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VAMOS DE ESTRENO * Viernes 9 de febrero de 2024 *
EL DESHIELO (Het Smeltaka, Veerle Baetens, 2023)
Bélgica/Países Bajos (Holanda). Duración: 111 min. Guion: Veerle Baetens, Maarten Loix, basado en la obra de Lize Spit. Música: Bjorn Eriksson Fotografía: Frederic Van Zandycke Compañías: Savage Film, PRPL, Versus Production Género: Drama
Reparto: Charlotte De Bruyn, Rosa Martchant, Sebastien Dewaele, Spencer Bogaert, Naomi Velissariou, Amber Metdepenningen, Femke Van der Steen, Olga Leyers, Simon Van Buyten, Charlotte Van Der Eecken, Anthony Vyt, Matthijs Meertens.
Sinopsis: Trece años después Eva (Charlotte De Bruyne), una joven de 26 años, regresa a su pueblo natal con un bloque de hielo en el maletero de su automóvil. Durante el viaje, en pleno invierno, Eva confronta su pasado, desentrañando secretos enterrados de un verano desbordante y tumultuoso, mientras el frío exterior se mezcla con el calor en una narrativa intensa y emocional.

El deshielo (When It Melts, 2023), trenza entre sí tres debuts. Guion adaptado, parte de la primera novela, homónima, de la belga Lize Spit, todo un fenómeno literario en su país. Al frente de su trasvase al cine está la actriz y cantante Veerle Baetens que se pone por primera vez al otro lado de las cámaras, y, frente a ellas, nos encontramos con la pubescente Rosa Marchant con una interpretación que le ha valido el Premio Especial del Jurado a Mejor Actriz en el Festival de Sundance. El deshielo habla en femenino sobre los despertares que acontecen en aquellos veranos que suponen el final, la muerte definitiva de la infancia. Despertar es sinónimo de avivar, de activar, de introducir un conocimiento que da vida. Pero también lo es, sinónimo, de acalorar hasta el incendio las circunstancias que abrasan el alma. El verano del que habla es de aquel que inyecta simultáneamente el aprendizaje y el trauma. La ópera prima de Baetens se muestra como el reverso sombrío de Verano Azul, bicicletas incluidas. Una obra caudal que se deja apreciar como una sinfonía patética que, como aquella de Chaikovski, es apasionada y emotiva, pero a la vez triste y fatídica. Vamos a examinar esta composición atribuyéndole tres movimientos de distinto tempo que gradualmente van llevándonos del vivace (ma non troppo) al adagio.
Crecimiento
Todos tenemos nuestra novela de iniciación predilecta. La mía es El río de Rumer Godden. Tal vez porque la leí en el momento ideal: yo, como Harriet, en su versión original, como Queta, en la traducción de León Felipe, tenía doce años y como ella también tenía vocación de escribir. Ambas estábamos dejando la infancia, pero aún no queríamos cambiar. El río de Queta, símbolo del fluir constantemente mudable de la vida, la lleva a enfrentar el nacimiento de un deseo incipiente y a experimentar la muerte como la presencia cercana que es. Y, por proyección, también me llevó a mí a enfrentarlos un poco. Así son los relatos de crecimiento, viajes hacia el descubrimiento del vivir con todas sus aristas, las amables y las punzantes.
La Eva niña, esa Rosa Marchant en estado de gracia, también está viviendo el verano de sus doce años. El estío iniciático en el que despiertan sus sentidos. El mismo que la hará ser consciente a la vez del amor y del dolor. Y del vínculo entre ambos. Pero ese su despertar no es como el de Queta, ni como el mío. Porque ella no será la espectadora, sino la que vive en primera persona la conmoción que arrebata la niñez. Abre los ojos al mundo a golpe de infamia. El deshielo es un relato de crecimiento tenebroso.
