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TerrorMolins 2025: El festival entra en su recta final

14 noviembre 2025 Deja un comentario

El Festival de Cine de Terror de Molins de Rei inicia su recta final tras una semana llena de actividades, estrenos y presencias destacadas que han vuelto a consolidar el festival como un referente esencial para los amantes del género de todas las edades. TerrorMolins 2025 reafirma su vocación como espacio de encuentro del talento emergente y local, abriéndose a la diversidad y la proyección internacional, y reforzando las iniciativas para impulsar la creación de cine de terror en catalán.

La semana se abría el lunes con la Muestra de Cortometrajes para Institutos, una sesión en la que estudiantes de toda la comarca pudieron disfrutar de los mejores cortos de la edición anterior. El encuentro contó con la participación de Sergi Vizcaíno, productor y profesor del grupo autor de Ballant amb la mort, y Carles Roman, director de Barbie Hell.

Continuando con la programación formativa, el miércoles por la mañana el festival acogió la conferencia “Detrás de la magia: cómo funcionan los VFX en el cine”, a cargo de Pablo Otero, artista visual y escritor gallego con experiencia en producciones como The MandalorianAlien: Covenant o Vengadores: Endgame, así como miembro del Jurado Oficial de este año. Otero llenó La Peni con una charla que ofreció una visión privilegiada del mundo de los efectos visuales a través de un recorrido por su trayectoria personal.

Adriana Galicia y Margalida Adrover, del corto Cuca, con el jurado de Industria (©Joan Gosa)

El jueves, uno de los platos fuertes de la semana fue la masterclass “Cine de terror independiente: una mirada (aún) más oscura”, con Caye Casas y Marc Carreté, moderada por Mireia Noguera. La sesión puso sobre la mesa los retos y libertades del cine independiente dentro del género.

Primera edición del Premio al cortometraje de terror en catalán

El jueves por la mañana, los grandes protagonistas fueron los proyectos finalistas de la primera edición del Premio a la producción de un cortometraje de terror en lengua catalana, una iniciativa que busca impulsar el talento local y apoyar la creación cinematográfica en catalán. Los ocho finalistas presentaron sus pitchings ante el jurado de Industria, compuesto por Laia Aubia de HigesJudit Navarro Lozano y Diana Santamaria Varas. El proyecto ganador, anunciado al mediodía, fue Cuca, dirigido y escrito por Adriana Galicia, quien realizó la presentación acompañada de la productora ejecutiva Margalida Adrover. El jurado destacó su apuesta original, el hecho de tratar un tema muy poco abordado en el audiovisual y que se trata de un proyecto muy sólido, otorgándole así una dotación económica de 5.000 € para que se pueda producir el film, que será presentado en la próxima edición de TerrorMolins.

Sesiones dobles, estrenos y visitas internacionales

A lo largo de la semana, el Teatre de la Peni ha acogido numerosas sesiones dobles con estrenos españoles muy esperados, como About a Place in the Kinki Region (Kôji Shiraishi), Marshmallow (Daniel DelPurgatorio), Missing Child Videotape (Ryota Kondo), Monkey’s Magic Merry Go Round (Aidan Leary) o Dark Nuns (Kwon Hyeok-jae). El miércoles, la sesión compartida con Silencio, la nueva serie de Eduardo Casanova, contó con la presencia del compositor Joan Vilà, autor también de la banda sonora del spot del festival. Entre los estrenos más destacados de la semana se encuentra también Bramayugam (Rahul Sadasivan), un viaje visual hipnótico y estreno español de la película india que lleva el folk horror asiático a una nueva dimensión.

El jueves, TerrorMolins recibió la visita del director canadiense Brandon Christensen, que presentó dos estrenos de este año: Night of the Reaper (en competición en la Sección Oficial) y Bodycam (Sección Bloody Madness). Tras la première internacional de The Puppetman en la edición de 2023, el cine de Christensen volvió al festival para protagonizar una de las sesiones más multitudinarias de la semana.

