trabajo actoral de Tina está por encima del de sus compañeros de reparto, aunque merece mencionarse a Claudio Brook, actor habitual de Luis Buñuel que aquí interpreta dos papeles totalmente diferentes demostrando una versatilidad digna de Lon Chaney, y a Tina French, que interpreta a la hermana Angélica, la cara opuesta de Alucarda.
Definir Alucarda resulta complicado. Dentro del cine de terror puede encuadrarse entre la serie de películas de posesiones satánicas que desató por todo el mundo la celebérrima El exorcista (The Exorcist, William Friedkin, 1973); teniendo además bastantes puntos en común con The Devils (Ken Russell, 1971), que asimismo trajo tras sí una larga estela de imitaciones; pero también tiene mucho de película de vampiros, porque López Moctezuma adoraba a estos seres: “(…) la historia es cercana a esta tradición y su protagonista es una vampira, aunque no en el sentido de bebedora de sangre. De hecho, ella tiene todo el poder y los atributos del vampiro clásico, excepto que no bebe sangre”. También puede y debe inscribirse entre los títulos que conforman la denominada nunsploitation. Finalmente, el filme tampoco desaprovecha otras referencias y adscripciones. Así, por ejemplo, el nombre de la amante de
la protagonista es Justine, clara voluntad de citar a Sade y su Justine o los infortunios de la virtud, pieza en la que el Marqués se vale de la protagonista para simbolizar la virtud y manifestar su pesimista tesis según la cual, la virtud es sistemáticamente aplastada por el vicio; mientras que el vicio, libre de valores y principios, cobra ventaja y prospera. Semejante es el valor de ese personaje homónimo en el filme, Justine sería la virtuosa seducida por la demoníaca y vampírica Alucarda, sin embargo, la Justine de Moctezuma resulta un poco desleída por contraste con la protagonista, “es el tipo de personaje que resulta ridículo al lado de una criatura apocalíptica como Alucarda”. No queríamos concluir este recorrido por sus antecedentes y filiaciones sin mencionar que para su distribución en video en Estados Unidos no dudaron en presentarla como tercera secuela de la exitosa (y algo olvidada) Las torturas de la inquisición (Hexen bis aufs Blut gequält, Adrian Hoven/Michael Armstron, 1970). Ignoramos si la triquiñuela funcionó. En cualquier caso, y más allá de sus referentes, Alucarda es un filme mágico, extraño, surrealista.
Alucarda fue presentada en el Festival de Cine Fantástico de París y en el décimo Festival de Sitges, donde recibió buenas críticas y fue nominada a mejor película, pero solo obtuvo un reconocimiento genérico por su aportación al fantástico. El director llegó a plantearse una secuela de su película cuyo nombre no dejaba dudas sobre la afición de López Moctezuma por las películas de vampiros: Alucarda Rises from the Tomb, cinta que lamentablemente nunca se realizó.
A partir de ahí la carrera de Moctezuma, que nunca llegó a formar parte de la industria cinematográfica mexicana ya que no le admitieron en el poderoso sindicato de directores (STPC), fue bastante errática. Su siguiente filme, el thriller To Kill a Stranger, lo rodó diez años después. La cruda historia de canibalismo El alimento del miedo (1994), fue su película póstuma. Se estrenó once años después de su muerte, que le sobrevino en 1995, en el sanatorio mental en el que estuvo recluido los últimos años de su vida.
Como suele suceder, llegó la reivindicación de su figura y su cine. Tarde, pero siempre oportuna. “Hay quienes piensan que son filmes de culto, algunos más los aprecian y hay un pequeño grupo que lo considera seriamente como director. Pero la mayoría de los críticos lo desdeñan y eso le ha ganado una reputación de poeta maldito. Creo que a él le hubiera gustado esa clasificación”. Guillermo Del Toro (Sitges, 2002)

VENENO PARA LAS HADAS
Año: 1984 Director: Carlos Enrique Taboada Guión: Carlos Enrique Taboada Música: Carlos Jiménez Mabarak Fotografía: Guadalupe García Duración: 90 min. Color.
Reparto: Ana Patricia Rojo, Elsa María Gutiérrez, Leonor Llausás, Carmen Stein, María Santander, Lilia Aragón
Sinopsis: Las historias de brujería que cuenta la cocinera de su casa despierta la imaginación de la pequeña Verónica (Ana Patricia Rojo), quien presume de que ella misma es una bruja ante su condiscípula Flavia (Elsa María Gutiérrez). Debido a la incredulidad de su amiga, Verónica aprovecha una serie de circunstancias fortuitas para convencerla de que ha sido ella quien las ha provocado, valiéndose de sus artes mágicas. La inocencia de estos juegos adquiere un cariz macabro cuando Verónica insiste en que Flavia la invite a unas vacaciones en el rancho de su familia, en donde podrá preparar un veneno para las hadas.
“Las brujas lo pueden todo” es la frase que inflamará la, ya de por sí, fértil imaginación de Verónica. La sentencia prende sus juegos y su modo de relacionarse con las otras niñas, y, así, se presentará como bruja a Flavia, la compañera de clase que se incorpora empezado el curso. Taboada nos propone un descenso al trascendental mundo del juego infantil. El juego puede parecernos algo superfluo pero si lo analizamos de la mano de Huizinga constatamos que “la existencia del juego corrobora constantemente, y en el sentido más alto, el carácter supralógico de nuestro lugar en el cosmos (…), jugamos y sabemos que jugamos; somos, por tanto, algo más que meros entes de razón, puesto que el juego es irracional”. La virtud de Veneno para las hadas es saber instalarse en el universo de lo lúdico y su gravedad, a ello debe su adscripción al género fantástico, a su acendrada observación de la fantasía de unas niñas que incardinan su juego a la realidad, con funestas consecuencias.
Y decimos observación porque la cámara de Taboada es una auténtica voyerista de la actividad de las dos pequeñas. El mexicano nos sumerge en su mundo poniendo, de entrada, la cámara a la altura de sus ojos, un modo de colarnos en su absoluta intimidad, en la burbuja que su actuar representa respecto al mundo de los adultos. Y no solo se vale del punto de vista de la cámara para ello, la construcción de los encuadres, además, excluye totalmente del protagonismo a los adultos: cuando entran en plano lo hacen de modo que solo se les ve en parte, ya
sea por un escorzo, ya sea porque ocupan un lugar no relevante y, sobre todo, porque nunca vemos sus rostros; son meras presencias fantasmales excluidas del universo de significación de la acción. Maticemos, sí vemos rostros adultos en el filme, pero siempre desde el punto de vista de Flavia, por virtud del montaje, vemos por sus ojos y vemos con la distorsión, el sesgo, que las patrañas que Verónica le insufla introducen sobre su percepción. Este acertado trabajo de la imagen deja para la posteridad bellos cuadros que retendremos en la memoria, por citar solo uno, nos quedamos con el plano de Flavia en el entierro de su profesora de piano (cuya muerte la niña atribuye a un conjuro de Verónica): llueve, los adultos visten de negro riguroso y Flavia de blanco, en un leve picado se nos muestra a la niña en el centro de la imagen como único personaje al que vemos el rostro, enmarcada por la aureola que los paraguas de los adultos construyen sobre ella. El terror que ella siente casi se nos antoja una presencia física.
Una encomiable economía de medios para lograr profundas cargas de efectividad es la que se manifiesta en el trabajo del director. Y donde no alcance la imagen, la música de Carlos Jiménez Mabarak vendrá en su auxilio. En la pieza, el compositor alterna temas rítmicos, apoyados en la percusión, incluido el uso percutante del piano, con otros de carácter lírico y orquestal. Los primeros refuerzan los temores de Flavia, mientras que el que acompaña al deambular de las dos niñas en la hacienda, cuando buscan los ingredientes del supuesto veneno para las hadas, tiene timbres ensoñadores que nos hacen saborear esa Arcadia feliz que la infancia parece en (y solo en) la memoria de los adultos. Que no hay idilio en lo infantil lo pone de manifiesto también la banda sonora. En el desenlace, cuando la morena Flavia se libra del acoso de Verónica, justo cuando el espectador toma consciencia de que para la rubia Verónica todo es una simple invención, cuando la encierra en el granero para quemarla por bruja, la película se cierra con un plano fijo del rostro de Flavia (excelente ahí el trabajo de Elsa María Gutiérrez) iluminado por las llamas, con una expresión difícil de definir que oscila entre la satisfacción y el alivio. Y ahí la música que suena es precisamente el tema romántico que las acompañaba en los momentos más inocentes. Taboada concluye, así, que la infancia es tortuosa y oscura, fantasiosa y terrible, porque es el momento en el que más receptivos somos a todos los estímulos y especialmente a los de la imaginación. Las brujas lo pueden todo y los niños son sus esbirros.

HISTORIAS IMPÚDICAS. PROGRAMA ERÓTICO DE BIGAS LUNA
En 1977, sin ningún largometraje estrenado todavía, Bigas Luna acepta realizar cortometrajes de corte erótico realizados en Súper-8 para consumo doméstico en venta por correo.
Junto a Fernando Amat, Bigas Luna crea el sello Cine Promoción y con un reducido equipo conformado por, entre otros, Pep Cuxart a la producción, que más tarde ejercerá el cargo en Bilbao (1978) y Caniche (1979); Rosa Fernández como ayudante de dirección; la por entonces esposa del director, Consol Tura, en vestuario, y que continuaría trabajando para su marido en sus siguientes proyectos; y contando con la fotografía del prestigioso Tomas Pladevall y Pedro Aznar, este último responsable asimismo de la de Bilbao y Caniche, Bigas Luna dirigió un total de doce cortometrajes: Coctel internacional, El ídolo, La mora, La deportista, Esquí, La roulotte, El espejo, El desayuno, París-Hollywood, La millonaria, La guitarrista y Mona y Temba.
Se trataba de inocentes cortometrajes de unos diez minutos de duración en los que las actrices se despojaban de la ropa, varios de ellos con una pequeña excusa argumental y acompañamiento musical seleccionado por el propio director. Entre
las protagonistas destaca Linda Lay, actriz que participo en varias películas dirigidas por Iquino; o Rosa Raich, que también intervino en el primer largometraje de Bigas Luna, Tatuaje (1978), además de starlettes de la época como Sarima, Pilar Matus, Maica Tihenen, Jennie o Nicola Brown.
Lejos de ser obras meramente alimenticias, estas pequeñas historias muestran ya en gran parte el universo temático del director, pues en ellos profundiza por primera vez en el sexo y el erotismo, que a partir de Bilbao, su segunda película, conformará un hilo conductor en su carrera. Bigas Luna, definió la experiencia de rodar estos cortometrajes como “cojonuda, muy divertida y además muy difícil. Teníamos que hacer películas que teóricamente hicieran trempar, pero en las que no se podía ver nada (…) Ahora las veo como películas cómicas.” (Martí Font, J. M.: “Bigas Luna. El erotismo es una tontería”, Star, número 51, 1979)
Algunos retazos de estos cortometrajes, concretamente de La millonaria, pueden verse en Bilbao. Y no solo eso, también en uno de ellos, Cóctel Internacional, se muestra el cuadro de una colegiala que más tarde formará parte del mobiliario del hogar de Leo (Àngel Jové) y María (María Martín) en el mismo filme.
En 1984 once de estos cortometrajes fueron reunidos en forma de largometraje y editados por Uros Films en VHS y Betamax para su alquiler en videoclubs con el título Historias Impúdicas. Programa erótico de Bigas Luna, en cuya carátula se mostraba una imagen del propio director y las fundas de los Súper-8 de los que quedó, de manera inexplicable, excluido uno de ellos, Mona y Temba[1].
Recientemente se intentó mediante un ripeado remasterizado del propio VHS autorizado por los descendientes del director pero tuvieron que retirarse por problemas y discusiones respecto a los derechos de los mismos.
[1] Respecto a este cortometraje, el propio Bigas Luna lo describió en la misma entrevista para la Revista Star 51: “Un día apareció una pareja para ofrecerse porque hacían un número sexi en un cabaret. Querían que los viera por si me interesaba rodar una película con ellos. Primero me mandaron una foto, ella era una tía rubia y larguirucha, bastante fea. Él era un negro de Ghana. Fui a verlos al hotel donde se hospedaban, una pensión de mala muerte en las Ramblas. Cuando llegué a la habitación y me abrieron la puerta resultó que ella tenía anginas, estaba con la bata de boatiné puesta y unos magníficos rulos le coronaban la testa. La habitación era un cuartucho lleno de paquetes desordenados, la radio y la televisión funcionaban al mismo tiempo, a un lado una nevera y la cocina. El enorme negro llevaba una camiseta de Olot. Un panorama encantador. (…) Él puso en marcha una casette de la que salió una música y una voz que decía; “Mona y Temba, the most exciting show in the world…” y se pusieron a actuar. Ella con la bata y los chufos y él tal cual. Yo estaba en un rincón absolutamente hipnotizado, con la piel de gallina. Por un lado tenía ganas de reír, mientras por otro aquello me llegaba al fondo. Se me ocurrió filmarlo tal como yo lo había visto. Quedé con ellos un domingo por la mañana. Tan solo con los focos y un angular filmé la misma escena, incluso dejé puesta la televisión por la que salía un programa deportivo. Su número era muy simple, se desnudaban y al ritmo de una música africana se abrazaban”
Ceremonia Sangrienta, mucho más que un cuento de terror
“Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible”[1], así habla Alejandra Pizarnik sobre Erzsébet Báthory, considerada durante largo tiempo responsable del asesinato de 650 muchachas, razón por la cual figura entre los peores criminales de la historia. La atormentada poetisa argentina vio en esa aristócrata perversa la
corporización de sus fantasías. La condesa sangrienta, publicada por primera vez en el número uno de la revista Testigo (Buenos Aires, enero-marzo de 1966), es una de las composiciones clave de Alejandra Pizarnik, sus páginas construyen un retrato perturbador en el que se mezcla la narración descriptiva con apuntes ensayísticos impregnados de lirismo poético. Pizarnik fue deslumbrada por la leyenda de la loba de los Cárpatos, le atrajo su claustrofóbica vida criminal, su ser monstruoso, el círculo erótico y voraz de mujeres brujas que armó a su alrededor. Y su ansia de mantenerse joven, en la que vio expresada un perfecto pretexto para ahondar en su obsesión con la muerte o la locura: “Nunca nadie no quiso de tal modo envejecer. Por eso, tal vez, representaba y encarnaba a la Muerte. Porque, ¿Cómo ha de morir la Muerte?”[2].
Pizarnik no fue la primera en acercarse a la figura de la Báthory, de hecho supo de su existencia gracias a la poco ortodoxa biografía escrita y publicada cuatro años antes (1962) por la surrealista olvidada, Valentine Penrose, obra que fascinó a la argentina. En su abordaje, Penrose, se acerca a la legendaria condesa descendiente de Vlad Tepes como expresión de su propia voluntad de mirar de frente el misterio del mal: “Valentine sondea el furioso caos del deseo y revela que el erotismo es energía
vital que desborda los límites de la razón”[3]. Aunque deponga el juicio de valor, la surrealista no absuelve a la sangrienta condesa, porque su novela es también una reflexión sobre el poder: al tiempo que defiende la soberanía del deseo, pone en evidencia los abusos de la impunidad. Obra celebrada por sus colegas surrealistas como el acontecimiento anunciado por Bataille en su ensayo Las lágrimas de Eros (un año antes de la publicación de Penrose), la biografía de este personaje cruel supone un intento de vencer a las religiones patriarcales que han sometido al eterno femenino, pero, sobre todo, y junto al texto de Pizarnik, consigue elevar lo transmitido por las leyendas al estadio de los mitos que solo la literatura puede forjar.
En la misma década que ambas autoras, se arrebataba Jordi Grau por la figura de Erzsébet Báthory. La idea de retratar su vida le llegó a Grau durante su estancia, en 1964, en el festival de Karlovy Vary (República checa), en el cual participó con su segundo largometraje, El espontáneo. Allí le hablaron por primera vez de la trágica historia de la condesa y visitó las ruinas del castillo en el que vivió, situado en Čachtice (Csejte), actual Trenčín (Eslovaquia), y en cuya habitación en la torre fue emparedada en vida tras su condena en el juicio celebrado en Bytča (actual Eslovaquia), por torturar y asesinar a 650 doncellas. La historia conmovió al director, que la describió como “la expresión patética del deseo de superar, no ya la muerte, sino el final de la juventud, la belleza, del atractivo vital que para muchas mujeres, es la razón -confesada o no- de la propia existencia”[4] . De esta fascinación llegaría Ceremonia Sangrienta (1973), que habría sido el primer acercamiento cinematográfico a la figura, si el azar y el desinterés de las productoras hispanas por el género de terror, no lo hubieran impedido.
Fue la producción Hammer, Countess Dracula (Peter Sasdy,1971) la que arrebató a Grau el honor de ser el primer cineasta en llevar a la alimaña de los Cárpatos al cine. La primera encarnación de la Báthory en la pantalla, como Elisabeth Nádasdy [5], correspondió a una excitante Ingrid Pitt, que no pudo gozarse en España hasta mucho más tarde y solo en formato doméstico. La producción británica daba el pistoletazo de salida a sucesivas adaptaciones, unas más fieles que otras. Tras la de Grau, en el mismo año de su estreno, llegaba Cuentos inmorales (Contes immoraux, 1973) de Walerian Borowczyk que contó, en su segmento dedicado a la sangrienta, con Paloma Picasso. Emitida en televisión dentro del espacio Cine de medianoche el 20 de septiembre de 1985, siete millones de españoles se quedaron estupefactos al ver a la hija del excelso pintor sumergirse en una bañera rebosante de sangre, uno de los mayores índices de audiencia conquistados por el programa. Torturas, lesbianismo, culto a la sangre y Transilvania de fondo. No se puede imaginar cóctel más atractivo para los amantes del terror.

Paloma Picasso tomando un reparador baño.
No es de extrañar que Jacinto Molina tampoco dudara a la hora de colocar a la Báthory en su propio muestrario de monstruos e iconos. Ya en forma de chupasangres, creó a su Condesa Wandesa Dárvula de Nadasdy[6], interpretada por Patty Shepard en La noche de Walpurgis (León Klimovsky,1971) y, más tarde, Julia Saly en El retorno del hombre lobo (Jacinto Molina, 1981), en esta ocasión como “Elisabeth Bathory”.
Con el nuevo siglo llegan tres producciones eslovacas: Bathory (Juraj Jakubisko, 2008), Blood Countess (2008) y Blood Countess 2: The Mayhem Begins de Lloyd A. Simandl, estas dos últimas ya en clave sexploitation. Al año siguiente, 2009, llegaba al Festival de cine fantástico de Sitges la producción alemana La condesa (The Countess, 2009), dirigida y protagonizada por Julie Delpy (que también compuso la banda sonora). En este su tercer trabajo como directora, Delpy vuelve a su tema recurrente, el desamor, la suya es una revisión en clave de tragedia griega y logra un filme de terror oscuro y austero, que refleja con honestidad la época y la salpica de sorprendentes momentos gore. En una posición diametralmente opuesta nos encontramos con la cinta rusa Lady of Csejte (Andrei Konst, 2015), Konst no se acerca al vampirismo, siquiera hace hincapié en los baños de sangre, y nos ofrece un retrato de la Báthory como simple aristócrata cruel. La narración, realmente, se centra en dos hermanos gitanos que buscan a su hermana mayor supuestamente secuestrada por la condesa. Es la producción más reciente basada en las tropelías de la aristócrata húngara por lo que hace referencia al cine, pero no podemos desdeñar la recreación que hizo Lady Gaga en la quinta temporada de la televisiva serie American Horror Story, generosa en sangre y sensualidad.
Tantas aproximaciones[7] y, sin embargo, ninguna ha indagado sobre la Erzsébet real y su auténtica peripecia histórica. El personaje ficcionado ha desplazado al real, a esa Erzsébet Báthory de Ecsed nacida el 7 de agosto de 1560, hija de un matrimonio endogámico, y que antes de cumplir los seis años sufría ataques de lo que se puede considerar hoy en día epilepsia (precisamente por causa de esa práctica de contraer nupcias entre personas de la misma ascendencia). La misma que recibió una formación que muchos varones de la época no poseían: leía y hablaba perfectamente el húngaro, el alemán y el latín. Con once años fue prometida a su primo, cinco años mayor que ella, Ferencz Nádasdy, con el que se casaba cuatro años después en una ceremonia a la que acudieron más de 4500 invitados, incluso se invitó al emperador Maximiliano II. Su esposo la mayor parte del tiempo estaba combatiendo en alguna de las muchas guerras de la zona (empalando a sus enemigos), lo que le mereció el apodo de «Caballero Negro de Hungría». La muerte temprana de Ferencz (por una súbita enfermedad), la dejó en una situación peculiar: señora feudal de un importante condado de Transilvania, metida en todas las intrigas políticas de aquellos tiempos convulsos, pero sin ejército con el que proteger su poderío, a lo que hay que sumar su pertenencia y apoyo a la iglesia luterana en pleno terreno católico. ¿Sangrienta? En el registro epistolar de su correspondencia con su esposo figura el intercambio de información sobre las maneras más apropiadas de castigar a sus sirvientes, pero esta era una práctica habitual de los nobles feudales de esa Europa del este sumida aún en el medioevo. ¿650 asesinatos? Narrémoslo en presente. A través de un pastor protestante local, llegan a la corte historias de que la condesa practica la brujería (explícitamente, la magia negra), y para ello utiliza la sangre de muchachas jóvenes, rumores que solían verterse sobre judíos y disidentes. El rey de Hungría, muy interesado en esos feudos, ordena al conde palatino Jorge Thurzó —enemistado con ella—, que tome el lugar con sus soldados y que realice una investigación en el castillo. Con esta trama es muy fácil deducir que, la mujer poderosa que figura en el Guinnes de los récords como la mayor asesina de la historia, probablemente fuese víctima de una conspiración. En lo único que coinciden la leyenda y la historia es en su final: tras un juicio en el que los testimonios de sus sirvientes fueron sonsacados mediante tortura (considerados sus cómplices, debían someterse a ese proceso habitual) y en el que no se la dejó declarar, fue condenada a ser emparedada en sus dependencias del castillo de Csejte.
Lo que la leyenda escribe, pocas veces es derrotado por la historia[8]. También Jordi Grau fue seducido por el mito, pero en su caso al menos hay un intento de humanizar a la protagonista, a la vez que de denunciar las fraudulentas prácticas en los juicios de supuestos casos sobrenaturales. Ceremonia Sangrienta no es únicamente un cuento de terror, tiene una proyección de más largo recorrido. Y es que Grau, estimulado por lo que sabía de la condesa, se documentó sobre las supersticiones populares de las que se aprovechaban los poderosos. Tampoco se quedó sólo con el relato oral, en Roma,
preparando la banda sonora de la coproducción hispano-italiana Historia de una chica sola (1971), llegaron a sus manos las actas del proceso contra la Báthory, lo que definitivamente despertó su interés en llevar la historia al cine. En ese momento, y no antes, escribe el primer guion.
Nuestro director se había formado en el documental, esos fueron sus inicios, que nunca dejó de lado, e incluso había dirigido una pieza en la que se mezclaba la ficción y el falso documental, con momentos en los que el propio director entrevistaba a algunas de las actrices que interpretaban a chicas de compañía. Estamos hablando de Chicas de club (Cántico) (1970), un trabajo de encargo que Grau convierte en un juego metacinematográfico que enlaza muy bien con su faceta más experimental. El barcelonés acababa de ser apartado del rodaje de Tuset Street (1968)[9] por desavenencias con la diva y protagonista Sara Montiel, cuando Juan Huarte (que ya le había producido Acteón en 1965) le encargó que convirtiera en película la experiencia que él (Huarte) tenía en locales de alterne. Y el ahínco que puso Grau en la encomienda fue tal que Chicas de Club fue seleccionada para representar a España en la edición de 1970 del Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary, en la que sería su segunda vez en el festival checo el cual, como hemos dicho, fue el detonante indirecto de Ceremonia Sangrienta.
Juan Huarte era responsable de la productora y distribuidora X-Films, fundada a mediados de los 60, con interés por el cine de autor. Además de a Jordi Grau, produjo varios cortometrajes a unos jóvenes Angelino Fons, Claudio Guerín, Chumy Chúmez y José Luis Garci, entre muchos otros. Al asociarse con José María González Sinde, que haría de responsable estratégico y económico, X-Films se abrió a un cine más comercial. Y Ceremonia Sangrienta sería la primera apuesta de González Sinde en 1973.

