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José María Elorrieta: del fantástico al terror
Guionista, productor y director capaz de adaptarse, como demostraría, a todo tipo de género, José María Elorrieta fue uno de los pioneros del fantástico en el cine español, pero de aquel fantástico que el régimen permitía, mezclado en su mayor parte con comedia para poder colarlo sin problema a censura. Algo que ya hicieron en los años cuarenta Rafael Gil[1] o el propio primo de Elorrieta, Edgar Neville[2].
Nacido en Madrid en febrero de 1921, José María Elorrieta de Lacy tuvo que licenciarse en Derecho, por presiones familiares, antes de poder dedicar su vida a lo que de verdad le apasionaba: el cine. La carrera de José María Elorrieta se inicia en 1946 con una inencontrable, que no desaparecida, película infantil protagonizada por marionetas, La ciudad de los muñecos, en la que un titiritero y su hijo (José Telmo y Ginés Gallego respectivamente), cuentan la historia de Bambolín, una marioneta que quiere fundar una ciudad habitada por muñecos. La película la produce el propio director con su compañía, Producciones Cinematográficas Aladino.
Tras un buen número de documentales en pequeño formato, producidos también por Aladino y que sirvieron para que Elorrieta adquiriera práctica y soltura, dirige una segunda película, La tienda de antigüedades (1949) un film actualmente perdido que representa el despegue definitivo de la carrera del director. Horas inciertas (1951) fue, según comenta Marcos Ordoñez,[3] un thriller con gotas de fantástico sobre una mujer que dice haber matado a otra por celos y a la que su esposo no creerá, por lo que recurrirá a un psiquiatra con el que intentará descubrir las causas de su obsesión con el crimen.
De El cerco del diablo, producción estrenada en 1952, sabemos de su existencia porque consta en algunos libros y bases de datos, pero para nosotros conforma todo un misterio a descubrir. Y ciertamente atractivo, pues a pesar de los escasos datos que hay sobre ella, podría tratarse de un interesante film a recuperar. Veamos porqué:
Primero de todo porque se trata de una película de episodios compuesta por diferentes historias de temática fantástica, algo muy poco común en la época, escritas por José María Elorrieta. Y segundo porque cada episodio fue adaptado por un importante escritor (Camilo José Cela, Gumersindo Montes Agudo, Edgar Neville, José Antonio Pérez Torreblanca y Gonzalo Torrente Ballester) y lo dirigió un celebre realizador (Antonio del Amo, Enrique Gómez, Edgar Neville, José Antonio Nieves Conde y Arturo Ruiz Castillo. No en vano fue calificada en su momento como “la película más original realizada en España” con “un gran contenido emocional y un final aleccionador”, todo lo cual no evitó que el crítico cinematográfico de La Vanguardia escribiera una feroz crítica de la cinta definiendo su estructura episódica como “un incesante choque de criterios que llevan a la pérdida irremisible de toda posible unidad entre los distintos episodios, cuya falta de congruencia y de sentido resulta pasmosa”, destacando “la inutilidad de congregar tantos y tan claros talentos para moldear en un ente de ficción sin dimensiones de originalidad ni perspectivas de auténtica hondura humana o, si se quiere, metafísica.”[4]

Durante el resto de los años cincuenta la carrera del director deambuló por todo tipo de género, ocupándose con idéntica profesionalidad de destacables comedias (El fenómeno, El hincha, Al fin solos), dramas folklóricos (Curra Veleta, Torero por alegrías), como de las obligadas películas de contenido piadoso como El milagro del sacristán (1954) o Tres huchas para oriente (1954). Destacando en especial Mensajeros de paz (1957),
bizarra propuesta en la que podemos ver a unos Reyes Magos paseándose por la Gran Vía de Madrid en Land Rover, o haciendo arrancarse a cantar villancicos, embargados por la emoción, a los clientes y las barraganas de una sala de fiestas.
Con Aladino P.C dando paso a otra nueva compañía, Universitas films, Elorrieta produce, escribe y dirige nueve largometrajes, el último de los cuales, La montaña de arena (1955), no llegaría a estrenarse.
