Diario de Serendipia en Sitges 2025: Cuarta cápsula
Durante esta cuarta jornada, Serendipia vería el poco cine español que pudo presenciar. Y es que esta edición no ha ido sobrada de títulos españoles, vascos o catalanes. Así, este par que pudimos ver fueron de los escasos que hubo.
Para Serendipia hoy será una jornada completa a pasar en Tramontana. No hay problema, al contrario, preferimos esta sala por no ser mastodóntica y, sobre todo, porque prensa ocupa las filas de delante, con lo cual Serendipia puede ver las películas como les gusta, bien grandes. Y la jornada se inicia con un buen film protagonizado por la estrella del día, Benedict Cumberbatch, cuya presencia fue celebrada por los más fanáticos, y un actor reconocible para que los noticiarios de televisión y la prensa generalista hable del festival. Vamos allá.

En Esa cosa con alas (The Thing with Feathers, Dylan Southern), adaptación de la novela El duelo es esa cosa con
alas de Max Porter, su protagonista (Cumberbatch) lucha por procesar la inesperada muerte de su esposa y criar a sus dos hijos pequeños. El dolor ya es bastante caótico, pero aumenta cuando se manifiesta en un huésped desquiciado e indeseado que lo atormenta desde las sombras y que no es otra cosa que un enorme cuervo, protagonista de las ilustraciones que realiza, que es la materialización del dolor que sufre, a la manera de aquel otro cuervo que atormentaba al protagonista del más célebre poema de Poe. Benedict Cumberbatch realiza una actuación emocionalmente convincente, un despliegue de matices y registros, tanto que no nos hubiera extrañado lo más mínimo que se hubiera llevado el premio de esta edición al mejor actor. Para nosotros, merecerlo, lo merecía, aunque el film, lo que se dice de género fantástico no es que lo fuera demasiado, la verdad. Menos para estar en Oficial Fantàstic Competició. Esa es la opinión de Serendipia, pero, igual que Groucho tenía unos principios, que si no agradaban los cambiaba por otros, Serendipia puede defender, sin que se le tuerza el gesto, lo contrario de lo que acaba de sostener: Esa cosa con alas es un buen ejemplo de la salud del fantástico y su capacidad de adaptarse a tiempos nuevos con renovadas fórmulas. Y podemos aducir para defender este último juicio la mala acogida que ha obtenido de buena parte de la crítica generalista. Algunos profesionales han puntuado negativamente la opera prima de Dylan Southern porque, al utilizar recursos propios del terror (y de uno que encima no asusta) no es capaz de profundizar en el drama de ese padre que enfrenta el profundo dolor de sobrevivir a su pareja sin que la vejez estuviera siquiera anunciada, una lacerante muerte repentina que trastorna todo aquello que ha sido nuestro feliz arraigo con el mundo.
Sí, Esa cosa con alas es una película fantástica (tienta decir que en toda la polisemia del término). El duelo nos atenaza y nos anula como si fuera un monstruo agarrándonos por las entrañas. El terror, como género, hace mucho que dejó de necesitar sustentarse en lo sobrenatural para ser. Es más, cuando la fuente del espanto es un ente que está fuera de lo humano, puede llegar a presentarse como un malestar

El actor recibio el premio Máquina del Tiempo (Foto: Miguel Ángel Chazo)
psicológico: el Horla de Maupassant no tiene la misma fisicidad que el vurdalak de Tolstoi, así de lejos viene la conversión del terror en algo interno al hombre. Hay más, como dice Ángel Sala, el fantástico no es una mera lista de tópicos temáticos, es también, y quizás sobre todo, un modo de narrarlos. El terror no lo pone sólo el que, muchas veces lo introduce el como. Por todos los acercamientos que queramos, Esa cosa con alas es una cinta de género, no ya porque en ella se muestre una entidad terrorífica, el cuervo al que aludimos, sino porque aunque somos conscientes de que esa figura, en verdad, es la proyección de la mente de papá (los personajes no tienen nombres propios), a la sazón autor de cómics, ello no obsta para que la narración lo muestre en su materialidad y en su efecto aterrador sobre los personajes que están atravesando el duelo. Podríamos decir que el papá que es Cumberbatch escribe su propio Babadook, aquel cuento infantil ilustrado y misterioso que daba título a la película de Jennifer Kent, cinta con la cual mantiene más de un correlato la que estamos comentando. El linde entre el fantástico y lo que no lo es, no reposa en la prueba de cargo que insinúa que sí había entidad externa, o ¿acaso Personal Shopper no habría pertenecido al género si Olivier Assayas no nos hubiera regalado ese vaso que flota en profundidad de campo sin ser visto por los personajes? Quédense con la opinión de Serendipia que más les convenza.
