Diario de Serendipia en Sitges 2023: séptima cápsula

Serendipia se planta ya en la séptima jornada de festival. El cansancio comienza a hacer mella pero… ello no quita para que haya seleccionado cuatro películas más: tres de ellas de la sección Oficial Fantàstic Competició (Divinity, Vermin y El reino animal) y una en Noves Visions (Hundred of Beavers). Serendipia también estuvo tentado de acudir a ver un documental que pintaba francamente bien, Enter the Clones of Bruce Lee, pero dada la hora en la que se ofrecía, no nos hubiera permitido madrugar o soportar con dignidad las sesiones del siguiente día. Así que, con todo nuestro dolor, tuvimos que dejar el documental para mejor ocasión…

fotos: Serendipia
Y Serendipia escoge iniciar la jornada en la sala Tramontana con Divinity (Eddie Alcazar), una extraña película que tenía todos los ingredientes para pertenecer a la sección Noves Visions,
pero que inexplicablemente fue a parar a Oficial Fantàstic Competició. Y es toda una lástima, pues si bien en Noves Visions hubiera tenido posibilidades de rascar algo, en Oficial Fantàstic fue prácticamente ignorada. A esta circunstancia cabe añadir que esta sesión tuvo lugar mientras en l’Auditori se proyectaba la última de Takeshi Kitano y que los dos pases restantes del film se programaron a horas algo intempestivas, uno de ellos dentro de una maratón nocturna. Así fue poco -o nada- vista por prensa y público asistente. Rodada en blanco y negro y en 16mm, esta fábula futurista se desarrolla en una sociedad distópica en la que el prima el culto al cuerpo, a la belleza y juventud (bueno, aún mucho más que ahora). Divinity ve al científico Sterling Pierce (Scott Bakula) dedicar su vida a la búsqueda de la inmortalidad, creando lentamente los componentes básicos de un suero innovador llamado Divinity. Años más tarde, su hijo Jaxxon Pierce (Stephen Dorff) controla y fabrica la droga, dando como resultado un planeta hedonista que ha quedado 97% infértil, pero inmortal. La acción arranca con la llegada a la mansión del magnate de dos misteriosos hermanos (¿extraterrestes? ¿ángeles), que le inmovilizan con la ayuda de una seductora mujer llamada Nikita (Karrueche Tran). El suero de la eterna juventud no consigue, todavía, que el cerebro deje de deteriorarse y los semigemelos convierten al propio Pierce en conejillo de indias para hacerle probar las consecuencias de su invento. Producida por Steven Soderbergh, motivo, posiblemente, de que la cinta participara en la sección «grande», el extraño filme contiene escenas rodadas en stop-motion, que lejos de chirriar con el conjunto le añaden extrañeza y fascinación, consiguiendo que sus imágenes permanezcan en la retina del espectador una vez finalizada. Hay quien alegremente le pone el cartelito de «película de culto». No nos atreveríamos a tanto, pues pensamos que actualmente se eleva muy a la ligera a cualquier película a la calificación de cinta de culto u obra maestra («masterpiece» para los guais) sólo con que se salga un tanto de los cánones. Lo que sí es cierto es que, sin llegar a las cotas de radicalidad de Skinamarink (Kyle Edward Ball, 2023), ya saben, esa cinta que Variety considera mejor película de terror del año, pero que ha llegado directa a plataformas, Divinity, lo que se dice extraña, lo es un rato la jodía.