Alterna el cine con otras actividades relacionadas, como la presidencia del Círculo Cinematográfico Nosotros; la vocalía del Círculo Ramiro de Maeztu, que funda; la dirección de la Escuela Técnica de Cinematografía; ejerce de censor de guiones de la Dirección General de Cinematografía y Teatro; es profesor auxiliar de Historia del Cine en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC); o funcionario técnico de la Dirección General de Tráfico. Y aún le queda tiempo para colaborar y escribir guiones para otros directores como el de Curra Veleta (Ramón Torrado, 1955), Hospital de urgencia (Antonio Santillán, 1956) y Escuela de seductoras (León Klimovsky, 1962).
Entre 1961 y 1962 será gestor de la Cooperativa Cinematográfica Unión, donde rodará seis películas más (tres por año), entre ellas una que cabe destacar especialmente por tratarse de la primera cinta abiertamente fantástica que dirige, Mi adorable esclava (1961), para cuyo papel de genio de la lámpara Elorrieta apostará por una exuberante vedette y bailarina argentina, Ethel Rojo.
La trama del filme no puede ser más sencilla: un país en dificultades económicas necesitará obtener un préstamo de un banco de Estoril y Leopoldo (Antonio Casal), primer secretario del embajador, deberá negociarlo. De forma accidental conseguirá una lámpara de la que saldrá una genio que, además de causar varios equívocos, pues tan solo él podrá verla, ayudará a Leopoldo a conseguir su objetivo. Sencillos efectos especiales de levitación de objetos e invisibilidad, además de la participación de un buen número de actores sudamericanos más, como la hermana de la protagonista, Gogó Rojo, la uruguaya Margott Cottens o Pastor Serrador, primo hermano de Narciso Ibáñez Serrador, todo ello en una comedia amable e inocente, apta para todos los públicos que demuestra, una vez más, las dotes para la comedia de su protagonista y las posibilidades de Ethel Rojo, que rodaría junto a José María Elorrieta su siguiente película, Esa pícara pelirroja (1963). Por otra parte conviene señalar que el director se adelantó unos años a la popular serie televisiva Mi bella genio (A Dream of Jeannie, 1965-1970), que llegó a las pantallas españolas a finales de 1968 y que poseía un argumento similar al del film español.
Elorrieta estrena en 1962 nueva productora, P. C. Alesanco, y lo hace con otro nuevo acercamiento al fantástico y también en clave de comedia, El diablo de vacaciones, en la que el director nos ofrece una versión amable y burlesca del pacto mefistofélico. Aquí el tentador es un vicediablo (de nuevo Pastor Serrador), que en lugar de reclamar el alma de sus víctimas, firma el pacto a cambio de dinero con el que seguir apostando en los casinos de Biarritz. En el caso que nos ocupa, el elemento sobrenatural es apenas una excusa para alumbrar una comedia puesta al servicio de, otra vez, Antonio Casal, que parte de la obra de Edgar Neville Veinte añitos, estrenada nueve años antes. Y aunque Elorrieta no dejaba de ser un artesano y en sus manos los mimbres de Neville (que acompañaban el humor con lo lírico e incluso lo trascendente) apenas sirvieron para dar a luz una comedia mediana, su desenfado fue elogiado por la crítica madrileña.
Con su nueva compañía, además, el director se apuntará a la moda imperante del western y el cine de aventuras en coproducción con Italia. Y lo hará coproduciendo películas para otros directores como Leon Klimovsky (2000 dólares por coyote), Arturo Ruiz Castillo (El secreto del capitán O’Hara), e incluso al italiano Umberto Lenzi (Los piratas de la Malasia).
En coproducción con Estados Unidos dirigirá el filme de aventuras El tesoro de Makuba (1967), el western Los 7 de Pancho Villa (1967) y su nueva incursión en la comedia fantástica, Una bruja sin escoba (1967), producida entre la americana Cinemagic, Inc. y Lacy Internacional Films, desde ese año nuevo nombre de la productora de Elorrieta.
