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Oh, Canadá: el tiempo recobrado

24 diciembre 2024 Deja un comentario

Me gusta el olor a napalm por las mañanas” es la expresión que ha invadido mi mente tras ver, por primera vez, en sesión matinal, Oh, Canadá Y no porque haya confundido a su director con Francis Ford Coppola, de hecho no le confundo siquiera con Martin Scorsese, aunque el italoamericano haya sido su mejor pareja de baile, porque Paul Schrader es un cineasta singular con una voz autoral personal e inconfundible. Una voz estimulante que apela directa al intelecto sin dejarse atrás la estética y los sentidos. Una voz que me sacude y me hace fruir en su dureza. Pero quizás no haya sido azaroso que mi mente haya viajado hasta el Vietnam de Coppola, porque Apocalypse Now no es una cinta bélica más, lo que la hace inigualable es el peso de su calado filosófico: adaptación espuria de El corazón de las tinieblas, usa la falsilla de la guerra de Vietnam para adentrarse en el terreno de lo ontológico, el río que se remonta es el de la pregunta por el sentido. La de Coppola es una película ensayo y Oh, Canadá también lo es.  Salvo que la de Schrader, en lugar del Ser, sobre lo que se interroga es sobre el Yo, en un ejercicio en el que se pone en juego el valor de la memoria y la definición de la verdad. Quizás, además y también, sea una película sobre Vietnam, pero esto lo dejamos sólo apuntado como sugerencia.

Película de breve sinopsis argumental (un afamado documentalista, en estado terminal, concede, a dos de sus exalumnos más brillantes, su última entrevista, con la única exigencia de que esté presente su esposa), el objeto de análisis de Oh, Canadá es la conciencia. Decíamos el Yo en el párrafo anterior, y aunque no vamos a desarrollar los matices que emparentan y separan ambas nociones, sí queremos incidir en la dimensión religiosa que connota a la conciencia frente a su sinónimo más genérico. Así, Leonard Fife, el protagonista, acepta la entrevista de sus alumnos con el afán y objetivo de recibir la confesión. Confesar es, en su sentido amplio, exponer la verdad de nuestros actos, ideas o sentimientos, pero, si nos ceñimos más estrictamente, a lo que se apunta es a ponerse a bien con Dios mediante la declaración como penitentes de nuestras faltas. Obviamente, nuestro calvinista favorito tiene esta acepción en mente. La penitencia es un sacramento ajeno a las iglesias reformadas, lo que más las separa del catolicismo, y uno de los puntos que más fascina a los fieles protestantes. Quizás también lo que más les envidian: esa posibilidad liberadora de descargar los pecados en el confesor con el fin de expiarlos. No es de extrañar que sea, precisamente, en tierras protestantes donde más predicación y arraigo tuvieron (y tienen) las tesis de Freud. Si a falta de pan buenas son tortas, prohibida la confesión, bien nos sirve un psicoanálisis, después de todo el propio Freud definió a su método como curación por la palabra. Este magma se agita en la coctelera de Schrader cuando adapta al cine la última novela de Russell Banks, la crepuscular Foregone (título traducido al español como Los abandonos), y aproxima el rol del entrevistador al terapeuta, pero también al confesor. Sentarnos frente a una cámara, deslumbrados por los focos, nos procura la misma intimidad que la rejilla que vela el rostro del sacerdote en el confesionario. La confesión y el psicoanálisis tienen también en común la escenificación, en su vertiente más clásica, el terapeuta se sitúa detrás del paciente, el cual, tumbado en el diván, no tiene plena dimensión de su presencia. La penitencia y el psicoanálisis nos llevan a una especie de monólogo sanador, porque estamos ante Dios, según la primera, o ante el doctor de la mente, en el segundo. En Oh, Canadá Fife sitúa en el puesto del clérigo, término que en la Edad Media era sinónimo de docto (y este último término, obviamente, está en la etimología de doctor), primero al cineasta y luego a la (última) esposa. Sí el reverendo nos da la absolución y el analista extiende el certificado de nuestra sanación, con Schrader la redención-salvación viene desde el principio femenino. Una concepción muy romántica, en referencia, claro está, al movimiento filosófico-literario del XIX (El eterno femenino nos eleva, escribe Goethe en el Fausto), pero que siempre estuvo en la tradición occidental. Penélope siempre fue el destino y la meta de Ulises.