Adriana Galicia y Margalida Adrover, del corto Cuca, con el jurado de Industria (©Joan Gosa)

Sesión de clausura y homenaje a Paco Cabezas

El viernes por la noche, en la sesión de clausura se presentará el cortometraje Confession de Mai Nakanishi y el largometraje La frecuencia Kirlian, con la presencia del director argentino Cristian Ponce. En este mismo acto se entregará el Premio Honorífico 2025 a Paco Cabezas, cineasta sevillano autor de títulos como AparecidosCarne de neón o Mr. Right, y colaborador en series como Penny DreadfulFear the Walking Dead o Wednesday. El festival reconoce así su capacidad para combinar una mirada local con una proyección internacional, consolidándose como una voz propia dentro del audiovisual de género.

Final apoteósico: J-Horror, música y 12 horas de cine de terror

El sábado llegará uno de los momentos más esperados del festival: las conferencias dedicadas al J-Horror. Por un lado, “TerrorManga: las historias más terroríficas, esperpénticas y repugnantes del cómic japonés”, con Oriol Estrada, y “El J-Horror jugable: el terror en el videojuego japonés”, con Víctor Navarro. Las ponencias precederán a la emblemática Maratón de 12 horas de cine de terror.

La maratón incluirá el concierto previo de Tibosity y las proyecciones de Her Will Be Done (Julia Kowalski), Dream Eater (Jay Drakulic, Mallory Drumm, Alex Lee Williams), Flush (Grégory Morin), Hold the Fort (William Bagley) y una película sorpresa. La sesión, clausura espiritual del festival, tiene las entradas prácticamente agotadas y promete volver a ser una experiencia memorable gracias a la programación, pero también a los espectáculos que la convierten en un evento único e inmersivo.

Categorías: Terror Molins

Diario de Serendipia en Sitges 2025: Cuarta cápsula

14 noviembre 2025 Deja un comentario

Durante esta cuarta jornada, Serendipia vería el poco cine español que pudo presenciar. Y es que esta edición no ha ido sobrada de títulos españoles, vascos o catalanes. Así, este par que pudimos ver fueron de los escasos que hubo.

Para Serendipia hoy será una jornada completa a pasar en Tramontana. No hay problema, al contrario, preferimos esta sala por no ser mastodóntica y, sobre todo, porque prensa ocupa las filas de delante, con lo cual Serendipia puede ver las películas como les gusta, bien grandes. Y la jornada se inicia con un buen film protagonizado por la estrella del día,  Benedict Cumberbatch, cuya presencia fue celebrada por los más fanáticos, y un actor reconocible para que los noticiarios de televisión y la prensa generalista hable del festival. Vamos allá.

En Esa cosa con alas (The Thing with Feathers, Dylan Southern), adaptación de la novela El duelo es esa cosa con alas de Max Porter, su protagonista (Cumberbatch) lucha por procesar la inesperada muerte de su esposa y criar a sus dos hijos pequeños. El dolor ya es bastante caótico, pero aumenta cuando se manifiesta en un huésped desquiciado e indeseado que lo atormenta desde las sombras y que no es otra cosa que un enorme cuervo, protagonista de las ilustraciones que realiza, que es la materialización del dolor que sufre, a la manera de aquel otro cuervo que atormentaba al protagonista del más célebre poema de Poe. Benedict Cumberbatch realiza una actuación emocionalmente convincente, un despliegue de matices y registros, tanto que no nos hubiera extrañado lo más mínimo que se hubiera llevado el premio de esta edición al mejor actor. Para nosotros, merecerlo, lo merecía, aunque el film, lo que se dice de género fantástico no es que lo fuera demasiado, la verdad. Menos para estar en Oficial Fantàstic Competició. Esa es la opinión de Serendipia, pero, igual que Groucho tenía unos principios, que si no agradaban los cambiaba por otros, Serendipia puede defender, sin que se le tuerza el gesto, lo contrario de lo que acaba de sostener: Esa cosa con alas es un buen ejemplo de la salud del fantástico y su capacidad de adaptarse a tiempos nuevos con renovadas fórmulas. Y podemos aducir para defender este último juicio la mala acogida que ha obtenido de buena parte de la crítica generalista.  Algunos profesionales han puntuado negativamente la opera prima de Dylan Southern porque, al utilizar recursos propios del terror (y de uno que encima no asusta) no es capaz de profundizar en el drama de ese padre que enfrenta el profundo dolor de sobrevivir a su pareja sin que la vejez estuviera siquiera anunciada, una lacerante muerte repentina que trastorna todo aquello que ha sido nuestro feliz arraigo con el mundo.

