VAMOS DE ESTRENO * Jueves 20 de julio de 2023 *
OPPENHEIMER (Christopher Nolan, 2023)
USA. Duración: 180 min. Guion: Christopher Nolan basado en el Libro ‘American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer’ de Kai Bird, Martin J. Sherwin Música: Ludwig Göransson Fotografía: Hoyte van Hoytema Productoras: Universal Pictures, Atlas Entertainment, Syncopy Production, Gadget Films. Distribuidora: Universal Pictures Género: Drama
Reparto: Cillian Murphy, Emily Blunt, Robert Downey Jr., Matt Damon, Florence Pugh, Kenneth Branagh, Rami Malek, Casey Affleck, Ben Safdie, Josh Hartnett, Dane DeHaan, Jason Clarke, Jack Quaid, Alden Ehrenreich, David Krumholtz, Matthew Modine
Sinopsis: Biopic que transporta a los espectadores a la trepidante paradoja que atravesó el físico J. Robert Oppenheimer, desarrollador de la bomba atómica, un enigmático personaje que deberá arriesgarse a destruir el mundo para salvarlo.
La pregunta que más odia Cristopher Nolan es aquella que le pide opinión sobre qué es el cine. El británico-estadounidense considera que sólo se la formulan quienes quieren negar la esencia del séptimo arte, y él les niega la mayor: ni siquiera las generaciones más jóvenes ignoran qué es el cine. “Todos sabemos exactamente lo que son las películas igual que sabemos lo que es el teatro, o lo que es un disco y un tocadiscos. Claro que todos sabemos lo que es el cine. Algunos sólo quieren negar lo que es el cine porque quieren robar parte de su magia y vendértela de otra manera” Así lo afirma categóricamente ante la prensa y concluye: “tengo mucha fe en el atractivo a largo plazo del cine porque es un medio único”. El cine es una experiencia íntima que se vive en compañía. Un espectáculo que apela a la empatía, al contagio de emociones, al goce colectivo, por eso hay que vivirlo en la sala y por ello, él, Nolan, hace películas pensadas directamente para ser vistas en esas condiciones. Oppenheimer vuelve a confirmarlo.
Tan admirado como odiado, este realizador no deja a nadie indiferente, con un cine que es show, pero que también obliga a la reflexión, pone a prueba nuestra atención y no nos lo hace fácil. Quizás no esté hecho para todos (de hecho en EE.UU. ha recibido la calificación R) y se diría que él es consciente de que algunos querrán ponerle en la picota (de nuevo) y otros, simplemente, no sabrán qué han visto. Christopher Nolan no conoce el término medio, que es tanto como decir que no entiende de medianías. Por eso busca crear con la mayor libertad posible (esa es la razón de que haya abandonado a Warner) y hasta ahora siempre se ha podido dar el gusto. Ha rodado Oppenheimer buscando la máxima espectacularidad con las cámaras de mayor resolución disponibles: una combinación de IMAX 65 milímetros y Panavisión 65 milímetros que posteriormente se proyecta en 70 milímetros. No ha buscado la simplicidad de un relato lineal, la secuencia temporal está siempre fragmentada (esto es marca de la casa, por lo menos, desde Memento). En el apartado visual cada fotograma de tiene unos 18.000 píxeles de resolución, diez veces más que nuestras pantallas HD, ha prescindido en la medida posible de los CGI, mientras que los efectos prácticos salpican aquí y allá la narración aportando significado a un relato que se cuenta desde dos perspectivas, la subjetiva y la objetiva, con la única pista del tratamiento del color para diferenciarlas. Si hay que usar el Blanco y Negro, se usa. Una estructura compleja que barrerá a muchos, de entre los que no faltarán los que volverán a hablar de su carácter megalómano, como si no estuviera justificado cada recurso que emplea. Pero es que la de Nolan no ha sido nunca una narrativa sencilla, su última cinta no iba a ser una excepción, de algún modo vuelve a parecer que todo su cine conducía a ella. Y dura tres horas, todo un reto para el espectador. Porque también la duración está pensada para abrumar.