Hablando de monólogos y de Penélope(s), no está de más recordar que una de sus máscaras más relevantes es la de Molly Bloom. También el Ulises de Joyce es una obra de breve sinopsis argumental, Leopold Bloom se levanta una mañana de junio, la del 16 concretamente, filosofa en el retrete, come unos riñones en el pub, se masturba en un parque viendo las bragas manchadas de sangre menstrual de una adolescente, deambula todo el día por Dublín y al final de la noche, en la madrugada del 17, ya en la cama, Molly le arrebata el protagonismo y su voz interior es la que cierra la novela. Se nos acaba de ocurrir que, si el Ulises es también (y entre otras muchas cosas) un repaso a la historia de las letras irlandesas, el capítulo XVIII es el que expresa la creación más personal del autor, ese monólogo interior es por su concepción y su desarrollo el capítulo más innovador, el más original en el sentido de que no existe propiamente un modelo previo. Continuando con los paralelismos, también se nos ocurre que Oh, Canadá, partiendo de material ajeno, es la más personal de las películas de Schrader. El americano también elige darle a su filme carácter de flujo de pensamiento y, como en su día el irlandés, le da un tratamiento formalmente moderno, ambos están cerca del vanguardismo, Joyce porque lo precede y anticipa, y Schrader porque lo sucede y lo culmina. El monólogo de Molly contraviene todas las normas narrativas, todos sabemos sobre él, al menos, que se caracteriza por haber suprimido casi todos los signos de puntuación; la confesión de Fife también rompe contra toda secuenciación lógica y les crea a algunos la sensación de que los constantes saltos temporales impiden generar verdadera tensión dramática (véase sin ir más lejos la crítica de Nando Salvá para El Periódico). En la época, la publicación del Ulises llegó a estar prohibida en Estados Unidos por obscena, y Virginia Wolf dijo de la más relevante novela del Siglo XX, que era una auténtica tontería. También el tiempo pondrá a Oh, Canadá en el lugar que merece librándola de los desmanes y exabruptos con los que parte de la crítica la ha maldecido. No pretendemos decir que sea fundacional como lo fue el Ulises, pero sí que es un buen broche de oro para cerrar una carrera. Y, no, no enterramos al cineasta, es que algunas cintas tienen la propiedad de ser últimas palabras aunque las sucedan otras tantas. Cine dentro del cine, Oh, Canadá es una película póstuma sobre una película póstuma.