Con una representación del dolor (con mayúsculas) magníficamente perturbadora, para cualquiera que haya experimentado una pérdida, Esa cosa con alas va a suponer una experiencia desgarradora y angustiosa. Y catártica. Ese es el poder de un género que para demasiados es menor, pero que expresa como ninguno el poder de una cámara, su capacidad de penetrarnos hasta lo más íntimo. En ello reside la atracción humana por la imagen en movimiento, el cine nos fascina porque nos eleva y captura. Iván Zulueta lo sabía bien, el cine, vampiro del alma, es la única criatura capaz de apresar la pausa. El arrebato.
Nunca es tarde para descubrir Arrebato (Iván Zulueta, 1979). Y nunca es suficiente lo que se habla de Arrebato. El arrebato, como Drácula, nunca tiene fin. Y si no que se lo digan a Enrique López
Lavigne y Marta Medina directores de El último arrebato, un nuevo intento de acercarse a la inclasificable obra de Zulueta con un documental dramatizado en el que veremos a los directores contactando con los diferentes supervivientes del film: Eusebio Poncela, Cecilia Roth o Marta Fernández Muro; además de otros personajes que tuvieron mucho que ver con el director y el rodaje, como el director Jaime Chávarri, la aportación más interesante del documental. La película tiene extractos rodados en súper-8, 16 mm y video, diferentes texturas para introducir al espectador en aquel universo cuyas localizaciones también son visitadas. Pueden verse extractos de cortometrajes como Ginebra en los infiernos, de Chávarri con Iván Zulueta de protagonista, viejas películas familiares, cortometrajes de infancia y, por supuesto, escenas de Arrebato. Repetimos que la gran baza del documental es la presencia de Jaime Chavarri, porque conoció bien al director donostiarra y porque posee un enorme archivo fotográfico y de tempranas películas en súper-8. Eusebio Poncela en una de sus últimas, si no la última, película en la que participa, comenta que desde su sonado estreno, durante el cual hubo insultos para el cineasta, no ha vuelto a ver Arrebato. Ni volverá a hacerlo. Al contrario de nosotros, sus fieles, que necesitamos volver periódicamente a esa casa de la madrileña Gran Vía para volver a arrebatarnos. Una y otra vez.
Una y otra vez.
Una y otra vez.
Una y otra vez.
Pero por lo pronto buscaremos la salida en Exit 8 (Kawamura Genki) la siguiente propuesta incluida en Oficial Fantàstic Competició, una producción japonesa que casa mucho con lo que acabamos de ver. En ella, un hombre se encuentra atrapado en un interminable pasillo de una estación de metro. Se propone encontrar la Salida 8, pero descubre que se encuentra atrapado en un bucle que se repite una y otra vez. Descubrirá las reglas para encontrar la salida que busca: no pasar por alto nada fuera de lo normal. Si descubre una anomalía, debe dar media vuelta inmediatamente y volver a comenzar. Si no es así, debe continuar. Cualquier descuido le enviará de vuelta al principio. Adaptación del videojuego homónimo de éxito mundial creado por Kotake Create y una extraña manera de concienciar a un futuro padre a hacerse cargo del bebé que va a llegar y a perder el miedo a la responsabilidad que todo ello atañe, Exit 8 fue una de las propuestas más estimulantes de esta edición. Como estimulantes son los enigmas y acertijos, los espectadores nos implicamos en la resolución del rompecabezas que viven los personajes como si el laberinto infinito que les atrapa fuera también el nuestro.
Pero hablemos de Ravel.
Abramos paréntesis. Maurice Ravel, meticuloso artesano, ha sido reconocido como uno de los mejores orquestadores de la historia. Adscrito al impresionismo junto a Claude Debussy, su música cultivó la perfección formal sin dejar de ser al mismo tiempo profundamente humana y expresiva. La Gran Guerra (1914-1918) marcó un antes y un después en su obra, la contienda se llevó con ella las ilusiones de la belle époque y cambió al músico, como había cambiado a los millones de hombres movilizados en «el gran cataclismo». A partir de ese momento se aferró a las formas clásicas y las renovó a través de su armonía y
composición, explorando las posibilidades instrumentales de la orquesta como conjunto, como interprete global, y se decantó definitivamente por centrarse en la estructura y rigor formal. El Boléro es quizás el ejemplo más claro de esto, con su hipnótico ritmo de tres tiempos que se repite a lo largo de la obra. Esta, su pieza más célebre, que apuesta por durar alrededor de un cuarto de hora con solo dos temas y una cantinela incansablemente repetida, fue estrenada el 22 de noviembre de 1928 frente a un público un tanto asombrado. Más allá de la música, el Bolero es visto como una lección de vida sobre el poder de la espera y la anticipación en una época de inmediatez. Enseña que el placer no está solo en el final, sino también en el proceso de construcción.
Fin del paréntesis.