De prolongada carrera cinematográfica, el actor norteamericano Jeffrey Hunter había desembarcado en España por primera vez para interpretar nada menos que a Jesucristo en Rey de Reyes (King of Kings, Nicholas Ray, 1961), una de las películas rodadas en España por el imperio Bronston. A partir de ahí compaginó su carrera entre televisión y cine en su país y las ofertas llegadas de Italia y España, como es el caso de Una bruja sin escoba, una comedia en la que compartió protagonismo con una arrebatadora Maria Perschy. El film narra las peripecias de un profesor irlandés (Hunter) del que se encapricha una bruja (Maria Perschy) a la que él solo puede ver y que gracias a una joya mágica puede hacer viajes en el tiempo. De esa forma ambos visitarán la época medieval, la prehistoria, el imperio romano y el futuro, concretamente al año 1999 en una Tierra en la que tan solo quedan siete bellas supervivientes, debiendo ponerse manos (y otras cosas) a la obra para repoblarla. Pero la bruja truncará la situación retornándolo a la época actual. El resultado es un disparate, a veces hasta el sonrojo, pero ante todo curioso por ser posiblemente la única o una de las únicas películas españolas que han tratado el viaje en el tiempo y también por contar con algunos actores muy jóvenes y reconocibles para el aficionado, como Frank Braña, Perla Cristal, Esperanza Roy (acreditada como Esperanza Roig), el uruguayo Gustavo Rojo y el futuro director de cine Julio Pérez Tabernero, que aquí realiza un pequeño papel.
Desafortunadamente Jeffrey Hunter sufriría un ataque al corazón en el avión en el que retornaba a Estados Unidos tras haber rodado en España la posterior ¡Viva América! (1969), de Javier Setó. Y aunque se recobraría, poco después sufriría otro ataque en su hogar golpeándose en el cráneo al caer, lo cual ocasionó la muerte del actor con tan solo 42 años.
De nuevo en coproducción con Italia (De Laurentis), Elorrieta se embarca en La esclava del paraíso (1968), una fantasía oriental a lo mil y una noches ambientada en una Granada bajo dominio árabe. Naturalmente la ciudad ofrece al director escenarios de categoría, llegando a rodar en la misma Alhambra, pero también en otras localizaciones de Córdoba, Almería y Sevilla. El papel de héroe lo encarna Jeff Cooper, un actor norteamericano con una carrera no demasiado ilustre en televisión que decidió probar fortuna en España, rodando para Elorrieta, y a continuación en Alemania antes de marchar a México, donde encarnó al exótico héroe de la radio y el cómic Kalimán, el hombre increíble, volviendo después a Estados Unidos. Tras interpretar al protagonista de El círculo de hierro (Circle of Iron, 1978), monumental desastre basado en un argumento del difunto Bruce Lee, retornó al mundo de la televisión. Como acompañante y soporte cómico del héroe, Elorrieta contó con Rubén Rojo, hermano del también actor Gustavo Rojo, un perfecto todoterreno nacido en Madrid pero que desarrolló su carrera en México.
La esclava del paraíso narra las aventuras de Omar (Cooper) y de su amigo/sirviente Alí (Rojo) que, de vuelta a su país, descubrirán que en su ausencia el malvado Hixxum (Raf Vallone) ha acusado falsamente de traición al padre de Omar, el gran visir de Granada, a resultas de lo cual es depuesto y ejecutado. Omar jura vengarse y casualmente encuentra una lámpara maravillosa con una bella genio, Mizziana (Luciana Paluzzi), maga de tercera categoría con sus poderes limitado a resultas de una insubordinación, que ayudará al héroe ocasionando de paso las consiguientes situaciones equívocas. Como nota curiosa cabe señalar la presencia de Paul Naschy y Ricardo Palacios como los guardias del visir usurpador. Colorista y simpática, con actores de la categoría de Raf Vallone o una atractiva Luciana Paluzzi, reciente chica Bond en Operación Trueno (Thunderball, Terence Young, 1965), La esclava del paraíso queda como curiosidad sin continuidad en la cinematografía española.