Sí, Esa cosa con alas es una película fantástica (tienta decir que en toda la polisemia del término). El duelo nos atenaza y nos anula como si fuera un monstruo agarrándonos por las entrañas. El terror, como género, hace mucho que dejó de necesitar sustentarse en lo sobrenatural para ser. Es más, cuando la fuente del espanto es un ente que está fuera de lo humano, puede llegar a presentarse como un malestar

El actor recibio el premio Máquina del Tiempo (Foto: Miguel Ángel Chazo)

psicológico: el Horla de Maupassant no tiene la misma fisicidad que el vurdalak de Tolstoi, así de lejos viene la conversión del terror en algo interno al hombre. Hay más, como dice Ángel Sala, el fantástico no es una mera lista de tópicos temáticos, es también, y quizás sobre todo, un modo de narrarlos. El terror no lo pone sólo el que, muchas veces lo introduce el como. Por todos los acercamientos que queramos, Esa cosa con alas es una cinta de género, no ya porque en ella se muestre una entidad terrorífica, el cuervo al que aludimos, sino porque aunque somos conscientes de que esa figura, en verdad, es la proyección de la mente de papá (los personajes no tienen nombres propios), a la sazón autor de cómics, ello no obsta para que la narración lo muestre en su materialidad y en su efecto aterrador sobre los personajes que están atravesando el duelo. Podríamos decir que el papá que es Cumberbatch escribe su propio Babadook, aquel cuento infantil ilustrado y misterioso que daba título a la película de Jennifer Kent, cinta con la cual mantiene más de un correlato la que estamos comentando. El linde entre el fantástico y lo que no lo es, no reposa en la prueba de cargo que insinúa que sí había entidad externa, o ¿acaso Personal Shopper no habría pertenecido al género si Olivier Assayas no nos hubiera regalado ese vaso que flota en profundidad de campo sin ser visto por los personajes? Quédense con la opinión de Serendipia que más les convenza.

Con una representación del dolor (con mayúsculas) magníficamente perturbadora, para cualquiera que haya experimentado una pérdida, Esa cosa con alas va a suponer una experiencia desgarradora y angustiosa. Y catártica. Ese es el poder de un género que para demasiados es menor, pero que expresa como ninguno el poder de una cámara, su capacidad de penetrarnos hasta lo más íntimo. En ello reside la atracción humana por la imagen en movimiento, el cine nos fascina porque nos eleva y captura. Iván Zulueta lo sabía bien, el cine, vampiro del alma, es la única criatura capaz de apresar la pausa. El arrebato.