No sabemos si Schrader tuvo en mente a Molly Bloom, en todo caso, nos parece, como analistas, suficientemente pertinente la puesta en relación entre las dos obras. Sí que podemos afirmar que la otra gran novela del siglo pasado está presente en la mente del autor. Cita explícita a la madalena, mediante, Oh, Canadá se pone voluntariamente en diálogo con La recherche de Proust. No podía ser de otro modo cuando los mimbres que la tejen son una reflexión sobre el papel y el valor de la memoria como albacea de la verdad. Uno de los conceptos nucleares de Proust es el de “memoria involuntaria”, esa que surge como efecto del estremecimiento sensorial que se produce cuando desde una sensación presente se desata la evocación, ejemplos serían mojar la madalena en el primer volumen o tropezar en el pavimento desigual del patio de los Guermantes en El tiempo recobrado, último tomo de los siete que componen la novela y que fue escrito por el galo a renglón seguido del capítulo que cierra el primero. La memoria involuntaria tiene valor de verdad revelada, la que viene a permitir la recuperación-redención del tiempo, y se manifiesta bajo la forma de experiencia presente con un objeto del pasado, a través de la cual la vivencia de la pérdida nos sacude. El narrador entonces decide ir en busca del tiempo ya vivido. El tiempo perdido. Por dos veces, Schrader nos pone ante la cita explícita de la madalena detonante del recuerdo vívido, y en ambas ese asalto supone un punto de inflexión y ruptura para Leo Fife. Un Fife que busca hacer las paces con lo que ha sido, en un ejercicio de desgarro y exhibición que pretende desfacer entuertos: eliminar de lo real aquello que lo ha embellecido falseándolo, viajando con su mente ya agónica al momento inicial de la mentira, ese 1968 tan emblemático. En 1968 Eddie Adams ganaba el Pulitzer por su fotografía de la ejecución sumaria en Vietnam de un prisionero desarmado y maniatado de un tiro en la cabeza por parte del general de brigada Nguyen Ngoc Loan. Aunque parezca que una imagen vale más que mil palabras porque no puede mentir, el fotógrafo confesó que su instantánea no era más que una verdad a medias y defendería al general Nguyen, al que calificaría de “producto del Vietnam de su tiempo” e incluso de “héroe”. Fife es un hombre reputado, un genio en lo suyo, el cine documental, pero también todo un héroe símbolo de la lucha pacifista por haber sido objetor de conciencia en ese mismo 1968 (¿recuerdan que les decíamos en el primer párrafo que, después de todo, también Oh Canadá es una película sobre Vietnam?). Volvamos a Proust, la conclusión más célebre de La recherche es que el escritor afirma la superioridad de la literatura sobre la vida: “comprendí que todos esos materiales de la obra literaria eran mi vida pasada (…) la verdadera vida es la literatura”. Una conclusión muy propia de una cumbre literaria del Siglo XX. Oh, Canadá es también una película del siglo pasado, pero llegada desde mediados los años veinte del Siglo XXI, por eso su inferencia cuestiona un tanto el corolario de Proust. Es cierto que sólo el arte permite trascender la experiencia individual, comunicar nuestro yo a los demás, pero ello no lo vuelve más verdadero que a la vida auténtica y sin filtro. Oh, Canadá es la deconstrucción del héroe, un poco equiparable a ese Desmontando a Harry de Woody Allen. Todo en la vida de Fife ha sido una verdad a medias, más fruto del azar que del arbitrio. Más que un héroe, ha sido un traidor. Pero, siempre la adversativa por delante, como habría sentenciado Borges, la infamia y la valentía están tan indisociablemente unidas que la una es la otra.  Así qué, después de todo, sí podemos dar la razón a Proust y concluir que, el arte en general y el séptimo en particular, tiene la virtud de reconciliarnos con la existencia. Gracias al cine, el tiempo pasado, el tiempo perdido, es tiempo poseído, tiempo recobrado.