Edmondo Amati
En 1973, el cine de terror español e italiano copaban los mercados internacionales, con lo cual Los vampiros, título provisional de aquel primer guion que escribiera Grau en el 71, ya no era una apuesta descabellada para los productores españoles. Y ahí es cuando Star Films entra en el juego, reactivándolo como posible coproducción con Italia y enviando el guion a Edmondo Amati de Fida Internazionale. Pero cuando Jordi Grau viajó a Italia a hablar con el productor, resultó que este estaba interesado en hacer una cinta de terror, sí, pero “como La noche de los muertos vivientes, pero en color”, por lo que Amati le ofreció modificar el guion de Los vampiros para aproximarlo a lo que deseaba. Una labor que se demostró imposible a pesar de que puso al guionista Sandro Continenza a su servicio. De vuelta a Madrid, Star Films se alió a X-Films y con la italiana Luis Films se inició, por fin, el rodaje de Ceremonia sangrienta.
Rodada en soberbias localizaciones, en su mayor parte españolas, como el Castillo de Castilnovo (Segovia) y en Nuevo Baztán (Madrid), e interiores en Estudios Ballesteros, Ceremonia sangrienta posee una mimada ambientación y decorados de Cruz María Baleztena, con una atmosférica partitura del prolífico Carlo Savina. Pero si algo destaca es el tratamiento que se le da al tema en el guion, en el cual, además de Grau y Sandro Continenza, también participó Juan Tébar[10]: el barcelonés desplaza la acción a tres siglos más tarde y la protagonista (Lucía Bosé) no es la condesa sangrienta, sino su descendiente. Está casada con el marqués Karl Ziemmer (Espartaco
Santoni), el cual trata despóticamente a las supersticiosas gentes de Cajlice, un pequeño pueblo de la Europa central del que es señor el marqués. Cuando la Erzebet Báthory decimonónica crea descubrir que la sangre de doncellas, efectivamente, puede mantener su piel más tersa, se proveerá del líquido vital de varias jóvenes con la colaboración de su sádico marido y de su vieja nodriza (Ana Farra), versada en las artes oscuras. Esta trama, en el guion, se entrelaza con la creencia de los supersticiosos habitantes del pueblo en la existencia de los vampiros, lo que sirve al director para reproducir, lo más fielmente posible, los procesos judiciales por vampirismo. Procesos que escondían, de hecho, los mezquinos intereses de jueces y jurados, quienes aprovechaban las condenas para apropiarse de tierras, fincas y bienes de los inculpados.
Grau despoja a la narración de todo contenido sobrenatural, acercando la historia a la crónica negra con unos crímenes producto de la mente enferma de la marquesa, de su soledad, de sentirse no deseada por el marqués, el cual busca la emoción en la caza y más tarde en la joven y ambiciosa Marina (Ewa Aulin), personaje que precipitará el final de la historia. Haber trasladado la acción al siglo XIX le permite mostrar el enfrentamiento dialéctico entre la razón y el oscurantismo y cómo los poderosos se valen de este último en favor de sus propios intereses. La superstición, como dijo Karl Marx de la religiones, es el opio del pueblo: merma su voluntad y lo hace manipulable. Un más que interesante abordaje, el de Ceremonia Sangrienta, que sólo se verá debilitado por el poco desarrollo de la trama interna de los personajes. Su perfil psicológico está apenas hilvanado, de ahí que el desenlace resulte precipitado y se le acaben viendo las costuras al guion.
Este último apunte no anula el buen hacer en la puesta en escena. La pericia es manifiesta ya desde el brillante arranque del film, Grau nos sumerge dentro de la acción in media res, sin preámbulos discursivos previos: acompañando los créditos iniciales la imagen nos transporta a una procesión nocturna de antorchas, con un punto de vista de la cámara a ras de suelo y un ángulo contrapicado, los procesionarios se despliegan simétricos a ambos lados del plano frontal, un punto de vista en el que se seguirá insistiendo intercalado con planos cortos a la altura de los ojos presentando personajes y detalles relevantes durante toda la secuencia, hasta que concluye esta con un diálogo plano-contraplano entre la visión de un ataúd exhumado y de los congregados vistos desde la perspectiva del cadáver[11]. Un inicio de impacto que marcará el tono del relato. Una descripción pormenorizada del cuidadoso trabajo de planificación excedería las dimensiones de este trabajo, por eso vamos a centrarnos en dos ítems destacados: la querencia de Grau por significativos montajes internos; y el crescendo del rojo sanguíneo hasta su estallido en la escena del baño en sangre de Erzebet, con una Lucía Bosé que reluce en todo su esplendor.
“La sangre es la vida” brama Renfield desde su encierro en Carfax en el Drácula de Stoker, fuente de eterna juventud la supondrá Erzebet, sugestionada por las insinuaciones de su nodriza, que la incita a recurrir a las artes de su antepasada para solucionar sus cuitas. Y el bermellón del fluido vital discurre por la cinta con una presencia que va aumentando progresivamente como un in crescendo musical. El rojo destaca en la paleta cromática de colores cálidos de la fotografía del filme, salpicando aquí y allá los planos e incrementando su dramatismo conforme avanza la trama. Dos son los momentos álgidos en los que
revienta el color de la incandescencia: el banquete de recepción a las autoridades que intervienen en el primer juicio por vampirismo; y la ducha de sangre en la escena más icónica. En la primera, invitados por el marqués, los notables departen sobre qué puede haber de verdad, y qué de superstición en la creencia en el vampirismo, mientras degluten una carne que rezuma sangre y que Grau retrata en plano detalle. El rojo es opresivo en esa escena, abigarra los planos que la componen, desde la decoración de la sala y la mesa, hasta el significativo vestido rojo de la marquesa, engalanada toda ella con joyas de rubíes incrustados (las piedras que alejan a los vampiros). Toda una premonición de lo que va a suceder a partir de ahí: la escalada de violencia y la degradación moral de Erzebet. La marquesa, tímidamente al principio, se va aproximando a una convicción de que el contacto con la sangre inocente rejuvenece sus carnes, con prácticas que cada vez tienen más de ritual y que ascienden progresivamente en su crueldad, hasta culminar en un éxtasis de perversión cuando la sangre desciende sobre ella a modo de lluvia limpiadora y envilecedora, a partes iguales. Un filtro rojo aumenta la intensidad del momento, reforzando el dramatismo cromáticamente. Grau lo interpone entre el objetivo y el rostro de la Báthory, reforzando lo que revela la expresión de la actriz: su entrega definitiva a la voluptuosidad del mal practicado en beneficio propio. Es un primer plano el que nos muestra su deleite, a partir de él la cámara retrocede hasta un plano largo que nos descubre que, en verdad, la estamos viendo a través de un espejo, montaje interno al servicio de subrayar el sentimiento que recorre al personaje. El espejo retrata el alma, el cambio interno que se produce en el sujeto que se refleja en él. Y Grau acudirá a este recurso con profusión, no por razones esteticistas, sino con la intención de desarrollar la narración sin descuidar las motivaciones que mueven a los implicados en ella.
Hasta quince desdoblamientos del plano a través del uso del espejo se pueden contar en Ceremonia Sangrienta. Cada uno de ellos nos retrata la situación anímica de los personajes en relación al momento de la trama en que se hallan, anticipando sus acciones futuras. Erzebet es el carácter nuclear de la función, por ello es a quien más acompaña el cristal azogado, pero no falta tampoco su uso para caracterizar a su esposo. Son tres los montajes principales que describen la psicología de Karl Ziemmer, todos ellos en relación con Marina, la joven que a la postre resultará rival de la marquesa. Estamos en el principio de la película, la primera en ser compuesta por la imagen espejeada es Báthory, la hemos visto emplazada en el eje de simetría, flanqueada por rosas rojas y enmarcada por las velas del suntuoso candelabro, que la iluminan en el primer plano como a una madona en su altar. La transición entre esta presentación y la de su partenaire es dada sobre las velas: ella las apaga y funde a negro, a continuación se abre la cámara sobre la acción simétrica de él, que enciende las velas en su alcoba de la posada, acciones ambas transcurridas sobre la superficie reflectada. Vemos al marqués desde dos ángulos, en escorzo, a la izquierda, y frontalmente, a la derecha, en el espejo donde comparte plano con una Marina instalada en el cuadrante superior derecho, usando la profundidad de campo. La dirección de la mirada del galán incide sobre el punto en el que se halla la joven, espacio en el que se situará la cama cuando la muchacha abandone la estancia, toda una declaración sobre las intenciones del personaje. Más tarde, en la misma noche en la posada, Marina regresa a la habitación, y si en su primer contacto el espejo se situaba a la derecha, ahora está emplazado en la izquierda, ofreciendo un rico juego de imágenes multiplicadas del marqués en la profundidad de campo (hay otro espejo en la pared opuesta), situadas en la esquina superior derecha sobre la doncella. Y es que a la derecha está ese marqués depredador. Recurrir a los reflejos permite mostrar los rostros de ambos, juego de miradas que no habríamos visto de otro modo, pues la chica permanece de espaldas en el centro del primer plano de la imagen. Y ello agudiza el sentido de la relación entre los dos, una relación en la que se entremezclan el deseo carnal y el ansia de dar (y recibir) muerte. Cuando la cinta se acerque a su desenlace, volveremos a encontrarnos con una Marina que blande su feminidad lozana y joven ante un espejo. El protagonista la ha llevado al castillo después de que ella se haya revelado como mujer ambiciosa de lujos, en las dependencias privadas, se probará las sedas de su rival y coqueta se dirigirá a admirarse en una luna de azogue. Todo esto lo vemos, sin embargo, a través del espejo del salón que sobredimensiona la escena en un juego finito de imágenes múltiples. Imágenes que allí, en la profundidad de campo, muestran a la pareja en su momento de mayor proximidad y distancia. Entre ellos y el espectador un reloj se aproxima a la medianoche. Es hora de morir y de matar.

Ewa Aulin y Lola Gaos
Porque el conflicto de Erzebet es su consternación por los estragos del tiempo sobre su piel y su belleza, ella es la que ocupa mayor metraje de reflectancia en la cinta. Enemigos a la par que aliados, los espejos son vitales en su día a día. La observamos en su mirarse y remirarse en su espejito de mano, como la madrastra de Blancanieves, atenta hasta el último detalle que pueda confirmarle que sigue siendo bella. En un momento decisivo de su evolución, la vemos contemplarse ensimismada en su fiel accesorio mientras su sirvienta la peina, en un descuido, esta última la pincha con una aguja de moño y ella reacciona violentamente asestándole un golpe con el objeto que guarda los secretos de su rostro, es tal la fuerza que imprime que hiere a la muchacha y la sangre de esa herida manchará sus vestidos y su mano: será la primera vez que descubra los efectos de la sangre virgen en su piel[12]. Pero Grau, sobre todo, nos muestra a la protagonista en grandes lunas en las que su reflejo da cuenta de su estado y su situación, en unos planos de riquísima y compleja composición. El director juega con su posición en el reflejo para significar su condición emocional y sus fuerzas, resulta magistral su uso del recurso para mostrar su caída en la depravación que supone, a la vez, su momento de mayor fuerza. El plano nos la ubica
en el vértice inferior izquierdo de la imagen, desde un ángulo picado que la empequeñece, y, sin embargo, en el reflejo queda situada en el vértice superior derecho, invirtiendo el ángulo de la cámara, que pasa a ser un contrapicado que la agranda. Brillante juego de diagonales que se bastan para enunciar en su mismo diálogo la coincidencia (la identidad, de hecho) del momento de mayor ruina moral con el apogeo de su máximo poder. Una intensidad dramática del reflejo que sólo será superado en el último montaje interno. Confesados sus crímenes, en un arrebato pasional más para enaltecerse que para exculpar a Karl, es condenada a pasar sus últimos días emparedada en vida en sus aposentos del castillo, con la única atención de su nodriza (a la que han arrancado la lengua por ser cómplice) que le hará llegar los alimentos a través del pequeño resquicio que da a los pasillos. En la última secuencia partimos del gesto de la nodriza introduciendo el plato de las viandas, la cámara entra en el recinto de la emparedada y va desplazándose hacia la izquierda, se pasea sobre los restos de platos que se amontonan en distintos estados de descomposición hasta acercarse lateralmente a Erzebet y pararse finalmente frente al espejo, desde ahí, un zoom nos encierra en su rostro, el postrer reflejo de la dama en el mismo espejo que nos la había presentado aún hermosa al inicio. Ahora la imago que devuelve la superficie acristalada es el retrato de la máxima decrepitud. Quiso derrotar a la vejez, pero la muerte la ancla a ella para la eternidad. La vanidad no triunfa. Ni siquiera cierra el film su vicisitud, Grau decide cortar el plano tenebroso y abrir a exterior día con una vista de las ventanas tapiadas que la sepultan, sobre ellas se imprimen en rojo los créditos finales. La cámara que la había situado en el centro de la narración es la misma que le niega decir la última palabra sobre su fatalidad.

Jorge Grau y su actriz Ewa Aulin
Lo que no se lograba en el trabajo del arco de transformación de los personajes, la profundidad psicológica, se consigue con creces en el lenguaje de la imagen. Jordi Grau obtiene mejor nota como director que como guionista. Y es esta capacidad de dominar la sintaxis de los planos la que lleva a Ceremonia Sangrienta a elevarse por encima de la media de las producciones de terror españolas de su época.
Las cintas de esta índole solían recaudar más en el mercado foráneo que en el nacional. Para hacer de Ceremonia Sangrienta un bocado aún más apetecible para sus posibles compradores extranjeros, no se reparó en gastos a la hora de seleccionar a los actores principales. Contó con la participación de estrellas internacionales como la milanesa Lucía Bosé (Báthory), quien tras contraer matrimonio con el torero y poeta Luis Miguel Dominguín, se había instalado en España y desarrollaba su carrera a caballo entre nuestro país y su Italia natal. O la sueca Ewa Aulin (Marina), la cual cinco años atrás había despegado una prometedora carrera con Candy, de Christian Marquand, y que ya había trabajado con Lucía Bosé en La contrafigura (La controfigura, Romolo

Los protagonistas de Ceremonia Sangrienta: Lucía Bosé, Espartaco Santoni y Ewa Aulin
Guerrieri, 1971)[13]. Anecdótico, pero no tanto, es señalar que Aulin se retiró de la escena ese mismo año, con tan solo 23[14]. Después de unos inicios prometedores (estrenó seis películas en un mismo año) se alejó de los paltós declarando que: “Actuar es un negocio duro, grosero y desgarrador…” Y Las razones de su amargura hunden sus raíces en su pase por el cine de Grau, pues la tríada protagonista la completó el playboy Espartaco Santoni. El galán no hacía honor a la máxima griega de que lo bello es bueno, su catadura moral no estaba a la altura de sus gracias físicas, durante el rodaje de la cinta que nos ocupa, no perdió oportunidad de ejercitar sus artes de Casanova y su principal víctima fue la actriz sueca, a quien forzó literalmente y presumió de ello en sus memorias (ni que decir que sin atisbo de remordimiento). Vale la pena reproducir el pasaje en el que se jacta de su conducta:
“Durante el rodaje de la película con Ewa Aulin y Lucía Bosé, pude conocer mejor a esta última. Entablamos una simpática amistad. Era un ser muy especial y le tomé mucho aprecio.
Ewa Aulin no dio pie a que me hiciese ilusiones desde el principio. Cada vez que llegaba el momento final de la estocada, enseguida me cambiaba el tercio. Hasta que una noche, después de cenar, le pedí que me invitara a una copa en su cuarto. Habíamos bebido hasta por los codos y nuestro comportamiento erótico llamó la atención de toda la gente del restaurante. Ewa aceptó y, durante el trayecto, continuamos con los besos y los manotones. Mi cuerpo entero respiraba deseo y no veía el momento de llegar a destino.
Una vez frente a su habitación, ella me dijo:
-Mejor no, estoy muy cansada.
Intentó cerrar la puerta en mis narices, pero yo le di un tremendo empujón que la hizo caer sobre la alfombra. Cerré la puerta y me abalancé sobre ella. Forcejeamos. Yo terminé rasgando sus ropas y haciendo jirones sus bragas. Luego separé con fuerza sus piernas y le introduje mi sexo. Sus uñas se clavaron en mi espalda y, de a poco, comenzó a acariciarme.
Pasamos mucho tiempo amándonos hasta que, de repente, ella se levantó furiosa y se largó a insultarme. Había enloquecido repentinamente y yo, sin saber qué hacer, hui semidesnudo de su cuarto.
Al día siguiente recibí un llamado de Ibrahim Mussa, su agente en Roma, que era además su amante, pidiendo una explicación a mi conducta. Antes de colgar furioso, le dije en italiano: “¡Va fanculo!”.[15]
No cabe añadir más comentarios, salvo señalar que su canalla conducta no es óbice para afirmar que su encarnación del Señor Marqués Karl Ziemmer es poderosa y representa, más que posiblemente, su mejor trabajo ante las cámaras.