Nunca es tarde para descubrir Arrebato (Iván Zulueta, 1979). Y nunca es suficiente lo que se habla de Arrebato. El arrebato, como Drácula, nunca tiene fin. Y si no que se lo digan a Enrique López LavigneMarta Medina directores de El último arrebato, un nuevo intento de acercarse a la inclasificable obra de Zulueta con un documental dramatizado en el que veremos a los directores contactando con los diferentes supervivientes del film: Eusebio Poncela, Cecilia RothMarta Fernández  Muro; además de otros personajes que tuvieron mucho que ver con el director y el rodaje, como el director Jaime Chávarri, la aportación más interesante del documental. La película tiene extractos rodados en súper-8, 16 mm y video, diferentes texturas para introducir al espectador en aquel universo cuyas localizaciones también son visitadas. Pueden verse extractos de cortometrajes como Ginebra en los infiernos, de Chávarri con Iván Zulueta de protagonista, viejas películas familiares, cortometrajes de infancia y, por supuesto, escenas de Arrebato. Repetimos que la gran baza del documental es la presencia de Jaime Chavarri, porque conoció bien al director donostiarra y porque posee un enorme archivo fotográfico y de tempranas películas en súper-8. Eusebio Poncela en una de sus últimas, si no la última, película en la que participa, comenta que desde su sonado estreno, durante el cual hubo insultos para el cineasta, no ha vuelto a ver Arrebato. Ni volverá a hacerlo. Al contrario de nosotros, sus fieles, que necesitamos volver periódicamente a esa casa de la madrileña Gran Vía para volver a arrebatarnos. Una y otra vez.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

Pero por lo pronto buscaremos la salida en Exit 8 (Kawamura Genki) la siguiente propuesta incluida en Oficial Fantàstic Competició, una producción japonesa que casa mucho con lo que acabamos de ver. En ella,  un hombre se encuentra atrapado en un interminable pasillo de una estación de metro. Se propone encontrar la Salida 8, pero descubre que se encuentra atrapado en un bucle que se repite una y otra vez. Descubrirá las reglas para encontrar la salida que busca: no pasar por alto nada fuera de lo normal. Si descubre una anomalía, debe dar media vuelta inmediatamente y volver a comenzar. Si no es así, debe continuar. Cualquier descuido le enviará de vuelta al principio. Adaptación del videojuego homónimo de éxito mundial creado por Kotake Create y una extraña manera de concienciar a un futuro padre a hacerse cargo del bebé que va a llegar y a perder el miedo a la responsabilidad que todo ello atañe, Exit 8 fue una de las propuestas más estimulantes de esta edición. Como estimulantes son los enigmas y acertijos, los espectadores nos implicamos en la resolución del rompecabezas que viven los personajes como si el laberinto infinito que les atrapa fuera también el nuestro.

Pero hablemos de Ravel.

Abramos paréntesis. Maurice Ravel, meticuloso artesano, ha sido reconocido como uno de los mejores orquestadores de la historia. Adscrito al impresionismo junto a Claude Debussy, su música cultivó la perfección formal sin dejar de ser al mismo tiempo profundamente humana y expresiva. La Gran Guerra (1914-1918) marcó un antes y un después en su obra, la contienda se llevó con ella las ilusiones de la belle époque y cambió al músico, como había cambiado a los millones de hombres movilizados en «el gran cataclismo». A partir de ese momento se aferró a las formas clásicas y las renovó a través de su armonía y composición, explorando las posibilidades instrumentales de la orquesta como conjunto, como interprete global, y se decantó definitivamente por centrarse en la estructura y rigor formal. El Boléro es quizás el ejemplo más claro de esto, con su hipnótico ritmo de tres tiempos que se repite a lo largo de la obra. Esta, su pieza más célebre, que apuesta por durar alrededor de un cuarto de hora con solo dos temas y una cantinela incansablemente repetida, fue estrenada el 22 de noviembre de 1928 frente a un público un tanto asombrado. Más allá de la música, el Bolero es visto como una lección de vida sobre el poder de la espera y la anticipación en una época de inmediatez. Enseña que el placer no está solo en el final, sino también en el proceso de construcción.

Fin del paréntesis.

