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VAMOS DE ESTRENO * Miércoles 1 de enero de 2025 *

HERETIC (Scott Beck y Bryan Woods, 2024)

USA. Año: 2024. Duración: 110 min. Guion: Scott Beck, Bryan Woods Música: Chris Bacon Fotografía: Chung Chung-hoon Compañías: Beck Woods, Catchlight Studios, Shiny Penny Productions. Distribuidora: A24 Género: Terror.

Reparto: Hugh Grant, Sophie Thatcher, Chloe East, Elle McKinnon, Carolyn Adair, River Codack

Sinopsis: Dos jóvenes misioneras se ven obligadas a demostrar su fe cuando llaman a la puerta equivocada y son recibidas por el diabólico Sr. Reed (Hugh Grant). Los tres se verán envueltos en un brutal juego del gato y el ratón durante una larga noche de tormenta.

Scott Beck y Bryan Woods proponen al espectador un retorcido juego que se desarrolla en un único tablero contando con tan solo tres piezas: «Con Heretic, queríamos provocar a nuestro público. Pensamos que sería especial escribir un guion estremecedor donde el miedo y el terror surgen del diálogo, a través de las palabras y los conceptos que se exponen [···] Si hemos hecho bien nuestro trabajo, el público aportará sus propias ideas sobre la religión al discurso de la película: ¿Qué creemos y qué no creemos?».

Un diálogo sobre la religión y la fe protagonizado por dos caperucitas magistralmente encarnadas por Sophie Tatcher Chloe East, como dos misioneras que llaman a la puerta equivocada en su afán por evangelizar y un estupendo Hugh Grant como elegante y perverso lobo. «Lo que hace a Hugh Grant tan perfecto para el papel del Sr. Reed», comenta la productora Stacey Sher, «es que, en Heretic, le vemos en un registro que no se parece a nada que haya hecho antes, pero a su vez, el actor utiliza todas las técnicas y trucos que nos encantan y nos son familiares para darles una vuelta macabra».

El terror de Heretic no está en los monstruos o en los sustos fáciles, lo inquietante se halla en los diálogos, en lo que propone. También en los sonidos y la atmósfera aterradora,  que contrasta con lo que sucede en la pantalla. Lo inesperado, la confusión. El horror. Tan hermética como angustiosa y con tres interpretaciones brillantes, Heretic (Hereje) es una experiencia aterradora que una vez finalizada deja un poso en el espectador que invitará al diálogo.

QUEER (Luca Guadagnino, 2024)

Italia/USA. Duración: 135 min. Guion: Justin Kuritzkes. Novela: William S. Burroughs Música: Trent Reznor, Atticus Ross Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom Compañías: The Apartment, Frenesy Film Company, Fremantle Media North America, Cinecittà, Frame by Frame Género: Drama

Reparto: Daniel Craig, Drew Starkey, Jason Schwartzman, Henry Zaga, Omar Apollo, Lesley Manville, David Lowery, Ariel Schulman, Gilberto Barraza, Drew Droege, Lisandro Alonso, Andrés Duprat, Andra Ursuta

Sinopsis: En 1950, William Lee, un expatriado estadounidense en la Ciudad de México, pasa sus días casi completamente solo, excepto por algunos contactos con otros miembros de la pequeña comunidad estadounidense. Su encuentro con Eugene Allerton, un exsoldado expatriado nuevo en la ciudad, le muestra, por primera vez, que puede ser posible establecer una conexión íntima con alguien.

Es Capricornio y mide 1.78 metros. Prefiere hacer teatro. Sus ojos son en realidad azules con un gran iris color avellana, lo que les da una apariencia «verde» falsa. Así podríamos describir a Timothée Chalamet si jugamos con los destacados aleatorios que señala el algoritmo de Google como respuesta a la búsqueda “Timothée Chalamet críticas y elogios”. Auténtico icono de estilo, el actor es carne de club de fans, pero también pasto fresco para haters, despierta admiración y odio casi a partes iguales, tal vez, lo uno y lo otro, porque su presencia y su posicionamiento ante el mundo le convierten en encarnación de esa nueva masculinidad que unos reivindican, mientras otros la ven como concesión a la denostable corrección política. Lo que nadie podrá negarle a Chalamet es que es uno de los actores más relevantes de su generación, antes de cumplir lo 30 ya tiene a sus espaldas una carrera prolífica y varios galardones de reconocimiento, incluida la nominación al Óscar a mejor actor. Su talla interpretativa quedó probada y puesta a prueba en ese largo primer plano fijo que se centra en su rostro expresivo en el cierre de Call me by your name. Chalamet cumple la exigencia que requiere ese plano tanto como Daniel Craig hace lo propio en el punto central de Queer. Y este era el destino que queríamos alcanzar con nuestra excursión introductoria, detrás de ese reto actoral hay un nombre, Luca Guadagnino, el director que mejor ha combinado en su cine lo sensorial y lo conceptual. Someter a sus protagonistas al desafío de sostener el plano, no hieráticos o circunspectos, sino evidenciando el torbellino de sensaciones que recorre a sus personajes, casi lo podríamos considerar una constante autoral en el cine de Guadagnino, que es el que nos convoca a escribir este artículo a tenor del estreno español de Queer, obra que supone, a nuestro juicio, la consagración de su estilo.