No sólo los protagonistas estuvieron atinados en su interpretación, también los secundarios bordaron sus papeles. Entre ellos destacan la magnífica Lola Gaos ejerciendo de bruja, un rol breve pero de gran relevancia para la trama (como curiosidad este personaje se llama Carmilla); y la veterana y convincente Ana Farra como la nodriza. Esta última fue un rostro habitual en el denominado Fantaterror español, intervino en El retorno de Walpurgis (Carlos Aured, 1973), El monte de las brujas (Raúl Artigot, 1973), El mariscal del infierno (León Klimovsky,1974), El extraño amor de los vampiros (León Klimovsky, 1975) y El colegio de la muerte (Pedro L. Ramírez, 1975). También puede verse a Loreta Tovar (como Dolores Tovar), otro de los rostros habituales del cine de terror español, que interpretaba un pequeño papel, especialmente reducido en la versión española, pues como era habitual, varias secuencias de Ceremonia sangrienta se rodaron en doble versión con desnudos femeninos para su explotación en el extranjero[16] como en Italia, donde se estrenó como Le vergini cavalcano la morte o Estados Unidos, donde recibió el nombre de The Legend of Blood Castle.
Espartaco Santoni, que se quedó con las ganas de producir Ceremonia sangrienta, quedó tan satisfecho con el trabajo con Jordi Grau que le ofreció rodar una película para él con total libertad de elección. El resultado fue Pena de muerte (1974), durante cuyo accidentado rodaje el director conocería la cara más desbocada y festiva del Donjuán, de la que tanto había oído hablar. Y ahí terminó su colaboración con el actor.
Ceremonia Sangrienta es una obra significativamente superior a otras de su mismo género y así es reconocido actualmente, sin embargo, no recibió por parte del público de su época la respuesta que merecía. Como escribió Jordi Grau en su autobiografía, Ceremonia sangrienta “sorprendió a la crítica y el público especializados” pero prácticamente fue ignorada por el resto de los críticos y espectadores, “tanto por los convencionales, como por los inquietos”[17].
Estrenada en Barcelona el 10 de septiembre de 1973 en los cines Atlanta y Bonanova en doble sesión junto a Mi querida señorita[18], y en el Edén con Más allá de la ley[19], Ceremonia Sangrienta no convenció al crítico de La Vanguardia, para el cual la historia que Grau narraba tenía “(…) más de extravagante que de interesante” señalando, con todo, y sin que por ello llegara a impresionarle, el fondo clasista que contenía la propuesta del director catalán: “Naturalmente, el filme, tal como está de moda, tiene también su «clave». Consiste en sugerir que siempre el que está arriba encima—, como la condesa-, puede bañarse en la sangre del que está abajo, porque para eso es el «poderoso». Tesis sin novedad alguna, pero que tiende a servir, con mayor o menor eficacia, una cierta tendencia demagógica”. Salvando de la quema, más que su trabajo, la buena voluntad puesta por Lucía Bosé para encarnar a su siniestro personaje. Y concluyendo que, “Los actores son movidos con no excesivo acierto, y en general el filme no puede decirse que esté destinado a las antologías”[20]. Tras su estreno en Barcelona, llegó a las pantallas italianas en octubre, antes de desembarcar en los cines Montera y Vergara de Madrid el 19 de noviembre de ese mismo año, eso sí, individualmente y sin compartir cartel con otra película. Allí, tampoco convenció a Lorenzo López Sancho, crítico del ABC, que, a pesar de todo, resultó más atinado en su juicio que su colega barcelonés, extrayendo lo mejor del film y elogiando la labor del director: “Jorge Grau produce en Ceremonia Sangrienta algunas escenas que aportan novedad al género y que tienen esa fuerza dramática de las supersticiones antiguas. Las ceremonias procesales o el rito contra los vampiros provisionalmente muertos, se cumplen dentro de un orden plástico suntuoso, grave, sugestivo, y eso hay que apuntarlo a la fuerza que tiene Grau como poseedor de un lenguaje cinematográfico sólido y elocuente”. Las peores críticas se las lleva su reparto, pues a su juicio: “Son discretas, y no es posible añadir otros adjetivos, a las interpretaciones que Lucía Bosé y Espartaco Santoni hacen de sus muñecones a la hemoglobina, y Ewa Aulin, belleza provocante y sensual, aparece como una actriz sin personalidad y sin interés”. Concluyendo que “Ceremonia Sangrienta es un producto comercial decoroso, con algunas calidades superiores en las que Grau deja su huella. Pero Grau es digno de más ambiciosas empresas”[21].
Tras esta decepción y la agotadora experiencia posterior con Santoni, Jordi Grau recibió una llamada efectuada desde un hotel de Madrid. Se trataba del productor italiano Edmondo Amati, y llamaba para ofrecerle, nuevamente, rodar una película “como La noche de los muertos vivientes, pero en color” aunque en esta ocasión ya traía con él un primer tratamiento del guion firmado por su amigo Sandro Continenza. Ese fue el germen de uno de los grandes clásicos del cine de terror: No profanar el sueño de los muertos (1974). Pero esa es ya otra historia.
Montse Rovira y Carlos Benitez (Publicado previamente en el fanzine El Buque Maldito Nº 36)
NOTAS
[1] PIZARNIK, A.: Prosa completa, Editorial Lumen, 2001
[2] Ibidem
[3] PEÑAS, E. y MARTÍNEZ, L.: “Valentine Penrose, la surrealista que quiso comprender el misterio del mal” en Contexto y acción (CTXT), https://ctxt.es/es/20200501/Culturas/32228/valentine-penrose-surrealismo-roland-penrose-bathory-condesa-sangrienta-lurdes-martinez.htm
[4] GRAU, J.: Confesiones de un director de cine descatalogado. Calamar Ediciones, Madrid, 2014
[5] Nádasdy era, en realidad, el apellido del marido de Erzsébet, pero, contrariamente a lo que consideraran los guionistas británicos, ella nunca utilizó el apellido de su esposo, fue justo al revés, Ferencz Nadásdy adoptó el apellido de ella por ser de una familia de más alta alcurnia.
[6] Este curioso apelativo hace referencia al nombre (Anna Darvula) de la supuesta anciana nigromante que habría instruido a la condesa en las artes oscuras y el uso de la sangre como regenerador de la juventud.
[7] El listado no es exhaustivo, se han referido solo las más relevantes
[8] Otro caso célebre y cercano que se puede referir es el de Enriqueta Martí Ripoll, conocida como La vampira del Raval, que tradicionalmente fue mostrada como secuestradora, proxeneta y proveedora de menores para la clase alta catalana y asesina múltiple de niños, amén de sacamantecas, pues se llegó a decir que preparaba ungüentos con la grasa de los desafortunados niños. Prosiguiendo esa creencia popular, se han escrito varios libros y artículos, pero una reciente y minuciosa investigación de Jordi Corominas, durante la cual recopiló todas las noticias de la época, llegó a la conclusión de que a Enriqueta Martí tan solo se la pudo acusar del secuestro de una niña y de estar, muy posiblemente, desequilibrada por la muerte, causada por la malnutrición, de su hijo de 10 meses. Una investigación que el escritor reunió en su libro Barcelona 1912. El Caso Enriqueta Martí (publicado en 2014 por Editorial Sílex).
[9] La cinta la terminaría rodando el también catalán Luis Marquina
[10] Al que los aficionados al Fantaterror recordarán por ser el autor del cuento que adaptaría Chicho Ibáñez Serrador en La residencia.
[11] Se trata de la ceremonia del caballo, que montado por un doncel virgen tenía por objetivo localizar tumbas de vampiros en cementerios. Cuando el caballo se detenga, marcará el lugar donde está enterrado el supuesto vampiro. Esta práctica tiene su origen en Bulgaria, donde para localizar un Krvopijac, que el nombre que recibían allí los chupasangres, sentaban a una joven virgen sobre un caballo negro y la paseaban por el cementerio. Allí donde no pisara el caballo, es donde se encontraría la tumba del vampiro.
[12] Este ítem es una constante que se repite en todos los relatos tradicionales sobre la condesa histórica.
[13] Película que, por cierto, contó con un guion de Sandro Continenza.
[14] Instalada en Italia, probó suerte en 1979 en el mundo de la música llegando a grabar un disco antes de retirarse definitivamente de los escenarios.
[15] SANTONI, E.: “No niego nada”. Memorias de Espartaco Santoni. El arte de la seducción. Confesiones de un moderno casanova, Consorcio de Ediciones Capriles, Caracas, 1990.
[16] Una práctica habitual, especialmente en el cine de terror español, tal y como narró el productor Josep Antón Pérez Giner, responsable del mítico sello Profilmes: “Se rodaban -paralelamente – algunas escenas «atrevidas» (en realidad ahora serian calificadas «para mayores de trece años») y se rodaban planos complementarios para intercalar o no, según la censura”.” (…) En nuestras «dobles» versiones pocas veces mostrábamos el sexo de las mujeres y nunca el de los hombres, pero a la hora de rodar, los actores rodaban desnudos, aunque la cámara ocultara su sexo. Algunos actores tapaban sus «partes» con un trozo de tela que pegaban con minúsculo esparadrapo por «pudor». Si pedían en el Ministerio de Fraga Iribarne y compañía la destrucción de las tomas prohibidas (estilo Inquisición Franquista) se ordenaba al laboratorio que destruyera una segunda toma y se conservaba la buena para enviar al extranjero”. (Benitez, C.: “Las dobles versiones en el cine de Paul Naschy” Proyecto Naschy, 12 de marzo de 2011. https://proyectonaschy.com/2011/03/12/las-dobles-versiones-en-el-cine-de-paul-naschy/
[17] GRAU, J.: Opus cit
[18] Película de Jaime de Armiñán en la que, junto a su interpretación en El bosque del lobo (Pedro Olea, 1970) y La cabina (Antonio Mercero, 1972), José Luis López Vázquez demostró su valía más allá de la comedia.
[19] Más allá de la ley (Al di là della legge, Giorgio Stegani, 1968) es uno de los muchos Spaghetti Westerns rodados en régimen de coproducción. En este caso, además de Italia participaron Alemania Occidental y Mónaco. Rodada en Tabernas (Almería), contó con la presencia de Lee Van Cleef y Bud Spencer, entre otros.
[20] M.T.: “Ceremonia sangrienta”. La Vanguardia, sábado, 15 septiembre de 1973, página 43
[21] LÓPEZ SANCHO, L.: “Grau es mejor que Ceremonia Sangrienta”. ABC, jueves, 22 de noviembre de 1973, página 92
Ecoterror en 6 películas: ranas, hormigas, cocodrilos, jabalís y mucho más.
Analizamos un subgénero que nació sin tener constancia de serlo con seis películas representativas del mismo.
FROGS (George McCowan, 1972)
Frogs es una película serie B de American International que no engaña a nadie (bueno, quizás el póster un poco), y aunque se esfuerza en dotar a los personajes de personalidad y dar cierta coherencia a la historia, lo cierto es que esta venganza de la naturaleza resulta algo risible, y las muertes son de campeonato de torpes de lo mal resueltas que están. Protagonizada por un Ray Milland en las últimas haciendo de abuelo malas pulgas y un Sam Elliott lozano como único personaje «normal», lo cierto es que este desastre, no se sabe muy bien porqué, tiene su encanto. Como el de ser una simpática serie B pura y dura que, en forma de slasher, es una clara denuncia ecológica protagonizada por reptiles y otros seres de la ciénaga comandados por unas enormes ranas que parecen vengarse de una familia cuya industria echa pesticidas en su hábitat. Otro personaje colecciona mariposas, y el veterano cabeza de familia es cazador, tal y como demuestra su sala de trofeos. Sam Elliott, interpretando a un fotógrafo, deberá refugiarse en la mansión, de la que serán eliminados ordenadamente uno tras otro todos los miembros de la familia mediante tan mal resueltas como ridículas muertes. Como la tiene lugar en el invernadero o las protagonizadas por arañas, sin ir más lejos.
Como ya hemos comentado, además de Elliott, en la cinta podemos ver al veterano e incansable Ray Milland y a muchos actores eminentemente televisivos ¿Lo mejor? El engañoso póster y el tono irreal con ese cabeza de familia que quiere celebrar su 4 de julio caiga quien caiga, nunca mejor dicho, haya o no cadáveres de por medio.
Todo ello en una película cuyo indudable encanto, en lugar de otorgarle solera, la ha avinagrado.
PHASE IV (Sucesos en la IV fase, Saul Bass, 1974)
Diseño Hard Sci-fi con instalaciones futuristas y destacables imágenes de hormigas rodadas con potentes lentes que las convierten casi en seres de otro planeta en esta cinta de Saul Bass en la que estos pequeños seres se rebelan contra la tiranía del hombre. Todo tan bien llevado que hasta nos ha parecido creíble lo que nos han contado, desde su inicio hasta su extraño final. Se trata de una cinta que el tiempo ha revalorizado, interesante, curiosa y protagonizada por una muy joven Lynne Frederick, actriz a la cual los más jóvenes igual no reconocen, pero que fue una prometedora y bella artista que tuvo un final prematuro y bastante triste. Phase IV también es el único largometraje de Saul Bass, un todoterreno del cine, pero especialmente conocido por los memorables títulos de crédito en películas como Con la muerte en los talones, Vértigo, Psicosis, El hombre del brazo de oro o Anatomía de un asesinato.
Por cierto, el cártel original con una hormiga saliendo de la palma de una mano quedó muy Daliniana. Sin ir más lejos, y prosiguiendo en el cine, una imagen idéntica puede verse en El perro andaluz de Luis Buñuel y Salvador Dalí.
El título español es similar y quiere aprovecharse del de la popular Encuentros en la tercera fase, (Close Encounters of the Third Kind, Steven Spielberg, 1977), un film posterior al de Saúl Bass, pero cuya coincidencia en el título se explica porque a pesar de ser anterior a esta, Sucesos en la IV fase llegó a nuestras pantallas con retraso, estrenándose en 1980.
DAY OF THE ANIMALS (William Girdler, 1977)
Un pequeño microcosmos humano recibirá el ataque de diversos animales afectados por los rayos solares a causa de la acción humana sobre la capa de ozona.
Deudora del cine de catástrofes que tanto predicamento tuvo durante los años setenta, cuesta ver a Leslie Nielsen, uno de sus protagonistas, como actor dramático, y más cuando pierde la cabeza, también a causa de los rayos gamma, y comienza a hacer de las suyas. Aunque la premisa que denuncia sigue estando más que vigente, la película ha envejecido bastante mal, la verdad.
Day of the Animals cuenta con la participación de otros actores, como Christopher George o Lynda Day, matrimonio en la vida real que más tarde terminaron recalando en el cine de Piquer Simón, para el que protagonizando la, por muchos motivos, mítica, Mil gritos tiene la noche (1982).
LARGO FIN DE SEMANA (Long Weekend, Colin Eggleston, 1978)
Una remarcable película australiana, que mediante dosis de terror clásico refleja la destrucción sistemática de la relación de los protagonistas mientras son atacados por las fuerzas desatadas de la naturaleza. Todo con denuncia ecologista e incluso antiabortista de por medio. Los dos protagonistas, en especial él, consiguen ser dos zoquetes de marca a los que desearemos una muerte lo más dolorosa posible. Maravillosa fotografía y bellos paisajes de la fauna australiana, tan marciana como siempre.
La pareja protagoniza realiza pequeñas acciones inconscientes y cotidianas como usar insecticida, tirar colillas por la ventanilla del coche, llenar todo de basura, cazan y pescan o atropellan incluso un canguro, acciones que, quien más
quien menos, todos ustedes han hecho alguna vez (bueno, sustituyan canguro por perro o gato o paloma o persona).
Todo ello parece provocar un anómalo y violento comportamiento de los animales, que atacan a la pareja. Como es el caso de una zarigüeya, que atacó realmente al actor. Si, ya les dijimos que los protagonistas eran bastante cretinos. Los sucesos y los ataques se desatan sin justificación aparente, aunque en un momento se habla en la radio de avistamientos de ovnis, extremo este en el que, afortunadamente, no se incide.
Posiblemente Long Weekend es la mejor de esta selección, cuyo guion se debe a Everett De Roche, responsable del libreto de otras producciones australianas de terror como Patrick y Razorback, la siguiente que pasamos a analizar.
RAZORBACK, LOS COLMILLOS DEL INFIERNO (Razorback, Russell Mulcahy, 1984)
En Razorback, los colmillos del infierno el mensaje ecologista, quizás animalista, brilla menos por su ausencia. Se centra en un jabalí enorme que se lleva a las personas e incluso las casas por delante. Con algunos afortunados gags, en esta, su primera película, Russell Mulcahy demuestra su escaso cariño por la fauna humana autóctona del sur de Australia, unos rednecks de mucho cuidado. Incluso utiliza el truco de Hitch de cargarse a la supuesta protagonista cuando ya nos habíamos habituado a ella. Por su parte el monstruo es un animatronic al que apenas se ve. Con cierta ambientación apocalíptica (una de sus actrices participa en Mad Max 2) la película posee un diseño de producción muy de su época (azules, humos…) pues no en vano el director se introdujo en el oficio rodando muchos video-clips en los años ochenta, atmósfera que traslada a su película y que alcanzaría su culmen con Los inmortales (Highlander) en 1986.

LA BESTIA BAJO EL ASFALTO (Alligator, Lewis Teage, 1980)
La historia pone en imágenes la leyenda urbana de que en las cloacas de NY hay caimanes que han crecido tras ser tratados como mascotas y tirados por el retrete al crecer, a lo que los guionistas han sumado un vertido de hormonas de crecimiento a las cloacas, todo lo cual han convertido a un cocodrilo normal en un en una mala bestia gigante. Todo ello mezclado con un relato policial sobre un agente caído en desgracia.
Alligator es una simpática producción protagonizada por el recientemente fallecido Robert Foster, al que Tarantino dotó de nueva vida al ponerlo de co-protagonista en Jackie Brown (1997). Los efectos especiales son imaginativos, con un pequeño caimán andando en cámara lenta por calles en miniatura secundado por los animatronics de turno. A esto se suman unos saludables toques de comedia y un Henry Silva haciendo de cazador chulopiscina.
El director, tres años después rodaría la adaptación cinematográfica de Cujo, la novela de Stephen King, así como Los ojos del gato (Cat’s Eye, 1985), también basada en narraciones de King.
Por cierto, como el final es abierto, once años después un nuevo director tomó el relevo y rodó una secuela: La bestia bajo el asfalto 2 (Alligator II: The Mutation, Jon Hess, 1992).
EVA MILLER, EL ESPECTÁCULO EN LA SANGRE
Artista circense, vedette (en lugares como el Follies Bergère y en los Casinos de París y Niza), cantante (con un EP publicado en 1964 en su Francia natal) y, como veremos, actriz, Eva Miller, de origen franco-canadiense, debutó en España en octubre 1966 con la revista De Madrid al cielo protagonizada por Marujita Díaz. Tras casarse con el que fuera su representante y personalidad del mundo del circo, Vicente Herrera, Eva se instala en Valencia, recorriendo muchos países bajo diferentes carpas (Universal, Mundial, Americano, Williams, Bouglione, Price, Amar, Togni, Pinder o Jean Richard, entre otros), con su número de cowgirl amazona junto a su caballo Furia, domadora de rodeo, lanzadora de puñales, tiradora y experta en el manejo del látigo, pero también como malabarista, payaso o trapecista, todo lo cual la hicieron merecedora de un Oscar Mundial del Circo Price en 1970. Elegida en 1972 Miss Costa Azul en Niza, su creciente fama la llevó a las televisiones de todo el mundo, incluida TVE, participando en
programas como Estudio Abierto, 300 millones y, sobre todo, en el popular concurso Un, dos, tres… responda otra vez a principios de los años ochenta, en el que realizó diversas disciplinas que incluyeron lanzamiento de puñales (sobre una espantada Silvia Marsó), habilidades con el látigo y como amazona con su caballo Furia. Fueron varios programas, lo que incluso le dio oportunidad de cantar un tema en francés en el que fue dedicado a Las Vegas.
Pero hablemos de cine.
A pesar de que como experimentada amazona ya había doblado a Brigitte Bardot y a Claudia Cardinale, Eva Miller debuta en el cine con El Padre Manolo (1967), una película realizada a mayor gloria de su protagonista, la estrella del Desarrollismo, Manolo Escobar, que como puede intuirse interpreta a un cura que, además de repartir la Eucaristía, ejerce de mago para los niños y tiene una carrera
discográfica. Todo “un cura ye-ye”, vamos, como lo define uno de sus feligreses, pero un cura como Dios manda, ajeno al Concilio Vaticano Segundo, pues no se quita la sotana ni para conducir su Lambretta. El Padre Manolo se verá envuelto en un caso de. asesinato que la policía cerrará como accidente, así que decidirá investigar por su cuenta y demostrar que fue un crimen con la colaboración de su tío, el Padre Pepe (interpretado por el inefable Miguel Ligero), y el chofer del autobús escolar (Ángel de Andrés). Y entre medio: canciones, el malencarado asesino interpretado por Antonio Sánchez Polack, más canciones, un Juan Luis Galiardo imberbe haciendo bulto y Eva Miller como Isabel, amiguita de uno de los sospechosos. Un papel diminuto en el que tendrá ocasión de lucir sus innegables encantos y poco más.
Resulta, cuanto menos curioso, que las habilidades de la artista no fueran requeridas para el cine por ninguno de los numerosos directores que realizaban westerns en Almería, Madrid o Esplugues, pero afortunadamente el sello barcelonés Profilmes, sí que había echado el ojo a Eva Miller.
Lo primero que hizo el entrañable director Miguel Iglesias Bonns cuando Josep Antón Pérez Giner, uno de los responsables de Profilmes, le propuso rodar una película de Tarzán, fue pedir 24 horas para pensárselo. Bonns era un enamorado del género policíaco, tal y como había demostrado en cintas como El fugitivo de Amberes (1955) o El cerco (1955), afición que compartía con su compañero y coguionista ocasional, Juan Bosch, así que la oferta de Pérez Giner le pilló por sorpresa. El veterano León Klimovsky, director escogido para hacerse cargo de Tarzán y el misterio de la selva, había declinado la oferta al no agradarle la idea de ir a rodar a África, algo que sí resultaba atractivo para el realizador catalán. Además del monto monetario, pues cobraría 250.000 pesetas de la época por cada película, así que aceptó, aunque finalmente no se llegaron a rodar exteriores en Uganda, pues la situación política no invitaba a ello. Iglesias Bonns tuvo que conformarse con recrear la selva africana en las montañas de Collserola (Barcelona), añadiendo algunas imágenes rodadas en 16 milímetros por un amigo suyo durante unas vacaciones en África. En todo caso la aventura resultó lo suficientemente satisfactoria como para que Miguel Iglesias rodara varias películas más para Profilmes, tres de ellas en la misma línea de aventuras, La maldición de la bestia (1975) con Paul Naschy, la estrella de la casa; y el díptico protagonizado por Eva Miller, La diosa salvaje (1975) y Kilma, reina de las amazonas (1976).

La acción de La diosa salvaje, que se inicia tras unos títulos de crédito de lo más pop, se desarrolla también en la selva africana, así que al igual que ya se hiciera en el filme de Tarzán, se buscaron localizaciones en diversos puntos de Catalunya y Madrid[1], contado además con una acertada ambientación africana realizada por el polifacético Tunet Vila, actor y dibujante[2], que contó con atrezzo y vestuario presumiblemente heredado de los tarzanes de la
casa. También se recurrió a las consabidas imágenes de archivo, necesarias para mostrar algo más fiero que Bibí[3], el simpático chimpancé que acompaña a Kilma. La acción de La diosa salvaje es bien sencilla: la avioneta en la que van un millonario que transporta una maleta llena de diamantes y su hija se estrella en el corazón de África, muriendo todos en el percance excepto la niña, que quince años después y criada en la selva se ha convertida en Kilma, la diosa salvaje, temida y respetada por las tribus aborígenes. El rumor de su leyenda llega a los oídos de Albert, un aventurero, que emprenderá una expedición que contará con el apoyo de la madre de la niña desaparecida (Maria Perschy) a la que se sumará Joham, el tío de la niña, (Paul Naschy), cuyo objetivo personal es entorpecer la búsqueda para atajar su probabilidad de heredar parte de la fortuna familiar. También unos traficantes buscarán a Kilma, pues sospechan que en su territorio podría haber una mina de diamantes.
Con un guion escrito al alimón por Iglesias Bonns y Miguel Cussó[4], Kilma no es otra cosa, tal y como vemos ya desde su origen, que un tarzán femenino,[5] que defenderá celosamente su territorio y el respeto a los animales, pero que caerá bajo las garras del amor con Albert (Ricardo Merino). Eva Miller, además de lucir palmito, demostrará ser ideal para el papel, pues además de su atlética complexión física, lanza puñales, maneja el látigo con gran destreza y está habituada a tratar con animales debido a su trabajo en el circo.
Entre los actores, además de los nombrados Naschy, Perschy y Ricardo Merino, La diosa salvaje contó con la participación de eficaces característicos como Luis Induni y Gaspar ‘Indio’ González, con los que Bonns contará para el resto de sus películas en Profilmes. Por cierto, y a modo de curiosidad, señalar que puede verse al propio director al comienzo de la cinta despidiendo la avioneta.
Kilma, reina de las amazonas resulta algo más infantil que la anterior, y aunque el personaje que interpreta Eva Miller conserva el nombre que tenía en La diosa salvaje, no hay relación entre ambos personajes. Aquí se ofrecerá al espectador una cinta de aventuras ambientada a principios del siglo XIX en Batavia, isla imaginaria
situada en el Océano Pacífico en la que viven las amazonas, custodias del Templo de la Luz Eterna, una enorme piedra preciosa que fue a ellas entregada por “los dioses de las estrellas”. Guardianas celosas, se enfrentarán a todo varón que se acerque a su dominio, ya sean los risibles nativos que se aventuran a navegar hasta la isla, como los pendencieros piratas comandados por Jack, el tuerto (Luis Induni), que buscan las joyas que poseen las amazonas. Para enfrentarse a estos piratas y sus armas de fuego, las amazonas contarán con la ayuda de Dan Robinson, uno de los miembros de la tripulación, interpretado por Frank Braña en uno de sus escasos papeles de galán. Las aguerridas amazonas lucharán armadas de lanzas y flechas y Kilma podrá demostrar su pericia con el lanzamiento de cuchillos. También contará con su fiel caballo Furia, todo un liante que, se lo crean o no, hará lo imposible para unir a Kilma y Dan, que como pueden suponer, terminará quedándose a vivir en la isla ‘como un señor’, con todas las amazonas a su servicio, tal y como vemos en el desenlace. Todo un final ‘feliz’ a la española
Bien localizada en bellos parajes de Catalunya (Cadaqués, Altafulla, Garraf y La Roca, entre otros), parece que esta segunda aventura de Kilma contó con más presupuesto que la anterior, repitiendo algunos de sus actores, como el mencionado Luis Induni y Gaspar ‘Indio’ González, a los que se les unirán Luis Ciges, Verónica Miriel y el ya nombrado Frank Braña. Por cierto, la voz de Eva Miller fue doblada por la actriz María Luisa Solá, dobladora habitual de Sigourney Weaver.
Al igual que La diosa salvaje, el guion fue escrito por Iglesias Bonns y Miguel Cussó, adaptando en esta ocasión uno que Boons tenía preparado y registrado para una segunda cinta de Tarzán que no llegó a rodarse, Tarzán y las mujeres pantera[6].