Con Lacy Internacional Films, con la que llega a producir la cinta tunecina Une si simple histoire (Abdellatif Ben Animar) en 1970, rueda poco antes Las joyas del diablo (1969), película que algunas fuentes incluyen erroneamente entre las producciones de terror que Elorrieta abordaría a partir de entonces y con las que cerraría su carrera. Ayudaría también a la confusión el que, posiblemente con intención de venderla como cinta adscrita a ese género, por entonces en alza y con más demanda en los mercados extranjeros, fuera rebautizada como El secreto del Toisón de Oro[5], elaborándose un chapucero póster con ilustraciones siniestras y ninguna relación con el filme. Pero a pesar de que se promocionó como “una película fuerte… contundente”, Las joyas del diablo es un eurospy de acción con muchos toques de comedia rodado en régimen de coproducción con, atención, Canadá y Túnez, contando con actores de allí y añadiendo muchos detalles folklóricos españoles
con los que ofrecer un producto exótico para su exportación. No solo hay una colorista corrida de toros y las localizaciones están rodadas en el Toledo más monumental, una de las protagonistas, la actriz autóctona Mariucha, demuestra que es una competente bailaora de flamenco. Su argumento gira entorno a unos robos de joyas relacionadas con una orden medieval. A la policía española se le sumará la Interpol, que averiguará que tras esos robos está el Duque (Ángel Picazo) descendiente de ‘Cebrián el místico y templario y Gran Maestre de la orden de caballería del Águila de Oro’, orden que pretende reinstaurar con intención de devolver al mundo su pureza original. Para ello se valdrá de sus secuaces, armados con una tronchante máquina fotográfica paralizante. Protagonizada por un actor-cantante canadiense, Donald Lautrec, como agente de Interpol; la también cantante francesa Michèle Torr como su ayudante; y el supuesto karateca Zaaza Razak, posible contribución artística tunecina, como tercero en discordia, la película resulta muy deudora de su época y muy pop.
Aclarado esto, ahora si puede incluirse todo el resto de la filmografía de Elorrieta, sin complejos, dentro del género de terror. Con su nueva compañía, IMT (Internacional de Turísticos), produjo en 1969 el filme de ciencia-ficción S.O.S. Invasión, dirigido por Silvio S. Balbuena que, rodado en gran parte en Portugal, narra la invasión de España, y esto es en serio, por unos robots con forma de exuberante rubia en bikini provenientes de la galaxia de Epsilon. Protagonizan Jack Taylor y el bizarro José María Tasso, presente en muchas de las películas de Elorrieta. La cinta también contaría con dos actores que serían significativos para las siguientes películas del director, Jean Sorel y Aramis Ney.
La primera de las películas de terror del director fue Las amantes del diablo (1971), una coproducción hispano-italiana a medias con la también española Prodimex, compañía responsable de varias coproducciones dirigidas por José Luis Merino (entre ellas Ivanna y La orgía de los muertos), Jesús Franco (El proceso de las brujas) y Eugenio Martín (Réquiem para el gringo). Las amantes del diablo no es, desde luego, la mejor.
El guion, basado en una idea de Elorrieta y su protagonista, Espartaco Santoni, fue escrito por un habitual del director, José Luis Navarro, al que se sumó Marino Girolami (futuro director de Zombi Holocausto) y Miguel Madrid, que firmó como Michael Skaife, el mismo seudónimo con el que dirigió Necrophagus (1971) y la cinta de culto El asesino de muñecas (1975). Las amantes del diablo narra las andanzas del satánico Dr. Tills Nescu (Santoni), un playboy a imagen y semejanza del propio actor que incluso vive en un castillo situado en un lugar sospechosamente similar a Marbella. Al parecer practica magia negra y posee unos poderes hipnóticos con los que conquista a todas las mujeres jóvenes de la zona, incluida la protagonista, Hilda (Krista Nell) que investiga la extraña desaparición de su hermana María (Verónica Luján). Andrea, la secretaría de Nescu, interpretada por una fascinante Teresa Gimpera, también parece haberse prendado de Hilda, así que termina salvándola antes de matar al propio Nescu, que conserva en un ala del castillo los cadáveres de todas las chicas que ha secuestrado. Se descubrirá que el odio que profesa a las mujeres tiene su origen en un trauma infantil causado por su malvada madre. O algo así.