Luca Guadagnino figura como atracción en la guía online de la Toscana, donde se le describe como “artista polifacético, es diseñador gráfico, pintor y escenógrafo (diseñó el decorado de “A Bigger Splash”), pero su mayor talento puede ser su insaciable curiosidad por todo y todos los que lo rodean, lo que lo llevó al cine. Más allá del cine, Guadagnino es un creador de tendencias que dirige óperas y ballets, ayuda a crear objetos de diseño y mobiliario y asesora a jóvenes creativos. Luca, que invitaba a todos los actores y al equipo a su casa para una gran barbacoa después de un rodaje, también es un chef consumado”. Casi un hombre del Renacimiento, su cine es absolutamente personal, el siciliano es uno de esos directores que imprimen carácter a su obra, pues siempre parecen estar indagando, estética y conceptualmente, los temas que más les describen y obsesionan. En activo desde 1997, el éxito le llega a raíz de la llamada (por la crítica) Trilogía del deseo: Io sono l’amore (2009); Cegados por el sol (2015); Call me by your name (2017). En estas tres piezas es donde más se reconocen sus estilemas, los principales serían: el meticuloso diseño de la estética visual, definida ésta por imágenes sensoriales, ricas en color, textura y simbolismo; su capacidad para explorar la complejidad de la identidad humana a través de unos personajes que se desarrollan y transforman mientras interactúan con su entorno, sus relaciones y, sobre todo, consigo mismos; y el esmero puesto en envolver sus cintas con una significativa atmósfera musical, la banda sonora juega un papel crucial a la hora de establecer el tono emocional y la atmósfera de sus historias. Estos rasgos principales se suman dando a su cine un carácter de sinestesia, pues, su trabajo rebasa los meros límites de lo visual haciendo que recibamos las imágenes usando la confluencia de nuestros cinco sentidos. Son constantes más formales que de contenido, por eso Guadagnino ha podido adentrarse en otros géneros, como ha sido su excursión por el fantástico con dos títulos muy a considerar como son Suspiria (2018) y Hasta los huesos (Bones and all) (2022). Con Queer regresa a la esfera del deseo y este su último trabajo enlaza directamente con Call me by your name, casi como si se continuara, pero incorporándole toda su experiencia con lo que le ha dado de sí el fantástico. Posiblemente ha sido esa fusión de estilemas la que le ha puesto en las mejores condiciones para trasladar al cine el universo de William Burroughs.

Novelista, artista visual, ensayista, crítico social, miembro destacado de la generación beat, padre del movimiento, de hecho, aunque él siempre renegara de tal consideración, Burroughs es uno de esos autores en las que la circunstancia personal supera el peso de su obra en el imaginario colectivo. Toxicómano, homosexual en una época en la que todavía pesa la repulsa social sobre quienes no se ajustan al patrón heteronormativo, homicida por accidente (mató a su esposa en un alarde de ingenio transgresor en el que pretendió hacer la gracia de emular la puntería de Guillermo Tell), en su capacidad de renovar el lenguaje narrativo tuvo mucho peso su aptitud para integrar y modelar su propia peripecia vital en sus creaciones. Buen ejemplo de ello es Queer, novela temprana (1952) de publicación tardía (1985), un trabajo en el que da cuenta de su aventura mexicana. México resultó para los artistas americanos, durante el siglo XX, una meca del exotismo casi en la misma medida que lo había sido América para los europeos en los momentos de la conquista. Para el alter ego de Burroughs y protagonista de Queer, la Ciudad de México era aquel lugar donde la muerte coqueteaba con lo cotidiano, pero también era un lugar de libertades alcohólicas y sexuales en donde nadie se involucraba en juzgar lo que cada uno hacía con su existencia. Pieza casi íntima y confesional, Luca Guadagnino reconoce que la obra de Burroughs le encandiló cuando era joven: «Leí el libro con 17 y era un chico solitario. Diverso. Sentí muy cerca la profunda conexión que describe entre los dos personajes, la falta de juicio, la idea del romance como una aventura… me transformó y cambió para siempre. Quería ser leal con ese chico joven llevándolo a la gran pantalla”.