En Barcelona, tanto las dos cintas de Iglesias Boons como otras producciones Profilmes, fueron estrenadas en el cine Capitol (el popular Can Pistoles). En el caso de Kilma, reina de las amazonas en programa doble con la producción mexicana de aventuras Los jaguares contra el invasor misterioso (Juan Manuel Herrera, 1975), mientras que La diosa salvaje se exhibió junto a la también producción Profilmes, Robin Hood nunca muere (Francesc Bellmunt, 1975).
Mientras la crítica barcelonesa trató bien ambas películas, destacando la labor del director y de su estrella: “Todas estas peripecias han sido muy bien llevadas a la pantalla, con emoción y brío y una destreza técnica que revela el buen pulso del realizador. Eva Miller en el papel de reina está no sólo atractiva y arrogante sino muy eficaz en el terreno artístico.”[7] La crítica madrileña, en cambio, se mostró menos entusiasmada con el filme que con los encantos de su protagonista: “Esta película, de tono menor y dirigida a un vasto público, entretiene y divierte. Los ‘ingenuos’ destapes de la ‘diosa’ puede que le den más atractivo de cara al público en general.”[8]
Ambos filmes se estrenaron, asimismo, en diversos países, entre ellos Italia, Noruega, Portugal, Inglaterra, Turquía y Estados Unidos, lugares en los cuales, al igual que otras películas de Profilmes, tendrían una segunda vida durante los años ochenta en el mercado doméstico con la irrupción de los video clubes.
Según escribe Àngel Comas[9], “inmediatamente después de sus dos películas, y quizá por su carácter inquieto, (Eva Miller) probó fortuna como estrella de espectáculos eróticos. En España actuó en el J’Hay de Madrid con un
show propio titulado La diosa salvaje y en Barcelona en solitario en la sala Starlettes. Su aspecto era ya mucho más sofisticado y lo había transformado en consonancia con su nueva carrera”.
Ya en los años ochenta y tras tener un tanto abandonado el cine, Eva entra a formar parte del reparto de Estirpe de dioses (Diego Santillán, 1982), cinta de espada y brujería escrita por Dan Barry (Joaquín Gómez Sáinz), actor que ya tendría problemas para sacar adelante su anterior proyecto, la accidentada Los Cántabros (Jacinto Molina, 1980) y que no tendría mejor suerte con esta, pues a pesar de estar totalmente rodada y a falta tan solo de montar y sonorizar, no llegaría a estrenarse nunca. Afortunadamente, Dan Barry dirigirá y conseguirá estrenar, aunque con tres años de retraso, Tunka el guerrero (1984), otra cinta adscrita al subgénero de espada y brujería a lo que añadió gotas de
cine apocalíptico y de cuya dirección tuvo que hacerse cargo el propio Barry tras despedir a José María Zabalza por sus problemas de alcoholismo. Tunka el guerrero tampoco es que deje muy alto el listón en cuanto a calidad cinematográfica, pero corrió mejor suerte que su siguiente propuesta, La herencia del mal (1987), película de terror protagonizada por David Rocha y Frank Braña que tampoco llegaría a estrenarse y de la que el propio director vendería copias en formato DVD. Finalmente, ya en 1996 y con su nombre real, Joaquín Gómez Sáinz, dirigirá un documental en video, Aquel lugar de La Mancha que, al tener partes ficcionadas, contará con la participación de varios actores, entre los que se cuentan, además de Eva Miller, Jack Taylor, Tony Isbert, Mónica Molina, José Luis Ayestarán (Tarzán en la producción Profilmes Tarzán y el misterio de la selva) y el boxeador ‘Dum Dum’ Pacheco.
En algunas reseñas sobre Eva Miller también hemos leído que actuó en una serie televisiva, Senderos de añoranza, pero no hemos podido encontrar ningún dato más al respecto.
Siempre en activo, en 2011 participa en el cortometraje Punto Rojo, dirigido por Darío J. Ferrer y Carlos Sánchez Arévalo que cuenta, en clave de humor surrealista, el origen de la tomatina de Buñol. Allí coincide con el entrañable Pepe Carabias, apoyo cómico de Eva en algunos de sus números en el programa concurso de Chicho Ibáñez Serrador. Ese mismo año, David Molina Pérez rueda un documental de veinte minutos sobre la vida y carrera artística de la polifacética actriz, todavía vinculada al mundo del espectáculo, concretamente del circo, y que mantiene las ganas de seguir dando guerra mientras le queden energías.
NOTAS
[1] O mucho nos equivocamos o el río Tanganika del filme es la playa de Alberche en Aldea de Fresno, utilizada también por Amando de Ossorio en La noche de los brujos, otra producción Profilmes.
[2] ¿Recuerdan ‘Tumbita’ en las tiras cómicas de los cómics Marvel editados por Vértice? Pues son obra suya.
[3] Posiblemente Lucy, chimpancé que acompañaba a la artista en algunos de sus números circenses y que al igual que su caballo, Furia, participó en las actuaciones de la artista en cine y televisión.
[4] Escritor de novelas románticas y del oeste, así como guionista de cómic y colaborador habitual en las películas de Alfonso Balcázar.
[5] De extensa tradición, especialmente en el campo del cómic y cine, los conocidos como tarzánidos, son personajes masculinos o femeninos similares al creado por Edgar Rice Burroughs. Nacidos a expensas de su éxito, tienen en común el ser un personaje blanco (másculino o femenino) que vive de forma solitaria en la selva, donde se desarrollan sus aventuras y que comprende y es comprendido por los animales. Pero más que las novelas, fue el éxito de las tiras de prensa de Tarzán, surgidas en 1928, las que propiciaron el nacimiento de varias heroínas como Sheena, Queen of the Jungle creada por Will Eisner y Jerry Iger en 1937 y que sin duda es la más famosa con su bikini de piel de leopardo, algo que se tornaría en cliché en este tipo de personajes, que comprende otros como Rima, The Jungle Girl, Camilla, Queen of the Lost Empire, Lorna, The Jungle Girl, ya en los años cincuenta o Shanna, personaje Marvel, publicado a partir de los años setenta.
Algunos de estos personajes inevitablemente pasaron a la pantalla, como Nyoka en el serial de 15 episodios de la Republic Los peligros de Nyoka (Perils of Nyoka, William Witney, 1942) o Sheena, que contó con una serie televisiva de 26 episodios emitida entre 1955 y 1956 que más tarde fue retomada para el cine con Sheena, la reina de la selva (Sheena, John Guillermin, 1984) y que retornó al medio catódico en el año 2000 con una nueva serie cuyas dos temporadas constaron de 35 episodios.
[6] Pulido, Javier: La década de oro del cine de terror español 1967-1976. T&B Editores, Madrid, 2012. Pág. 72.
[7] M. T. “Kilma, reina de las amazonas”, en La Vanguardia, 15 de abril de 1976, pág. 38.
[8] A. C. “La diosa salvaje”, en ABC, 23 de mayo de 1975, pág. 67.
[9] Comas, Ángel: Miguel Iglesias Bonns. “Cult Movies” y cine de género. Cossetània Edicions, Tarragona, 2003
Si en Estados Unidos había un Superman, en Europa había 3 Supermen
¿Cómo explicar que algo tan profundamente estúpido como la película Hong Kong 3 Supermen desafío al kung fu llegara a ser producida? ¿Por qué se unieron, en estrecha entente, dos cinematografías tan alejadas como la italiana y la hongkonesa? ¿Valía la pena que esa unión artística sirviera para perpetrar semejante churro? ¿Cómo es posible que la serie dedicada a tres supermanes circenses transalpinos alcanzara las seis entregas e incluso propiciara imitaciones turcas y filipinas? ¿Y… por qué nos gustan tanto estas bazofias? No tenemos todas las claves a estas preguntas, pero en esta reseña intentaremos desvelar algunas de ellas.
Hablar de los 3 Supermen es hablar de puro cine de barrio, de pipas, de coproducción italo-lo-que-sea. Puro género. Pura Serie B de la que nunca volverá a hacerse ni nadie reivindicará. Ni falta que hace, pues se trata de un cine muy de su época y que, visto hoy, despierta vergüenza ajena. Un cine para estudiosos y completistas, pero también para amantes de lo raro, de lo loco y chiripitifláutico.
3 SUPERMEN: DESAFÍO A LA CORDURA
El veterano productor Attilio Fattori, en activo desde los años treinta y que tenía en su haber la producción de Porcile (1969) de Pier Paolo Pasolini, puso un pírrico broche a su carrera haciéndose cargo de Hong-Kong, 3 Supermen desafío al Kung-Fu, para la distribuidora Internazionale Nembo Distribuzione Importazione Esportazione Film (INDIEF), compañía que se había encargado de importar y llevar a los cines italianos todas las películas de Ingmar Bergman, además de diversas prestigiosas producciones francesas y japonesas. O sea, tanto compañía como productor se encontraban bastante alejados del cine de género y de las coproducciones que desde los años sesenta y setenta abundaron en el cine italiano. Por su parte, Shaw Brothers fue el estudio más importante de Hong Kong hasta que dos de sus exempleados montaron su propia compañía, Golden Harvest, y apostaran por un nuevo talento, Bruce Lee, una superestrella que revolucionaría el cine de Hong Kong y sería clave en la llegada del cine de kung fu a Occidente. Pero tras su muerte en 1973, en pleno boom, decayó la producción y otras circunstancias adversas, como un nuevo código de censura en Singapur o un renovado sistema de cuotas que se instauró en Tailandia para potenciar el cine autóctono, causaron que disminuyera la demanda de películas hongkonesas, tanto de Shaw Brothers como de Golden Harvest, los cuales tuvieron que reinventarse y capear el temporal de la mejor forma posible.
Así que, en vista del éxito que tenían sus películas en los mercados europeos, Run Run Shaw decidió aliarse con
otros estudios occidentales, como los ingleses Hammer Films, junto a los cuales producirían Kung fu contra los 7 vampiros de oro (The Legend of the 7 Golden Vampires / 七金屍, Roy Ward Baker y Cheh Chang, 1974), híbrido de artes marciales y terror rodado en los estudios Shaw; también con Rapid Films de Alemania, con los que producirían un film de acción y erotismo, Virgins of the 7 Seas (Karate, Küsse, blonde Katzen / 洋妓, Kuei Chih-Hung y Ernst Hofbauer, 1974); o Italia y España, con los que rodarían en Almería El karate, el Colt y el impostor (龍虎走天涯, Anthony M. Dawson, 1975) un spaghetti western. Así como junto a la norteamericana Warner (que ya había producido Operación Dragón junto a Golden Harvest), importante compañía con la que Shaw Brothers produjo Cleopatra Jones and the Casino of Gold (Charles Bail, 1975), una cinta blaxploitation de acción. Todo ello mientras el cine de Hong Kong esperaba la llegada de un “nuevo mesías” que, para desgracia de Shaw, también fue descubierto por Golden Harvest: Jackie Chan (para más inri, también extrabajador suyo).
En cuanto a lo que concierne a Italia, el spaghetti western se encontraba en franca decadencia. El peplum, y el cine de agentes secretos, realizado a rebufo de la saga de James Bond, hacía tiempo que había pasado a mejor vida, y comenzaba a despuntar el género de terror y, en especial, el giallo. Italia también cultivó, muchas veces en régimen de coproducción, el cine de aventuras, compuesto por películas aptas para todos los públicos así que, de la mezcla de este inocentón cine de aventuras y del género de agentes secretos nació, en 1967, un extraño hijo de prolífica vida que dio sus primeras pataditas en la enteramente italiana: 3 Superhombres (I Fantastici 3 Supermen, Gianfranco Parolini, 1967).

3 Superhombres, producida por la compañía Cinesecolo de Italo Martinenghi, junto a estudios de Francia, Yugoslavia y Alemania Occidental, está protagonizada por Brad Harris, Tony Kendall (Luciano Stella), popular por la serie de largometrajes dedicados al Comisario X, entre muchas otras, y Nick Jordan (Aldo Canti), sobradamente batallados todos ellos en el cine europeo de género y que unirán fuerzas para, con malla, capa y humor, enfrentarse a los villanos y, de paso, hacer una perfecta demostración de vergüenza ajena. Pero solo sería el principio.
Lo cierto es que la película se pudo ver en gran parte del mundo, así que no tardó en llegar una nueva entrega de estos ridículos personajes y al año siguiente se estrenó 3 Superhombres en Tokio (3 Supermen a Tokio, Bitto Albertini, 1968) una coproducción italo-germana producida por Cinesecolo junto a Internazionale Nembo Distribuzione Importazione Esportazione Film (INDIEF). Aquí ya se inician los bailes de actores, no participando ninguno de los protagonistas del film inaugural. En esta aventura se ponen las mallas el barcelonés George Martin (Jorge Martín en su barrio); y los italianos Willy Newcomb (Willi Colombini) y Dick Gordon (el especialista Sal Borgese, ya presente en la película inicial, aunque en diferente rol). Borgese se convertirá en el más inefable y constante de los Supermen y casi, casi, casi, resultará ser tan odioso como los caricatos Franco Franchi y Ciccio Ingrassia. El personaje de Sal Borgese, definido por sus compañeros como “cara de chimpancé”, es mudo y se encargará, desde esta cinta en adelante, de la “nota cómica” mediante la mímica, a lo Harpo Marx. Rodada, a pesar de todo, íntegramente en Roma, la cinta sería seguida por Los 3 Supermen en la selva (Che fanno i nostri supermen tra le vergini della jungla?, Bitto Albertini, 1970) en la que, además de George Martin y Sal Borgese, retorna al redil Brad Harris. Al ser coproducción hispano-italiana, distinguiremos varios rostros familiares, como el de Frank Braña, que en la siguiente entrega de la saga, …y así la armaron los 3 Superhombres en el Oeste (…E così divennero i tre supermen del West, Italo Martinenghi, 1973), pasará a formar parte de los Supermen junto al eterno Borgese y George Martin. Al ser también rodada en régimen de coproducción con España, en su reparto
figuran muchos actores españoles bien conocidos para el amante del cine bis europeo como Fernando Bilbao, Luis Barboo, Fernando Sancho, Cris Huerta e incluso, Ágata Lys, con quienes los 3 Supermen se encontrarán tras subir a una máquina del tiempo y llegar al salvaje oeste.
El siguiente film sería Hong-Kong, 3 Supermen desafío al Kung-Fu (1973), una película que quizás se diferencia del resto porque la compañía Cinesecolo de Italo Martinenghi no tuvo nada que ver con la producción, de la que se encargó enteramente la INDIEF, por parte italiana, junto a los estudios Shaw Bros de Hong Kong. Vale la pena detenerse aquí, pues será el inicio del caos en la serie de los 3 Supermen, que alcanzará el delirio con cintas exploitation de lo que ya de por sí lo es, con producciones turcas y filipinas. Pero no nos adelantemos.
HONG-KONG, 3 SUPERMEN DESAFÍO AL KUNG FU
Crash! Che botte… strippo strappo stroppio, es el acertado título original de esta cinta, que tiene, como tantas producciones italianas de la época, por ínfimas que fueran, una banda sonora de lujo, en este caso de Nico Fidenco. El film se inicia con una pegadiza canción, Strippo strappo stroppio, perpetrada por Ernesto Brancucci y que bien podría pertenecer a los que se encargaron, durante los años ochenta, de todas las canciones chuscas de las comedias italianas de garrotazo y tentetieso, Guido y Maurizio de Angelis. La letra, del propio director del film, Bitto Albertini, es todo un poema que merece compartirse:
“Soy Pingpong la furia de Hong Kong
Golpeo, desgarro, rompo y lastimo
Soy Pingpong el más temido en Hong Kong
Nunca mando al hospital
Solo al horno crematorio, o a veces a la morgue
Y te rompo, te rompo, te corto, te golpeo
Te cortaré la garganta, te doblaré y luego te enderezaré
Te desnudaré, te desgarraré, te descuartizaré, te desgarraré
Te sacudo, te sacudo, juego contigo
Te meto dos dedos en los ojos, te meto las rodillas en la boca
Te haré un agujero en el vientre, te sacaré las tripas y el píloro
Soy Pingpong la furia de Hong Kong
Golpeo, desgarro, rompo y lastimo
Soy Pingpong el más amado de Hong Kong
A cada mujer que envío al hospital
Quisiera tratarla como a una flor,
pero al tocarla termina gritando y cayendo muerta
Le doy un beso en la mano, se queda con un muñón
La acaricio y le gusta, pero acaba partida en dos
Soy Pingpong la furia de Hong Kong
Golpeo, desgarro, rompo y lastimo
Soy Pingpong el más temido en Hong Kong
Nunca mando al hospital
Solo al crematorio
O a veces a la morgue”.
El guion de esta nueva aventura de los 3 Supermen es del propio director, Bitto Albertini, además de Gino Capone que más tarde escribiría el de Conquest, de Lucio Fulci, junto a José Antonio de la Loma (sobran las palabras). El libreto ignora todas las anteriores entregas de la serie, aunque no por ello prescinde de Sal Borgese. Y si bien las mallas son las mismas de las otras cintas, aquí los protagonistas las lucirán tan solo en los últimos diez minutos. Y, lo que es toda una novedad, no solo las llevarán los 3 Supermen. Pero no nos adelantemos y comencemos explicando de qué diablos va Hong Kong, 3 Supermen desafío al kung fu:

El agente del FBI, Robert Wallace (Robert Malcolm), es enviado a Bangkok para investigar la desaparición de seis agentes estadounidenses. Después de innumerables escenas de viajes que muestran la belleza de Tailandia en primavera, una mujer misteriosa con un vestido de cóctel (Shih Szu) sigue a Wallace a un combate de boxeo tailandés y le dice que busque en Hong Kong al maestro Tang (Lo Lieh). Una vez allí Wallace se encontrará con el embajador de los EE. UU., interpretado por el histriónico comediante francés Jacques Dufilho, que tiene una extraña filosofía sobre las artes marciales: al calor de una sonora ventosidad espetará, ‘El kung fu es como un laxante… ¡sale de dentro!’.
Buscando al maestro Tang, Wallace se dirige a un torneo de kung fu, donde se encontrará (¡qué pequeño es el mundo!), con dos viejos conocidos, Max (Antonio Cantafora) y Jerry (Sal Borgese), dos ladronzuelos italianos. Wallace, sin saberlo, terminará luchando contra el propio maestro, que resultará ser también un teniente de la policía de Hong Kong que anda tras la pista de Chen Loh (Tung Lin) y sus hombres, los mismos que están detrás del secuestro de los americanos. Tang y la mujer misteriosa (que resulta ser la novia de Tang) les dan a los tres un curso intensivo de kung fu, mientras que Wallace recoge de manos del embajador unos trajes Supermen antibalas con los que el americano, los dos bribones italianos, y la pareja de Hong Kong, se enfrentarán y derrotarán a Loh y sus hombres, liberando a los rehenes.

Por cierto, entre los chistes horripilantes destaca este: [Max a Tang] ‘Entonces, ¿eres el último Tang en Hong Kong?‘ (no sé si lo cogen, pero tengan en cuenta que en la época era muy popular cierta película de Bertolucci que los españolitos tuvieron que ir a ver a Perpignan y en la que tuvo un especial protagonismo la mantequilla).
Como ya hemos señalado, en Hong-Kong, 3 Supermen, desafío al kung fu, el único Supermen que repite es Sal Borgese, quien, dada su profesión de especialista, será el que mejor desarrollará sus escenas de artes marciales, coreografiadas, por cierto, por Jackie Chan, que también aparece fugazmente como stund. El resto de Supermen, que luchan con un estilo, digamos, más “clásico”, están interpretados por el norteamericano Robert Malcolm, que tan solo rodó tres películas y todas en Italia, aunque eso sí, de protagonista, algo que puede ser debido más a su percha que a sus escasas facultades interpretativas; por su parte el tercer Supermen en discordia, Antonio Cantafora es, ni más ni menos que -como Michael Coby y armado con un poderoso mostacho- Supersonic Man en su faceta “humana”. Pero no solo eso, Cantafora, compaginando ambos nombres artísticos, rodaría una larga lista de spaguetti western amen de todo tipo de género, incluido el terror, pues se le puede ver tanto en La casa (1976) de Angelino Fons como en Demons 2 (Dèmoni 2… l’incubo ritorna, 1986) de Lamberto Bava, en la que interpreta al padre de Ingrid, encarnada por la propia Asia Argento.
Finalmente, en lo que atañe a la contribución occidental del film, nos detendremos en Bitto Albertini, el director, que durante la mayor parte de su carrera se dedicó a ejercer de director de fotografía hasta que comenzó a dirigir y escribir guiones. En su haber se cuentan tres películas dedicadas a los 3 Supermen (en Tokio, en la selva y este desafío al kung fu), además de cine bélico, western y peplum. Pero los amantes de la serie B debemos agradecer encarecidamente al signore Albertini el haber iniciado (como Albert Thomas), la serie de películas dedicadas a Emanuelle (con una ‘m’), protagonizadas por la divina Laura Gemser. Solo por ello merecería ser canonizado en los altares del cine bis.
En cuanto al equipo asiático, destaca especialmente el indonesio Lo Lieh, la gran apuesta de Run Run Shaw para contrarrestar el enorme éxito de Bruce Lee, estrella de la competencia. También fue uno de los primeros en desatar la fiebre por el cine de kung fu y colarse en las carteleras occidentales con De profesión: invencible (5 Fingers of Death / King Boxer / 天下第一拳, Cheng Chang-Ho, 1972), donde su antagonista, como aquí, también estaba encarnado por Tung Lin. Lo Lieh participó en la popular El karate, el colt y el impostor (Antonio Margheriti, 1974), otra coproducción italo-hongkonesa, ahora también con participación española. Finalmente, y a pesar de que sus escenas se quedaron en el suelo de la sala de montaje, Lo Lieh intervino en la coproducción germano-honkonesa Virgins of the Seven Seas (Karate, Küsse, blonde Katzen / 洋妓, Kuei Chih-Hung y Ernst Hofbauer, 1974), un descabellado cóctel de erotismo y acción. Por su parte la taiwanesa Shih Tzu, también participó en la popular coproducción Hammer-Shaw, Kung fu contra los 7 vampiros de oro (The Legend of the 7 Golden Vampires, Roy Ward Baker y Cheh Chang, 1974), donde encarnó a Mei Kwei, la brava luchadora de las dagas que se enamora de un occidental. Y finalmente, y a modo de anécdota, en la parte rodada en Tailandia puede reconocerse a alguno de los matones
que participaron en Karate a muerte en Bangkok (The Big Boss/唐山大兄, Lo Wei, 1971) donde recibieron su merecido a manos (y pies) de Bruce Lee.
A pesar de contar con un buen número de escenas bochornosas, la mayoría protagonizadas por Sal Borgese, esta mescolanza de géneros está correctamente realizada y refleja a la perfección una de las características de aquel cine de serie B: su facultad de ejercer de ventana hacia el mundo para las clases más populares. Algo que también puede verse, por ejemplo, en la nombrada serie dedicada a Emanuelle. En este caso, el protagonista viaja de Bangkok a Hong Kong y termina en Taiwan, y en todos esos lugares el director se encarga de que el espectador pueda ver lugares emblemáticos que ni en sueños espera poder visitar y pueda ver costumbres exóticas que recordará, posiblemente, durante el resto de su vida. Y todo mientras disfruta de un entretenimiento totalmente inocente, tirando a tontorrón y hoy totalmente anacrónico.
EXPLOTA, EXPLÓTAME, EXPLO: ENTRAN TURQUÍA Y FILIPINAS

A pesar de lo que pudiera parecer, hasta Hong Kong, 3 Supermen desafío al kun fu la serie mantenía, dentro del caos, cierta coherencia, pero todo se volvió, definitivamente muy loco cuando desde Turquía se realizó una exploitation de lo que ya de por sí, lo es. Çilgin kiz ve üç süper adam (algo así como 3 Supermen and Mad Girl) fue dirigida en 1973 por Cavit Yürüklü, que también se permitió coger prestada Thunderball de John Barry, canción que cantaba Tom Jones en la película de igual nombre perteneciente a la saga Bond. Pero no termina ahí la cosa, pues seis años después tres colosos del cine de género: Turquía, Italia y España se aliaron unieron fuerzas para perpetrar 3 Supermen contra el padrino (Süpermenler/ Tre supermen contro il padrino), una cosa dirigida por Italo Martinenghi con, otra vez, una máquina del tiempo y los actores Sal Borgese (a estas alturas imprescindible), Nick Jordan, uno de los Supermen originales del primer filme y, completando el trío, el popular actor turco Cüneyt Arkin (acreditado como George Arkins) protagonista de multitud de cintas de acción, incluida la Star Wars turca de la que tanto han oído hablar (Dünyayi Kurtaran Adam) o El hombre León (Kiliç Aslan). Arkin es toda una leyenda en el cine turco, con más de 300 películas a sus espaldas, todo y con ello, nadie se hizo eco de su reciente fallecimiento en junio de 2022. Aldo Sambrell se suma también a la fiesta y, nuevamente Ernesto Brancucci canta el tema principal, Siamo I 3 Supermen, con música de Nico Fidenco.
Aunque no pertenezca a la serie, Las amazonas contra los Superman (Superuomini, superdonne, superbotte, 1974) de Alfonso Brescia, mantiene algunas similitudes: hay 3 héroes pintorescos, uno de ellos enmascarado. La acción se desarrolla en el pasado y sus protagonistas son Aldo Canti (uno de los Supermen en dos de las cintas originales); el afroamericano Marc Anibal, en la que será su única experiencia en Europa; y el actor chino Hua Yueh, prolífico intérprete hongkonés cuya experiencia en este film resultará ser también la única en el cine europeo. Un trío multi racial en lucha contra las amazonas. Ahí es nada. Contando con la colaboración de la también oriental Karen Yeh que participaría, ese mismo año, en El karate, el colt y el impostor antes de regresar a Hong Kong. Entre las amazonas destacan varias damas del cine europeo de género de la época como Malisa Longo y Magda Konopka. Toda una curiosidad dirigida por el todoterreno Alfonso Brescia, que ya había realizado un primera acercamiento a la temática con ¡¡Amazonas!! Mujeres de amor y guerra (Le Amazzoni – Donne d’amore e di guerra) en 1973.

Los incansables turcos pensaron que era absurdo utilizar a los actores originales pudiendo hacer una exploitation pura y dura y sin ningún tipo de autorización. Así nació la segunda -y última- película enteramente turca de la serie: Üç Supermen Olimpiyatlarda (3 Supermen at the Olympic Games), rodada en 1984 y dirigida por Yavuz Yalinkilic. También Filipinas se animó un año después a realizar su propia exploitation de los 3 Supermen con Super Wan-Tu-Tri de Luciano Carlos, un batiburrillo de canciones, humor y demencia con un niño alienígena.
La saga concluyó en 1986, casi 20 años después, y donde se inició, en Italia, con Tre supermen a Santo Domingo. Dirigida nuevamente por Italo Martinenghi, en esta ocasión está protagonizada por, además del eterno Sal Borgese, Steven Martin (Stefano Martinenghi, posiblemente el hijo del productor y director, el cual ya ejerció de técnico en otros títulos), y el inefable norteamericano de turno, Daniel Stephen, un “actor” y modelo que dejaría una minúscula huella en el cine apocalíptico italiano al participar en 2020 Los Rangers de Texas (Anno 2020. I gladiatori del futuro, Joe D’Amato/George Eastman, 1983) y El guerrero del mundo perdido (Warrior of the lost world, David Worth, 1983). Como nota curiosa cabe añadir que realizando un pequeño papel, se encuentra el propio Bitto Albertini, director de varios títulos de los 3 Supermen y, sobre todo, del que hemos hablado más extensamente, Hong Kong, 3 Supermen desafío al kung fu.