Fue un auténtico placer despertarse con una cinta tan lúcida el día del pase de prensa. Una de esas películas que, siendo mucho de su autor, desde que me captan, pasan a ser una de mis películas. Otra de Schrader que se suma a mi colección. Y es que Schrader siempre me ha parecido un valor a considerar, uno de esos cineastas que no llegan a defraudar ni siquiera con sus obras menores. Quizás porque su imaginario es muy rico, tanto que puede dar vueltas en torno a sí mismo sin ser nunca una repetición.        En el olímpico 1992 se estrenaba Posibilidad de escape, Schrader dirigiendo a un Defoe en alza y altamente inspirado, no le pasó desapercibido a la crítica que en John Le Tour, camello de lujo, había un auténtico sosias de Travis Bickle, salvo que veinte años más maduro y con un final en el que cabía la esperanza. Entre ambos personajes podríamos situar a Julian Kay, el gigoló americano que tan bien compuso Richard Gere, un eslabón hacia el camino de posible redención del anti-héroe, ahora con treinta años confesos. El mismo Richard Gere es ahora Leo Fife, casi cuarentaicinco años después y con los ochenta ya a tocar. También Fife es una apostilla de Bickle, ahora a punto de sucumbir por razón de edad, y, sin embargo, con la capacidad suficiente como para redimir todas las encarnaciones con las que Schrader ha ido extendiendo a su personaje seminal. El propio director, más cercano a los ochenta que el actor, mira cara a cara a la muerte y, respetándola y aceptándola, la vence con la ilusión que sólo el cine puede generar. Al menos en lo que el cine fue en el siglo pasado, el de su nacimiento y         esplendor. Pero más sabe el diablo por viejo que por diablo, Schrader goza todavía de buenos reflejos y no se ha descolgado del presente, y al presente le lanza una crítica y una advertencia: en tiempos de pantallas omnipresentes, tal vez no quede espacio para lo íntimo, para la existencia sin filtro, lo cual no sólo supondría la negación de la vida, sino también la muerte del arte, en general, y en particular del cinematográfico, que siempre se alimentó de su tensión dialéctica con el vivir. Schrader lo afirma de primera mano, porque también él tiene perfil en Facebook. Y nosotros le seguimos.

 

 

Las lecturas de Serendipia: ‘The Haunt of Fear’ Vol. 2

24 diciembre 2024 Deja un comentario

THE HAUNT OF FEAR VOL. 2


Diábolo Ediciones. Encuadernación en tapa dura.

Formato magazine, 216 páginas a todo color


Llega una nueva entrega de la lujosa e imprescindible edición de los clásicos EC que realiza Diábolo Ediciones. Tras completarse Tales from the CryptWeird Science, Impact y Shock SuspenStories,  vuelve el terror puro y duro con The Haunt of Fear, la colección de la vieja bruja (The Old Witch) pero que, al igual que sucedía con Tales from the Crypt y pasará con The Vault of Horror, contiene historias presentadas por los otros dos incendiarios host: The Vault-Keeper y The Crypt-Keeper.

 

Como es habitual, Al Feldstein se corona como el guionista casi exclusivo de este tomo, que reúne los números que van del 7 al 12. La plantilla de dibujantes es desigual, pero todos los números los abre el inefable Graham Ingels y los cierra, en su mayoría, el gran Jack Davis, contando con los dibujos de Johnny Craig, el único artista que guioniza sus historietas, además de Jack Kamen, George Roussos, Ed Smalle y Joe Orlano. Las portadas tampoco tienen un ilustrador exclusivo, así que las hay tanto de Al Feldstein como Johnny Craig y Graham Ingels.

Por cierto, acompañando a las imágenes de las portadas de cada número, se ha intentado incluir el habitual dibujo original a tinta. Cuando no ha sido posible, se ha incluido la prueba de color realizada por Marie  Severin que se utilizaba como guía en la imprenta.

Y hablando de los Severin…


John Severin (1921-2012)

John Severin nació en Jersey City , Nueva Jersey y era un adolescente en Bay Ridge, Brooklyn , Nueva York, cuando comenzó a dibujar profesionalmente. Mientras asistía a la escuela secundaria, contribuyó con caricaturas para The Hobo News  en 1932, recibiendo un pago de un dólar por caricatura.

Asistió a la High School of Music & Art en la ciudad de Nueva York, junto con los futuros artistas de EC ComicsMad  Harvey Kurtzman , Bill Elder , Al Jaffee y Al Feldstein. Después de graduarse trabajó como aprendiz de maquinista y luego se alistó en el Ejército , sirviendo en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.

En 1947 se integró con los profesionales de Crestwood y allí cruzó su camino con el de los grandes demiurgos del cómic de superhéroes yanqui Joe Simon y Jack Kirby. Junto a ellos desarrolló un estilo siempre amigo del realismo, prodigándose más en historias de corte costumbrista que de tipo fantástico. Sus primeros trabajos de cierta importancia aparecieron en Prize Comics Westernhistorietas de indios y vaqueros protagonizadas por Lazo Kid, Black Bull, American Eagle y otros del estilo.

