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Bárbaros a la española: Los Cántabros, Tunka y Hundra

Como todo el mundo sabe Conan era español ¿cómo lo dudan si de pequeño era pastado a Jorge Sanz y su madre era Nadiuska? ¿cómo dudarlo si John Milius lo puso a cabalgar de Almería a Segovia y de Granada a Ávila? Pues por eso, porque Conan era español. Así que no resulta extraño (o no debería parecérnoslo) que una película producida en España, Los Cántabros (Jacinto Molina, 1980) se adelantara, por dos años, a la fiebre por el cine bárbaro que despertó, especialmente en Italia, claro, Conan, el bárbaro (1982), poniendo en marcha la fábrica de las copias en el país transalpino. No debería extrañarnos mucho que tras el éxito del film de Milius, dos nuevas cintas habitadas por héroes y heroínas de mirada torva en ropa interior de piel, se sumaran desde España a ese subgénero de espada y brujería.

Tras ser uno más de los géneros producidos en la España de los sesenta, principalmente en régimen de coproducción con Italia, el peplum, las populares ‘películas de romanos’, hacía tiempo que habían dejado de producirse en nuestras tierras, así que la aventura de rodar un peplum en la España de los ochenta era un anacronismo y toda una aventura. Y de lo más descabellada, por cierto. Pero al guion de Los Cántabros, ideado por Joaquín Gómez Sáinz, tanto Amando de Ossorio primero como Jacinto Molina más tarde, le añadieron  salsa, transformando a las tribus cántabras y concretamente a su líder, Corocotta, en todo un sosia de Conan, lo que convirtió esa epopeya seudo histórica en la primera película española con bárbaros de por medio ¿influencia de Conan? posiblemente, pues las novelas y los comics eran editados por entonces con mucho éxito por Fórum y antes por Vértice, pero no de la película de John Milius, que se estrenaría en 1982.

Dan Barry (Joaquín Gómez Sáinz de Rozas) actor, guionista, productor y director cántabro comenzó su andadura, al igual que Paul Naschy, en el mundo del deporte, obteniendo galardones en halterofilia y lucha grecorromana. Su físico le llevó a realizar papeles en el cine como actor y especialista en diversas producciones internacionales y españolas, la mayoría de género, hasta que en 1980 tuvo la oportunidad de poner en marcha un proyecto largamente acariciadoLos Cántabros, que narraba la lucha entre las tribus cántabras acaudilladas por Corocotta y las tropas romanas lideradas por Marco Vespaciano Agripa.

La tesis tradicional presenta a Corocotta como héroe de la resistencia ante Roma, como unificador y caudillo local durante las Guerras Cántabras de Augusto durante los años 29 a 19 a. C., pero la única constancia de la existencia de Corocotta se basa en una cita del historiador romano Dión Casio, que tradujo Adolf Schulten y que hace referencia a uno de los hechos más populares relacionados con el cántabro:

“Irritóse tanto [Augusto] al principio contra un tal Corocotta, ladrón hispano muy poderoso, que hizo pregonar una recompensa de doscientos mil sestercios a quien lo apresase; pero más tarde, como se le presentase espontáneamente, no solo no le hizo ningún daño, sino que encima le regaló aquella suma.”[1]

Este episodio, que naturalmente se muestra en el largometraje, es el que ha creado toda la leyenda sobre el supuesto cántabro Corocotta (hay quien dice que su origen es norteafricano), motivando que su figura sea realzada como símbolo cultural y turístico de Cantabria. Y apoyándose en esta tesis, la más conocida y difundida, Dan Barry quiso inicialmente realizar una serie televisiva, aunque desechó la idea optando por un largometraje, que comenzó a dirigir el veterano Amando de Ossorio, tal y como recuerda el propio Barry:

Amando de Ossorio, en efecto, incluso llegó a rodar una primera versión, pero cuando acudimos a los lugares de Cantabria que yo había escogido como escenarios del rodaje, como los Picos de Europa y otros, no hubo forma de hacerle llegar a aquellos parajes; siempre quería rodar los planos desde la carretera, por lo que no me quedó más remedio que sustituirle.”[2]

Con Amando de Ossorio fuera del proyecto, hubo que buscar rápidamente un sustituto. Paul Naschy asegura que la dirección del filme se la ofreció Augusto Boué, jefe de producción de Los Cántabros, pero según Dan Barry, fue él mismo quien se lo propuso a Jacinto Molina, por entonces compañero suyo en el gimnasio Guzmán el Bueno. Algo de lo que Barry terminó arrepintiéndose:

