Archivo
Diario de Serendipia en Sitges 2024: Primera cápsula

Fotos: Montse Rovira
Una nueva edición del Festival de Sitges, la número 57, con el público volcado en ella. Hay hambre de Sitges y se nota en el ambiente desde el primer día. Hay apetito de compartir en comunión con otros acólitos la fantasía, el caos y el terror que nos ofrecen las pantallas del festival. Hay necesidad de evadirse de los horrores cotidianos.
En esta ocasión el histórico Cine Retiro ha permanecido cerrado por (profundas y necesarias) reformas, ausencia que ha intentado ser solventada con la incorporación de otra pequeña sala, la de L’ Escorxador, lugar habitual del Brigadoon, que ha tenido que volver a celebrarse, como sucedió el pasado año, en la Sala Llevant del Melià.

JUEVES 3 DE OCTUBRE
Nuevamente la Sala Tramontana será el hogar de Serendipia. Y lo será más que nunca. Allí iniciará su festival particular y lo hará con buen pie con El segundo acto (Le deuxième acte) una nueva gamberrada de Quentin Dupieux, un director que se ha tornado en, si no imprescindible, sí una presencia habitual con una o más de sus películas en cada edición del festival. El idilio de Serendipia con Dupieux no fue un amor a primera vista, de hecho el argumento marciano de Rubber (2010) no le convenció y en aquella su primera edición no seleccionó en su programa la obra del francés, pero poco a poco fueron coincidiendo los caminos, primero casi por azar y después ya voluntariamente, hasta que desde Au poste! (2018), si
puede, inicia el periplo suburense con lo que sea que se le haya ocurrido al galo. El segundo acto, que participó en la sección Oficial Fantàstic Competició, nos hizo olvidar la decepción con Daaaaaalí! (2023) a la par que nos retrotrajo a aquella noche de agosto de 1985 en la que vimos descender a María Casares las escaleras del Teatre Grec de Montjuic. La gran dama de la Comedie Française interpretaba La nuit de Madame Lucienne, una pieza inclasificable de Copi, a su vez un autor tan insólito y extravagante como el propio Dupieux. En La nuit de Madame Lucienne, una escalera que sale del escenario permite que los actores utilicen el pasillo central del patio de butacas del teatro, saliendo y entrando repetidamente, igual que Léa Seydoux, Vincent Lindon, Raphaël Quenard y Louis Garrel, los interpretes del segundo acto de Dupieux, no dudan en romper la cuarta pared mezclando «realidad» y ficción. En la pieza de Copi, los intérpretes se ven inducidos a ensayar el ensayo de un ensayo y la teatralidad se exacerba hasta el delirio. Al final de ella, la señora que limpia el teatro asesina a todos los actores y exclama triunfante: “¡Se acabó el teatro!”. En la última cinta de Dupieux también nos encontramos con un ejercicio metacinematográfico, los personajes están interpretando la primera película dirigida por una Inteligencia Artificial y constantemente entran y salen del guion del filme que ruedan en la trama, cosa que no es otra que cumplir con el guion que interpretan para Dupieux, la cinta nos obliga a reconsiderar continuamente dónde termina la realidad (la de los personajes, que para nosotros es igual ficción) y dónde empieza la ficción, dándole al cine un valor simbólico extremo como herramienta para la reflexión filosófica sobre la existencia y sus límites. Como en Copi ocurre con el teatro. Pero ya no estamos en tiempos de la muerte del arte, por eso nuestro director no concluye que se acabó el tiempo del cine, más bien ese largo plano aéreo sobre el travelling que ha filmado a los personajes da cuenta de que sólo desde lo cinematográfico se puede atisbar lo que se esconde debajo del fenómeno, la esencia de nuestra realidad. Pero eso se da sólo desde el terreno de la conjetura, Dupieux entona un enorme “quizás”, algo que queda advertido ya desde el título del filme. Toda esta obra es un segundo acto, aquel en el que se desarrolla la trama y se intensifican los conflictos, pero todavía no se alcanza la resolución. Quizás el mundo, como la película que inauguró nuestro festival, no sea más que una obra sin conclusión posible.