Y el director se ha sido leal a sí mismo y honesto con la novela, aunque su adaptación no sea literal sino que le haya servido de base para profundizar sus propias reflexiones y su imaginario. Ya decíamos que viene a ser una continuación de Call me by your name, pero en este caso, el affaire entre Guadganino y Burroughs nos lleva al reverso oscuro, crepuscular y salvaje de aquel luminoso despertar romántico y sensual que nos hechizó en su película de 2017. Estamos ante otro análisis del deseo, mucho más universal que los discursos sobre la identidad tan en boga, “Lo que más me conmueve creo que es el deseo del individuo, me interesa más el inconsciente de los personajes que describo. Lo que queda fuera, lo que no sabes que sabes. O lo que sabes que no sabes. No creo que se trate de identidad. Creo que las políticas sobre la identidad son moda para el consumo”. Y en Guadagnino el deseo apunta más allá del goce inmediato, como si profundizándolo encontráramos una llave hacia el sentido. No es de extrañar que el director se sintiera atraído por la novela que ahora adapta, en su protagonista el deseo de las relaciones sexuales apunta al deseo de amar, al ansia de fusión total que acabe por hacer prescindible incluso al lenguaje. Dos son las ambiciones del personaje: el encuentro con cuerpos de su mismo sexo y conseguir algún reconocimiento social, y aquí entra en juego un tercer afán que los aglutina, la búsqueda de experimentar la ayahuasca como droga a la que se atribuye el don de hacer posible la telepatía, la comunicación extrasensorial de alma a alma. Guadagnino hace suyo el planteamiento de la novela y, diríamos, lo lleva más allá: la sexualidad apunta al amor como si estuviésemos ante un camino de ascesis desde la carnal hasta la espiritualidad más trascendente. Por nuestra propia formación y equipaje teórico, no podemos dejar de apreciar que el Burroughs de Guadagnino casi se convierte en un neoplatónico del amor humano. En la intensidad de las imágenes eróticas que envuelve los lances en un onirismo surrealista, casi nos parece leer un soneto de Francisco de Aldana:

«¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando

en la lucha de amor juntos, trabados

con lenguas, brazos, pies y encadenados

cual vid que entre el jazmín se va enredando,

y que el vital aliento ambos tomando

en nuestros labios, de chupar cansados,

en medio a tanto bien somos forzados

llorar y sospirar de cuando en cuando?»

«Amor, mi Filis bella, que allá dentro

nuestras almas juntó, quiere en su fragua

los cuerpos ajuntar también, tan fuerte

que no pudiendo, como esponja el agua,

pasar del alma al dulce amado centro,

llora el velo mortal su avara suerte» (XVIII)

 

Un neoplatonismo pasado por psicotrópicos y sentimiento de fatalidad, sin embargo, sería el de Queer. La unión prístina espanta y lo crepuscular invade la trama. No ha sido posible sostener tanta belleza. Al éxtasis le ha seguido el quebranto. Pero ese no es el final, Guadagnino inventa un epílogo que nos convoca dos años más tarde y que supone un viaje visual que podría haber salido del mejor Lynch. Desenlace enigmático que nos deja el sabor de una gota de esperanza en la amargura.

Y podríamos dejarlo en nuestra conclusión igualmente enigmática, pero si empezábamos hablando de Timothée Chalamet, justo es dedicarle unas palabras a Daniel Craig para cerrar el círculo.  Durante quince años, su metro setenta y ocho, sus ojos azules, su cabello rubio y su interpretación oscura, han dado cuerpo al agente con licencia para matar por antonomasia: Bond, James Bond. Comparado con el estilo clásico de sus antecesores, Craig interpreta a un Bond mucho más rudo y frío, menos formal y menos dado a las conductas de etiqueta; mucho más proclive a mostrar escenas crudas y de agilidad casi sobrehumana que, paradójicamente, se contraponen con una visión más humana y real de la clase de persona que podría ser un agente de este tipo. Y el acierto de saber convertir en el objeto sexual que emerge de las aguas a él mismo, en vez de Ursula Andress o a Halle Berry. El suyo ha sido un 007 adaptado a los tiempos sobre el que el actor afirmaba: “El papel de Bond, después de todo, se puede reducir al de un asesino básicamente. Nunca he interpretado un papel en el que el lado oscuro de una persona no deba ser explorado. No creo que deba ser confuso para la conclusión final de la película, pero durante la misma, debe hacer que te preguntes quién es él realmente.” En manos de Craig el propio Bond se convierte casi en antihéroe, por eso ha podido afrontar el desafío de demostrar su versatilidad interpretativa encarnando al solitario Daniel Lee de Burroughs para Guadagnino. El británico muda su piel para abandonar al icono heterosexual y abrazar un papel profundamente humano, lleno de matices y marcado por una época difícil para la comunidad homosexual. Del espía que asesina, pasa a ser un hombre atrapado entre el anhelo de amor y la frustración de no poder alcanzar la conexión que tanto desea. Lo que más conmovió a Craig fue la soledad inherente a William Lee. En su visión del personaje, vio a un hombre que, a pesar de vivir en una sociedad que lo marginaba, aún luchaba por encontrar un sentido de pertenencia y amor. También Craig como Chalamet, a su manera y ya desde su Bond, nos deja toda una gama de nuevas maneras de entender lo masculino.

 

Il futuro è donna, rezaba el título de la película de Marco Ferreri en 1984, cuarenta años después el enunciado parece haber sido toda una premonición, pero ese futuro en el que la mujer compita a pie de igualdad, no se puede dar sin la asunción proactiva de la relevancia de apostar por formas de masculinidad que entierren para siempre a la figura del macho alfa. Y el cine de Guadagnino, abrumador, sinestésico y subyugante, contribuye a enunciar esas nuevas formas de vivir lo masculino, con historias de amor alejadas de los convencionalismos románticos. Cantos a la libertad desde la reivindicación de la fragilidad. El futuro será de todos.

 

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