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Diario de Serendipia en Sitges 2025: Tercera cápsula

13 noviembre 2025 Deja un comentario

Hoy tenemos cosas importantes. Nos tenemos que decidir entre Gaua, la última película de Paul Urkijo y We Bury the Dead y, sabiendo que más adelante habrá pases de prensa en Barcelona de la cinta del  vasco, nos decidimos por la del australiano, aunque su protagonista, Daisy Ridley haya anulado su presencia en el festival en el último momento. Pero hay más: animación, cine para toda la familia y el reencuentro con el maestro Mariano Baino. 

Serendipia comienza el día en Tramontana con We Bury the Dead, que como Oficial Fantàstic Competició, pasea al espectador por un paisaje apocalíptico tras un catastrófico experimento militar que diezma la población de Tasmania, lugar en el que se encontraba el marido de Ava (Daisy Ridley). Pero tras producirse unos escalofriantes efectos no esperados cuando algunos de los cadáveres muestran signos de vida, Ava decide unirse a una “unidad de recuperación de cadáveres” con la esperanza de encontrarlo todavía con vida, muerto o… revivido.  Narrada desde el dolor y la esperanza de la protagonista, We Bury the Dead añade un enfoque original y emocional al tema de los zombis mostrándolos como lo que fueron antes de morir: seres humanos. Así que olvídense de devoradores de cerebros pues, como suele suceder en tantos y tantos relatos de no muertos, los peores de la función son los vivos. Hilditch se instala en una perspectiva humanista, el motivo del regresado de la muerte le sirve para reflexionar sobre qué nos da carta de naturaleza, cuál es la esencia que nos define, y qué supone la muerte en nuestra existencia. El dolor y el humor se aúnan en su retrato y, paradójicamente si se quiere, cuando más lírico se muestra, más sobrecogedor resulta. Parte de la crítica lamenta, de hecho, que no descarte todos los tópicos, y, en ocasiones, seguramente la motivación de avanzar en la trama, caiga en una imaginaria más gastada y que en algunas ocasiones los revividos sean más agresivos,  tengan peor aspecto y anuncien su llegada con un escalofriante crujir de dientes. A Serendipia, sin embargo, le pareció una película suficientemente calibrada, que maneja bien sus ingredientes y regala algunas imágenes poderosas para la memoria, como ese cadáver en vida dando sepultura a los suyos. Y es que ya nos sentíamos atraídos por el director de la función, el australiano Zak Hilditch que ya había demostrado pericia a la hora de caminar por parajes apocalípticos, tan solo hace falta recordar la magnífica Las últimas horas (These Final Hours, 2014), con la que el director participó en una edición anterior del festival.

Kenichiro Akimoto (Foto: Serendipia)

Buen comienzo de jornada y corriendo a l’Auditori para ver la primera participante en la sección Anima’t que Serendipia se iba a meter entre pecho y espalda. All you need is Kill (Kenichiro Akimoto) es, por supuesto, una cinta de animación, en esta ocasión procedente de Japón que adapta una novela de 2004 de Hiroshi Sakurazaka que se adaptó al manga en 2014 y, ese mismo año, se convirtió en un film de imagen real en Estados Unidos como Al filo del mañana (Edge of Tomorrow, Doug Liman, 2014). La historia, como en el manga y el filme, gira en torno a un bucle temporal que obliga a su protagonista a revivir la misma batalla cada vez que muere. La diferencia radica en el tono: lejos de resultar reiterativo o agotador, Akimoto logra dotar de ritmo y curiosidad a cada nuevo ciclo. La repetición se convierte en aprendizaje, y el aprendizaje en desesperación, pero también en humor. Hay momentos en los que morir se vuelve casi cómico, mientras que en otros el dramatismo se impone con crudeza. Una obra de ciencia ficción bélica muy imaginativa, que equilibra acción y reflexión sin perder su espíritu de entretenimiento. No defraudó las expectativas, tampoco, por lo que hace relación a su apartado visual.

Con un rodaje que duró cuatro años, según detalló su director que presentó la proyección, All you need is Kill tiene una animación 3D para los fondos, aunque para los personajes se decanta por un dibujo lineal que aleja visualmente al film de los animes más habituales. Las líneas duras y los trazos que esquivan las redondeces alejan a los personajes de los estereotipos estéticos del manga comercial, lo que les otorga una personalidad diferenciativa, casi acercándolos al cómic occidental. Una cinta interesante, como todas las que Serendipia disfrutó provenientes de Japón en esta 58 edición. Pero no podíamos demorarnos a relamernos, tocaba abandonar la sala grande y cambiar radicalmente el tercio.