Poco terror en una cinta en la que, como nota curiosa, destaca la presencia de actores y extras ‘de lujo’ en las escenas de los fiestones marbellís. Entre ellos la propia esposa de Santoni, Marujita Díaz y algún que otro elemento de la fauna de Marbella como Jaime de Mora y Aragón. También, como era habitual en la época, se rodaron algunas escenas con desnudo para la versión destinada a la exportación.
El barcelonés Francisco Martínez Celeiro estaba haciendo cierta fortuna en el cine de género gracias a su aspecto de galán foráneo bajo el nombre artístico de George Martin. Tras protagonizar un buen puñado de spaguetti westerns; encarnar a Robin Hood e incluso ser uno de los bizarros tres supermen, George Martin se lanzó a escribir, producir, dirigir e interpretar su primera película y escogió, en vista de que era el género que estaba en boga, una cinta de terror, Escalofrío diabólico (1972), que si figura aquí es porque en su deslavazado guion tomó parte José María Elorrieta, algo de lo que sin duda no debería estar orgulloso, pues el resultado no lo salva ni la presencia de Patty Shepard, ni las localizaciones en San Martín de Valdeiglesias, ni la risible secta de los hermanos de Satán, prestos a sacrificar no una, sino a dos doncellas. La historia resulta confusa, deslavazada, con una madre medio loca, el cadáver del padre conservado en un ala del castillo, un hijo que espera heredarlo todo y su hermano, presuntamente muerto, confinado drogado en una mazmorra. Por medio la secta satánica y un sirviente mudo y algo desequilibrado que cuando le sobreviene un calentón, algo que sucede a menudo, escapa a las familiares ruinas de Valdeiglesias a desfogarse con un maniquí que tiene allí escondido.
Rodada en su mayor parte en exteriores diurnos, y no por decisión artística, no vayan a creer, sino más bien porque posiblemente se olvidaron de poner el filtro para rodar en noche americana, Escalofrío diabólico resulta bastante infame y olvidable, tan solo salvable en algunos momentos en los cuales han cuidado la iluminación ‘a lo Bava’ en las escaleras del castillo que las protagonistas bajan una y otra vez antes de que concluya todo con un vergonzante beso final. Una traumática experiencia recomendable tan solo para estudiosos y completistas del género.
La cinta de terror de Elorrieta que personalmente más nos gusta, por diversos motivos, es La llamada del vampiro (1972), que adapta un guion escrito por el propio director junto a Enrique González Macho, que probaría tener mucha más fortuna como productor. La llamada del vampiro narra la llegada de la doctora Materlick (Diana Sorel) y su enfermera Erica (encarnada por la propia hija del director, Beatriz Elorrieta, bajo el nombre artístico de Beatriz Lacy), a un pueblo aquejado de una rara epidemia en la que los afectados fallecen de anemia. Allí se alojarán en el castillo del extraño Barón von Rysselberg que, como podrán suponer, es un vampiro.
La película entra de lleno en el ciclo fantaterrorífico español, con sus monstruos clásicos, su ambiente foráneo, sus familiares exteriores en Valdeiglesias, sus rubias amenazadas y su doble versión con escenas de desnudo. Y en esta ocasión hablamos de unas escenas bastante subidas de tono, posiblemente las más audaces rodadas nunca para una doble versión de película de terror en España. Una de ellas, protagonizada por dos lesbianas, está realizada por las dos hermanas Tovar, Loreta y Marisa. Por lo demás cabe destacar a Nicholas Ney, actor uruguayo que se especifica en los títulos de crédito que debuta con este film, a pesar de que con su nombre real, Aramis Ney, ya había participado en S.O.S Invasión (Silvio S. Balbuena, 1969. Excesivo e histriónico, de aspecto enfermizo, Aramis Ney estaba muy dotado para los papeles de psicópata, algo que explotaría en las películas de José Luis Elorrieta y prolongaría en su corta carrera cinematográfica, durante la cual trabajaría en diversas ocasiones para Javier Elorrieta, hijo del realizador. Posteriormente obtendría mucho más reconocimiento en su faceta de pintor. Por su parte la protagonista, Jean Sorel, era una actriz madrileña con cierta popularidad en televisión que participó también en S.O.S Invasión y Los monstruos del terror (Tulio Demicheli, 1970), dedicándose al mundo de la canción y retirándose con la llegada del destape.