Los tres Supermen filipinos con su numeración en ‘Super Wan Tu Tri ‘ exploitation de exploitation
(Artículo publicada previamente en La Abadía de Berzano)
Oh, Canadá: el tiempo recobrado
“Me gusta el olor a napalm por las mañanas” es la expresión que ha invadido mi mente tras ver, por primera vez, en sesión matinal, Oh, Canadá Y no porque haya confundido a su director con Francis Ford Coppola, de hecho no le confundo siquiera con Martin Scorsese, aunque el italoamericano haya sido su mejor pareja de baile, porque Paul Schrader es un cineasta singular con una voz autoral personal e inconfundible. Una voz estimulante que apela directa al intelecto sin dejarse atrás la estética y los sentidos. Una voz que me sacude y me hace fruir en su dureza. Pero quizás no haya sido azaroso que mi mente haya viajado hasta el Vietnam de Coppola, porque Apocalypse Now no es una cinta bélica más, lo que la hace inigualable es el peso de su calado filosófico: adaptación espuria de El corazón de las tinieblas, usa la falsilla de la guerra de Vietnam para adentrarse en el terreno de lo ontológico, el río que se remonta es el de la pregunta por el sentido. La de Coppola es una película ensayo y Oh, Canadá también lo es. Salvo que la de Schrader, en lugar del Ser, sobre lo que se interroga es sobre el Yo, en un ejercicio en el que se pone en juego el valor de la memoria y la definición de la verdad. Quizás, además y también, sea una película sobre Vietnam, pero esto lo dejamos sólo apuntado como sugerencia.
Película de breve sinopsis argumental (un afamado documentalista, en estado terminal, concede, a dos de sus exalumnos más brillantes, su última entrevista, con la única exigencia de que esté presente su esposa), el objeto de análisis de Oh, Canadá es la conciencia. Decíamos el Yo en el párrafo anterior, y aunque no vamos a desarrollar los matices que emparentan y separan ambas nociones, sí queremos incidir en la dimensión religiosa que connota a la conciencia frente a su sinónimo más genérico. Así, Leonard Fife, el protagonista, acepta la entrevista de sus alumnos con el afán y objetivo de recibir la confesión. Confesar es, en su sentido amplio, exponer la verdad de nuestros actos, ideas o sentimientos, pero, si nos ceñimos más estrictamente, a lo que se apunta es a ponerse a bien con Dios mediante la declaración como penitentes de nuestras faltas. Obviamente, nuestro calvinista favorito tiene esta acepción en mente. La penitencia es un sacramento ajeno a las iglesias reformadas, lo que más las separa del catolicismo, y uno de los puntos que más fascina a los fieles protestantes. Quizás también lo que más les envidian: esa posibilidad liberadora de descargar los pecados en el confesor con el fin de expiarlos. No es de extrañar que sea, precisamente, en tierras protestantes donde más predicación y arraigo
tuvieron (y tienen) las tesis de Freud. Si a falta de pan buenas son tortas, prohibida la confesión, bien nos sirve un psicoanálisis, después de todo el propio Freud definió a su método como curación por la palabra. Este magma se agita en la coctelera de Schrader cuando adapta al cine la última novela de Russell Banks, la crepuscular Foregone (título traducido al español como Los abandonos), y aproxima el rol del entrevistador al terapeuta, pero también al confesor. Sentarnos frente a una cámara, deslumbrados por los focos, nos procura la misma intimidad que la rejilla que vela el rostro del sacerdote en el confesionario. La confesión y el psicoanálisis tienen también en común la escenificación, en su vertiente más clásica, el terapeuta se sitúa detrás del paciente, el cual, tumbado en el diván, no tiene plena dimensión de su presencia. La penitencia y el psicoanálisis nos llevan a una especie de monólogo sanador, porque estamos ante Dios, según la primera, o ante el doctor de la mente, en el segundo. En Oh, Canadá Fife sitúa en el puesto del clérigo, término que en la Edad Media era sinónimo de docto (y este último término, obviamente, está en la etimología de doctor), primero al cineasta y luego a la (última) esposa. Sí el reverendo nos da la absolución y el analista extiende el certificado de nuestra sanación, con Schrader la redención-salvación viene desde el principio femenino. Una concepción muy romántica, en referencia, claro está, al movimiento filosófico-literario del XIX (El eterno femenino nos eleva, escribe Goethe en el Fausto), pero que siempre estuvo en la tradición occidental. Penélope siempre fue el destino y la meta de Ulises.
Hablando de monólogos y de Penélope(s), no está de más recordar que una de sus máscaras más relevantes es la de Molly Bloom. También el Ulises de Joyce es una obra de breve sinopsis argumental, Leopold Bloom se levanta una mañana de junio, la del 16 concretamente, filosofa en el retrete, come unos riñones en el pub, se masturba en un parque viendo las bragas manchadas de sangre menstrual de una adolescente, deambula todo el día por Dublín y al final de la noche, en la madrugada del 17, ya en la cama, Molly le arrebata el protagonismo y su voz interior es la que cierra la novela. Se nos acaba de ocurrir que, si el Ulises es también (y entre otras muchas cosas) un repaso a la historia de las letras irlandesas, el capítulo XVIII es el que expresa la creación más personal del autor, ese monólogo interior es por su concepción y su desarrollo el capítulo más innovador, el más original en el sentido de que no existe propiamente un modelo previo. Continuando con los paralelismos, también se nos ocurre que Oh, Canadá, partiendo de material ajeno, es la más personal de las películas de Schrader. El americano también elige darle a su filme carácter de flujo de pensamiento y, como en su día el irlandés, le da un tratamiento formalmente moderno, ambos están cerca del vanguardismo, Joyce porque lo precede y anticipa, y Schrader porque lo sucede y lo culmina. El monólogo de Molly contraviene todas las normas narrativas, todos sabemos sobre él, al menos, que se caracteriza por haber suprimido casi todos los signos de puntuación; la confesión de Fife también rompe contra toda secuenciación lógica y les crea a algunos la sensación de que los constantes saltos temporales impiden generar verdadera tensión dramática (véase sin ir más lejos la crítica de Nando Salvá para El Periódico). En la época, la publicación del Ulises llegó a estar prohibida en Estados Unidos por obscena, y Virginia Wolf dijo de la más relevante novela del Siglo XX, que era una auténtica tontería. También el tiempo pondrá a Oh, Canadá en el lugar que merece librándola de los desmanes y exabruptos con los que parte de la crítica la ha maldecido. No pretendemos decir que sea fundacional como lo fue el Ulises, pero sí que es un buen broche de oro para cerrar una carrera. Y, no, no enterramos al cineasta, es que algunas cintas tienen la propiedad de ser últimas palabras aunque las sucedan otras tantas. Cine dentro del cine, Oh, Canadá es una película póstuma sobre una película póstuma.
No sabemos si Schrader tuvo en mente a Molly Bloom, en todo caso, nos parece, como analistas, suficientemente pertinente la puesta en relación entre las dos obras. Sí que podemos afirmar que la otra gran novela del siglo pasado está presente en la mente del autor. Cita explícita a la madalena, mediante, Oh, Canadá se pone voluntariamente en diálogo con La recherche de Proust. No podía ser de otro modo cuando los mimbres que la tejen son una reflexión sobre el papel y el valor de la memoria como albacea de la verdad. Uno de los conceptos nucleares de Proust es el de “memoria involuntaria”, esa que surge como efecto del estremecimiento sensorial que se produce cuando desde una sensación presente se desata la evocación, ejemplos serían mojar la madalena en el primer volumen o tropezar en el pavimento desigual del patio de los Guermantes en El tiempo recobrado, último tomo de los siete que componen la novela y que fue escrito por el galo a renglón seguido del capítulo que cierra el primero. La memoria involuntaria tiene valor de verdad revelada, la que viene a permitir la recuperación-redención del tiempo, y se manifiesta bajo la forma de experiencia presente con un objeto del pasado, a través de la cual la vivencia de la pérdida nos sacude. El narrador entonces decide ir en busca del tiempo ya vivido. El tiempo perdido. Por dos veces, Schrader nos pone ante la cita explícita de la madalena detonante del recuerdo vívido, y en ambas ese asalto supone un punto de inflexión y ruptura para Leo Fife. Un Fife que busca hacer las paces con lo que ha sido, en un ejercicio de desgarro y exhibición que pretende desfacer entuertos: eliminar de lo real aquello que lo ha embellecido falseándolo, viajando con su mente ya agónica al momento inicial de la mentira, ese 1968 tan emblemático. En 1968 Eddie Adams ganaba el Pulitzer por su fotografía de la ejecución sumaria en Vietnam de un prisionero desarmado y maniatado de un tiro en la cabeza por parte del general de brigada Nguyen Ngoc Loan. Aunque parezca que una imagen vale más que mil palabras porque no puede mentir, el fotógrafo confesó que su instantánea no era más que una verdad a medias y defendería al general Nguyen, al que calificaría de “producto del Vietnam de su tiempo” e incluso de “héroe”. Fife es un hombre reputado, un genio en lo suyo, el cine documental, pero también todo un héroe símbolo de la lucha pacifista por haber sido objetor de conciencia en ese mismo 1968 (¿recuerdan que les decíamos en el primer párrafo que, después de todo, también Oh Canadá es una película sobre Vietnam?). Volvamos a Proust, la conclusión más célebre de La recherche es que el escritor afirma la superioridad de la literatura sobre la vida: “comprendí que todos esos materiales de la obra literaria eran mi vida pasada (…) la verdadera vida es la literatura”. Una conclusión muy propia de una cumbre literaria del Siglo XX. Oh, Canadá es también una película del siglo pasado, pero llegada desde mediados los años veinte
del Siglo XXI, por eso su inferencia cuestiona un tanto el corolario de Proust. Es cierto que sólo el arte permite trascender la experiencia individual, comunicar nuestro yo a los demás, pero ello no lo vuelve más verdadero que a la vida auténtica y sin filtro. Oh, Canadá es la deconstrucción del héroe, un poco equiparable a ese Desmontando a Harry de Woody Allen. Todo en la vida de Fife ha sido una verdad a medias, más fruto del azar que del arbitrio. Más que un héroe, ha sido un traidor. Pero, siempre la adversativa por delante, como habría sentenciado Borges, la infamia y la valentía están tan indisociablemente unidas que la una es la otra. Así qué, después de todo, sí podemos dar la razón a Proust y concluir que, el arte en general y el séptimo en particular, tiene la virtud de reconciliarnos con la existencia. Gracias al cine, el tiempo pasado, el tiempo perdido, es tiempo poseído, tiempo recobrado.
Fue un auténtico placer despertarse con una cinta tan lúcida el día del pase de prensa. Una de esas películas que, siendo mucho de su autor, desde que me captan, pasan a ser una de mis películas. Otra de Schrader que se suma a mi colección. Y es que Schrader siempre me ha parecido un valor a considerar, uno de esos cineastas que no llegan a defraudar ni siquiera con sus obras menores. Quizás porque su imaginario es muy rico, tanto que puede dar vueltas en torno a sí mismo sin ser nunca una repetición. En el olímpico 1992 se estrenaba Posibilidad de escape, Schrader dirigiendo a un Defoe en alza y altamente inspirado, no le pasó desapercibido a la crítica que en John Le Tour, camello de lujo, había un auténtico sosias de Travis Bickle, salvo que veinte años más maduro y con un final en el que cabía la esperanza. Entre ambos personajes podríamos situar a Julian Kay, el gigoló americano que tan bien compuso Richard Gere, un eslabón hacia el camino de posible redención del anti-héroe, ahora con treinta años confesos. El mismo Richard Gere es ahora Leo Fife, casi cuarentaicinco años después y con los ochenta ya a tocar. También Fife es una apostilla de Bickle, ahora a punto de sucumbir por razón de edad, y, sin embargo, con la capacidad suficiente como para redimir todas las encarnaciones con las que Schrader ha ido extendiendo a su personaje seminal. El propio director, más cercano a los ochenta que el actor, mira cara a cara a la muerte y, respetándola y aceptándola, la vence con la ilusión que sólo el cine puede generar. Al menos en lo que el cine fue en el siglo pasado, el de su nacimiento y esplendor. Pero más sabe el diablo por viejo que por diablo, Schrader goza todavía de buenos reflejos y no se ha descolgado del presente, y al presente le lanza una crítica y una advertencia: en tiempos de pantallas omnipresentes, tal vez no quede espacio para lo íntimo, para la existencia sin filtro, lo cual no sólo supondría la negación de la vida, sino también la muerte del arte, en general, y en particular del cinematográfico, que siempre se alimentó de su tensión dialéctica con el vivir. Schrader lo afirma de primera mano, porque también él tiene perfil en Facebook. Y nosotros le seguimos.

FlixOlé restaura y estrena ‘La Laguna Negra’, la película maldita de crimen y castigo en la España rural
FlixOlé recupera la película maldita del cine español: La Laguna Negra (1952), la historia de un terrible crimen con la que el también olvidado director, Arturo Ruiz-Castillo, enseñó el lado más oscuro de un país marcado por la envidia y la violencia. Restaurado en los laboratorios de la plataforma, este título invisibilizado durante décadas se estrenará en su catálogo el próximo viernes, 8 de noviembre. Previamente, en colaboración con Filmoteca Española, el filme se podrá ver en el cine Doré el miércoles, 6 de noviembre, en un pase que tendrá lugar en la Sala 1 a las 17:30 horas y en el que intervendrá el representante de FlixOlé, Miguel López. Para reservar entradas puedes hacerlo en este link
FlixOlé rescata la que es una de las primeras adaptaciones de Antonio Machado, presentada en las salas de cine en la dictadura franquista. Hablar entonces del literato de la Generación del 98 resultaba peliagudo. Más aún si quien lo hacía tuvo vínculos con el entorno republicano durante la contienda, como fue el caso de Ruiz-Castillo. Pese a ello, el realizador se aventuró a llevar el romance La tierra de Alvargonzález (incluido en el poemario Campos de Castilla) a la gran pantalla para representar la cultura popular y leyendas del interior peninsular.
Bajo el título La Laguna Negra, el director se sumergió en los versos machadianos y extrajo un oscuro y brutal drama. En la serranía de Urbión, los hermanos Martín (José María Lado) y Juan (Tomás Blanco), instigados por la mujer del primero, Candelas (Maruchi Fresno), acaban con la vida de su padre y hunden su cadáver en el lago para heredar su hacienda. Vecinos y autoridades sospechan que tras la desaparición del hombre están implicados sus vástagos, quienes culpan de ello a un inocente buhonero.
El espíritu del difunto persigue a Juan, cuyo sentimiento de culpa comienza a poner nerviosos a Martín y a su esposa, mientras una maldición parece caer sobre las tierras y vidas de todos ellos. Miguel (Fernando Rey), el menor de los tres hermanos regresa a su hogar después de hacer fortuna en las américas. El joven y rico indiano intentará desvelar las incógnitas en torno a la desaparición de su progenitor con la ayuda de Ángela (María Jesús Valdés), mujer de Juan y con quien tuvo una relación en el pasado.
Crónica de la España negra
Como ya hiciera Machado en su romance, Ruiz-Castillo construyó una crónica de la España negra que intercalaba el costumbrismo con pasajes bíblicos, conviviendo las romerías, casas labriegas y habladurías de los lugareños con el castigo divino para aquellas gentes a las que corroe la envidia (la sangre de Caín). Los personajes se desenvuelven de esta manera en un clima de suspense constante, donde el odio, la avaricia y la crueldad afloran entre escarpadas cumbres.
Para lograr la ambientación lúgubre que impregna la cinta, el rodaje se trasladó a las tierras que inspiraron las estrofas del poeta (cambiando los Picos de Urbión por la Sierra de Gredos). Ello implicó el hospedaje del reparto, técnicos y ayudantes en refugios de montaña, lo que conllevó además numerosas horas de viaje en autocar e, incluso, a caballo de todo el equipo.
Al arduo trabajo que contribuyó a acercar el áspero y hostil paisaje se sumó la solvencia técnica para narrar el que, hoy en día, es uno de los pocos ejemplos cinematográficos de la poesía castellana. En plena madurez creativa, el director desplegó todo un abanico de recursos con los que transmitió la mirada amarga de un país al que la violencia había sacudido ferozmente con sus luchas civiles.
Una joya oculta del cine español
Esta rareza del cine de la época contó con numerosas dificultades hasta ver la luz, comenzando por su filmación, la cual se retrasó dos años debido a cuestiones económicas. No exenta de roces con la censura, integrantes de la Junta de Clasificación mostraron su disconformidad respecto al contenido del largometraje, llegando incluso a tachar de “desagradable” el guion; paradójicamente, elogiaban la calidad de la cinta. Finalmente, ésta se estrenó de tapadillo en algunas provincias españolas, y no llegó a las salas de la capital hasta un año después de concluir el rodaje.
La discreta acogida del título en sus inicios, así como la ausencia del mismo en la historia del séptimo arte español, convirtieron a La Laguna Negra en una joya oculta del audiovisual. Una situación que también experimentó el propio Ruiz-Castillo, quien ha quedado como uno de los cineastas malditos del panorama nacional. Ello a pesar de haber formado parte de la denominada generación de ‘renovadores’ (integrada por realizadores como José Antonio Nieves Conde, Manuel Mur Oti y Antonio del Amo) que optaron por hacer un cine de marcada preocupación social y estéticamente vanguardista, distanciándose así de las comedias blancas, películas folclóricas y epopéyicas que promovía el franquismo.
Con la incorporación de la renovada versión de La Laguna Negra al catálogo de FlixOlé, la plataforma pone a disposición del público una obra de difícil acceso al tiempo que confía en traer a la memoria al autor del filme y continuar con su decidida apuesta por dar a conocer las mejores películas españolas restauradas en una calidad de imagen y sonido inmejorables.
Apocalipsis España: el fin del mundo y el ocaso del régimen franquista

Las explosiones nucleares que tuvieron lugar en Hiroshima y Nagasaki en 1945 abrieron un nuevo pulso por la supremacía mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética y sus países de
influencia, alineados en la OTAN y el Pacto de Varsovia respectivamente. Mientras tanto la carpetovetónica España vivía entonces en tierra de nadie y no padecía un temor especial a sufrir un ataque nuclear, lo cual no significaba que no existiera una preocupación por el tenso equilibrio ocasionado por el nuevo orden mundial. Así al menos dos magníficas producciones españolas abordaron el tema: Calabuch (1956) de Berlanga y Bombas para la paz (1959) de Antonio Román, una gema a redescubrir. Dos comedias de cariz pacifista que abrían una puerta a la esperanza.
Y es que el temor era más que fundado, pues en octubre de 1962 la humanidad estuvo a un tris del holocausto atómico cuando Estados Unidos descubrió una base de misiles nucleares de alcance medio soviéticos en territorio cubano. La que sería conocida como la Crisis de los misiles puso, en plena Guerra Fría, en Defcon 2 a los Estados Unidos. La crisis se supero con el desmantelamiento de los misiles y su traslado a la Unión Soviética, pero el mundo contuvo la respiración y nunca más recuperó la tranquilidad.
Mientras tanto, España seguía a lo suyo: si por un lado el gobierno franquista iniciaba una tímida apertura hacia el exterior; por otro lado, mandaba ejecutar en 1963 al militante Comunista Julián Grimau. Todo ello el mismo año en el que ante el creciente aumento del turismo exterior el ministerio del ramo acuñaba el recordado eslogan “España es diferente”, que aún hoy resulta válido para definir la idiosincrasia propia del país y de su paisanaje y que ya entonces hizo que Chumy Chumez realizara una fantástica viñeta (tragi)cómica.
No resulta difícil asegurar que a Mariano Ozores la tensión entre las potencias nucleares le preocupaba. Y también que le había impresionado La hora final (On the Beach, 1959), filme de Stanley Kramer sobre el holocausto nuclear. De hecho, tanto le gustó que decidió, por primera y última vez, dejar de lado los ingresos asegurados por sus comedias y rodar una historia similar a la que escribiera Nevil Shute pero, a la española y sin renunciar al humor, encarnado
especialmente por los personajes interpretados por sus hermanos Antonio y José Luís Ozores. En La hora incógnita Mariano Ozores refleja el apresurado éxodo que se produce en una ciudad, claramente española, ¿el motivo?: por un error de cálculo va a caer, sobre las diez de la noche, una bomba nuclear en ella. Así que, con la ciudad desierta como fondo, iremos descubriendo a varios personajes que todavía permanecen en sus oscuras calles, prolongando su estancia antes de marchar en el último tren, que como averiguarán más tarde, ha sido cancelado: un borracho porque se ha dormido; un ladrón para desvalijar algunos museos y tiendas; unas ancianas para cotillear en casa de sus vecinos; una prostituta porque duerme de día y no se ha enterado; un criminal porque huye; un policía porque lo persigue; unos amantes porque quieren hacer el amor sin que nadie les pueda descubrir; un anciano para librarse de su mujer con la excusa de buscar a su gato Agustín… un variopinto plantel de personajes cuyas motivaciones son magníficamente retratadas por el director, que irá de un personaje a otro de forma modélica informando al espectador, en todo momento, del paso del tiempo y de como los personajes van acercándose a las diez, la hora final.
La ciudad en sombras, magníficamente retratada en un matizado blanco y negro y realzada por la acertada y jazzística partitura de Adolfo Waitzman, consigue dotar a La hora incógnita de una modernidad ejemplar, en contraste con los caracteres, castizos e inconfundiblemente ibéricos de sus personajes, de un costumbrismo muy de la época. Una disparidad que funciona a la perfección, al menos hasta que topamos con la Iglesia y su beatífico cura, encarnado por Fernando Rey, que consigue aglutinar a los supervivientes bajo su techo. Pero en contra de lo que cabía esperar, el sacerdote demostrará su soberbia escogiéndose como juez y salvador con potestad para decidir quien, de los diez individuos, merecerá salvarse huyendo de la ciudad en su moto. Acción que ganará el rechazo de los demás, no reconociéndole ese derecho.

Como es previsible, pues todos tienen cuentas y pecados que saldar, todos morirán por la explosión redentora, convirtiéndose en mártires y ejemplo de lo que pasa cuando se juega con fuego. Finalizando la película con una, como veremos, profética advertencia: “Es lo que puede suceder en cualquier ciudad… En cualquier momento… Ahora mismo”.
La hora incógnita permanece, a pesar de la inevitable moralina y la redención de los personajes, como una interesante e insólita propuesta de cine apocalíptico con toques de comedia netamente española que, desgraciadamente, no tuvo continuidad. Entre otras cosas por su batacazo en taquilla, lo que hizo jurar y perjurar a su director que “a partir de entonces nunca haría una película porque me gustara a mí. Haría lo que el público quisiera ver, como siempre había hecho mi familia”. Y así lo hizo.
Pero si lo de la crisis de los misiles podría sonarle al españolito medio como algo lejano, de rusos y americanos, el incidente de Palomares demostrará que, como predijo Ozores, el desastre “Puede suceder en cualquier ciudad… En cualquier momento… Ahora mismo”.
El 17 de enero de 1966, en una maniobra de aprovisionamiento, explosionó un bombardero norteamericano B-52 y un avión nodriza KC-135 (cargado con 110.000 litros de combustible), perdiendo las cuatro bombas termonucleares Mark 28, de 1,5 megatones cada una, en la costa de la pequeña localidad almeriense de Palomares.
Ya teníamos pues aquí, en plena España del Desarrollismo, un accidente nuclear de los gordos. De hecho, el más gordo, pues todavía es considerado el Broken Arrow (pérdida total de armas nucleares) más grave de la historia. Y es que “España es diferente”. Lo que sucedió a continuación ya lo habrán visto en el NO-DO: tres bombas fueron recuperadas en tierra y la que cayó en el mar, tras una búsqueda infructuosa por parte de la Armada norteamericana, que desplegó un gran operativo con buceadores, 34 buques y 4 minisubmarinos, fue encontrada gracias a la inestimable ayuda de un pescador, Francisco Simó, que desde entonces fue conocido como “Paco el de la bomba”. Y para cerrar el tema y demostrar la inexistencia de contaminación nuclear en la zona, el gobierno español y el estadounidense iniciaron una campaña, muy recordada, que consistió en bañarse conjuntamente Manuel Fraga (ministro de Información y Turismo) y Angier Biddle Duke (embajador estadounidense) en la playa de Quitapellejos (¡ejem!) en Palomares.
Pero ni mucho menos las cosas estaban bien, pues en la actualidad se calcula que una quinta parte del plutonio que se esparció en 1966 todavía contamina la zona, que permanece como la más radiactiva de España.
Poco después de este incidente Fata Morgana, dirigida por Vicente Aranda con guion del director y Gonzalo Suárez, la siguiente cinta española de tintes apocalípticos, se exhibió en el Festival de Cannes, concretamente en mayo de 1966, aunque no fue estrenada hasta noviembre de 1967 en Barcelona y estrictamente en salas de arte y ensayo. Y es que Fata Morgana es una película más bien extraña.
“Esta fábula tiene lugar después de lo acontecido en Londres”. Naturalmente nunca se nos explica lo sucedido allí. Lo que sí vemos es que la ciudad está siendo abandonada por sus habitantes, algo que servirá de fondo para contar la historia de Gim (Teresa Gimpera con su apodo de modelo), con la que viviremos un intenso día durante el cual profetizarán su muerte y finalizará con un lacónico: “Y entonces sucedió lo mismo que en Londres”.
La película, que contiene alguna referencia visual a El hombre invisible (The Invisible Man, James Whale, 1933), e incluso al, tan en boga por entonces, cine de agentes secretos, supone un intento de sumarse a las vertientes progresistas del cine europeo, algo que consigue con éxito ofreciendo un resultado no exento de gracia y también glamour, aportado por la prometedora Marianne Benet y Teresa Gimpera en su mejor momento. Toda una boutade que respira el divertimiento de sus autores, el clima de broma privada en el que brillan los referentes cultos que debieron perlar las conversaciones de esos jóvenes artistas que tenían en Bocaccio su cuartel. De fondo aparecen ya algunas de las obsesiones de Gonzalo Suárez, su querencia por los mitos románticos, su indagación sobre la dialéctica entre el bien y el mal desde la perspectiva de lo maldito. Así, la tesis de fondo de la cinta (las víctimas son las que atraen a sus
verdugos) nos hace recordar la expresionista El asesino esperanza de las mujeres, pieza teatral que firmó Kokoshka y que fue convertida en ópera por Hindemith, una de las cimas del movimiento die brücke, la forma más radical y salvaje del expresionismo. Y todo ello hilvanado con una especie de humor que nace del extrañamiento.
Calificada en su momento de “Kafka mediterráneo”, “pesadilla en estado de vigilia” o incluso de “osadía, casi provocación, un atrevimiento”, lo que no se puede negar es que la película de Aranda se apoya en sistemas narrativos diferentes y posee un tono de pesadilla regado de una atractiva estética pop que le ha impedido envejecer, muy al contrario, sigue siendo una cinta de lo más moderno y sorprendente. No en vano el guion era de Aranda y Suárez y la película representa uno de los mejores y más sólidos ejemplos de lo que dio de sí la denominada Escuela de Barcelona. A partir de ahí Vicente Aranda iniciaría una carrera más convencional, aunque aún persistieran ramalazos de esta estética en La novia ensangrentada (1972), película realizada en pleno boom del cine de terror español, que tendría su apogeo y culmen durante esa década.