Este largo excurso raveliano puede parecer una digresión, una ida de olla si lo decimos en registro coloquial, pero no lo es. Es, precisamente el Bolero, lo que va escuchando en sus cascos el protagonista, que recibe el nombre de Hombre Perdido (un solvente Kazunari Ninomiya), cuando empieza la acción. Y no es una elección sonora casual, nada es fortuito en Exit 8.  La base de la composición de Ravel es la repetición y la progresión, de modo que la música nos da ya la pista de lo que vamos a encontranos y que no será otra cosa que el deambular del Hombre Perdido por un bucle con variaciones que es un auténtico laberinto. Los laberintos son construcciones basadas en la repetición de parámetros que tienen por finalidad confundir a quien se adentra en ellos, simbolizan la vida humana como enfrentamiento a desafíos difíciles de resolver. El laberinto tiene una dimensión de aprendizaje, puesto que quienes se adentran en él podrán salir cuando encuentren el centro de definición. Poner al personaje en situación de encierro laberíntico es tanto como mostrárnoslo sumido en un viaje iniciático del que saldrá con una lección de vida aprendida.

El Hombre Perdido  se halla atrapado en una serie de eventos repetitivos, como en un bucle temporal, y la única forma de escapar (encontrar la «salida del laberinto») será descifrando la lógica interna del bucle o resolviendo el problema subyacente. Antes de entrar en esa pesadilla lineal de pasadizos subterráneos con azulejos blancos, cortesía del diseño de producción sádicamente preciso de Ryo Sugimoto, el protagonista ha sido testigo impasible de una afrenta cotidiana: en un vagón de metro abarrotado, un oficinista prepotente acosa a una joven madre por el llanto de su bebé, y nuestro héroe simplemente se inhibe y se sigue refugiando en Ravel y su bolero. Todo laberinto conlleva una enseñanza, la que alcanzamos a través del Hombre Perdido y el resto de personajes encerrados en ese enlace de Moebius es que no debemos hacer caso omiso a las anomalías, esos pequeños percances que acaban siendo auiténticos defectos de funcionamiento viciando entera la dinámica social. Exit 8 nos trae una lección moral, es un gran entretenimiento con la suficiente dosis de profundidad para hacernos reflexionar sobre nuestra estadía en el mundo y nuestra responsabilidad en la mejora de sus dinámicas.

Y así, con la mente sobrestimulada y algo exhausta, Serendipia entra en silencio a ver Silencio. Un silencio nada reverencial ni, menos, conciliador, sino más bien muestra de la calma tensa que provoca en Serendipia la figura de su director. Y es que, con Eduardo Casanova, Serendipia se retuerce sobre sí misma y se escinde en dos cabezas que se interpelan entre sí cual si fueran el dúo Pimpinela. La cabeza amable y contemporizadora pone siempre en valor su originalidad y su cariz rompedor, aunque en su globalidad aún sea mejorable. La otra, más secundaria y retorcida, se crispa con la falta de modestia de sus modos de niño consentido por la industria.  Con el enfrentamiento por bandera, Serendipia se adentró en su ultima obra, la mini-serie Silencio, que se ofreció íntegra, pues sus tres capítulos son de unos 20 minutos. Una serie de vampiras con toques cómicos que pretende hacer de la saturación virtud. La cabeza amable disfrutó el conseguido maquillaje de las vampiras, la rebuscada torció el gesto durante todo el metraje por la poca mesura a la hora de escribir los diálogos, diálogos redundantes con la imagen y que en muchas ocasiones no pasan de la broma privada. Contemporizando, la amable está dispuesta a aceptar que algunas escenas están algo fuera de lugar, pero considera que el balance es positivamente transgresor. Una transgresión de plexiglas le responde su otro yo, una provocación de oropel, un trash para influencers. La serie se le hizo corta y se quedó con ganas de ver más, mucho más. A la cabeza cordial, claro. Le pareció un croquis, una prueba de lo que se podría hacer. Casi un tráiler de gran formato. De demasiado gran formato, le pareció a su partenaire, sólo en clave de cortometraje Casanova es solvente, porque edifica sin cimientos y hasta las buenas ideas se le desploman. Para la parte más candorosa se trata de un cineasta de innegable valor, para la resabiada eso podrá ser cierto el día en que deje de mirarse el ombligo y acepte, con humildad, que hay que aprender el oficio antes de hacerse un estilo propio. También los enanos empezaron pequeños.