Noche americana, colmillos a mansalva, vampyrettes relocas y de risa fácil a cámara lenta y una parte final surrealista, mucho más en la versión de exportación, en una película de lo más simpática y que pide a gritos una edición uncut que incluya gloriosamente remasterizados esos locos tres minutos extra.
La última película dirigida por José María Elorrieta antes de que llegara su prematura muerte fue El espectro del terror, en la que una atractiva azafata (Maria Perschy), es acosada por un desconocido (Aramís Ney). Inicialmente nadie la creerá, incluido su psiquiatra (interpretado por Sancho Gracia), galán, caballista y amigo de olvidarse de las recomendables distancias entre paciente y médico. Pero a mitad de la cinta, se producirá un cambio de punto de vista y Elorrieta preferirá centrarse en el desconocido, un excombatiente de Vietnam traumatizado que, tras un itinerario que le ha llevado de Chicago a Madrid, pasando por México y Caracas, malvive en un cuchitril tan desordenado como su mente. Y es aquí donde la cinta de Elorrieta se pone más interesante. El asesino es un sádico sexual y heroinómano al que veremos en su día a día de sordidez y suciedad. Llegando a matar a una prostituta sin recordar nada al despertar al siguiente día. Desgraciadamente, la película contiene tantos momentos ilógicos y tantas lagunas en su guion que casi podría considerarse experimental, vanguardista, sino fuera por lo precipitado y ridículo de su final.
De nuevo como Aramis Ney, el protagonista realiza una estupenda actuación, casi se diría que poniendo mucho de su parte e improvisando. Será la última ocasión en la que copará tanto la pantalla. Maria Perschy hará su papel con la profesionalidad habitual, a pesar de tener que soportar a Sancho Gracia como improbable psiquiatra y macho alfa. La película cuenta con nombres propios del Fantaterror como Víctor Barrera, nombre real de Víctor Alcázar, que volvería a cambiar su nombre por el de Vic Winner, un actor que tendría un 1973 movidito, pues tan solo en ese año estrenaría la friolera cifra de ocho títulos, entre los que hay perlas de la talla de El espanto surge de la tumba (Carlos Aured), El gran amor del conde Drácula (Javier Aguirre) o La rebelión de las muertas (León Klimovsky). El espectro del terror también cuenta con la colaboración de María Dolores Tovar que interpreta su fugaz papel de víctima; y May Oliver, que no es otra que la mexicana Maritza Olivares, a la que veríamos ese mismo año en El retorno de Walpurgis (Carlos Aured), interpretando a una de las dos hermanas enamoradas de Waldemar. Finalmente destaca la elaborada partitura de Federico Contreras y Javier Elorrieta, que debutaba así en la composición de bandas sonoras.
El espectro del terror, a la que se adivina una muy probable existencia de doble versión, posee una suciedad e insania que la sitúa en un lugar especial entre el resto de la producción terrorífica española.
Cuando José María Elorrieta falleció, de manera repentina con tan solo 53 años, se encontraba rodando Las alegres vampiras de Vögel (1974), una comedia que terminó y firmó Julio Pérez Tabernero y que, sin ser gran cosa, resulta simpática. Con ella Elorrieta retornaría al mundo de los vampiros, aunque en clave de humor y sumando a la ecuación la creciente moda del ‘destape,’ que no tardaría en adueñarse de los cines españoles. Para eso contó con la participación de las máximas estrellas de la época, María José Cantudo, que debutó en el cine precisamente el año anterior con El espanto surge de la tumba de Carlos Aured, y Ágata Lys.