Coralina Cataldi-Tassoni y Mariano Baino (al fondo) presentando su película en Tramontana (Foto: Serendipia)

Vuelta a Tramontana para ver la esperada por Serendipia Astrid’s Saints, tercer largometraje (o segundo, según como se mire) del director de culto Mariano Baino tras Dark Waters (1993). Un film cuyo rodaje se ha prolongado durante 14 años y que es un cuento de hadas con santos y oraciones en vez de duendes y brujas, un tanto abstracto, en el que está esmerada la puesta en escena. Cada uno de los planos que dan cuenta de la acción y su escenario tiene pleno sentido narrativo (o poético), el duelo de Astrid se escenifica en un universo hierático formado por un sistema de cuevas, auténticas catacumbas, iluminadas con velas y en las que la iconografía cristiana tiene todo el protagonismo, la partitura y los efectos de sonido, partes también de la narración, hacen el resto. Astrid (una gran Coralina Cataldi-Tassoni), una madre afligida por la muerte de su hijo, deberá desentrañar los misterios que la unen a otras madres en duelo, a sus hijos, y también a los jóvenes santos a quienes todas ellas adoran. Desgarradora exploración de la psique de una mujer atravesada por la pérdida que, a través del realismo mágico, encuentra su equilibrio entre lo sobrenatural y el sufrimiento terrenal. Una conmovedora historia sobre la fe y el poder de la oración.

Una pieza de orfebrería que requeriría de más de un visionado para apreciarla por completo. En este espacio habremos de limitarnos a esbozar la somera explicación de su esencia que un primer contacto con ella nos deja como fondo de paladar. Casi experimental, la cinta no se apoya en la acción y el diálogo, el esfuerzo compositivo se centra en la fuerza de las imágenes convenientemente sazonadas con un diseño sonoro tortuoso y atormentado (obra de la propia Cataldi, que a la par es coguionista) que da razón de una deriva mental, la de la protagonista y su conflicto. No estamos ante una peripecia, ante un obrar en el mundo, sino que los recovecos de esa casa-cueva que sirve de escenario son una prolongación del profundo laberinto que atraviesa la mente de la protagonista. Así, no quedará claro si los encuentros con otros personajes, todas mujeres atravesadas por la pérdida de sus vástagos, se da más allá de su imaginación, la película flirtea continuamente con la irrealidad y la atmósfera surreal. No avanza el filme fundamentándose

en el diálogo, repetimos, pero ello no significa que no haya verbo: las palabras brotan incesantes de la voz de Astrid, repetidas y repetitivas, como una tonadilla infantil, quizás mejor como una letanía religiosa, como si tratará con ello de conjurar la acción de lo sobrenatural para resucitar a su niño. Resucitarle para salvarle. Resucitarle y salvarse ella. Pero en el sentido profundo que tiene la salvación para un creyente, como consecución de la bienaventuranza, la felicidad humana máxima, en la Gloria. El uso de la imagenería hagiográfica no es una mera cuestión estética, va más allá, desde su función como secuenciación de lo relatado (cada santo un día, un episodio), hasta su significación en el subtexto que fluye bajo la superficie de las imágenes. Baino sigue siendo una especie de Igmar Bergman experimental que se interroga sobre el valor de la fe y la posibilidad de obtener respuesta trascendente, si el sueco nos abocó al silencio de Dios, el italiano nos instala en la duda, pero una duda que, inversa a la de Hamlet, no impide actuar. Y es que, circular y reiterativa, como un laberinto minimalista, en el centro de la reflexión está la espiritualidad femenina (no en vano Cataldi es pareja y musa, pero también coautora). Astrid lleva la práctica de la fe hasta su manifestación más extrema, como aquellas muradas medievales, mujeres que elegían ser emparedadas en los muros de la ciudad para obtener el beneficio del diálogo con lo divino, Astrid con su hábito de eremita se arroga el Don del Martirio y ejercerá sobre ella misma el sufrimiento como acto de caridad suprema capaz de vencer la mortalidad y poner en su lugar la redención.

Astrid’s Saints es un drama litúrgico que extrae belleza del horror. Críptica, desgarradora y edificante a partes iguales, bien está que haya sido seleccionada en un festival de cine fantástico. Porque está más allá de las categorías estanco, pero, desde luego, como la fantasía, está diametralmente enfrentada a cualquier vocación de realismo. Una Noves Visions de las de antaño que satisfizo por completo a Serendipia, despertándole el deseo de repetir sesión (aunque es consciente de que eso será muy difícil). Bravissimo film!

En contraste con la oscuridad del film italiano, la luminosidad de La leyenda de Ochi (The Legend of Ochi, Isahia Saxon) nos esperaba, a continuación, en nuestra estancia en Tramontana, otra incursión de Serendipia en una pieza perteneciente a la sección Oficial Fantàstic Competició que igual que la anterior la satisfizo por completo. Y es que Serendipia es una entidad cinéfaga de gustos eclécticos. También somos un ser contradictorio, como todo aquel que se precie, capaz de dejarse llevar y sorprender por lo moderno y, a la vez, pensando en clásicos como El ladrón de Bagdag de 1940, pronunciar boutades tales como que, llegado cierto punto en la vida mejor sería encerrarse en el refugio de la propia colección y repasar en bucle aquellas obras de las que el resto no son más que notas a pie de página. Las chanzas son sinceras y nunca carecen totalmente de verdad, pero la temperancia es un grado, el «nunca demasiado» délfico es la luz guía de Serendipia y por eso mantiene intacta su capacidad de disfrutar de operas primas como La leyenda de Ochi que, salvando las distancias, como la cinta de Michael Powell, está imbuida del sentido de la aventura.