Pero ¿Qué cuenta Silencio? Pues a grandes rasgos narra como sobreviven unas hermanas vampiras a la escasez de “sangre humana limpia” debido a la Peste Negra, pero el verdadero veneno es el silencio que las rodea. Siglos más tarde, una de sus descendientes se enfrenta al mismo conflicto durante la epidemia del sida en España, descubriendo que el amor entre “enfermos” y “sanos” sigue provocando el mismo rechazo. El mismo terror.

Y poco más. El día, en cuanto a ver películas, ya no da nada más de sí y Serendipia se adentra nuevamente en sus aposentos para prepararse, pues comienza una larga semana de cinefagia sin pausa.

Y habiendo estado toda la jornada en Tramontana, ¿Qué tal un video-homenaje a la misma? Con él les dejamos…

VAMOS DE ESTRENO * Viernes 14 de noviembre de 2025 *

14 noviembre 2025 Deja un comentario

España.  Guionista: Paul Urkijo Productor: Ander Sagardoy, Xabier Berzosa y Ander Barinaga-Rementeria Música: Maite Arroitajauregi y Aránzazu Calleja Fotografía: Gorka Gómez Montaje: Elena Ruiz Dirección de arte: Izaskun Urkijo Género: Fantástico
Reparto: Yune Nogueiras, Ane Gabarain, Elena Irureta, Iñake Irastorza, Xabi «Jabato» Lopez, Erika Olaizola, Elena Uriz, Manex Fuchs
Sinopsis: Montañas vascas, siglo XVII. En plena caza de brujas, Kattalin (Yune Nogueiras) huye de su marido, abandonando el caserío en mitad de la noche. Perdida en la negrura del bosque, siente una presencia que la persigue. En su camino, se topa con tres mujeres que, mientras lavan la ropa junto al río, comparten cuentos de miedo y habladurías del pueblo. Para su asombro, Kattalin acabará convirtiéndose en parte de esas mismas historias.
Paul Urkijo es un viejo conocido de Proyecto Naschy. Ya con sus cortometrajes llamó la atención de Serendipia por su factura y por su rico imaginario. Ahora, la carrera del vasco ya es una realidad con tres largometrajes que han recibido excelentes comentarios de crítica y público. Todos ellos han profundizado en el folklore y la tradición vasca estando ubicados en el pasado, donde se ha nutrido el director de ese rico saber popular para fabular con sus historias en las que la brujería y el diablo siempre estan presentes. Pero se diría que ha sido con Gaua donde Urkijo se ha arremangado y ha penetrado hasta las orejas en la magia negra y el satanismo, montando un film que culmina con un akelarre, una misa negra, tal y como se ha representado en obras e ilustraciones de aquella época, pues en Gaua está  la iluminación de interiores de los maestros holandeses y las pinturas negras de Goya. Todo con tal de trasmitir al espectador las sensaciones de estar presentando tableaux vivents de las ilustraciones de misas negras y reuniones de brujas tantas veces  vistas en libros y tratados de magia.
Y todo ello al servicio de una película amena que podría asemejar una de aquellas de episodios, los que cuenta cada bruja, pero que no lo es, pues en todas las historias tiene un protagonismo especial Kattalin, la protagonista, frágil y a la vez fuerte, que quiere huir de su brutal marido y escaparse de ese sofocante patriarcado, todo lo cual conseguirá mediante sortilegios, pócimas y remedios milenarios atesorados por las sabias del pueblo y, finalmente, uniéndose al sabbath nocturno de las brujas y los brujos de Gaua, donde la noche es para los de la noche.
Paul Urkijo diríamos que con Gaua ha conseguido plasmar su ideario fantástico más tenebroso, reflejar la libertad del individuo como criatura nocturna en contraste con la encorsetada y temerosa de Dios sociedad que vive y obra de día. En la superficie. Ha vuelto a realizar una gran película que, como todas las buenas, disfrazada de cine fantástico ofrece al espectador la enseñanza de que el mal y el bien no siempre tienen los límites tan marcados.
Actores jóvenes como Yune Nogueiras, que precisamente debutó en 2020 con Akelarre de Pablo Agüero, se mezclan en el reparto junto a veteranos como Ane Gabarain, Elena Irureta e Iñake Irastorza, todo ello al servicio de una narración que no tiene ningún agujero y que culminará con un crescendo casi operístico.