Si el año pasado el gran momento friki del festival se produjo durante la proyección del documental Ummo, la España alienígena por los incidentes que causó José Luis Jordán Moreno, el autoproclamado «hijo y coheredero de José Luis Jordán Peña, emisario del planeta Ummo en la Tierra», este año el show estuvo protagonizado por los protagonistas de Hundred
of Beavers (Mike Cheslik), una locura súper independiente, ingeniosa, divertida y, por desgracia, un tanto larga con la que culminan varios años de trabajo. Se trata de una epopeya que se desarrolla en el siglo XIX, en América del Norte y en pleno invierno, donde un vendedor de aguardiente de manzana arruinado querrá convertirse en el mayor cazador de pieles de castor para conquistar a la hija del comerciante local, que es quien se las compra. Para ello deberá cazar cientos de ellos, lo cual hará mediante locas trampas que, en muchos casos, se volverán contra sí mismo. Rodada en blanco y negro, utilizando técnicas del viejo slapstick mudo -no hay diálogos-, Hundred of Beavers es una de las óperas primas más salvajes de la temporada, un cartoon viviente de la Warner con gotas de Terry Gilliam cuyos 15.000 planos tardaron cuatro años en rodarse. Con sus casi dos horas de gags continuos, que hicieron las delicias del público del Tramontana, el film es tan consciente de su deuda con los dibujos animados de la Warner, y en concreto con los del Coyote y el Correcaminos, que incluso alguna de las trampas del cazador son marca Acme.
Pero, ¿por qué decimos que fue un momento friki? pues por el show que organizaron durante la presentación su director, Mike Cheslik, y su protagonista (y coguionista) Ryland Brickson Cole Tews. Tras tomar el director un tanto el pelo a la traductora, el actor saltó sobre un castor que apareció en el cine, reduciéndolo con una llave de lucha. Otro funny animal apareció, en este caso un perro, al que raudo venció otra vez, al igual que al tercero, un conejo que llegó a subir al escenario antes de caer a los pies del bizarro cazador de castores. Serendipia, al igual que el resto del público, no creía lo que estaba viviendo. Pero les garantizamos que sucedió. Cuando la película finalmente comenzó, quedó rápidamente demostrado que Hundred of Beavers es una divertida cinta a disfrutar en compañía, pues el Tramontana se convirtió en una auténtica fiesta.

Por cierto, si el año pasado tras el incidente Ummo vimos Les cinq diables (Léa Mysius), protagonizada por Adèle Exarchopoulos, en esta ocasión repetiríamos circunstancia: performance bizarra y actriz, pues la bella parisina también es una de las protagonistas de El reino animal, última cinta que veríamos durante esta jornada.
Pero antes… llegaron las arañas.
La francesa Vermin: la plaga (Vermines), con la que debuta en el largo Sébastien Vanicek, director criado en los suburbios parisinos donde sitúa la acción, fue una de las películas que, dentro del más estricto terror (no puro, recuerden), gustaron más a Serendipia, algo que casi parecía asemejarse a un placer culpable, pues si bien en los mentideros del festival todo el mundo estaba de acuerdo en lo bien que se lo había pasado con el film, nadie parecía tenerla en cuenta a la hora del palmarés. Y es una lástima y algo que Serendipia no llega a comprender. En TerrorMolins, por ejemplo, donde también fue programada, lo hizo dentro de una larga maratón. Todo y con ello, obtuvo en Sitges el Premio Especial del Jurado.
Vermin: la plaga es una muy digna producción de terror, enmarcada dentro del subgénero de invasiones de insectos. Una rebelión de la que, naturalmente, el culpable será el hombre. Kaleb (Théo Christine), es un joven que está a punto de cumplir 30 años y nunca ha estado más solo. Peleado con su hermana por un asunto de herencia, también ha cortado los lazos con su mejor amigo. Vive en un barrio parisino que está siendo devorado por la especulación, y su único consuelo es su gran pasión son los animales
exóticos, muchos de ellos especies protegidas que adquiere de manera ilegal. Un día llega a casa con una extraña y violenta araña proveniente del desierto, que se escapa y multiplica rápidamente, provocando una plaga en el bloque de pisos. Cuando el edificio es puesto en cuarentena, los vecinos se verán forzados a combatir a los arácnidos, que se vuelven más mortíferos conforme pasa el tiempo. ¡Y también más grandes!