En EC Comics debutó en el cómic bélico Two-Fisted Tales #19 (febrero de 1951), y continuó trabajando en equipo con su amigo Elder como entintador, en particular en historias de ciencia ficción y guerra. Cuando Kurtzman abandonó los cómics de guerra para dedicar más tiempo a Mad , Severin se convirtió en el único artista de Two-Fisted Tales durante cuatro números, escribiendo también el guion de algunas historias antes de pasar a trabajar en Mad.

A mitad de los años cincuenta EC se vino abajo y John se buscó el pan por otras casas editoriales, como Atlas, en la que ya trabajaba Stan Lee. Cuando éste creo Marvel Comics, John Severin fue uno de los elegidos para dibujar a uno de los personajes emblemáticos del sello: The Hulk. Su hermana, Marie, se fue con él.

Entre Marvel y DC pasaron los Severin los años sesenta, dibujando de todo. Primero muchos soldados y cow-boysSgt. Rock, Kid Colt, Ringo Kid, Combat Casey, Billy the Kid, Gunsmoke Western, Battle, Captain Savage o el famoso Sgt. Fury, pero también participaría con portadas y caricaturas para la revista Cracked. No dejó de lado John Severin los mundos de fantasía, pues dibujó varias veces para comic books como Journey into Mystery, Strange Talesy, asimismo, un nutrido número de historietas para las revistas de horror de Warren Publishing, comoEerie, Creepyo el título bélico de la misma casa Blazing Combat.

A comienzos de los años setenta formó equipo con su hermana Marie para dibujar otro cómic fantástico, Kull the Conquerorlo cual hicieron tras un ejemplar de otro clasicazo del cómic americano, Wally Wood, compañero de fatigas de Severin en EC, Warren y las editoriales de superhéroes. Su hermana Marie también tenía experiencia, había coloreado en EC y desde 1966 dibujó para Marvel títulos como Dr. Strange, Incredible HulkNamor, the Sub-mariner. Ambos hermanos colaboraron en varios títulos de Marvel, él como dibujante invariablemente, ella como colorista por lo general, aunque siempre fue una excelente caricaturista y también una buena dibujante y entintadora, así como una poco reconocida directora artística. Juntos, terminaron ocho ejemplares de Kull the Conqueror(más algunas cubiertas) en los que lograron una atmósfera muy especial.Posteriormente a este trabajo, aparte de dos portafolios excelentes que hicieron sobre este mismo personaje, los Severin separarían sus carreras. Marie se integraría para siempre en el bullpen de Marvel realizando la función principal de colorista, aunque se recuerda mucho sus cómics para Tales to Astonish and Not Brand Echh. Su hermano seguiría dibujando viñetas destacando por sus trabajos para Thrilling Adventure Storiesen 1975, Amazing High Adventureen 1985, cómics para la resucitada cabecera Savage Tales a partir de 1986, o la serie bélicaSemper Fi ya cerca de su jubilación. Se vio su nombre en los créditos de Ckacked, Heavy MetalWhat the?! durante los años noventa, pero ya no se prodigó demasiado.

En 2002, el escritor Jeff Mariotte recordó que, hacia el año 2000, Severin llamó por teléfono a Scott Dunbier, editor de grupo del sello WildStorm de DC Comics , «y le dijo que estaba buscando volver a hacer cómics«. Esto llevó a Severin a dibujar la miniserie secuela Desperadoes: Quiet of The Grave. Más tarde se encargó de la controvertida serie limitada de Marvel de 2003 The Rawhide Kid , un western desenfadado de universo paralelo que reimaginó al héroe forajido como un hombre gay, aunque todavía formidablemente pistolero. Severin, ya había dibujado al personaje para Atlas en la década de 1950.  También en la década de 2000, Severin contribuyó a The Punisher de Marvel ; Suicide Squad , American Century , Caper y Bat Lashde DC Comics ; y Conan , BPRDWitchfinderde Dark Horse Comics.