Este largo excurso raveliano puede parecer una digresión, una ida de olla si lo decimos en registro coloquial, pero no lo es. Es, precisamente el Bolero, lo que va escuchando en sus cascos el protagonista, que recibe el nombre de Hombre Perdido (un solvente Kazunari Ninomiya), cuando empieza la acción. Y no es una elección sonora casual, nada es fortuito en Exit 8. La base de la composición de Ravel es la repetición y la progresión, de modo que la música nos da ya la pista de lo que vamos a encontranos y que no será otra cosa que el deambular del Hombre Perdido por un bucle con variaciones que es un auténtico laberinto. Los laberintos son construcciones basadas en la repetición de parámetros que tienen por finalidad confundir a quien se adentra en ellos, simbolizan la vida humana como enfrentamiento a desafíos difíciles de resolver.
El laberinto tiene una dimensión de aprendizaje, puesto que quienes se adentran en él podrán salir cuando encuentren el centro de definición. Poner al personaje en situación de encierro laberíntico es tanto como mostrárnoslo sumido en un viaje iniciático del que saldrá con una lección de vida aprendida.
El Hombre Perdido se halla atrapado en una serie de eventos repetitivos, como en un bucle temporal, y la única forma de escapar (encontrar la «salida del laberinto») será descifrando la lógica interna del bucle o resolviendo el problema subyacente. Antes de entrar en esa pesadilla lineal de pasadizos subterráneos con azulejos blancos, cortesía del diseño de producción sádicamente preciso de Ryo Sugimoto, el protagonista ha sido testigo impasible de una afrenta cotidiana: en un vagón de metro abarrotado, un oficinista prepotente acosa a una joven madre por el llanto de su bebé, y nuestro héroe simplemente se inhibe y se sigue refugiando en Ravel y su bolero. Todo laberinto conlleva una enseñanza, la que alcanzamos a través del Hombre Perdido y el resto de personajes encerrados en ese enlace de Moebius es que no debemos hacer caso omiso a las anomalías, esos pequeños percances que acaban siendo auiténticos defectos de funcionamiento viciando entera la dinámica social. Exit 8 nos trae una lección moral, es un gran entretenimiento con la suficiente dosis de profundidad para hacernos reflexionar sobre nuestra estadía en el mundo y nuestra responsabilidad en la mejora de sus dinámicas.
Y así, con la mente sobrestimulada y algo exhausta, Serendipia entra en silencio a ver Silencio. Un silencio nada reverencial ni, menos, conciliador, sino más bien muestra de la calma tensa que provoca en Serendipia la figura de su director. Y es que, con Eduardo Casanova, Serendipia se retuerce sobre sí misma y se escinde en dos cabezas que se interpelan entre sí cual si fueran el dúo Pimpinela. La cabeza amable y contemporizadora pone siempre en valor su originalidad y su cariz rompedor, aunque en su globalidad aún sea mejorable. La otra, más secundaria y retorcida, se crispa con la falta de modestia de sus modos de niño
consentido por la industria. Con el enfrentamiento por bandera, Serendipia se adentró en su ultima obra, la mini-serie Silencio, que se ofreció íntegra, pues sus tres capítulos son de unos 20 minutos. Una serie de vampiras con toques cómicos que pretende hacer de la saturación virtud. La cabeza amable disfrutó el conseguido maquillaje de las vampiras, la rebuscada torció el gesto durante todo el metraje por la poca mesura a la hora de escribir los diálogos, diálogos redundantes con la imagen y que en muchas ocasiones no pasan de la broma privada. Contemporizando, la amable está dispuesta a aceptar que algunas escenas están algo fuera de lugar, pero considera que el balance es positivamente transgresor. Una transgresión de plexiglas le responde su otro yo, una provocación de oropel, un trash para influencers. La serie se le hizo corta y se quedó con ganas de ver más, mucho más. A la cabeza cordial, claro. Le pareció un croquis, una prueba de lo que se podría hacer. Casi un tráiler de gran formato. De demasiado gran formato, le pareció a su partenaire, sólo en clave de cortometraje Casanova es solvente, porque edifica sin cimientos y hasta las buenas ideas se le desploman. Para la parte más candorosa se trata de un cineasta de innegable valor, para la resabiada eso podrá ser cierto el día en que deje de mirarse el ombligo y acepte, con humildad, que hay que aprender el oficio antes de hacerse un estilo propio. También los enanos empezaron pequeños.

Pero ¿Qué cuenta Silencio? Pues a grandes rasgos narra como sobreviven unas hermanas vampiras a la escasez de “sangre humana limpia” debido a la Peste Negra, pero el verdadero veneno es el silencio que las rodea. Siglos más tarde, una de sus descendientes se enfrenta al mismo conflicto durante la epidemia del sida en España, descubriendo que el amor entre “enfermos” y “sanos” sigue provocando el mismo rechazo. El mismo terror.
Y poco más. El día, en cuanto a ver películas, ya no da nada más de sí y Serendipia se adentra nuevamente en sus aposentos para prepararse, pues comienza una larga semana de cinefagia sin pausa.
Y habiendo estado toda la jornada en Tramontana, ¿Qué tal un video-homenaje a la misma? Con él les dejamos…
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