El argumento no podría ser más sencillo: una compañía de revista llega a la ciudad de Vögel, que a pesar de tener un nombre con reminiscencias germánicas, está habitado por pueblerinos de refajo y boina calada. Allí descubrirán que hay un castillo habitado por vampiros, entre ellos uno de los actores fetiche de Elorrieta, José María Tasso, y una bellísima Cantudo, además de algún jorobado y hombre lobo que terminarán de animar esta fiesta de chicas en negligé y ropa interior.
Con guion del propio Pérez Tabernero, que hace una pequeña aparición al final del filme y una divertida y entrañable partitura de Alfonso Santiesteban, para nosotros tanto El liguero mágico (Mariano Ozores, 1980) como Las alegres vampiras de Vögel representan para el Fantaterror lo que, salvando distancias, Abbott y Costello contra los fantasmas (Bud Abbott Lou Costello Meet Frankenstein, Charles Barton, 1948) simboliza para los monstruos de la Universal.
En 1975 se estrenó La diosa salvaje (M. I. Bonns), producción Profilmes de aventuras selváticas protagonizada por Kilma (Eva Miller), una especie de Tarzán femenino en cuyo guion al parecer participó José María Elorrieta, a pesar de no salir acreditado. No es una gran pérdida, pues con todo y resultando una película muy simpática, no es gran cosa. Protagonizada por Eva Miller, muy atractiva con su bikini de piel de leopardo y su látigo, cuenta con un argumento muy sencillo e inofensivo que la convierte en un entretenimiento ideal para disfrutar en familia. Villanos codiciosos que buscan diamantes en la selva, un chimpancé que, por supuesto, acompaña a Kilma y hace monerías, un romance y la participación nuevamente de Maria Perschy y Paul Naschy, estrella exclusiva de la productora. Rodada en un bosque mediterráneo que en ningún momento cuela como selva africana, La diosa salvaje tuvo una -más o menos- secuela, Kilma, reina de las Amazonas (1976) que dirigió el mismo Miguel Iglesias Bonns y que contó con un personaje de Kilma más poderoso y reforzado que el que nos ofrece en La diosa salvaje, donde era poco menos que una damisela asustadiza a la que, a la primera de cambio, engañan y dejan sin sentido los villanos.
Finalmente, ese mismo año debutaba en la dirección Javier Elorrieta con un western, Si quieres vivir… dispara (1975), con un guion de Manuel Sebares que adaptaba una historia escrita por el padre del director.
Es posible que estas postreras películas no representen una despedida muy gloriosa para un director tan ecléctico pero que, como hemos visto, profesaba una querencia especial por el fantástico y el terror, tanto cuando no era un género común en el cine español como cuando por fin pudo realizarlo como opción económicamente viable. En todo caso, José María Elorrieta fue un esforzado hombre de cine que, además, inculcó el amor al séptimo arte en sus dos hijos, la actriz Beatriz Elorrieta y el compositor y director, Javier Elorrieta, digno continuador del trabajo de su padre.
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Carlos Benítez (Proyecto Naschy) Publicado originalmente en El Buque Maldito
NOTAS
[1] El hombre que se quiso matar (1942), Viaje sin destino (1942), El fantasma y Doña Juanita (1945) o La otra vida del Capitán Contreras (1955).
[2] La torre de los siete jorobados (1944) o La vida en un hilo (1945)
[3] The Spanish Fantasy Pictures Show (Marcos Ordoñez, Festival de Sitges, 1996)
[4] H. S. G “El cerco del diablo” en La Vanguardia, domingo 6 de septiembre de 1953
[5] Un nombre no demasiado afortunado, pues puede dar pie a confusión por su similitud con Tintín y el secreto del Toisón de Oro (Tintin et le mystère de la Toison d’Or, Jean-Jacques Vierne, 1961) producción francesa estrenada en España en 1963.
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