Los miembros de la familia de Severin que trabajan en los campos editorial y de entretenimiento incluyen a su hermana Marie Severin , que como ya vimos, fue artista de cómics y la colorista de los cómics de EC; su hijo John Severin, Jr., director de Bubblehead Publishing; su hija, Ruth Larenas, productora de esa compañía; y su nieto, John Severin III, productor musical e ingeniero de grabación.

(Fuentes: Wickipedia y Tebeosfera)


Un repaso pormenorizado de los contenidos de The Haunt of Fear Vol. 2:



THE HAUNT OF FEAR #7: mayo-junio de 1951.

Tras una estupenda portada de Johnny Craig, tenemos las habituales cuatro historietas, que abre Ingels con ¡Sitio para uno más! (Room for one More!) en la que la vieja bruja invita al lector a conocer la historia de Rodney Whitman, un joven huérfano obsesionado en reposar, cuando muera, en el mausoleo familiar. Cuando tan solo hay un hueco, buscará la forma de  hacer desaparecer a todos los familiares que le quedan para que ese hueco le pertenezca pero… naturalmente las cosas no saldrán como él desea. La previsible ¡La cesta! (The Basket) está dibujada por Jack Davis y tiene, para aquellos que no se lo vean venir, una sorpresa final de infarto. Horror en el aula (Horror in the School Room) esta realizada por la reconocible pluma de Jack Kamen y protagonizada por un niño con mucha fantasía en su cabeza… o no. Cierra Johnny Craig con su historieta ¡La Banshee aullante! (The Howling Banshee!), en la que el folklore irlandés sirve de excusa para que corra la sangre.


THE HAUNT OF FEAR #8: julio-agosto de 1951. 

Nada nos gusta más que un dibujo de Al Feldstein. Y si nos regala una cabeza reducida, ¡mucho más! Abre Graham Ingels con ¡La jauría de la muerte!(Hounded to Death!) una historieta a la medida de Ghastly con celos y venganzas de ultratumba. ¡Una momia muy extraña! (The Very Strange Mummy) esta ilustrada por George Roussos con un no muerto por partida doble en la que es otra vuelta de tuerca a las maldiciones egipcias. El poco conocido Ed Smalle se ocupara en ¡Beneficios decrecientes! (Diminishing Returns!) de llevar al lector al corazón de África, donde además de diamantes, esperan desagradables sorpresas a los protagonistas. Sí, es la historieta a la que hace referencia la portada. Y cierra Jack Davis con ¡Un yerro mortal! (The Irony of Death!) donde tendrá lugar una extrañísima venganza más allá de la muerte.

En la sección de correo del lector, El nicho de la vieja bruja, los lectores escogen la historieta favorita de cada número, y mientras unos, los que más, lanzan flores a los editores de E.C. Comics, otros demuestran su disgusto hacia ellos y de paso el despiste que llevan encima: «No sé por qué todo el mundo habla maravillas de los cómics de E.C. ¡En mi opinión son  horribles! ¿Qué tienen sus cómics de cómicos? No me gustan los cómics de terror. No me gustan los cómics de ciencia ficción. No me gustan los cómics de crímenes. Y no me gustan los cómics bélicos«. Entonces… ¿por qué diablos los compra?


THE HAUNT OF FEAR #9: septiembre-octubre de 1951.