Y Serendipia finaliza la jornada con El reino animal (Le règne animal, Thomas Cailley), otra producción francesa en la que los animales también tienen su protagonismo, pero digamos que de una forma más pacífica, menos molesta. Una pandemia causa mutaciones en la población, trasfiriendo características de diferentes animales a los afectados. Aunque no suponen una amenaza real, los mutantes son tratados con rechazo por buena parte de la sociedad. La película de Cailley nos enfrenta a una fábula que refleja la crispación pospandémica, enfrentarnos a la circunstancia extrema de vivir una situación límite no nos ha hecho mejores, casi todo lo contrario. En El reino animal se explora el lugar común del bosque como espacio de lo misterioso (cuando no de lo estremecedor) para alumbrar un fantástico, que la crítica de cine
Desirée de Fez adjetiva como luminoso, en el que lo real muy real se cruza con éxito con lo sobrenatural sin generar fisuras. Lo fantástico es utilizado como la herramienta útil que es para denunciar los males de una época. Cailley elige, además, el tono intimista para su relato y lejos de ofrecernos la descripción objetiva de cómo está desarrollándose la situación general, se centra en las vivencias subjetivas de una familia que se ha visto afectada en primera persona por la plaga. Elegir la perspectiva del caso particular apela a la empatía del espectador, haciendo al relato más efectivo para cumplir sus pretensiones.
El reino animal sigue a François Marindaze (Romain Duris) que hace todo lo posible por salvar a su esposa, aquejada por la misteriosa enfermedad. Mientras la sociedad parece abocada a un nuevo orden, François buscará un remedio a todo ello, sobre todo cuando Émile (Paul Kircher), su hijo de 16 años, comience a mutar y vea como todo se resquebraja a su alrededor. Juntos comprenderán que el remedio es dejar que suceda, que la especie evolucione. Que la vida siga. El mensaje nos cala gracias a nuestra identificación con los protagonistas (muy bien recreados por sus interpretes), al fin y al cabo lo que se nos plantea no es más que la estilización fantástica de problemas que todos podríamos haber enfrentado. Amén de que nos hace reflexionar sobre nuestro presente en el que la responsabilidad del hombre en el desastre ecológico, cada vez más evidente, hace cuestionarnos nuestra racionalidad. Nos hemos considerado centro del universo y ahora el orden desestabilizado que nos rodea nos lleva a replegarnos, a descubrir nuestras facetas más oscuras y a ensayar respuestas que devuelvan el equilibrio. Cailley entona un bello canto a la búsqueda de una nueva armonía que reponga los equilibrios y nos ponga en nuestro lugar.
Resulta cuanto menos inevitable recordar a H. G. Wells y La isla del Dr. Moreau, una novela publicada en 1896 y varias veces adaptada al cine en la que el buen doctor protagonista realizaba dolorosos cruces quirúrgicos entre especies animales y seres humanos, obteniendo unos
resultados que eran tratados como bestias salvajes carentes de humanidad. Pero también es lícito traer a colación a los X-Men originales, de Stan Lee y Jack Kirby, donde se trataba el tema del diferente y de los cambios hormonales de la adolescencia. Aquí los mutantes no tienen superpoderes, si acaso el de lograr contagiarnos su voluntad de posicionarse ante un mundo que parece preferir la violencia a la convivencia. El reino animal rezuma un humanismo tan sincero, casi ingenuo, que nos enternece y le perdonamos que caiga en algunos desajustes en el tono y que dilate en exceso su desenlace. Defectos que no empañan su condición de fábula cautivadora ambientada en impresionantes decorados naturales y con unos efectos especiales que tienen mucho de poético y que le valieron el premio del festival en esta categoría.
La última cinta del día nos pilló algo cansados, así que casi la hemos disfrutado más al remebrarla que al ingerirla. Así que nos recogemos, ya está bien por hoy, que al día siguiente quedaban todavía perlas por descubrir y un largo fin de semana que gestionar. Cerramos con el cuarto Making of de lo que acontece por Sitges, realizado por Quim Crusellas y su equipo. Unos estupendos cortometrajes en sí mismos, repletos de humor y buen hacer que miden el ambiente del festival.
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