“El proyecto de Los Cántabros fue una idea original mía. Durante más de tres años estuve acumulando datos históricos para confeccionar el guion. Cuando ya lo tenía todo dispuesto cometí el error de dárselo a dirigir a Jacinto Molina, que por entonces era compañero de gimnasio. Posiblemente sea, en cuanto al cine se refiere, una de las equivocaciones más grandes que he cometido, ya que además del proyecto le puse al señor Molina en la mano cuarenta millones de la época y me traicionó en todos los sentidos.” [3]

En todo caso Paul Naschy no aceptó utilizar lo rodado por Ossorio, y quiso reescribir el guion de este proyecto, que sin duda le atrajo por las favorables condiciones de rodaje:

Por primera vez voy a trabajar con un presupuesto por encima de los treinta millones, que no podía ni soñar. Por primera vez dispongo de cinco semanas para rodar.”[4]

Un holgado presupuesto que cuesta apreciar tras ver los resultados en pantalla. Cuestión que también ha sabido ver Adolfo Camilo Díaz al definir Los Cántabros como “un cómic con pocos medios y muchas ideas.”[5] El mismo director narró como se las tuvo que ingeniar para suplir la falta de vestuario:

Carecíamos de suficientes armaduras y cascos romanos, y logré un ataque de la caballería de Marco Vespasiano Agripa  -mi maravilloso personaje- haciendo pasar al mismo grupo de caballistas una y otra vez, emergiendo de un gran montículo.”[6]

Quizás esta pobreza de medios sea la responsable de que una lucha entre gladiadores tenga lugar en el salón del palacio del César y no en el habitual circo romano. O que la batalla final entre ambos ejércitos se represente con un solitario duelo entre Corocotta y Marco Vespasiano en la playa, atmosférico clímax que es, por otra parte, lo mejor de la película.

Y a todas estas carencias cabe añadir los problemas ocasionados por una huelga de extras y el accidentado rodaje a 40 grados bajo cero, que causó la muerte de algunos caballos.

Lo cierto es que con la reescritura del guion el personaje de Marco Vespasiano Agripa, encarnado por Paul Naschy, resultó muy reforzado, erigiéndose en auténtico protagonista de la trama y restando protagonismo al líder cántabro interpretado por Dan Barry. El personaje de Naschy también protagoniza, como es habitual, el romance, en esta ocasión con Elia (Verónica Miriel) la brava hermana de Corocotta. Y aunque se ha comentado que Paul Naschy fue el responsable del giro argumental hacia el subgénero de ‘espada y brujería’, este era un ingrediente supuestamente aportado al libreto por Amando de Ossorio, que declaró su intención de: (…) hacer una película de ‘espada y brujería’ con druidas, magia, los romanos en contra de todos estos ritos, etcétera.”[7] Aunque naturalmente Naschy dotó al guion de Los Cántabros de elementos fantásticos, así como de pequeñas dosis de dudoso humor, de hecho es posible que el director se dejara influenciar por el Asterix de Uderzo Goscinny, algo que resalta especialmente en las caricaturas de los romanos, de entre los que destaca un muy improbable Luis Ciges.

Al recaer la dirección en Paul Naschy, este se rodeo de actores y técnicos habituales en sus películas. Como Andrés Resino que intervino en La noche de Walpurgis (León Klimovsky, 1971) y Jack el destripador de Londres (José Luis Madrid, 1975), y que en Los Cántabros interpreta eficazmente a César Augusto. Precisamente, sobre el rodaje de este film, el actor comentó un curioso detalle al especialista cinematográfico norteamericano Mirek Lipinski:

(…) Naschy no se aprendía sus líneas por estar muy ocupado haciendo y planeando esto y aquello, por lo que usaba un apuntador cuando tenía que hablar. Así que uno tenía que esperar a que el apuntador hablara primero y luego Naschy. Esto afectaba al otro actor, pero bueno, si Naschy no memorizaba sus diálogos es porque estaba muy liado con la producción y negociando cosas. Esto es lo único reprochable, pero hay que perdonarle porque tenía muchas cosas que hacer en esta película.”[8]