(Foto: Archivo Serendipia)
Y, precisamente, el cine de género no podía dejar escapar esta temática, abordándolo en tres ocasiones y de forma harto similar con El refugio del miedo, Último deseo y La casa. Tres producciones que se desarrollan, en su mayor parte, en un único escenario en el que los protagonistas holgazanearán, cometerán infidelidades, beberán como cosacos y lucharán por el liderazgo, conflictos que se desarrollarán con más o menos violencia. “Algo que quizás podría suceder mañana”

(Colección Serendipia)
La productora barcelonesa Profilmes, especializada en el cine de género (fantástico, terror, aventuras…), estrenó El refugio del miedo (José Ulloa, 1974), que se desarrolla en su mayor parte en el refugio del título, en el que los protagonistas se protegen de la radiación del exterior. La acción se sitúa en Estados Unidos, tal y como se esfuerzan de demostrarnos en los títulos de crédito mediante la técnica de rodar unas cuantas escenas allí o, directamente, sacarlas de archivo. La película cuenta nuevamente con Teresa Gimpera, en esta ocasión acompañada de su marido en la vida real, Craig Hill, Fernando Hilbeck, Patty Sheppard y Pedro Mari Sánchez, como hijo de la Gimpera. Rodada directamente en inglés, pues Profilmes tenía un buen mercado en Estados Unidos, la película cuenta con discretos desnudos de Patty Sheppard, actriz que por otra parte realiza el mejor y más intenso trabajo de los cinco protagonistas.
Con una intriga bien manejada y unos diálogos que no resultan sonrojantes, tan solo sabe mal que se desechen esos sonidos espectrales, como lamentos, que coge la emisora a modo de interferencia, lamentos a los que no se vuelve a hacer referencia antes de que comiencen a sucederse las muertes de los habitantes del refugio en extrañas circunstancias a la manera de los whodunit.
La casa (1976) de Angelino Fons parte, al parecer, de un guion que compró el productor a… Pedro Mari Sánchez. Y en vista de las similitudes existentes entre El refugio del miedo, en la que, no olvidemos, actúa Pedro Mari Sánchez y la cinta de Angelino Fons, no parece disparatado pensar que, de ser verdad, se trate de un desarrollo del guion de la anterior. En esta ocasión los habitantes (¿o mejor decimos tripulantes?) descubrirán que se encuentran en una nave espacial, con mobiliario futurista pero bastante estándar, aunque sin llegar a los recios muebles castellanos que pueden verse en El refugio del miedo.
Esta producción hispano-italiana, que se inicia con explosiones atómicas por obra y gracia de los efectos especiales de Emilio Ruiz, se ubica también en Estados Unidos, donde conoceremos a tres parejas que progresivamente descubrirán que se encuentran en un OVNI con aspecto de olla a presión y con comida para unos 40 días, al parecer un plazo razonable para volver a la Tierra si la radiación ha disminuido. Diálogos pretensiosos y supuestamente trascendentes a porrillo, crítica social, lucha por el liderazgo, ridícula lluvia de meteoritos y unas actrices como Helga Liné y Magda Konopka desaprovechadas, serán tan solo algunos de los detalles a destacar de este adorable delirio kitsch.

Colección Serendipia)
“Increíble el drama… y sin embargo cualquier día… aquí o más lejos”. Con esta confusa frase promocional nos adentramos en Último deseo (León Klimovsky, 1976), tercera muestra de Fantaterror hispano con la que conoceremos a varios ricos ociosos (médicos, empresarios, traficantes de drogas…), con mucho de secta o sociedad secreta de adoradores del divino Marqués, que se disponen a pasar un fin de semana en una mansión centroeuropea junto a un volquete de prostitutas compuesto por, entre otras, Julia Sali, Nadiuska y… ¡Teresa Gimpera!, capitaneadas por Maria Perschy como madame lesbiana y su sádico y homosexual secretario. Mucho vicio y depravación.
Pero la orgía no llega a comenzar pues en la bodega de la mansión, excavada bajo los cimientos de la casa “igual que hacen los chinos”, se produce un temblor. Más tarde averiguarán que también se ha producido un gran resplandor que ha dejado ciegos a todos los habitantes de la zona. La casa, pues, servirá de refugio hasta tener más datos de lo sucedido y ya allí comenzarán a producirse las habituales rencillas entre los habitantes. Todo ello en un guion que ha tomado elementos de Soy leyenda de Richard Matheson, El día de los trifidos de John Wyndham y de La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, George A. Romero, 1968), a lo que ha añadido algunos elementos de crítica social nivel párvulos.

(Archivo Serendipia)
Último deseo pretende venderse como filme erótico, ya no únicamente por su título, sino también por el póster, que explota la presencia de la diva Nadiuska. Algo, por cierto, absurdo, pues en la película apenas hay desnudos, y menos en la versión que pudo verse en los cines españoles. Algunas ediciones videográficas potenciaron aún más la vertiente erótica engañando al respetable con títulos como La mansión del deseo (Video Cine) o La mansión del deseo oscuro (Whisky Home Video), cuando sin lugar a duda resultaba más acertado el título que tenía durante el rodaje, Planeta ciego.
En todo caso, Último deseo tiene todo el encanto del cine de aquella época, con sus virtudes y defectos, que no hacen más que añadirle valor y encanto: todos los que han quedado ciegos por la explosión llevan gafas de sol y bastón (¿?) y muestran la proverbial mala leche que se les otorga, tradicionalmente, a los invidentes. A esos lugareños cegados por la explosión los vemos protagonizar una escena hilarante: todos se hallan reunidos en la iglesia del pueblo dando vueltas cual musulmanes en La Meca, blandiendo sus bastones y dándose trompazos dignos de un tebeo de Bruguera, a buen seguro no era intención de los autores mover a risa al público, pero, sea como sea, logran que se nos quede marcada a fuego en la retina.
La película contó con aportación norteamericana, concretamente de Sean S. Cunningham Films, la compañía que llenó los cines y video clubs de medio mundo Viernes 13, House y sus secuelas y remakes, además de producir La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, 1972-2009). En Estados Unidos se estrenó como The People Who Own the Dark y fue distribuida por Cinematic Realeasing Corporation, responsables de poner en los cines la infausta Last House on Dead End Street (Roger Watkins, 1977). De todos los títulos que hemos comentado hasta ahora, y también de los que quedan por comentar, este es el único que cuenta con edición digital, aunque tan solo ha sido publicada en Estados Unidos.
“Esta historia no es de ciencia ficción, es de ciencia angustia” Sin lugar a duda una frase antológica para promocionar el siguiente filme apocalíptico que dio la cinematografía española. Más allá del fin del mundo (Espectro), película dirigida por Manuel Esteba entre rodajes con los Hermanos Calatrava y películas clasificadas ‘S’, se contagia del mal hacer del director. Y es que, sí amigos, Esteba es el culpable de El E.T.E y el Oto (1983) y de otras lindezas, entre las que destaca, como una rara avis a recuperar, Viciosas al desnudo (1980).
Pero vayamos con el filme que nos atañe, Más allá del fin del mundo inicia su acción en mayo de 1989 y narra como dos hermanos, Antón (Eduardo Fajardo) y Daniel (Daniel Martín) bajan a una sima para batir el récord de permanencia. Tras tres meses, durante los cuales averiguaremos que Antón, el mayor, odia a Daniel a causa de unos terribles celos, volverán a subir a superficie averiguando que todo está desierto. Cuando lleguen a la ciudad verán que nunca anochece y que todos están muertos y con los ojos en blanco. Así que la participación de actores de la talla de Julián Ugarte y Víctor Israel se limitará a unos pocos planos iniciales antes de ponerles las lentillas. Los hermanos, presos de un ataque agudo de verborrea pseudo científica, dirán un buen puñado de barbaridades ininteligibles con las que explicar el extraño fenómeno que ha sucedido, hasta que se encuentren con Mary Ionesco (Inka María), una científica que resultará ser, ¡ejem! la avanzadilla de unos extraterrestres que buscan un planeta que poblar. La científica tiene un perro (que la protege de los avances de los cada vez más calientes hermanos) y dos monos, que luego sabremos para qué están ahí. Todo contado con enorme torpeza por un Esteba que no se preocupa demasiado en mover la cámara, consiguiendo unos resultados que, precisamente, no son los mismos que obtiene Haneke. Cada vez que un personaje tropieza, descubre algo. Cuando cae, encuentra un libro y este se abre por un pasaje que hace referencia a la historia que estamos viendo. La luz viene y va. Y en una de estas se enchufa un magnetófono que explica, precisamente, algo sobre la historia que se está desarrollando. Todo muy burdo.
El único escenario decente que consigue perfilar el director es el del lugar donde vive la profesora Mary Ionesco, interpretada (es un decir) por una señora con aspecto de vedette de verbena (con posible sorpresa) y que cuenta con una breve filmografía que comprende títulos como Haz la loca… no la guerra (José Truchado, 1976) y La isla de las vírgenes ardientes (Miguel I. Bonns, 1977). Así que mal vamos si la Tierra deber ser repoblada por esta señora y los dos hermanos, que, en lugar de ponerse de acuerdo, se pelearán por los favores de la dama. Al final todos morirán y tan solo quedarán vivos los dos chimpancés, que ya les dijimos que estaban ahí para algo ¿El resultado de todo esto? Un desenlace totalmente opaco al que la falta de presupuesto posiblemente impidió el uso de efectos especiales, pero es el nulo ingenio del artífice el que convierte el final en un jeroglífico de planos cortos cuyo significado es imposible descifrar, sobre todo cuando la trama no permite presumir la dirección del relato. Para más INRI el filme fue presentado en el Festival de Sitges de 1977 y obtuvo una Mención Especial del jurado de ese año, presidido por Dario Argento, “por lo que significa el contenido espiritual de la esperanza de una nueva vida”. Ahí queda eso.
Como vamos viendo, progresivamente la calidad de las películas va descendiendo y llega a su sima más profunda con Animales racionales (1983) de Eligio Herrera. Toda una bomba como colofón a este listado ibérico-apocalíptico. La guinda perfecta para semejante pastel.
“…Porque todo final, es el comienzo de un principio” De nuevo explosiones atómicas, paisaje desolado y tres personajes jóvenes. Dos que parecen salidos de un cóctel de lujo y uno rockero de barrio. Los dos elegantes son hermanos, pero los convencionalismos sociales quedan de lado ante la lucha por la supervivencia. Y la lucha por ser el macho alfa será encarnizada entre el hermano, el proletario y… un perro que aparecerá por allí. El que provea alimento tendrá derecho a ser pagado con las atenciones de la hembra. El que traiga la presa más grande o sabrosa, tendrá derecho a sexo. Incluido el perro. Seremos testigos del nacimiento del oficio más antiguo del mundo. Y del segundo, el de macarra.
Una de las denominadas, por algunos, películas de culto en la que los buenos son rubios y con clase, mientras que el papel de villano será adjudicado al proletario, moreno y con bigote. Todo ello en una narración muy surrealista. En la que nadie habla, así el espectador se ahorra unos diálogos que podrían estar a la altura de la película. Al menos esta metáfora, no sabemos muy bien de qué, pero importante metáfora, está muy bien rodada. Resulta un pelín pedante y tiene espíritu trasgresor al incluir incesto, zoofilia y unas gotas de homosexualidad.
Rodada en Lanzarote y Las Palmas, algo que salta a la vista, la banda sonora está compuesta por una selección de temas pertenecientes al catálogo de Harmony Ed. Musicales.
¿Los protagonistas? Geir Indvard y Carole Kirkham, que encarnan a los hermanos, participaron en Jane, mi pequeña salvaje (1982), la otra película del director de Animales racionales, también rodada en Lanzarote. Carole puede presumir de haber tomado parte en perlas del calado de Yo amo a Hitler (Ismael González, 1984) uno de los higos chumbos del cine español. Por su parte José Yepes tiene una extensa filmografía a sus espaldas, la mayoría compuesta por pequeños papeles, de entre los que posiblemente Animales racionales sea su película más importante.

Como hemos visto, el cine español se ha aproximado a la temática apocalíptica adaptándose en todo momento a la corriente imperante. Y si bien son pocos los largometrajes que han abordado el tema, estos resultan muy representativos de cada época, ya sea del cine español de los cincuenta; como de las corrientes experimentales de los sesenta; el cine de género de los setenta; o de, finalmente y en este caso, nuevos discursos cinematográficos con cierto aire exploitation, de los ochenta.
Carlos y Montse (Proyecto Naschy
Tomás Aznar, una rara avis del cine español
Tomás Aznar ha dejado una huella y un legado poco profundos en la historia del cine Español. Tan poco que escasea la información sobre el realizador, nacido en Valencia recién estallada la Guerra Civil y fallecido sesenta años después. Tan solo dirigió cinco películas. E incluso podrían ser cuatro, pues los datos sobre una de ellas no están nada claros y se atribuye, según la fuente, a un director galo. Con una carrera que se inició por todo lo alto con una película de éxito comercial, es recordado hoy por los aficionados al cine de terror de todo el mundo por Más allá del terror, una cinta alimenticia y de bajo presupuesto protagonizada por actores desconocidos que, 40 años después cuenta con una cuidada edición remasterizada realizada en Estados Unidos.
Tomás Aznar, nacido en 1936, pronto demuestra una sensibilidad artística que le lleva a matricularse en Bellas Artes, carrera que no finaliza y que abandona para iniciar sus estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía. Allí realiza sus primeros pinitos en el cine participando como actor en algunos cortometrajes de sus compañeros, producidos por la Escuela Oficial de Cinematografía a modo de prácticas: Los delatores (Mario Gómez Martin, 1964), La soga cortada (Luis F. Vasconcelos, 1964), La función (César Santos Fontela, 1964) el, a priori, más ambicioso, El Jarama (Julián Marcos, 1965), basado en la obra de Sánchez Ferlosio. Pequeñas historias realizadas por directores que tuvieron aún peor suerte que Aznar: de entre ellos podemos destacar a Mario Gómez Martin, que si bien no llegó a dirigir largometrajes, sí rodó más cortos, entre ellos el muy interesante Soy leyenda (1967), basado en el texto de Richard Matheson. En cuanto a Julián Marcos, que cuenta tan sólo con un tardío largometraje, inició sus prácticas con el sugestivo Día de muertos (1960), documental firmado junto a Joaquím Jordà, y en 1968 dirigió El libro de buen amor con José Antonio Páramo, realizador, este, que desarrolló su carrera en televisión con memorables espacios, como la serie El quinto jinete (1975-76). Esta adaptación del texto del Arcipreste de Hita, (en otras fuentes se especifica que es un documental) de 22 minutos de duración, contó con la participación de Asunción Balaguer, Paco Rabal y Fernando Rey como protagonistas. Lamentablemente poco más puede decirse de estas obras en pequeño formato al estar, en su extensa mayoría y en el mejor de los casos, archivadas en filmotecas.

Los protagonistas de ‘El desastre de Annual’ Tomás Aznar es el primero de la izquierda y el tercero Ricardo Franco (Web Pere Portabella)
Tomás Aznar fue también uno de los protagonistas del largometraje El desastre de Annual (1970), film rodado en 16 milímetros en blanco y negro con el que debutó Ricardo Franco. Prohibido por censura, fue tachado de subversivo al hacer referencia, de manera irreverente, a la mayor derrota del ejército español del siglo XX. Exhibida en cineclubes y colegios mayores llegó al festival de Benalmádena de 1971, donde obtuvo el Premio de la Federación Napolitana de Cineclubes, entelequia «inventada sobre la marcha», según un asistente anónimo. Un italiano que estaba en el festival le entregó el presunto premio a Franco, y éste lo celebró alzando el puño, lo que ocasionó la subsiguiente trifulca y redada de la guardia civil que terminó con Ricardo Franco y otros antifranquistas (Luis Eduardo Aute, Vicente Molina Foix y Víctor Erice, entre otros), en el calabozo. Como cuenta el escritor Javier Marías, coguionista del film, la intención era irreverente, más que subversiva, «Contra el ejército, contra la Historia de España, todo dentro de un tono de farsa”. Entre los créditos del filme sobresalen, además de los nombrados, los de Pere Portabella o Emilio Martínez Lázaro en la producción. Visto lo cual, es posible que Tomás Aznar formara parte de la izquierda antifranquista, pero esto, como casi todo lo referente al director, forma parte de suposiciones.
Tomás Aznar realiza diversos trabajos publicitarios y debuta, según señala el solvente Javier G. Romero[1], con los cortometrajes La corrida (1970) y Viajeros estables (1970), a los que otras filmografías suman La Albufera (1970). Más conocidos fueron Las sepulcrales (1970), corto de 12 minutos de duración basado en un lúgubre cuento de Guy de Maupassant cuya acción transcurre, en su mayor parte, en un cementerio, y dos documentales, también en pequeño formato, Concierto en llamas (1971), sobre la figura del compositor Manuel de Falla y Una estoreta velleta (1972), entorno a una tradición valenciana que se celebra durante Las Fallas y que se expone en los 14 minutos de duración de este cortometraje. En alguna de estas cintas colaboró en el guion Juan Piquer Simón, futuro director y productor al que Aznar había conocido en la facultad de Bellas Artes y con el que estuvo a punto de debutar también en el largo poco antes, pues ellos dos, junto a Víctor Erice y el chileno Patricio Guzmán (otras fuentes ponen a Paco Montoliu), planearon realizar un film de episodios basados en obras de Gustavo Adolfo Bécquer, Historias de amor y muerte. Según Piquer Simón[2], “El primer episodio, el mío, era El monte de las ánimas. Tomás Aznar dirigiría El beso”. Un interesante proyecto de fantástico autóctono que por razones administrativas no llegó a buen puerto, pero que no enturbió la excelente relación entre Piquer Simón y Tomás Aznar, que prosiguió y, como veremos, se prolongó en futuros proyectos. Es en esta época cuando Aznar funda su propia productora, CineVisión, sello con el que produce, al menos, los tres últimos cortometrajes nombrados y parte de su filmografía posterior.
El 23 de abril de 1974 y dentro de la serie Los libros, se emitió por TVE una competente adaptación de Manuel Criado del Val y Jesús Fernández Santos de El libro de buen amor, dirigida por Santos. Y al año siguiente llegaba a los cines españoles la película de igual título con la que debutaba en el largometraje Tomás Aznar.
El libro de buen amor, obra maestra de la literatura castellana de la Edad Media escrita por el Arcipreste de Hita, ya señalaba en su texto que se trataba de una obra abierta a “añadir y enmendar si quisiere” el escrito por cualquier futuro poeta que lo deseara. Así que, al no haber ningún autor que corrigiera o ampliara el universo del Arcipreste, tuvo que ser, primero la televisión y poco después el cine, y no la literatura, los que, en forma de guion, acometieran la labor. Aunque existe una versión en Biblioteca Nacional fechada en 1972 y firmada por Tomás Aznar en solitario, el guion con el cual se rodó el largometraje está escrito por Tomás Aznar, Rubén Caba y Julián Marcos. Un guion que dio como resultado un film muy de su época pues, si por un lado a mediados de los años setenta, tanto la televisión como el cine buscaban inspiración en los clásicos; también, la picaresca del texto estaba abierta a incluir las gotas de erotismo necesarias en aquellos momentos de -tímido- destape. No en vano, uno de los más importantes cambios que incluye la adaptación cinematográfica de la obra es que, a diferencia del original, ‘Buen amor’ no se refiere al amor de Dios, sino al amor de las mujeres hacia el protagonista, que en la película no es arcipreste, sino simplemente amante y poeta. También Aznar utilizaría episodios y desecharía otros, cambiándolos de orden para crear una historia lineal.
Esta tendencia a recuperar textos eróticos y galantes del pasado se había iniciado en Italia con la adaptación de Petronio que realizó Fellini, Fellini – Satiricón (Fellini – Satyricon, 1969) y, sobre todo Pasolini con El Decamerón (Il Decameron) de Boccaccio. Luego surgieron mil y una imitaciones de estos clásicos. A pesar de que, paradójicamente, estas películas llegarían con años de retraso a nuestras pantallas, ya en la promoción del film se tuvo claro la conexión de El libro de buen amor con otros clásicos europeos: “En Italia: El Decamerón – En Inglaterra: Los cuentos de Canterbury – En España: El libro de buen amor. Comparable al Decamerón por su originalidad, por su poesía y por… todo lo demás”.
El film de Aznar, que produjo con su compañía Cinevisión, narra las peripecias y lances amorosos de Don Juan Ruiz (Patxi Andión), caballero que recorre diferentes lugares acompañado, primero, de un (in)fiel sirviente y, más tarde, de la sabia Trotaconventos (Josita Hernán), que ejercerá de consejera y celestina del joven. Amor y desamor, comedia y drama, la acción está bien narrada y bellamente fotografiada en escogidos escenarios naturales y de época (no en vano estuvieron a cargo de los prestigiosos Hans Burmann y Gerardo Moschioni). La película avanza dramáticamente hasta su abrupto fin, que ahora se diría abierto a una secuela. Un notable film de debut que cuenta con buenos medios de producción y un reparto que incluye a actrices del cine pretérito, como la gran Josita Hernán, una de las estrellas de Cifesa, aquella productora valenciana estandarte del franquismo que se anunciaba como “La antorcha de los éxitos”, que se despide del cine con este papel; así como también del cine libertino que estaba por llegar con actrices como Blanca Estrada, Susana Estrada o Mónica Randall; y finalmente del que ocuparía su lugar en los ochenta, representado por Pilar Bardem.
A pesar de lo que suele pensarse, y lo que es peor, escribirse, delatando que el que lo hace no ha visto el film, la película de Aznar no incluye numerosos desnudos, factor este que quizás pueda deberse a la acción de la censura. En todo caso, los que hay están más que justificados y repartidos, con Patxi Andión mostrando posiblemente más epidermis que las actrices. El actor, que recibió desiguales críticas, compuso e interpretó, además, las canciones de la banda sonora, inspiradas en los madrigales medievales, y que fueron editadas más tarde en disco.
La película se presentó en la XX Semana Internacional de Cine de Valladolid en abril de 1975, un certamen en el que la gran triunfadora fue La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971) de Kubrick, que se ofrecía por primera vez en nuestro país a modo de retrospectiva. En cuanto a El libro de buen amor, para Manuel Alcalá, enviado especial del ABC al festival, la película “ha fracasado, a pesar de aciertos individuales, no sólo por la dificultad del tema, sino además, por la incompetencia del director. La exhibición, que además tenía algunas secuencias de mal gusto, fue abundantemente pateada”[3]. Mejor fue el recibimiento por parte de la crítica y el público cuando se estrenó, pero a pesar del buen recibimiento, durante su estreno arrastró la mala fama que trajo de Valladolid. Así, Pilar Trenas recogía el ambiente posterior a la première y, tras destacar la “generosa muestra de anatomía” que lució Mabel Escaño, señaló cómo el nervioso director anunció lo avanzados que estaban los preparativos para la segunda parte del filme: “Tras la visión del filme, todos los presentes coincidían en que había sido una pena retirar