Cillian Murphy as J. Robert Oppenheimer (This still is an 11K scan of a 70mm B&W IMAX film frame)
Tres intensas horas que pasan volando, eso sí, pues todo está medido para que así sea en este biopic, con ritmo de thriller, que capta la atención del espectador y ya no la suelta hasta su conclusión. Entraremos (o creeremos entrar) en la mente de este moderno Prometeo. Y lo haremos yendo hacia adelante y hacia atrás, partiendo de una investigación encubierta del Comité de Actividades Anti-americanas, que tantos dolores de cabeza dio a los intelectuales de izquierda durante el Macartismo. Una época oscura, ideal, también, para la venganza personal. También asistiremos al nacimiento, con su trágica culminación, del Proyecto Manhattan. Por su estructura y por su nivel de penetración en la biografía personal y científica del protagonista, requiere de atención para desentramar la maraña de intrigas política y diplomáticas que se organizarán alrededor del protagonista para neutralizar su molesta influencia: la de un hombre que se sabía creador de una fuerza que lejos de traer el equilibrio, inició una carrera entre las potencias protagonistas de la nueva contienda que se inició tras las dos explosiones en Japón (esto es, la Guerra Fría). No es un retrato hagiográfico, pues también veremos los claroscuros de su personalidad, seremos testigos de la facilidad que el “padre de la bomba atómica” (tal y como los bautizaron en la portada de Time) tenía para atraer a mujeres brillantes, pero mentalmente inestables. Y es que no estamos ante una obra triunfalista, la guerra se venció por intimidación y a costa de generar la capacidad de autodestrucción real para nuestra especie. Es, eso sí, un film de redención, género al que tan aficionado parece ser Hollywood y en general Estados Unidos: Oppenheimer, tras ser elevado a los altares y posteriormente crucificado por el Congreso bajo la sospecha de ser comunista, obtendrá al final de su vida el reconocimiento merecido. Como hicieran con Chaplin y tantos, tantos otros.
Oppenheimer cuenta con un impresionante plantel artístico. Como si ningún actor, por minúsculo que fuera su papel, fuese capaz de rechazar formar parte de este proyecto, que en diversos casos, convierte el físico del actor, en una irreconocible máscara. Todos ellos están magníficos: desde los protagonistas, Cillian Murphy y Emily Blunt, al resto del reparto, cargado de veteranos como Kenneth Branagh, Robert Downey Jr., Matt Damon y Gary Oldman, pero también con parte de la más brillante hornada de actores modernos, como la estupenda Florence Pugh, Jason Clarke, Rami Malek o Casey Affleck, que hace una inquietante aparición. Nolan siempre ha sabido, como guionista, dibujar personajes matizados y redondos y, como director, ha sabido sacar siempre lo mejor de sus actores. Y en su último trabajo, que él define como un cuento con moraleja muy instructivo sobre muchas cosas que están pasando ahora mismo, ha vuelto a conseguirlo.

Oppenheimer es una cinta oportuna (que no oportunista), vivimos inmersos en una atmósfera de crisis e incertidumbre, asediados por el calentamiento global, inquietos por el desarrollo de la IA que, de momento, ya ha sido responsable de la mayor huelga de guionistas y actores en Hollywood y que ha sembrado sospechas entre los expertos y divulgadores científicos. Son problemas emergentes que todavía pueden paliarse (al menos Nolan tiene un cierto optimismo hacia ello). La fuerza atómica, no. La Guerra de Ucrania y el ascenso de los nuevos fascismos, esos movimientos ultras de los que ni siquiera la democracia estadounidense está a salvo (ahí está el asalto al Congreso), han dibujado un paisaje en el que la amenaza atómica vuelve a remontar y ya no es improbable. Oppenheimer mira hacia otro momento en el tiempo, pero porque sobre ese pasado se movían ya algunas de las dialécticas de nuestro presente, y, así, pone al descubierto la relación entre la ciencia, el Gobierno y los medios de comunicación, ese triángulo profano, esa alianza profana; la del físico americano es una historia sobre la responsabilidad (de los individuos y de las instituciones) y nuevamente estamos en ese debate. Para Nolan, “vivimos un ‘momento Oppenheimer’. De nuevo, estamos ante un problema de responsabilidad. Como creadores, como científicos y como tecnólogos la pregunta que debemos hacernos es: ¿cuáles son nuestras responsabilidades?” Y ahora ya sabemos que tenemos a nuestro alcance los recursos para autodestruirnos si no frenamos la crispación reinante. Oppenheimer hizo una apuesta, aceptar desarrollar la madre de todas las bombas con la esperanza de que, un arma con potencial suficiente para aniquilarnos, seria suficientemente disuasiva y supondría, paradójicamente si se quiere, el fin de la devastación mortífera, el fin de las guerras. Una ilusión que duró poco: “no ha sido así ni lo será. Se puede aducir en contra que significó el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero ese escenario donde solo una potencia tiene la bomba ya no existe. Y es ahora cuando volvemos al mito de Prometeo. Robar el fuego a los dioses lleva consigo una tortura por toda la eternidad. Y ahí estamos. Como se suele decir, no se puede volver a meter la pasta dentro del tubo”.
Todo esto es lo que se baraja en el subtexto de una película que ya ha levantado grandes expectativas entre el público por su colosalismo. La emoción del cine de feria la rodea, pero Oppenheimer quiere además hacernos pensar. Y lo hace, pero sin dar lecciones. Lo primero y más importante en el cine es contar una gran historia, Nolan lo tiene claro. Y Oppenheimer es, probablemente, la más dramática que el director nos ha contado. Cine inmersivo. Cine reflexivo. Cine.

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