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Pollo con ciruelas, con Irán en el corazón

Aunque nada pueda hacer volver la hora/del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores/no debemos afligirnos, pues encontraremos/fuerza en el recuerdo. Estas palabras de Wordsworth inspiraban la película de Elia Kazan de 1961 Esplendor en la hierba (Splendor in the grass) y un detalle de la escena final ilustra perfectamente el sentido de los versos: Wilma Dean Loomis (Natalie Wood) se reencuentra con su primer amor, Bud Stamper (Warren Beaty), él es ahora un modesto granjero, padre de un hijo, que está casado con Angelina (Zohra Lampert) una joven de clase humilde; Wilma Dean lleva un precioso vestido blanco con pamela a juego, Angelina viste con ropas sencillas, poco favorecedoras y algo desaliñadas, cuando se han despedido ambas mujeres hacen el mismo gesto, pinzan sus vestidos con el pulgar y el índice, una porque(Angelina) se siente poca cosa ante la otra, mientras que en Wilma Dean el gesto traduce su sensación de inutilidad ¡tantas alforjas para tan poco viaje!  Ese pequeño detalle resume el sentimiento romántico: el ideal permanecerá siempre inalcanzable en la memoria, mientras la vida cotidiana, pese a su poco encanto, nos envolverá de confort. Esa misma melancolía es la que inspira la última película de Marjane Satrapi, Pollo con ciruelas (Poulet aux prunes, 2012).

La iraní afincada en Francia, autora de Persépolis (2007), vuelve a la dirección para adaptar otra de sus novelas gráficas, un relato que comienza en noviembre de 1958, pero viaja atrás y adelante en el tiempo; cuenta la historia de Nasser Ali Khan, un músico de tar, un laúd iraní (que en la película es sustituido por un violín), que decide dejarse morir después de que su mujer le rompa su instrumento de trabajo en una riña conyugal. Sólo al final de la obra conoceremos los verdaderos motivos de la decisión de Nasser. Tras ver la película una de las primeras cosas que nos llama la atención es el título, ¿por qué Pollo con ciruelas? Explicarlo implica revelar datos importantes de la trama, pero esta, como en otras ocasiones, es una crítica con spoilers. Nasser Ali es uno de esos seres que renuncian a la vida para consagrarse al arte después de haber perdido a su gran amor Irán. Con todo no renuncia al matrimonio y hasta es padre de dos hijos, su vida conyugal parece gris y anodina, pero Faringuisse, su esposa, esconde un secreto: ha estado enamorada desde niña del gran músico y toda su vida se consagró a esperarle; bajo su carácter agrio, siempre disgustada por lo poco que colabora  Nasser Ali en lo doméstico, se esconde un corazón apasionado que sólo consigue expresarse y ser reconocido cuando cocina su plato favorito, ese pollo con ciruelas que da título tanto a la novela como a la película. Pollo con ciruelas simboliza, pues, la vida que se enfrenta al arte, esa esfera tan prosaica, pero tan confortable, que depara pequeñas satisfacciones que nos permiten resistir los días, es el mundo de lo cotidiano, tan alejado de las esencias que atrapa el arte en su belleza, pero tan necesario para subsistir en armonía con el entorno. Faringuisse es la esposa, pero es a la vez la otra, la que Nasser Ali ignora porque ha renunciado a la vida aún antes de decidir morir, renuncia desde el momento en que es alejado de Irán, su amor-pasión, y condenado a disfrutar sólo de los sones de su violín, Nasser Ali se entregará al arte y quedará castrado para lo diario. Esa es la eterna dialéctica arte-vida (tópico tan querido por Thomas Mann) de la que Satrapi nos da un exquisito tratamiento melancólico-fatalista, de regusto agridulce como ese platillo que combina lo dulce y lo salado.

Exquisito es también el tratamiento del tiempo de narración.  Después de acompañar a Nasser Ali en la infructuosa búsqueda de un nuevo violín, nos quedamos con él durante los ocho días en que tarda la muerte en presentarse una vez Nasser Ali la ha invocado, la película se secuencia en ocho episodios en los que Satrapi construye el tiempo deconstruyéndolo en flashbacks y flashforwards. El tiempo de la narración son esos ocho días, pero los continuos saltos hacia adelante y hacia atrás nos permiten conocer toda la vida del músico desde su infancia y, aún más, adelantarnos en el futuro para conocer la de sus propios hijos.  El tiempo está ordenado de tal forma que ambas mujeres, ambos polos de la dialéctica, ocupan un lugar destacado, justo a mitad de la secuencia de días que anteceden a la muerte sabemos del pollo con ciruelas, pero sólo en el clímax del último episodio conocemos su significado y sabemos de la existencia e importancia de Irán, la joven a la que amó y perdió. Contado así, el relato de la vida de Nasser Alí se asemeja a los cuentos persas y su estructura de narraciones dentro de la narración propia de los contadores de cuentos, no falta incluso un clásico de la literatura irania, el mismo que versionó Cocteau en  El gesto de la muerte,  puesto en boca de Azrael (el ángel de la muerte) y referido en forma de episodio de animación pura. Y añadimos el calificativo ‘pura’ porque, aunque  es de imagen real, la película de Satrapi tiene la fantasía, la inventiva y la libertad de una película de animación, incluso no son pocas las veces en las que los fondos se convierten en dibujo y conforme avanza el metraje se van tomando mayores libertades con el realismo. Podría decirse que Pollo con Ciruelas estilísticamente es el reverso de Persépolis, si en su ópera prima el último plano dejaba entrar la imagen real, ahora la imagen real se estiliza hasta convertirse en pictórica; aquella era una película de animación con la intensidad, la profundidad y la emoción de un film con actores mientras que su nueva obra es una cinta con actores que rompe con las clausulas del realismo hasta el punto de que los planos se convierten en viñetas.

Fiel a la novela gráfica que la precede, pues, Pollo con ciruelas es una fábula sobre el sentido de la vida impregnada del fatalismo de los rubayats de Omar Khayyam, de los cuales se cita incluso uno:

Tomo por testigo a mis dos orejas, nadie nunca pudo decirme / por qué me hicieron venir y por qué hacen que me vaya.

Marjane Satrapi confiesa que la muerte la obsesiona y quiso convertirla en libro, contar una historia nihilista sobre la vacuidad que nos espera tras ella. Y nihilismo rezuma Pollo con Ciruelas, pero ese nihilismo persa que llevó al citado Khayyam a componer versos anacreónticos, esas composiciones líricas que cantan a los placeres de la vida, el vino y el amor. Porque ni todas nuestras lágrimas juntas podrían cambiar un sólo punto en los dictados de ese destino que nos condena a la desaparición, vale la pena disfrutar de cada instante, entregarnos a la pasión o, en su defecto, de su sublimación en el arte, siempre con la conciencia clara de que estamos de paso y cada momento es único. Es un estado agridulce del alma que nos llena de tibia voluptuosidad melancólica.

Dirán algunos que es una película muy francesa y no les faltará razón, Francia es el país de acogida de Satrapi, pero más allá de ello es irania hasta la médula y es que la autora, igual que Nasser Alí tendrá siempre a Irán en su corazón. Allí había alguien, allí no había nadie, así empiezan los cuentos persas.

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