El film también contó con la ya mencionada Verónica Miriel, una preciosa y aniñada actriz a la que también pudimos ver en La maldición de la bestia (Miguel Iglesias, 1975); Julia Saly, que mantenía una relación profesional con el actor y director que se extendió durante diez años; la encantadora Blanca Estrada, una de la actrices más populares en la época del ‘destape’ y que intervino junto a Naschy en El francotirador (Carlos Puerto, 1978), El caminante (Jacinto Molina, 1979) y tras Los Cántabros  en Misterio en la isla de los monstruos (1981) de Juan Piquer Simón; el veterano Alfredo Mayo, que encarna al druida, uno de los personajes más pintorescos de Los Cántabros, mezcla de Panorámix y Gandalf y el que más frases grandilocuentes declama. Por su parte Pepe Ruiz y Ricardo Palacios representan el contrapunto cómico de la película, realizando un papel similar al que ya realizaron en El retorno del hombre lobo (Jacinto Molina, 1981).

También intervienen otros actores habituales en el cine de Naschy realizando pequeños papeles, como Antonio IranzoPaloma Hurtado, Frank Braña, Mariano Vidal Molina, el ya nombrado Luis Cigés, o Jenny Llada. Así como Antonio Mayans que recuerda que: “gracias a Juana de la Morena y Augusto Boué [Naschy] me volvió a contratar en Los Cantabros. Yo hacía de mensajero que llegaba, entregaba el mensaje y moría.”[9] Y David Rocha,  que mantiene un buen recuerdo de su también breve participación en el filme:

Recuerdo, además de a Paul que la dirigió e interpretó y con el que me sentí muy unido, a otros actores con los que coincidí en alguna otra película y de los que tengo bonitos recuerdos. Por ejemplo Frank Braña, que trabajó en Los Cántabros y en La herencia del mal, que dirigió Dan Barry; Blanca Estrada, con la que coincidí en El Caminante; y a algunos otros actores que trabajaron conmigo en doblaje en diferentes series y películas que dirigí. Pero a quien recuerdo con más cariño es a Antonio Iranzo.”[10].

En la parte técnica también encontramos rostros habituales en las películas de Naschy como el compositor Ángel Arteaga, responsable también de las bandas sonoras de La marca del hombre lobo (Enrique López Eguiluz, 1968) y La furia del hombre lobo (José María Zabalza, 1972) y al que el propio director confió la de El huerto del francés (Jacinto Molina, 1978); y Alejandro Ulloa, director de fotografía que tanto contribuyó a crear las mágicas atmósferas de El caminante El retorno del hombre lobo, en la que también participaron el montador Pedro del Rey y León Revuelta diseñando vestuario.

Lamentablemente no hubo un buen ambiente de rodaje, y los dos antagonistas en la ficción también lo fueron en la realidad. Dan Barry se arrepintió de haber contado con Paul Naschy como director, llegando a declarar que “hubiese sido mejor seguir con Ossorio que con Paul Naschy, que a la hora de la verdad rodó casi toda la película en Torrelaguna, en paisajes que nada tienen que ver con los cántabros.[10] Por su parte Naschy se quejaba de la poca fotogenia de Dan Barry (cuya voz fue doblada por José Guardiola):

No sé (…) si es que fui muy autoritario en el rodaje y él no estaba acostumbrado o si es que le llegaron unos comentarios del equipo de fotografía sobre que era imposible fotografiarlo de lo feo que era, pero la tomó conmigo y se vengó quitándome el nombre de los carteles.”[12]

El resultado es un filme mayormente destinado a un público infantil, cuajado de luchas descafeinadas, humor chusco y personajes arquetípicos. Según Ángel Sala, para quien Los Cántabros “fue un más que aceptable film de aventuras que recuperaba en parte el espíritu del peplum clásico de los años sesenta[13]”, la película resultó un fracaso comercial que “casi no pudo verse en su estreno, lastrada por unos distribuidores y exhibidores que no confiaron en el proyecto[14]

Para Paul Naschy fue un dignísimo peplum de acción sin buenos ni malos y una muy bella película, rodada en una época en la que Naschy estaba profesionalmente en estado de gracia, ejerciendo como director, guionista y actor en sus películas. Había estrenado poco antes dos de sus mejores títulos: El huerto del Francés El caminante e iniciaría una relación con una productora cinematográfica japonesa que le llevaría a rodar varios documentales y largometrajes, ofreciéndole unos años de estabilidad y prosperidad que, lamentablemente, se truncaron en 1984 con el fracaso de Operación Mantis.