Si Serendipia disfruta con el possurrealismo de Dupieux, tanto o más disfruta con el cine de animación. Hubiera querido degustar el stop-motion de Adam Elliot, Memorias de un caracol (Memoir of a Snail), pero asistir a su pase en el Cine Prado era incompatible con estrenar L’Auditori visionando el filme inaugural, y Serendipia no se ha perdido ninguno de ellos en las quince ediciones que lleva cubriendo el festival. Así, tras El segundo acto, se encaminó con el corazón partido a la cita con el actual buque insignia de las salas del festival, en vez de dirigirse a aquella otra que lo fue cuando el certamen nacía. No se trata de ser un animal de costumbres, es ser fiel al rito. Porque ese pistoletazo de salida de L’Auditori tiene algo de ceremonia, con un Ángel Sala como oficiante que siempre aprovecha la ocasión para darnos la bienvenida a los miembros de la prensa. Las formalidades pueden parecer corsés, pero, en verdad, con su artificialidad solemne, marcan la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario y nos permiten moldear y modelar el tiempo humano. Las formas puede ser tan importantes como el fondo. Si no más. De la relevancia de lo formal Presence, película de inauguración y último trabajo de Steven Soderberg, es un ejemplo perfecto.

Serendipia sigue la pista a este ganador del Óscar del 2000 por Traffic, desde que iniciara su carrera en 1989 ganando la Palma de Oro con Sexo, mentiras y cintas de video, auténtico sinécdoque del cine indie, y lo sigue no sólo porque todos fuéramos jóvenes en los 90, sino porque es un director que demuestra una y otra vez que no está reñida la asunción de un género y la voluntad de darle una impronta autoral a cada trabajo. Contagio (Contagion, 2011) es una buena muestra de ese equilibrio, y esta Presence, con la que regresa a Sitges trece años después, también. Soderberg recorre la
misma senda que abrió David Lowery en 2017 con A Ghost Story, y que podríamos definir como historia de fantasmas de autor. Tanto la de Lowery (más) como la que nos ocupa, han hecho las delicias de Serendipia y es que romperemos todas las lanzas que hagan falta para defender que, a la hora de contar, es más importante el cómo que el qué. Al fin y al cabo, los argumentos posibles son contados, si los relatos son infinitos es porque las variaciones son las que dan carta de naturaleza a cada narración. Quizás Lowery fue más rompedor, después de todo Soderberg reutiliza todos los tópicos del canon, como (casi) siempre nos encontramos con una familia disfuncional, aunque acomodada, que se muda a una mansión en las afueras (con el consiguiente enfado de los hijos adolescentes) en la que empezarán a ocurrir sucesos paranormales, unos fenómenos que el director confiesa que conoció bien en su propio hogar como hijo de una médium que es. Pero Presence no es una película parapsicológica más, pues la forma subvierte el fondo, lo que la distingue y hace especial es que Soderberg la plantea como una narración subjetiva de la propia presencia fantasmal. Los largos y fluidos planos secuencia en gran angular que se pueden conseguir con la pequeña cámara digital Sony A9 III se bastan por sí mismos para conducirnos al centro del terror, un terror que no se apoya ni en el susto ni en la sangre. (Casi) La única violencia que se muestra es la emocional, al menos, hasta que se llega al desenlace y se revela que el mal no está sino del lado de los vivos. Es, pues, el tratamiento de la cámara y la planificación el que sostiene la narración y nos fuerza a ver desde la mirada del espectro. Los fundidos a negro que cierran todas las secuencias casi parecen un parpadeo, una caída de párpados que es el recurso que el director utiliza para dosificar la información que quiere irle dando al espectador, una caída de párpados que, al estar contemplando una cámara subjetiva, es la del propio público que ve la película. Esta alineación de vistas por sí misma logra que la cinta se cierre con un giro que no tiene nada que envidiarle a los de Shyamalan, ante nuestros ojos, casi desde ellos, se ha tejido la ilusión que nos ha mantenido confundidos. Una enigmática frase en el epílogo despertó en Serendipia las ganas de volver a verla, algo que podrá hacer puesto que se estrenará en salas comerciales el próximo 31 de enero gracias a Diamond films.