Fotograma de ‘El libro de buen amor (Archivo Serendipia)
de cartel una de las películas más dignas y mejor hechas del cine español, ‘Hay que matar a B’, para sustituirla por algo tan malogrado como ‘El libro de buen amor’. Se comentaban las exhibiciones anatómicas de Patxi Andión en compensación a su poca eficacia como actor y cantante en esta película. De Blanca Estrada solo se salvaba su rostro angelical, ya que se hablaba de su nulidad como actriz y del desafortunado tipo con que le había retratado la muy regular cámara de Burman”[4]. Anunciada como “la película española más aperturista del momento”, Ángeles Maso, a quien no terminó la película de convencer, aplaude la interpretación de Josita Hernán y la audacia de su novel realizador, a la vez que indica que “Para seguir a Pasolini le hace falta a Aznar bastante más experiencia y mucha más apertura”, a pesar de lo que, añade: “en cuanto a erotismo lo que se ve es más de lo que se ha visto hasta ahora. Por lo pronto la señora de Pitas Payas enseña lo suficiente para que el público confunda aperturismo con exhibicionismo”[5]. Mejor recibida fue por el crítico del ABC, que, aunque la suspende como
adaptación del clásico literario, resalta “La belleza plástica, muchas veces notable; la fotografía, nítida, profunda, con acertada valoración colorista” del film, así como el buen hacer de su protagonista, insinuando, de paso, la posible acción de la censura: “Patxi Andión es gallardo, da bien, canta poco, pero con buen aire, y si no tiene nada que ver con el auténtico personaje, que en Juan Ruiz se queda y a arcipreste no llega, no es culpa suya. Quizá ni tan siquiera de Tomás Aznar”, concluyendo que El libro de buen amor “es trabajo digno, decoroso, grato de contemplar”[6].
Dado el éxito que El libro de buen amor obtuvo en los cines, donde fue distribuida por Almena Films, S.A., la productora de su amigo Piquer Simón, extraña que Aznar no fuera el elegido para dirigir su continuación, El libro de buen amor II (1976), y más teniendo en cuenta que la adaptación también fue firmada por Aznar, pero así fue y la secuela, muy inferior en cuanto a resultado y rendimiento, fue dirigida por el catalán Jaime Bayarri, y protagonizada por el divo de la época Manolo Otero, en sustitución de Patxi Andión, y un buen grupo de señoras estupendas entre las cuales destacan Esperanza Roy, Sandra Mozarowsky, Isabel Mestres y Carmen Maura, que ya formaba parte del reparto en la adaptación televisiva.
Quizás buscando prolongar el éxito de su ópera prima, Tomás Aznar se embarca en una nueva adaptación literaria con Viva muera Don Juan Tenorio (1977), y en la que, como en aquella, recurre a la

Guion original de ‘Viva-muera Don Juan Tenorio’
participación de populares cantantes/actores, en este caso Lorenzo Santamaría como protagonista y una jovencísima Ángela Molina de 21 años como Doña Inés, además de Carmen Carrión y Massiel, dando como resultado otra esmerada producción, con un aceptable y cuidado nivel de producción y localizaciones, pero sin llegar a la altura de El libro de buen amor.
Su argumento es harto conocido: lances amorosos, traiciones, aventuras y, acechando al fondo, el temible Santo Oficio. No tuvo el éxito y reconocimiento que hubiera merecido y representó la salida de Tomás Aznar de una prometedora posición en el cine español, así como el inicio de su (teórico) descenso a los infiernos pues, los siguientes guiones que escribe, Burlesque, junto a José Gabriel Ruiz Fuentes en 1977 o Adagio para una estrella, escrito en solitario al año siguiente, no se rodarán. Su productora, Cinevisión, se une a Almena Films para producir Escalofrío (1978), la segunda película de Carlos Puerto y otras producciones de aventuras dirigidas por Piquer Simón.

Fotograma de ‘Viva-muera Don Juan Tenorio’
Y llegamos a Más allá del terror.
En 1980 el cine de género español y especialmente el de terror no vivían su mejor momento. Tras unos años sesenta prolijos en coproducciones con Italia o Alemania que llevaron a los cines de todo el mundo películas protagonizadas por agentes secretos de saldo y vaqueros cabalgando por Almería; y unos años setenta durante los cuales hicieron lo propio con un eficaz cine de terror poblado de hombres lobo, vampiros y espectros resucitados, llegó la crisis. Ese cine pasó de moda. Dejó de dar beneficios en los mercados externos y se dejó de hacer. También llegó la Transición, y con la supresión de la censura, el españolito quiso ver todo el erotismo que se le había negado durante el franquismo.
Para intentar poner algo de orden y que no se desmadrara mucho la cosa, pues el desnudo se incluía, justificado o no, a modo de reclamo en casi todas las películas, se creó a finales de 1977 la clasificación ‘S’, que advertía al espectador que la película que se disponía a ver «por su temática, imágenes y contenido, puede herir la sensibilidad del espectador». Ya fuera por abordar temática de corte político que se estimara delicada, o escenas de violencia y sexo.
Así, lo directores que antaño se especializaron en género, pasaron a realizar incursiones en el cine erótico, como es el caso de Amando de Ossorio (Pasión prohibida), Miguel Iglesias Bonns (Violación inconfesable) o, el que más incidió en ello, Carlos Aured (Apocalipsis sexual, El fontanero, su mujer, y otras cosas de meter…). Paul Naschy fue navegando dentro del género terrorífico, con algunas paradas en el cine político, el thriller e incluso la comedia, añadiendo, eso sí, las prescriptivas dosis de erotismo, lo cual le supuso alguna calificación ‘S’ (El caminante). Así que durante la segunda parte de los setenta y primera de los ochenta, prácticamente el cine de terror desapareció, quedando por el camino algunas obras difuminadas, la mayoría de bajo nivel, manteniéndose en el fantástico, además de Jacinto Molina, unos pocos directores independientes como Juan Piquer Simón y Sebastià D’Arbó, que desarrollaron su carrera durante esos años. Más allá de la muerte forma parte de ese grupo de islas dispersas en el que también están títulos como la nombrada Escalofrío (1978) de Carlos Puerto, Sexo sangriento (1981) de Manuel Esteba o Secta siniestra (1982) de Iquino. Películas de muy bajo presupuesto en las que el sexo también campaba a sus anchas tras desaparecer el corsé de la censura.
Algunas de estas películas se han convertido, pasados los años, en obras de culto. O, si no tanto, en piezas para coleccionistas completistas, tanto es así que Escalofrío, Secta siniestra y Más allá del terror cuentan con lujosas ediciones realizadas en Estados Unidos o Alemania, donde gozan de gran prestigio entre los aficionados más especializados.
Más allá del terror, al igual que el film de Carlos Puerto, fueron producidas por Cinevisión y Almena Films y coescritas entre el director correspondiente y el propio Piquer Simón que, al contrario que en Escalofrío, en la película de Aznar intervino “bastante poco: aporté alguna localización, controlé el título, el cartel, revisé el guion por encima y para de contar”[7]. En cuanto a localización, el film se rodó a caballo entre el antiguo poblado del oeste de Daganzo, creado por Philip Yordan en las cercanías de Madrid y que había adquirido poco antes, y los Estudios que poseía en la calle Pradillo. Piquer la coescribe firmándola con su seudónimo, Alfredo Casado, el mismo con el que figura como productor ejecutivo, y diseña el póster, que al igual que haría con el de Mil gritos tiene la noche, copiaría de un autor ajeno y conectado con el mundo del cómic: si en Mil gritos tiene la noche utilizó (sin acreditarlo) el trabajo de Mike Kaluta para The Shadow[8]; en el de Más allá del terror fusiló sin piedad la magnífica ilustración de Frank Frazetta para el número 11 de Vampirella (mayo 1971, Warren, USA)[9].
Original de la obra de Frank Frazetta utilizada como portada de Vampirella número 11
COPIANDO, QUE ES GERUNDIO…
Vayamos, pero, a la película en sí, con cuya sinopsis fantasea la guía original: “Más allá del terror es la historia de un grupo de jóvenes drogadictos y violentos en un mundo de crueldad y destrucción. Tienen los principales atributos humanos: amor a la agresión, al lenguaje, a la belleza. Pero no han entendido aún la verdadera importancia de la libertad, la que disfrutan del modo más sangriento… Es, en primera estancia, la tragedia de una locura, pero de una locura colectiva que va cubriéndose obsesivamente de estructuras dobles, paralelas y subyacentes hasta arribar a un plano alambicado en que la ficción y lo real intercambian sus posibilidades para descubrirnos un mundo alucinante en el que el más allá se adueña del presente y el presente se transforma en una enfermedad carcomática de seres desechados…Algo tenebroso que podría situarse en el corazón de la región onírica y esotérica del mundo… del terror”.
Leyendo semejante sinopsis, se diría que el drogado fue el encargado de redactarla. La película, como ya hemos dicho, escrita por Aznar con la colaboración de Miguel Lizondo y Alfredo Casado (Piquer Simón), mezcla el, por entonces en boga, cine quinqui con el terror, añadiendo de paso unas gotas de sexo. Una mezcla genérica que resulta, cuanto menos, sorprendente pero cuyo resultado, más que emparentar el film con los de De la Loma o Eloy de la Iglesia, se encuentra mucho más cerca del Iquino de Los violadores del amanecer (1978), de Los violadores (1981) de Paul Grau e incluso, salvando las distancias, de Coto de Caza (1983) de Jordi Grau.

Raquel Rodríguez y Alexia Loreto en ‘Más allá del terror’
La película, que se comenzó a rodar en marzo de 1980 y se estrenó el 14 de julio, sigue a cuatro amigos Lola (Raquel Ramírez), su hermano Nico (Emilio Siegrist), Chema (Francisco Sánchez Grajera) y Jazz (Martin Kordas), que no se detienen ante nada para conseguir dinero, el cual gastan en droga. Mientras roban en una cafetería son descubiertos por la policía y no dudan en masacrar a todos los clientes, trabajadores y agentes, además de al propio Jazz, que ha sido herido y al que rematan. Faltos totalmente de escrúpulos, como vemos, secuestrarán a una pareja “para cubrir las apariencias”, Linda y Jorge (Alexia Loreto y Antonio Jabalera), que resultarán ser igual o peor que los delincuentes. Prenderán fuego tras entrar y robar en una casa, quemando vivos a sus habitantes, una anciana (Andreé Van de Woestyne) y un niño (David Forrest), que vivían junto a un perro (interpretado por Sultán). Una casa que tiene una extraña decoración en sus paredes. Mientras muere, la anciana realiza una invocación y comenzarán a suceder extraños sucesos, que se intensificarán cuando el grupo se refugie en una antigua iglesia abandonada: música misteriosa, muerte y unos espectros que cobrarán vida en una pesadilla durante la cual serán visitados por el niño, su perro y la vieja dama.
Gotas de gore, mucha violencia y una escena, no demasiado gráfica, de sexo, a lo que se suman muchos elementos blasfemos e incluso incestuosos, hicieron merecedor al film de la clasificación ‘S’. Correctamente rodada, con decorados construidos en los Estudios California y exteriores localizados en Madrid, Alpedrete, Daganzo y Segovia, concretamente en Fuentes de Carbonero, un pueblo deshabitado donde se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. El templo semiderruido con la casona cercana[10] llega a ser un protagonista más en la trama, rodeado de una fantasmal niebla que le otorga un aspecto de portal a otra dimensión. El interior de la iglesia supone para los protagonistas un espacio que, al igual que sucedía con los de Escalofrío, no parecen poder abandonar. Algo que se ajusta bien al reducido presupuesto de ambas cintas.

Alexia Loreto se enfrenta a sus fantasmas en ‘Más allá del terror’
Lo cierto es que, vista ahora y en buenas condiciones, la película resulta simpática y entretenida. Un producto que ha valido la pena recuperar. Con buenas localizaciones y una atmósfera extraña que consigue que el espectador no se fije demasiado en los enormes agujeros de guion y en la alarmante economía de medios reinante. También consigue hacernos sonreír con sus diálogos y expresiones de argot, muy de su época.
A los actores, auténticos desconocidos, se les suele defenestrar sin piedad. Pero disfrazarse de lo que se entiende como quinqui y competir con los protagonistas de Perros callejeros o Deprisa, deprisa e intentar trasmitir credibilidad con semejantes diálogos es, cuanto menos, imposible. Alexia Loreto, que interpreta a Linda, es la que tuvo una carrera más prolongada en el cine, pues cubrió los años ochenta participando en todo tipo de género: terror (El carnaval de las bestias, El retorno del hombre lobo, ambas de y con Paul Naschy); acción (la inenarrable Matad al buitre); comedia (J.R. Contraataca, Brujas mágicas, El liguero mágico, El hijo del cura…); musical (La comedia musical, en TVE) hasta que, por las circunstancias que fueran, abandonó el cine. En Más allá del terror su papel cumplimentará la tasa, por entonces casi obligada, de desnudo. Antonio Jabalera, interpreta al amante de Linda y al contrario que la actriz, desarrolló su carrera durante los años setenta, principalmente en televisión, culminándola con su labor en esta película. Por la parte “quinqui” el promedio no es mucho mejor: Francisco Sánchez Grajera, que interpreta al cabecilla de la banda de malhechores, es titulado en Arte Dramático por el Instituto del Teatro de Barcelona y daba el tipo para esta clase de personaje, por eso ya venía dehaber participado en La patria del rata (Francisco Lara Polop, 1981) cinta que se enmarca también dentro del cine quinqui. Haría poco más en el cine, pero mucho menos haría su compañera en la banda, Lola, (Raquel Ramírez), que tan solo participó en esta película. Como se intuye la actriz procede de otro mundo interpretativo, algo que confirma Grajera, “era una extraordinaria artista, que era bailarina, cantante de jazz y de lo que le pusieras. Era una persona que me interesaba muchísimo, porque era muy inteligente. Estuvo en The Rocky Horror Show, en Jesucristo Superstar, y en otros muchos musicales, y actuaba en boites y discotecas en las que había espacio para la canción de mayor calidad. Yo la respetaba y la quería mucho”[11]. Emilio Siegrist, por su parte, debutó en la excelente Los claros motivos del deseo (Miguel Picazo, 1976), tras lo cual estuvo realizando pequeño papeles en todo tipo de producciones durante sus 20 años de carrera cinematográfica.

A pesar de que Piquer Simón siempre declaró estar satisfecho con la recaudación obtenida con Más allá del terror, la -por otro escasamente fiable- web del Ministerio de Cultura declara un monto de 461.196, 41 pesetas de recaudación en taquilla, con 532.250 espectadores. Algo que no parece demasiado, teniendo en cuenta que costó unos 20 millones de pesetas (120.000€ aprox.). Así que quizás las ganancias a las que se refiera Piquer Simón sean las obtenidas en el mercado doméstico y exterior. No en vano aseguró a la prensa que la película estaba vendida antes del rodaje a Estados Unidos[12], Inglaterra e Italia.
También recibe fuertes pullazos por parte de la escasa crítica que se digna a hablar de ella: “Difícilmente pueden darse, en una película, tantas torpezas y tantas pruebas de ignorancia y tantas ocasiones de ejercitar la vergüenza ajena como se dan en ‘Más allá del terror’” escribía Pedro Crespo en ABC[13]. “El empeño -marcado con la denigrante ‘S’-“, prosigue Crespo, “no pasa de ser un ‘producto’ que, con mayor profesionalidad, alcanzaría la poco deseable calificación de ‘porno-terrorífico-blasfematorio’, y que se queda, simplemente en una colección de groserías, truculencias y trucos fallidos realmente lamentables”. Tras este tropiezo en carteleras, la carrera de Aznar ya fue en caída libre.
C’est facile et ça peut rapporter… 20 ans, conocida por estos lares como Un gendarme en Benidorm, es una extraña comedia que según donde se consulte, se acredita diferente director y nacionalidad. Parece más que claro que se trata de una producción enteramente francesa, pues tanto las productoras, como el equipo técnico, sus protagonistas y la mayor parte de los secundarios lo son. Pero al estar rodada en Villajoyosa (Alicante) -que no en Benidorm- y contar con algunos nombres españoles en su reparto, se ha tendido a considerar, en nuestra opinión, erróneamente, española. También se atribuye alegremente a Tomás Aznar, pero estamos convencidos de que no fue así. Jean Luret, tanto su director, de prolongada trayectoria en el porno galo, como los protagonistas, son cómicos totalmente desconocidos en nuestro país, así que nos cuesta pensar, a pesar de estar incluida en el inventario de la web del Ministerio de Cultura, que se trate de una película española e incluso de una coproducción (se llega a decir que es coproducción entre España-Francia y Canadá). La película cuenta con la participación de Rafael Alonso (Alonzo en los títulos) totalmente doblado con una voz grave; Ricardo Merino (Melino en créditos); Emilio Linder, como ligón de playa; y Rafael Hernández. También se especifica en diversas fuentes la participación de Carla Antonelli, pero ni está ni se la espera… Es posible que en nuestro país fuera editada en formato video, y de ahí su título español, pero no hay constancia de que se estrenara en cines.
A pesar de que este engendro no sea atribuible a Aznar, sí que lo es su última película, Playboy en paro (1984),
producida por José Frade con guion del prolífico Juan José Alonso Millán, responsable de los guiones de memorables comedias, aunque, en este caso, no se encontrara en estado de gracia. Playboy en paro es un encargo alimenticio que Tomás Aznar acomete como mejor puede. Una comedia de la época a remolque de los grandes éxitos de Mariano Ozores, pero sin llegar a su solvencia. A pesar de contar con la presencia de un Andrés Pajares, que acababa de terminar su colaboración con Fernando Esteso, y una poco inspirada Silvia Tortosa como protagonistas; además de los siempre eficaces veteranos José Sazatornil ‘Saza’, Gracita Morales y José Luis López Vázquez, a los que da bastante grima vez en este subproducto; y a los que se suman los jóvenes talentos de Azucena Hernández y Alejandra Grepi. También, a modo de curiosidad, puede verse a José Luis Ayestarán (Supersonic Man, Tarzán…) luciendo palmito. Chascarrillos políticos muy de su época y hoy totalmente desfasados, equívocos y saltos de cama en cama en una forma de entender la comedia que comenzaba a agonizar.
Tomás Aznar falleció en Madrid en 1996 dejando un reducido legado fílmico, y si hoy es recordado, no es por el éxito de la hoy olvidada El libro de buen amor (casi 2 millones y medio de espectadores), sino por Más allá del terror (que llevó al cine en su momento a tan sólo medio millón de almas), film que primero se convirtió en pieza de culto entre buscadores de rarezas, especialmente tras su edición en VHS y que, rescatada por los norteamericanos tras su paso por sus cines y videoclubs, ha sido restaurada en 4K por el sello especializado Cauldron, que la ha puesto (dignificada) a disposición del aficionado con una insuperable edición en blu-ray.
Carlos Benítez (Artículo publicado previamente en el fanzine ‘El Buque Maldito’)
NOTAS
[1] Cuyo artículo ‘Juan Piquer Simón. Arte y negocio de la fantasía’ incluido en la primera edición del libro Juan Piquer Simón, mago de la serie B, (Museo Fantástico, 2011), en el que también tuvimos ocasión de participar, ha sido de estimable ayuda.
[2] En “El reencuentro con la niñez. Entrevista a Juan Piquer Simón” realizada por Miguel Ángel Plana e incluida en Juan Piquer Simón, mago de la serie B (Museo Fantástico, 2011) y previamente en el fanzine Flash-Back número 3 (otoño 1994).
[3] ALCALÁ, M. “Gran éxito de la sección informativa y cultural”. ABC (Edición Andalucía) del jueves, 24 de abril de 1975, pág. 67.
[4] TRENAS, P. “El libro de buen amor, un estreno poco feliz”. Blanco y negro, 16 de agosto de 1975, pág. 83.
[5] MASO, A. “El libro de buen amor”. La Vanguardia, miércoles 18 de junio de 1975, pág. 61.
[6] LÓPEZ SANCHO, L. “El libro de buen amor, loable ensayo en un gran camino para el cine español”. ABC, miércoles 6 de agosto de 1975, pág. 39.
[7] VALENCIA, M. “Entrevista. El cine de género desde la trinchera”. Cine fantástico y de terror español. Donostia Kultura, 1999, pág. 430
[8] Concretamente The Shadow – The Master of Men (1976)
[9] Pintura mítica que también se plagió y utilizó, sin ningún tipo de reparo, para el póster de The Witch Who Came from the Sea (Matt Cimber, 1976).
[10] Recientemente el templo ha sido reconstruido por iniciativa popular y habilitado nuevamente como lugar de oración.
[11] SALVADOR ESTÉBENEZ, J.L., “Entrevista a Francisco Sánchez Grajera, protagonista de «Más allá del terror»”. La Abadía de Berzano, 11 de junio de 2021 <https://cerebrin.wordpress.com/2021/06/11/entrevista-a-francisco-sanchez-grajera-protagonista-de-mas-alla-del-terror/>
[12] Donde recibió diferentes nombres: Beyond Terror, Further Than Fear y Terror Gang
[13] CRESPO, P. “Más allá del terror, de Tomás Aznar”. ABC, sábado 9 de agosto de 1980, pág. 35.

Estreno de ‘Más allá del terror’ en Broadway con ‘La marca del hombre lobo’
VAMOS DE ESTRENO * Viernes 8 de marzo de 2024 *

LOS PEQUEÑOS AMORES (Celia Rico, 2024)
España/Francia. Duración: 95 min. Guion: Celia Rico Fotografía: Santiago Racaj Compañías: Arcadia Motion Pictures, Viracocha Films, Noodles Production, RTVE, TV3 Género: Drama
Reparto: María Vázquez, Adriana Ozores, Aimar Vega, Blanca Apiláne, Ferran Rañé, Camille Figuereo, Miguel Angel González, Marta Fons, Pep Muñoz, Carme Vilar, David Aguilar, Laura Gaja, Júlia Morella, Jordi Rodríguez, Jesús Prieto Ortiz
Sinopsis: Teresa (María Vázquez) cambia sus planes de vacaciones para ayudar a su madre (Adriana Ozores), que ha sufrido un pequeño accidente. Madre e hija pasarán juntas un verano de lo más sofocante, en el que no conseguirán ponerse de acuerdo ni en las cosas más triviales. Sin embargo, la obligada convivencia removerá más de lo esperado y en las noches estivales Teresa vivirá momentos reveladores junto a su madre.

El verano como estación de mudanza es el presupuesto de toda novela de aprendizaje, esas crónicas del tránsito de un estado a otro en la vida de sus personajes. Así, Los pequeños amores es una novela de aprendizaje, pues da cuenta de la evolución de las emociones y de los modos de representación de la realidad en un verano decisivo. Sólo que desplaza el relato a la edad adulta, al fin y al cabo, la llamada crisis de los cuarenta es un periodo de cuestionamiento personal casi más radical que la adolescencia. Celia Rico regresa a la ficción real con otro retrato en femenino de un instante determinante, la asunción del fin de la juventud, visto desde una protagonista que podría ser la misma de Viaje al cuarto de una madre, sólo que veinte años más tarde.
En palabras de la directora: “he intentado navegar por la biografía emocional de una mujer en sus cuarenta y preguntarme sobre los modos posibles de sostener la vida y el amor a determinadas edades, cuando los padres se hacen mayores o ya no están, cuando los proyectos amorosos se desvanecen o no tienen como fin formar una familia”. Y de nuevo traza su pintura sobre el lienzo de las relaciones maternofiliales como contradictorio vínculo de admiración y reproche entre dos mujeres de generaciones muy distintas. Las madres como modelos y, a la vez, como frenos ante los que reivindicarse. A las madres, como seres paradójicos que simultáneamente retienen y dan alas, Rico las describe siempre desde el punto de vista de las hijas, porque no le interesa definir la maternidad sino su reverso, para el que llega a inventar un término, la “hijidad”. El telón de fondo de sus obras, de las que podemos afirmar ya que forman un díptico, es siempre la asunción del hecho de ser hijas de nuestras madres con todo lo que supone, conscientes de que ese habrá de ser el vínculo que defina y atraviese la agridulce experiencia del amor y la soledad, buscada o quizás involuntariamente hallada. Viaje al cuarto de una madre nos situaba en la casilla de inicio, en el preciso instante de la necesidad de alzar el vuelo, en la hora agridulce de la partida; Los pequeños amores, en cambio, nos coloca en un momento de retorno al nido que, aunque sea temporal, hace aflorar sentimientos no (auto)confesados en el día a día, pues, ahora que la juventud termina, asusta la idea de envejecer solas, sin nadie que nos asista si nos lesionamos una pierna o la casa arde en llamas. Un temor en el que todavía resuena un retintín de reprobación, que viene de una época pasada, pero que aún pesa sobre la mujer de hoy: si no tienes descendencia, ¿quién va a cuidar de ti cuando seas mayor? La nueva convivencia con la madre saca a la luz esa pregunta latente en la intimidad del yo femenino, pero, a la vez, de esa misma cohabitación renovada, aflora el aprendizaje que le da respuesta. Los años que han pasado desde la separación acaban permitiendo que hija y madre sean confidentes, que se traten de mujer a mujer, que el antiguo vínculo de autoridad ceda paso al de paridad, y se disuelva la impresión de desacierto. Ambas se ponen en valor y aprenden, juntas, que la soledad no es un menoscabo.