Acertijo
La obra de Baetens (igual que la novela que adapta) nos trae memoria de nuestros juegos púberes, aquellos en los que nos acercábamos a los otros con una mezcla de interés lúdico y afán morboso por exponernos al escarnio. Como lo era aquel clásico de “verdad o acción” en el que nos sometíamos (y sometíamos nosotros a los demás) a la malicia de los otros jugadores. El vértigo en el estómago como diversión, como esas montañas rusas de los parques de atracciones. Todos tenemos a esa edad algo de funambulistas. Eva también.
Laurens y Tim son los compañeros de correrías de Eva. Son inseparables desde su infancia más
tierna, tanto que en el pueblo los conocen como “Los tres mosqueteros”. En su amistad no importa el género. Ni siquiera cuando los dos niños empiezan a sentirse atraídos por el sexo. No importa el género, porque ellos la siguen viendo como la compañera asexuada que ha sido siempre. Pero ella también está despertando al deseo y quiere ganarse su interés, sobre todo, el de Tim del que quisiera ser algo más que una amiga. La única vía que encuentra ella para llamar su atención, es actuar como camarada y cómplice de unos juegos que van aumentando de voltaje. Será ella la que proponga el acertijo de difícil resolución con el que conseguir que otras mocitas tengan que ir quitándose prendas cada vez que no acierten la respuesta. Es sólo un juego. Atrevido, quizás perverso, pero juego, al fin y al cabo. O lo es, al menos, hasta que el coming of age se desplaza al drama.
Y es que a los acertijos los carga el diablo. Dicen que Homero murió de pena al no poder resolver el enigma de los jóvenes pescadores (“Lo que hemos cogido lo hemos dejado, lo que no hemos cogido lo traemos”). Y Eva acabará siendo víctima de su propio ingenio. Porque al llevar la apuesta al límite, se volverán las tornas contra sí misma, conduciéndola, dolorosamente, a la muerte de su infancia. Un golpe seco que dejará su alma tocada de por vida. Una herida que seguirá en carne viva hasta su vuelta, trece años después, al pueblo.
Tiempo
En ese punto vital de los trece años después, se inicia la película. Uno de los mayores aciertos narrativos de la debutante directora (también de la escritora novel) es romper con la linealidad de la trama. Igual que la nueva cocina deconstruye los platos para lograr las nuevas texturas que surgen de la descomposición de los sabores, siempre teniendo en cuenta el respeto a los
ingredientes y su armonía, Bateens deconstruye el tiempo de la acción para alcanzar una nueva estructura de los sucesos que saca a la luz la secuencia de cómo se han vivido en la esfera íntima del personaje. Los flashback y los flash forward se alternan sin que su sucesión resulte artificiosa, porque desde el prólogo, con esos planos cortos que nos adhieren casi hasta la piel de la protagonista, sabemos que el que vamos a recorrer es un viaje interior. Deshacer la línea temporal permite anticipar, intuir, más bien, que ha habido algo sombrío en el pasado de la Eva adulta. Algo grave que aún no conocemos. Usar un tiempo fragmentado nos obliga a ir releyendo lo ya narrado, pues, a la luz del progresivo desvelamiento, lo ya visto alcanza una nueva dimensión. Sin perder un ápice del intimismo que requieren los relatos de vivencias lesivas, El deshielo se despliega ante nosotros a modo de thriller.
Bateens no pierde nunca el hilo, ni hace que lo pierda el espectador, su matrioska está perfectamente diseñada, de modo que la complejidad se desgrana con la misma simplicidad que se dibujan circunferencias concéntricas con un compás. Al acabar, reconocemos que todo estaba dicho ya en el prólogo. Incluido el final. Un final que no es abierto ni ambiguo, pero, por su propia lógica aplastante, tiene tanto de infortunio, como de liberación.
Lo hemos dicho ya, El deshielo se deja entender como una sinfonía de tres movimientos que se cierra con un adagio: un tempo lento que evoca lo triste, pero, a la vez, es majestuoso.

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