Por su parte Dan Barry, tras interpretar pequeños papeles en diversas cintas, intervino en 1982 en Estirpe de dioses / Raza de guerreros (Diego Santillán), otro proyecto suyo ahora ya puramente de espada y brujería que por diversos motivos no llegaría a estrenarse, a pesar de estar rodado, quedando a falta de montar y sonorizar. Al año siguiente dirigirá él mismo y conseguirá estrenar, aunque tres años después de finalizado, Tunka el guerrero, otra cinta adscrita al subgénero de espada y brujería a la que añadió gotas de cine apocalíptico y que el propio Barry tuvo que dirigir tras despedir a José María Zabalza por su problema de alcoholismo. Tunka el guerrero tampoco deja muy alto el listón en cuanto a calidad cinematográfica, con su acabado amateur y alarmante falta de presupuesto y oficio, que repercute en todo, desde los títulos de crédito al ridículo vestuario de los personajes. Tampoco tuvo mucha más suerte Dan Barry con su siguiente proyecto, La herencia del mal, película de terror que tampoco llegará a estrenarse.

Prosiguiendo el tirón iniciado por Conan el bárbaro, aún se rodará en nuestras tierras, concretamente en Tabernas (Almería) escenario de tantos y tantos spaghetti western e incluso del film de John Milius, Hundra 1983), una cinta escrita y dirigida por Matt Cimber, director norteamericano que había unido sus fuerzas con la actriz Laurene Landon, con la que rodó, además de Hundra, el western influido por Indiana Jones, Yellow Hair & the Pecos Kid (1984). La película de Cimber, que narra las peripecias de la única superviviente de una estirpe de amazonas es, con diferencia, la mejor de las tres comentadas. Y aunque ni mucho menos pueda calificarse de obra maestra, al menos las luchas están trabajadas, Laurene Landon realiza las escenas de acción con convicción y el presupuesto, aunque se adivina escaso, luce más y llega, al menos, para contratar figurantes.

Tras su periplo español, Laurene Landon participaría en varias producciones  del recientemente fallecido Larry Cohen, que también recuperaría a la actriz en 2006, cuando llevaba 15 años retirada del cine.

Con todas sus carencias, Los Cántabros, Tunka y Hundra, nuestra reducida filmografía bárbara, conforma un simpático tríptico de producciones llevadas adelante con más imaginación que medios y en un momento en el que el cine de género en España estaba desapareciendo.

NOTAS

[1] Schulten, A. Fontes Hispaniae Antiquae, vol. V. Emporium, Barcelona, 1940. Pág. 335
[2] Salvador Estébenez, J. L.: Dan Barry, el Conan españolhttps://cerebrin.wordpress.com/2008/01/07/dan-barry-el-conan-espanol/
[3] Ibídem
[4] Sáinz, S.: ‘Diálogos de la luna llena’. Transilvania Express Nº 2, 1981. Pág. 51
[5] Camilo Díaz, A.: El cine fantaterrorífico español. Santa Bárbara, S.L., Gijón, 1993. Pág. 159.
[6] Molina, J.: Paul Naschy. Memorias de un hombre lobo. Alberto Santos Editor, Madrid, 1997. Pág. 132.
[7] Olano, J. y Crespo, B.: ‘Entrevista a Amando de Ossorio’. Cine fantástico y de terror español 1900-1983. Donostia Kultura, S. Sebastián, 1997. Pág. 371
[8] Lipinski, M.: ‘The Andrés Resino Interview’. Latarnia Fantastique International Nº 1, 2010.
[9] Mensaje personal al autor de este artículo.
[10] Mensaje personal al autor de este articulo.
[11] Salvador Estébenez, J. L.: Opus cit.
[12] Agudo, A.: Paul Naschy. La máscara de Jacinto Molina. Scifiworld, Pontevedra, 2009. Pág. 225. Algo que no es del todo cierto. El nombre de Jacinto Molina y Paul Naschy figuran en el cartel, lo que sucede es que el personaje encarnado por Paul Naschy nos da la espalda, en lo que no deja de ser una extraña decisión del, por otra parte, magnífico cartelista Mac.
[13] Sala, A.: Profanando el sueño de los muertos. Scifiworld, Pontevedra, 2010. Pág. 67
[14] Ibídem.

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