DIE MY LOVE (Lynne Ramsay, 2025)

USA. Duración: 118 min. Guion: Lynne Ramsay, Enda Walsh, Alice Birch. Libro: Ariana Harwicz Música: Raife Burchell, Lynne Ramsay, George Vjestica  Fotografía: Seamus McGarvey  Compañías: Black Label Media, Excellent Cadaver, Sikelia Productions. Distribuidora: MUBI Género: Drama
Reparto: Jennifer Lawrence, Robert Pattinson, Lakeith Stanfield, Sissy Spacek, Nick Nolte
Sinopsis: Una pareja joven y enamorada, cargada de ilusiones (Grace y Jackson), se muda de Nueva York a una casa heredada en el campo. Grace intenta encontrar su identidad con un nuevo bebé en ese entorno aislado. Pero al redescubrirse a sí misma tras un periodo de desmoronamiento, no lo hace en la debilidad, sino en la imaginación, en la fortaleza y en una impresionante e indómita vitalidad.

Ocho años han pasado ya desde el estreno de En realidad, nunca estuviste aquí, Lynne Ramsay se prodiga poco, pero nunca ha dado puntada sin hilo. Inició su carrera al final del siglo XX con Ratcatcher, una ópera prima que ya la revelaba como una directora con un universo propio. Cuando este siglo ha cumplido ya su primer cuarto, estamos en condiciones de decir que la escocesa es una de las cineastas más interesantes del siglo XXI. Su cine se aparta de los códigos establecidos por la narrativa clásica, no se apoya en los diálogos ni en la exposición explícita de la historia, trabaja lo sensorial trazando historias en las que lo que construye el relato son las imágenes, los detalles vívidos, la música y el diseño de sonido. Asidua del Festival de Cannes, siempre ha conquistado el corazón de la crítica profesional. Siempre hasta el estreno de Die my love, aquí la radicalidad de sus modos ha sentado el disenso, mientras algunos la consideran su obra más madura, otros han visto un absoluto dislate en el que ha sucumbido a la voluntad de su protagonista, Jennyfer Lawrence, a la sazón productora de la cinta. Y aunque no es una película fácil, no había razón en los aspavientos, al fin y al cabo esta historia de amor y desquiciamiento es coherente con los presupuestos de su directora.

La maternidad tradicionalmente se ha visto como uno de los pilares más sólidos de la sociedad. El amor de una madrecita del alma querida siempre estuvo fuera de toda duda. Madre no hay más que una y se caracteriza por su entrega y su amor incondicional. Y, por supuesto, es el objetivo vital de todas las mujeres, excepto de las desnaturalizadas. Pero los mitos no son para siempre, desde que las mujeres han optado a roles de responsabilidad hasta en las artes creativas y han empezado a hacer oír su voz, la maternidad ha dejado de ser sacrosanta y han empezado a proliferar relatos que hablan de sus aspectos menos idílicos, por citar alguno, ahí está en clave de thriller psicológico la Salve María de Mar Coll, y también dentro de los parámetros del género, pero con mucho humor, Amy Adams nos regalaba un retrato feroz en Canina. Grace, la protagonista del último film de Ramsay, está un punto más allá de la depresión postparto, su vida se ha desnortado, no tiene problemas con el bebé sino con todo lo demás, como le confiesa ella misma al psiquiatra. Su relación con Jackson (Robert Pattinson, genial en su réplica  a Lawrence) siempre fue pasional, y los encuentros sexuales entre ambos eran constantes, el embarazo y la llegada del hijo (sin nombre, es un detalle) lo interrumpe todo, y se va sumiendo en la soledad. Así pues, la película trata sobre la manera en que una mujer se redefine a partir del nacimiento de un hijo y de la soledad que este proceso conlleva. El aislamiento maternal ya estaba en Tenemos que hablar de Kevin (2011), pero si el personaje interpretado por Tilda Swinton guardaba su tensión en su interior, Grace, al redescubrirse a sí misma tras un periodo de desmoronamiento, no lo hace en la debilidad, sino en la imaginación, en la fortaleza y en una impresionante e indómita vitalidad. Sin duda el personaje se beneficia de la enérgica impetuosidad de Jennyfer Lawrence cuya interpretación merece un aparte propio.