 

¡La verruga es bella! (Warts so Horrible?) es la historieta que abre este número de The Haunt of Fear. Ilustrada por Ghastly, nuevamente, y en la que el hedor de la tumba asaltará al lector no avisado. Forbidden Fruit (Fruta Prohibida) es un remedo del viejo testamento protagonizado por dos náufragos en busca de alimento en la isla donde les ha llevado el mar a la deriva ¿comerán de la fruta prohibida? ¡Pueden apostar que si! y Joe Orlando nos lo traduce en imágenes. Jack Kamen ilustra ¡Una vieja historia! (The Age-Old  Story!) donde hay experimentos de longevidad humana y una aventajada busca fortunas sin escrúpulos. Finalmente, ¡La pata del gorila! (The Gorilla’s Paw!) que, bueno, sí, tiene bastante que ver con el clásico relato de W.W. Jacobs La pata del mono, sólo que en versión un tanto más salvaje. Y más si la dibuja Jack Davis.


THE HAUNT OF FEAR #10: noviembre-diciembre de 1951. 

Una portada de lo más torera realizada por Al Feldstein y que guarda relación con ¡Una mala faena! (Bum Steer!) la historieta de Jack Davis que cierra en número y que contará con una folklórica venganza ultraterrena. ¡Oooole! Pero antes llega Graham Ingels y el hedor de la tierra del cementerio con ¡Un negocio de mala muerte! (Grave Business!) en la que un propietario de empresa funeraria pagará duro por todas las estafas y trucos que utiliza para engañar a sus afligidos clientes. Johnny Craig dibuja y escribe ¡La vampiresa! (The Vamp!) en la que el protagonista deberá escoger entre dos mujeres muy diferentes entre ellas… o no tanto. Acabamos con Jack Kamen y ¡Mi tío Ekar! (My Uncle Ekar) una historia protagonizada por un niño de lo más raro.


THE HAUNT OF FEAR #11: enero-febrero de 1952. 

Ghastly no se conforma con abrir cada uno de los cuadernos de esta serie, ilustrará la portada de este y el siguiente con su pútrida pluma. ¡Un sótano asqueroso! (Ooze in the Cellar?) no podría haber sido dibujada por otro. En ella su protagonista tiene un severo caso de Diógenes que le obliga a guardar todo en su sótano…incluso los cadáveres. ¡La prueba del ácido! (The Acid Test!) está ilustrada por Jack Kamen y es una historieta protagonizada por dos enamorados cuyo amor se unirá aún más gracias al ácido, con una conclusión ciertamente sádica. George Roussos dibuja Exterminio (Extermination) una historieta en la que cucarachas, chinches y termitas campan a sus anchas. Finalmente, ¡Abono de primera! (Ear Today…Gone Tomorrow!) la  historieta que cierra el cómic y que ilustra Jack Davis, lo dice todo en su título. En ella los fabricantes de abono se las ingeniarán para encontrar huesos con el que fabricarlo.


THE HAUNT OF FEAR #12: marzo-abril de 1952 

Y llegamos al último  número de este segundo tomo de The Haunt of Fear, el 12, que como el anterior, cuenta con portada de Ghastly, que también se encarga de realizar la primera historieta, para el que el hedor del cementerio se nos meta bien en los huesos. ¡Justicia poética! (Poetic Justice!) es otra nueva historia de venganza de ultratumba. Por su parte Johnny Craig escribe y dibuja ¡Sobre el pecho de un muerto! (…On a Dead Man’s Chest!) protagonizada por un tipo que adora los tatuajes y a su joven mujer, a la que desea un amigo y que…En ¡Hasta que la muerte nos separe! (Till Death Do We Part!), Joe Orlando dibuja una ingeniosa historia que sorprende bastante en su conclusión. Finalmente, Jack Davis realiza ¿Qué se cuece? (What’s Cookin’?) una historia con la que hacer una buena digestión y esperar la próxima entrega de The Haunt of Fear.