Celia Rico junto a sus dos protagonistas, Adriana Ozores y María Vázquez, durante el rodaje del film.
El reputado crítico de cine japonés, Shigehiko Hasumi, sostiene que el gesto, en lugar del tema o la imagen, es el gran cauce expresivo del séptimo arte. Celia Rico no podría estar más de acuerdo con el comentarista. Para Rico son los gestos los que contienen las emociones, captarlos es lo que debe hacer cualquier cineasta si quiere rebasar lo local, porque, siempre para ella, lo universal no son los temas, sino los ademanes. Quizás darles la centralidad a los ademanes sea la premisa que ha determinado que la joven directora haya elegido para expresarse los modos del cine clásico. En su puesta en escena elegante domina la sutilidad, la arquitectónica de los planos pasa desapercibida a los ojos del espectador absorto en la trama. Sin embargo, no da puntada sin hilo, todo está estudiado y calculado al milímetro, desde la composición de los encuadres hasta el uso del fuera de campo, del peso significativo de la selección musical, a la elección de la paleta cromática que define a cada personaje. Unos personajes a los que ella misma, como autora que es del guion, les ha dado una profundidad psicológica que explica su transformación a lo largo de la acción. Brilla también en la dirección de actrices, de las que obtiene una interpretación solvente, algo en lo que concurre también el trabajo de las dos protagonistas: una Adriana Ozores que convence como madre firme y poco dada a expresarle a su hija su satisfacción con ella; y una María Vázquez absolutamente creíble como hija independiente que, sin embargo, en sus cuarenta todavía es vulnerable al juicio ajeno.
“Los pequeños amores es una película sobre las cosas más cotidianas y mundanas que nos suceden cuando convivimos con nuestras madres, pero también sobre las más complejas, esas otras que a toda hija nos sobrevienen cuando nos vemos reflejadas en ellas y miramos nuestras vidas en el espejo de los años”, nos dice la autora sobre su segundo filme. Un segundo largo que confirma a Celia Rico como cronista de lo íntimo con voz de mujer. Pero el suyo no es un cine exclusivamente para mujeres, porque conecta con lo universal que subyace en cada ejemplo particular y por tanto es extensible a todos. La directora, más que hablar de cine hecho por mujeres, prefiere hacerlo de mujeres haciendo películas. El suyo es un cine capaz de interesar a todo espectador más allá de su condición de género. Como ha ocurrido siempre con los grandes.
VINCENT DEBE MORIR (Vincent doit mourir, Stéphan Castang, 2023)
Francia/Bélgica. Duración: 115 min. Guion: Mathieu Naert Fotografía: Manuel Dacosse Compañías: Capricci Films, Bobi Lux, arte France Cinéma, Ciné+, Gapbusters, Goodfellas Media, Canal+, RTBF (Télévision Belge), CNC, Centre du Cinéma et de l’Audiovisuel Género: comedia dramática
Reparto: Karim Leklou, Vimala Pons, François Chattot, Karoline Rose, Emmanuel Vérité, Jean-Christophe Folly, Ulysse Genevrey, Anne-Gaëlle Jourdain
Sinopsis: Vincent empieza a ser atacado por la gente que lo rodea sin motivo aparente. Su anodina existencia se descontrola y, conforme la violencia crece, no tiene más remedio que huir. Pero ¿adónde?
Presentada en la Semana de la crítica del Festival de Cannes 2023, Vincent debe morir, ópera prima de Stéphen Castang, es un refrescante thriller apocalíptico cargado de humor negro que reflexiona sobre la condición humana y la violencia inherente en nuestra sociedad. Pero también es una película sobre el amor. El amor incondicional y la felicidad que dos personajes acaban encontrando cuando se encuentran sumidos en lo más hondo de la adversidad.
El protagonista, Vincent (Karim Leklou) es un tipo normal. Si acaso, es un poco más imbécil que la media de la Humanidad, pero no demasiado más. Y la rutinaria vida de Vincent cambiará cuando comience a ser agredido sin motivo ni previo aviso. Una situación anómala, dramática, pero a veces, también, inevitablemente cómica.
La historia, a cuyo pesimismo contribuye el paisaje industrial en el que se desarrolla en gran parte, baraja varios subtextos, como el miedo al otro, la soledad y, sobre todo, repetimos, la violencia presente en la sociedad, especialmente en una época de crispación y polarización política como es la actual.
Con ciertos momentos que nos trajeron a la memoria la obra maestra de Philip Kaufman, La invasión de los ultracuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1978), Vincent debe morir se alzó con los galardones de Mejor dirección novel y Mejor actor para Karim Leklou en el Festival de Sitges 2023. También fue nominada a Mejor ópera prima en los premios César franceses y en los European Film Awards (EFA).
LA BESTIA EN LA JUNGLA (La bête dans la jungle, Patric Chiha, 2023)
Francia/Bélgica/Austria. Duración: 103 min. Guion: Patric Chiha, Jihane Chouaib, Axelle Ropert. Novela: Henry James Música: Émilie Hanak, Dino Spiluttini Fotografía: Céline Bozon Compañías: Aurora Films, Frakas Productions, Wildart Film Género: Drama
Reparto: Anaïs Demoustier, Tom Mercier, Béatrice Dalle, Mara Taquin, Martin Vischer, Juan Pedro Cabanas, Bachir Tlili, Joël Bunganga
Estrenada en el Festival Internacional de Cine de Berlín en la Sección Panorama, LA BESTIA EN LA JUNGLA plantea un viaje sensorial a través de un hombre y una mujer que tienen múltiples encuentros en un club sin nombre. La película tuvo su premiere nacional en la Semana Internacional de Cine de Valladolid (SEMINCI) y después se pudo ver en la Sección Oficial de esta edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Basada en la icónica obra de Henry James, esta adaptación transporta a los espectadores a un vertiginoso viaje a lo largo de 25 años, desde 1979 hasta 2004, en un colosal club nocturno. Allí, un enigmático hombre y una enigmática mujer observan y aguardan un evento misterioso. A medida que la música evoluciona desde la disco hasta la tecno, se convierte en la banda sonora de esta cautivadora crónica sobre una obsesión que desafía el tiempo y el espacio.Patric Chiha traslada a la pareja de la historia corta de Henry James al club, y contrasta su espera fatal con la sensación última de estar en el momento presente y el deseo hedonista de los bailarines de disolver el tiempo en coreografías eternas.
LA EXTORSIÓN (Martino Zaidelis, 2023)
Argentina. Duración: 105 min. Guion: Emanuel Diez Música: Pablo Borghi Fotografía: Lucio Bonelli Compañías: 100 Bares, Cimarrón Cine, Infinity Hill, Particular Crowd Género: Thriller
Reparto: Guillermo Francella, Pablo Rago, Andrea Frigerio, Carlos Portaluppi, Alberto Ajaka, Romina Pinto, Mónica Villa, Guillermo Arengo, Juan Carlos Lo Sasso, Joselo Bella, Osvaldo Djeredjian
Sinopsis: Alejandro (Guillermo Francella), piloto de avión, esconde un secreto. Cuando los agentes del Servicio de Inteligencia lo descubren, le chantajean. Alejandro se verá sumergido en un universo de intriga y corrupción, que le pondrá a él y a sus seres queridos en peligro, mientras intenta escapar con vida, sin importar el precio.
La extorsión es una de esas películas que obligan al espectador a estar muy atento a la pantalla pues en, por ejemplo, lo que se puede tardar en hacer una rápida visita al lavabo, las tornas pueden cambiar y los antes amigos ahora son los enemigos. Y en medio de todo se encuentra Guillermo Francella, un actor harto conocido cuya simpatía contribuye a que espectador le acompañe y sufra con él este trance. Este quilombo repleto de peligros que tendrá que ir sorteando y en el que no habrá respiro.
Dirigida por el realizador argentino Martino Zaidelis (“Re Loca”, la serie “Los Enviados”), La extorsión se presentó en la Sección Òrbita en la pasada edición del Festival de Sitges, después de su exitoso estreno en Argentina, donde con más de 400 mil espectadores, se convirtió en la película más taquillera del año. Escrita por Emanuel Diez, además de Guillermo Francella (“El robo del siglo”, “El secreto de sus ojos”), el film cuenta con Pablo Rago (“El secreto de sus ojos”), Andrea Frigeiro (“El ciudadano Ilustre”, “Rojo”) y Carlos Portaluppi (“Argentina, 1985”, “Vidas Robadas”), junto a Guillermo Arengo, Alberto Ajaka y Mónica Villa.
Distribuida en Argentina por Warner Bros., la película es una producción de Particular Crowd, 100 Bares (productora de «El secreto de sus ojos») e Infinity Hill (productora de «Argentina, 1985») en asociación con Cimarrón.
‘Deprisa, deprisa’ regresa al Festival de Berlín en una versión restaurada en 4K
Transcurridos más de 40 años desde que Carlos Saura recogió el Oso de Oro por Deprisa, deprisa (1981), el Festival de Berlín presentará en su 74ª edición el estreno mundial de la versión
4K de esta obra maestra del cine quinqui. Será la primera película española en participar en Berlinale Classics, sección que desde su inauguración en 2013 dedica su programación a los grandes títulos del séptimo arte que han sido restaurados, y que el próximo mes de febrero proyectará una copia de Deprisa, deprisa remasterizada por la plataforma FlixOlé y la distribuidora Mercury Films.
Regresa así al festival esta historia de amor a flor de piel surgida en las barriadas del Madrid de principios de los ochenta y que, envuelta en atracos, drogas y la emblemática canción ‘Me quedo contigo’ de Los Chunguitos, conquistó al público y a la crítica internacional. La presentación servirá también de homenaje a su autor, Carlos Saura, cuando se cumple un año de su fallecimiento.
La restauración del filme se ha realizado a partir del negativo original de 35mm, logrando como resultado la inédita versión en 4K de Deprisa, deprisa que se estrenará en la capital alemana. Dicho proceso de remasterización ha corrido a cargo de FlixOlé y Mercury Films, en el marco de las labores que desempeñan para la conservación y recuperación del patrimonio audiovisual del país, así como en la promoción de los clásicos del cine español en los circuitos cinematográficos internacionales más prestigiosos.
La poética película de cine quinqui con la que Saura se reinventó
Pablo, Meca y Sebas son tres amigos de los suburbios de Madrid que se dedican a robar coches y a atracar bancos. El primero de ellos se enamora de Ángela, una camarera de bar con la que comienza una relación. Ésta se unirá al grupo y participará en los golpes para dejar atrás el ambiente marginal en el que viven. Entre la ficción y el documental, Carlos Saura transcribió en Deprisa, deprisa los relatos de aquella juventud perdida de los descampados que, absorbida por la violencia y la drogadicción, intentaba salir a flote -de la peor manera posible- en la España de los 80.
Para entonces, el conocido como cine quinqui había asaltado la cartelera del país con exitosos títulos repletos de peleas callejeras, sexo, persecuciones y chutes de heroína. El realizador aragonés prefirió adentrarse en la cotidianidad de los bajos fondos y ofrecer un retrato lo más veraz posible sobre el fenómeno social.
A la verosimilitud de lo narrado en Deprisa, deprisa contribuyó el elenco, formado por actores no profesionales cuyas vidas se asemejaban a la de los delincuentes que interpretaban: José Antonio Valdelomar (Pablo), Jesús Arias (Meca) y José Mª Hervás (Sebas). Asimismo, cobró especial importancia el papel de Berta Socuéllamos (Ángela): los personajes femeninos apenas tenían peso en la trama de las películas del cine quinqui; sin embargo, en el caso de la cinta de Carlos Saura, el protagonismo recayó en la figura de Ángela.
Con rigor y una cuidada estética, Saura construyó un romance que se alejó del exploitation al que acostumbraba el cine quinqui, pero que transmitía de igual manera la cruda verdad que se vivía en la periferia de las grandes ciudades. La mezcla de lirismo y objetividad hizo de Deprisa, deprisa una exitosa obra maestra dentro de ese género de sobredosis, navajeros y música de Los Chunguitos. También en un punto de inflexión en la carrera del director, quien pasó del cine críptico y metafórico desarrollado durante el franquismo al realismo.
Un nuevo cartel para la renovada versión
El estreno mundial de la copia en 4K de Deprisa, deprisa en el Festival de Berlín irá acompañado de un nuevo cartel de la película. Basándose en el póster original realizado en su día por Cruz Novillo, los miembros del proyecto ‘La Residencia’, David Rodríguez Losada y Jorge Luengo, han elaborado un diseño alternativo a partir de una icónica escena de sus protagonistas. Además del cartel, ‘La Residencia’ ha creado un nuevo tráiler del filme expresamente para el evento, el cual se lanzará en próximas fechas.
Bidean jarraituz, por el camino de Bingen Mendizábal
Mientras veo parpadear el cursor en la pantalla llamando a unas palabras que aún no llegan, recuerdo las de Bernardo Atxaga sobre la inexistencia de la página en blanco. Para el
guipuzcoano, aunque no seamos conscientes, tenemos la idea de qué vamos a escribir antes de que nos pongamos a hacerlo. Bingen Mendizabal le escucha en su monitor mientras le arranca al parpadeo en la pantalla notas que han de conjugarse en el pentagrama para acompañar sus timbres y sus acentos y, así, hacerlos aún más armoniosos, más agudos, más sabios. El escritor reflexiona sobre el crear y el compositor crea, al oírle, el abanico sonoro de esa reflexión. Discurso y música se complementan y se interpelan. Crear oyendo a otro creador que está creando cierra una espiral perfectamente ajustada a la proporción áurea. Si a ello añadimos la acción de un tercer creador que filma al músico que compone mientras escucha al escritor que discursa, entonces ya tenemos la cuadratura del círculo. Bidean jarraituz (Siguiendo en el camino) es la piedra rosetta que nos permite descifrar el secreto de la naturaleza del creador, esa suma de humanidad y destreza.
Si Mendizabal convierte en notas las imágenes, Aitor López de Aberásturi recorre el camino inverso y trueca la música en escena. Así de co-implicadas están las dos artes de la duración. Cine y música son dos formas de tratar el tiempo, que desembocan en el ritmo. Y el ritmo es una de las mejores bazas de Bidean jarraituz (Siguiendo en el camino). Con el hilo del compositor en su estudio musicando un documental, López de Aberásturi engarza en el suyo testimonios, del propio músico y/o de terceros, que parecen darse la réplica unos a otros, como si estuviéramos ante una obra coral. Y, así, el director va llevando al espectador de la mano para mostrarle la humildad del genio, desde sus inicios roqueros en los 80, hasta su vuelta a la música en vivo en pequeños locales, después de haber disfrutado de los laureles éxito con sus bandas sonoras. Sin perder el compás, esta crónica de una vida dedicada al arte musical forja en la mente de la audiencia una idea clara: es porque ha huido del oropel de la fama, que Bingen Mendizabal ha conseguido lo más difícil, conservar pura la auténtica esencia de la creatividad. Una esencia que no lleva otro atavío que el de la generosidad.

Para ser buen músico hay que recordar siempre que lo más importante es ser buena persona. Por eso, en este documental, que es el primero en nuestra cinematografía dedicado a un compositor de cine español, se dedica el mismo espacio al hombre que a su obra. Y hablan los amigos por encima de los profesionales (aunque algunos sean lo uno y lo otro). Y los vídeos privados tienen tanta cabida como los fragmentos cinematográficos. Porque, por encima de todo, la semblanza quiere ser el retrato sensible de un alma sensible. Es un canto a la bondad y sencillez de un ser tocado por el don de la fidelidad a lo(s) suyo(s). Una gracia que le ha permitido desestimar las metas y valorar los trayectos. Una virtud que le ha valido el reconocimiento profesional y la admiración personal a partes iguales. Solo así se remontan las crisis, la económica (2008), que arruinó a la incipiente industria cinematográfica vasca, las otras más privadas, que dejan rastros agridulces en el paladar. Nuestro compositor es un sobreviviente y por eso mismo está llamado a perdurar. Bidean jarraituz (Siguiendo en el camino) es una primera piedra sobre la que asentar su memoria, la de él sobre sí mismo al protagonizar el documental y la que de él se fragua en nosotros al visionarlo. El cine, como la música, es potencialmente mnemónico.
Aitor López de Aberásturi ha recorrido un largo trayecto hasta ver su documental estrenado en cines, más de cinco años de trabajo y dedicación, micromecenazgo incluido. Pero ya podemos decir desde aquí que ha valido la pena el esfuerzo. Porque, igual que hay que imaginar a Sísifo feliz cuando regresa a buscar la piedra que infructuosamente trata de subir a la cima, es necesario que de vez en cuando alguien nos recuerde que lo importante es seguir en el camino más que afanarnos en llegar.
Bidean jarraituz (Siguiendo en el camino) puede disfrutarse en streaming en Filmin: https://www.filmin.es/pelicula/bidean-jarraituz-siguiendo-en-el-camino
FlixOlé presenta una copia restaurada en 4K de La caza de Carlos Saura en el Festival de Venecia
El nombre de Carlos Saura regresa al Festival de Venecia en su decimoctava edición con La caza. La película, cuyo estreno en 1966 cambió para siempre el cine español, participará en Venice Classics, sección dedicada a las obras maestras del séptimo arte restauradas.
La proyección del largometraje tendrá lugar el próximo sábado 2 de septiembre, a las 15:00 horas en la Sala Corinto, y contará con la presencia del hijo del cineasta, Antonio Saura, y del actor Emilio Gutiérrez Caba. Ambos presentarán una copia en 4K de La caza, remasterización realizada por la plataforma FlixOlé, en colaboración con la distribuidora Mercury Films.
La Mostra celebra así su particular homenaje a uno de los directores de cabecera del audiovisual español, fallecido el pasado mes de febrero. Desde el propio festival han subrayado la importancia del realizador, y de su filme La caza: “Una de sus primeras y mejores películas”, y por la cual Carlos Saura recibió numerosos reconocimientos; entre ellos el Oso de Plata en la Berlinale. Punto de inflexión en la filmografía del país, el largometraje del realizador aragonés demostró que, en una época poco dada a salirse de los márgenes, se podía hacer otro tipo de cine, sirviendo de faro para las producciones que vinieron después.
Una obra maestra que burló la censura
Carlos Saura llevó a la gran pantalla una película insólita, tanto por la forma como por el contenido, que se adentró en las secuelas de la Guerra Civil, el ambiente claustrofóbico de una España inmersa en la dictadura y la camaradería que entonces se empezaba a asentar en la península y que desembocaría en la cultura del ‘pelotazo’ y del amiguismo en los negocios.
Esta alegoría sobre las heridas abiertas del conflicto bélico, testimonio también político y social de la época, logró sorprendentemente eludir la censura con la historia de José (Ismael Merlo), Paco (Alfredo Mayo) y Luis (José María Prada), tres amigos que deciden pasar una jornada de caza juntos. Los acompañará en esta escapada Enrique (interpretado por un joven Emilio Gutiérrez Caba), cuñado de Paco.

Sin embargo, lo que en principio se presentaba como un día para disfrutar contando presas, los rencores que traían consigo los protagonistas hará que ellos mismos sean la diana del odio con el que habían cargado sus escopetas. Asimismo, el áspero paisaje en el que se desenvuelven se convertirá en una cárcel al aire libre para los personajes.
La tensión alcanzada por Saura en La caza se construye a través de una fotografía dura en blanco y negro a cargo de Luis Cuadrado, y de un espléndido juego entre planos generales y detalle montados por Pablo G. del Amo. Todo ello da como resultado una película de extraordinaria factura técnica, y argumental, que la colocó a la vanguardia de la industria, tanto nacional como internacional.
El largometraje puso a su autor en el mapa fílmico europeo y hollywoodiense. También significó la primera colaboración entre Saura y Elías Querejeta, uno de los productores más importantes del cine español por los numerosos clásicos que ayudó a crear y por los nombres de directores a los que encumbró (el propio Saura, Víctor Erice, Jaime Chávarri y Gracia Querejeta, entre otros).
Restauración de La caza, en la Venice Classics
La selección de La caza dentro de la sección Venice Classics del Festival de Venecia, cuya programación aglutina todos aquellos clásicos de la historia del cine, es una muestra de la relevancia del filme en todo el mundo. Igualmente, la proyección de la copia en 4K pone en valor la labor de restauración del archivo cinematográfico español que desarrolla FlixOlé, en colaboración con la distribuidora Mercury Films.
En su compromiso de recuperar aquellos títulos imprescindibles del patrimonio audiovisual del país, la plataforma ha remasterizado en sus instalaciones (en los laboratorios Cherry Towers) la película La caza para que la misma pueda ser disfrutada en la mejor calidad de imagen y sonido, poniéndola también a disposición del espectador a través de su catálogo.
Dicho proceso se ha replicado en otros largometrajes de Carlos Saura, como los títulos que componen su ‘Trilogía Flamenca’: Bodas de sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1986); además de otros clásicos de la filmografía del autor como Peppermint Frappé (1967), La prima Angélica (1973) o Cría cuervos (1975). Todos estos filmes se pueden encontrar en FlixOlé.

Tras ser uno más de los géneros producidos en la España de los sesenta, principalmente en régimen de coproducción con Italia, el peplum, las populares ‘películas de romanos’, hacía tiempo que habían dejado de producirse en nuestras tierras, así que la aventura de rodar un peplum en la España de los ochenta era un anacronismo y toda una aventura. Y de lo más descabellada, por cierto. Pero al guion de 
Con Amando de Ossorio fuera del proyecto, hubo que buscar rápidamente un sustituto. Paul Naschy asegura que la dirección del filme se la ofreció Augusto Boué, jefe de producción de
Quizás esta pobreza de medios sea la responsable de que una lucha entre gladiadores tenga lugar en el salón del palacio del César y no en el habitual circo romano. O que la batalla final entre ambos ejércitos se represente con un solitario duelo entre Corocotta y Marco Vespasiano en la playa, atmosférico clímax que es, por otra parte, lo mejor de la película.
Al recaer la dirección en Paul Naschy, este se rodeo de actores y técnicos habituales en sus películas. Como Andrés Resino que intervino en
También intervienen otros actores habituales en el cine de Naschy realizando pequeños papeles, como Antonio Iranzo, Paloma Hurtado, Frank Braña, Mariano Vidal Molina, el ya nombrado Luis Cigés, o Jenny Llada. Así como Antonio Mayans que recuerda que: “gracias a Juana de la Morena y Augusto Boué [Naschy] me volvió a contratar en Los Cantabros. Yo hacía de mensajero que llegaba, entregaba el mensaje y moría.”
Lamentablemente no hubo un buen ambiente de rodaje, y los dos antagonistas en la ficción también lo fueron en la realidad. Dan Barry se arrepintió de haber contado con Paul Naschy como director, llegando a declarar que “hubiese sido mejor seguir con Ossorio que con Paul Naschy, que a la hora de la verdad rodó casi toda la película en Torrelaguna, en paisajes que nada tienen que ver con los cántabros.”
fracaso comercial que “casi no pudo verse en su estreno, lastrada por unos distribuidores y exhibidores que no confiaron en el proyecto
llegaría a estrenarse, a pesar de estar rodado, quedando a falta de montar y sonorizar. Al año siguiente dirigirá él mismo y conseguirá estrenar, aunque tres años después de finalizado,
despedir a José María Zabalza por su problema de alcoholismo.
Matt Cimber, director norteamericano que había unido sus fuerzas con la actriz Laurene Landon, con la que rodó, además de 
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