La simbología de la aventura está ligada a lo extraordinario y el riesgo, también a la incertidumbre que nos mueve a la búsqueda del sentido. Su origen latino, adventura, significa «lo que ha de venir», lo que implica un futuro ignoto y, por extensión, cualquier suceso fuera de lo común. Representa una experiencia emocionante que puede involucrar peligro y una meta importante, está en la raíz del viaje del héroe definido por Joseph Campbell que describe un patrón común en muchos mitos e historias, donde un personaje sale de su mundo ordinario para enfrentar desafíos en un mundo extraordinario, y regresa transformado. Esa es la estructura narrativa de La leyenda de Ochi. Veamos de qué iba la cosa: Yuri (Helena Zengel) ha sido educada para temer a las criaturas del bosque conocidas como Ochi. Sin embargo, cuando descubre a un bebé Ochi abandonado por su manada, se embarca en un peligroso viaje para reunir a la criatura con su familia. A medida que Yuri se adentra en el bosque, se enfrenta a peligrosos desafíos y aprende relevantes lecciones sobre el valor, la amistad y la importancia de proteger la naturaleza. Relato de encuentro entre una criatura formidable y un humano inadaptado a su grupo, transita terrenos ya circulados por obras anteriores, rápidamente nos viene E.T., el extraterrestre a la memoria, pero también La historia interminable y, aunque sólo sea por el diseño de la criatura, los Gremlins de Joe Dante, quien, por cierto, estaba en la sala. Pero que tenga esos puntos en común con obras precedentes, no la convierte en una de esas meras péliculas nostálgicas tan en boga, y aunque, como señalan algunos, aspectos de su trama como la relación fracturada de Yuri con sus padres no quedan suficientemente fundados, La leyenda de Ochi brilla con luz propia porque en su espíritu, en su alma conductora, están inscritos modos narrativos de un cine de otras épocas, de aquel que fue capaz de crear mundos improbables, pero totalmente creíbles y fascinantes. La pieza de Isahia Saxon es cine de otro tiempo, de aquel que tenía fe ciega en las aventuras que narraba y, así, era capaz de transferir al espectador la magia recreada por sus imágenes. El aspecto visual es casi un personaje más, justo aquel que nos permite abandonar con la mente el patio de butacas y sentir que atravesamos la pantalla y somos parte de la historia. Nos conecta con nuestro asombro infantil. Y si evoca con autenticidad tiempos más sencillos y mágicos es porque nos invita a un mundo imaginario que nos resulta tangible gracias al uso de efectos prácticos tan distintos a la frialdad de los generados por computador.

Creados mediante una combinación de animatrónica, marionetas y actores disfrazados, los Ochi son una maravilla del cine. Pasamos la mayor parte de la película con el pequeño Ochi cuyos movimientos oscilan entre lo adorable y lo feroz, todos ellos completamente creíbles. Cada respiración y expresión suya están tan llenas de energía que a veces resulta fácil olvidar que esta criatura es una marioneta que cobra vida gracias a siete hábiles titiriteros, y no un animal real. Y no sólo es lo que afecta a las criaturas, la recreación del espacio en el que transcurre la aventura es igual de fabulosa. La ficticia isla de Carpathia, envuelta en niebla, está también magníficamente recreada.  El matte painting, los decorados artesanales y la fotografía de estilo retro de Evan Prosofsky se combinan para crear un escenario que parece a la vez hiperrealista y de otro tiempo.  Si faltara algo, donde no puede llegar lo visual ni el guion literario, lo pone la banda sonora de David Longstreth. La música es parte integral de la narrativa, ya que el idioma ochi es en sí

mismo una forma de música, lo que permite que la banda sonora y el idioma se complementen a la perfección. La suma de todos estos elementos técnicos, artesanales, arte en sí mismos, elevan la película a la atalaya en la que permanecen las leyendas. Un prodigio. Y fantasía con moraleja, pues al deseo humano de doblegar la naturaleza a su voluntad, le enfrenta la necesidad de que el objetivo colectivo sea aprender de su sabiduría. Cuenta con la participación, siempre bienvenida, de actores de la talla de Willem Dafoe y Emily Watson cuya presencia no hace más que redondear esta película que encandiló, tal y como nos dijo, incluso a Joe Dante. Y es que el director de Matinee también sabe mucho de la necesidad de la mentira del cine como vehículo revolucionario que nos permite creer en que un mundo diferente es posible.

Y felices y con el cántico de los Ochi todavía en la cabeza, Serendipia se retiró a sus aposentos pues el festival de Sitges no ha hecho más que comenzar y es necesario reservar energía para las jornadas que restan.

 

Mientras tanto, hordas de Zombis  han invadido la Blanca Subur: se celebra una nueva Zombi Walk y Sitges está lleno de devoradores de carne. Les dejamos con el spot de este año:

Categorías: Sitges Film Festival