Los ojos violetas de Liz Taylor fueron en 1958 los de Maggie Pollitt, una mujer joven y hermosa, frustrada por la falta de intimidad con su esposo, que lucha contra la mendacidad y la opresión social en el sur de Estados Unidos. «¿Sabes cómo me siento? ¡Me siento todo el tiempo como un gato en un tejado de zinc caliente!«. También vemos a Lawrence, con sus acuosos ojos claros, gatear entre las hierbas antes y después del nacimiento del bebé, primero atrayendo a Jackson hacia ella, para ser ignorada por él después del natalicio. La insatisfacción personal hace reaccionar a ambos personajes femeninos, pero la deriva de Grace es más errática. Y más dramática. Lawrence, como la Taylor, se muestra como una actriz de personalidad arrolladora, capaz de abrirse en canal prestando su carnalidad al personaje. La deriva de Grace en manos de la ganadora del Óscar en 2012 (con sólo 22 años), tiene algo de hipnótico, nos fascina y nos abruma como esas escenas de accidentes mostradas en cámara lenta. Frente a una cámara exigente e invasiva, su interpretación es física y extrema, pero dista mucho de darnos un personaje plano por exceso, al contrario la actriz (junto con el trabajo de la directora) obra con esmero para extraer de Grace una inocencia infantil que nunca resulta condescendiente. Los destellos de ira y violencia de Lawrence se equilibran con su sutil sentido del humor en escenas clave. Lawrence se desnuda física y emocionalmente, entregándose por completo a Grace, y formando un excepcional tándem con Ramsay. Así, visceral, desgarradora y con un humor muy negro y muy ácido, Die my love impacta como un mazazo gracias a la visión implacablemente sombría de la vida doméstica.  «¡Pues salta del tejado, salta! ¡Los gatos pueden saltar de los tejados y aterrizar sobre sus cuatro patas sin hacerse daño!«, sólo queda luchar por ser, aunque eso implique no permanecer más en el tejado. Grace definitivamente huye hacia adelante.

La forma en que Ramsay explora la maternidad va mucho más allá de lo superficial, adentrándose en los matices emocionales y físicos que acompañan este proceso. No idealiza ni demoniza, sino que muestra la ambivalencia de sentimientos. Y es que Die my love no pretende ser entendida, por eso no vacila a la hora de complicar la línea temporal del relato, llegando a tener por momentos un aire onírico de irrealidad, Die my love lo que busca es ser sentida emocionalmente en nuestro interior. Después de todo habla de amor, en palabras de la propia Ramsay: “en el corazón de esta historia está la complejidad del amor y cómo puede cambiar y transformarse con el tiempo. Mi objetivo era mantenerlo con los pies en la tierra, humano, espontáneo y divertido a veces, capturando los momentos que parecen pequeños pero que tienen mucho peso. Esta película es para cualquiera que haya estado en una relación: hay angustia y belleza en la vulnerabilidad”. Estamos ante una obra que desafía los convencionalismos, presentando un retrato valiente y sincero de la maternidad y la identidad femenina, dejando una huella imborrable en quien se atreve a mirar más allá de la superficie.