Y, aunque ya nos encaminemos hacia la siguiente sesión del día, no queríamos dejar de mencionar el gusto de reencontrarnos con Lucy Liu como protagonista bordando una notable interpretación. Todos la recordaremos siempre como la villana que daba la réplica a Uma Thurman en Kill Bill. El díptico de Tarantino es uno de los filmes de cabecera de Serendipia por ser un sentido homenaje a las películas de Kung-Fu que devoró en su infancia en los cines de barrio. Hong Kong estará siempre en la médula cinéfilo-cinéfaga de Serendipia, quizás por eso no duda nunca en disfrutar del cine que
de allí nos llega todavía hoy. En esta 57 edición del festival ha habido menor presencia de cine oriental, pero el que se ha presentado ha tenido un buen nivel. Y disfrutamos de algunos títulos, empezando por ese 九龙城寨之围城 (Twilight of the Warriors: Walled In, Soi Cheang) que cerraba nuestra primera jornada en la Sala Tramuntana. Una producción chino-hongkonesa basada en hechos históricos, que retrata la Ciudad Amurallada de Kowloon, la cual en los años ochenta fue el único lugar de Hong Kong donde no se aplicaba la ley británica. Un enclave entregado a las bandas y al tráfico de todo tipo. En este claustrofóbico lugar y huyendo del poderoso jefe de las tríadas Mr. Big (Sammo Hung), el emigrante ilegal Chan Lok-kwun (Raymond Lamb) es acogido bajo la protección de Ciclón, líder de la Ciudadela (Louis Koo). En manos de Soi Cheang la Ciudad Amurallada se convierte en un escenario de leyenda, tan hábil siempre este director en capturar esa belleza hiriente que anida en lo sórdido y, aunque no está a la misma altura de su anterior Limbo, que pudimos disfrutar en la edición de 2021, logra darle a lo marginal un aire mitológico. A la vez, el de Macao, consigue irisar sus thrillers con visos de fantástico, aquí con la presencia de un villano sobrehumano, un (anti)héroe (Ciclón) con toques de santo laico y unas gotas de prodigio casi mágico en su desenlace. Destacan las coreografías, pero también el diseño de una galería de personajes que, sin dejar de ser arquetipos, presentan matices psicológicos hasta el punto de movernos a empatía. Acción, violencia, suciedad, artes marciales y aires distópicos en un filme en el que junto a grandes leyendas del cine de Hong Kong, podemos encontrar nuevos talentos luchando en los rincones y vericuetos de una réplica de la laberíntica ciudad amurallada que se construyó a tamaño real y que fue derruida tras finalizar el rodaje. Todo ello en una producción que también se presentó en Oficial Fantàstic Competició y de la que ya se está preparando una secuela.

Esta fue la experiencia en salas de Serendipia, pero aún pudo gozar de más cine en streaming por cortesía de su productora: Párvulos, con la que Isaac Ezban ofrecía un relato apocalíptico protagonizado por tres hermanos de corta edad que viven en una casa en el bosque. Poco a poco el director nos irá mostrando qué los ha llevado a esa situación. Y explicará qué extraños seres habitan en el sótano y que, de largo, no son lo peor con lo que se toparán los muchachos. Con color degradado, pero que no apaciguará el rojo de la sangre, Párvulos es un mal viaje que resalta el característico aspecto feísta del cine mexicano de terror. Producto de la pandemia, su ajustado presupuesto no es óbice para que se ofrezca al espectador una buena historia, salpicada de sangre, zombis y vísceras, con pasajes duros y crudos y una electrizante conclusión. El cine mexicano de terror encanta a Serendipia y mientras haya directores como Isaac Ezban, continuará estando en buenas manos y trayendo sorprendentes historias a la pantalla.
Buen promedia en esta entrada de festival. Lamentablemente en esta ocasión no se han realizado los maravillosos video-resúmenes, así que deberán contentarse con un tráiler de uno de los films de la jornada.
Últimos comentarios