VAMOS DE ESTRENO * Miércoles 25 de diciembre de 2024 *

24 diciembre 2024 Deja un comentario

NOSFERATU (Robert Eggers, 2024)

USA. Duración: 132 min. Guion: Robert Eggers. Libro: Bram Stoker Música: Robin Carolan Fotografía: Jarin Blaschke Compañías: Focus Features, Stillking Films, Studio 8. Distribuidora: Focus Features Género: Terror

Reparto: Lily-Rose Depp, Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson, Emma Corrin, Willem Dafoe, Simon McBurney, Ralph Ineson, Paul A Maynard, Stacy Thunes

Sinopsis: El agente inmobiliario Thomas Hutter (Nicholas Hoult) acude a Transilvania para encontrarse con el Conde Orlok (Bill Skarsgård), un posible cliente vampírico. Durante su ausencia, Helen (Lily-Rose Depp), con la que se acaba de casar, se queda con un matrimonio amigo, Friedrich y Anna Harding (Aaron Taylor-Johnson y Emma Corrin). Perseguida por visiones y un creciente temor inexplicable, Ellen se enfrenta a una fuerza que no puede controlar.

Cuando supimos que se pergeñaba una nueva versión de la icónica película muda de F.W. Murnau, no pudimos menos que fruncir el ceño, pero nos sentimos aliviados al saber que como director estaría Robert Eggers. Y fue así porque Eggers nos parecía el más indicado para abordar esta delicada labor. La razón de ello nos las daba el propio realizador con sus obras anteriores, todas ellas lo suficientemente destacables como para vaticinar que el Nosferatu que se iba a realizar un siglo después, estaba en buenas manos.

En todo caso, es tan ridículo como inevitable visionar el Nosferatu de Robert Eggers comparándola con el de Murnau. Sencillamente, para los que la hemos visto tantas y tantas veces, el clásico nos asalta en cada fotograma de la nueva versión, pues ha sido tratado con un respeto y esmero que ha llevado a Eggers a casi reproducir algunas escenas. Se adivina una labor de amor.

Pero eso  no significa que no haya cambios o se hayan potenciado algunos aspectos de la historia original, dejando otros en segundo plano.

Eggers mantiene y aumenta esta atmosférica pesadilla sobre todo en sus primeras escenas. Respeta y comparte el carácter pictórico que Murnau dio a varias de sus escenas y escenarios. Y cuenta con una magnífica banda sonora de Robin Carolan y una fotografía en color que recordaremos, para siempre, en blanco y negro, pues así de leve es su tintura.

El deseo femenino será el  hilo conductor responsable de que el horror visite Wisborg. El sexo está muy presente y explica la presencia del aterrador ser. Un ser cuyo aspecto ha sido el  secreto mejor guardado desde la imagen de Erik (Lon Chaney) en la cartelería y promoción de El fantasma de la ópera (1925). Y es en este punto en el que el espectador debe ser más tolerante, pues Eggers ha cambiado a su gusto al icónico vampiro de Murnau. También el episodio de la epidemia está más diluido y la plaga causada por la presencia del vampiro es tratada de pasada.

En su proyecto, que Eggers lleva acariciando desde su infancia, el director quería mostrar ese vampiro con olor a podredumbre, que «no es un elegante seductor vestido de esmoquin, ni tampoco es un atractivo y tenebroso héroe. El vampiro folclórico encarna la enfermedad, la muerte y el sexo brutal, despiadado. Y este era el vampiro que deseaba exhumar para un público actual.» Y lo ha conseguido plenamente, añadimos.

Durante el largo desarrollo de Nosferatu, Eggers tuvo la oportunidad de dar muchas vueltas a su guion, de aprender como director y productor, así como de reunir a un notable equipo de colaboradores tanto delante como detrás de la cámara. Contando con un ajustado reparto encabezado por un aterrado Nicholas HoultBill Skarsgård (al que mejor no se molesten en reconocer), Lily-Rose DeppWillem Dafoe, Emma Corrin y Aaron Taylor-Johnson, entre otros.

Pero pese a estos cambios, o quizás gracias a esas mismas variaciones, Nosferatu es aterradora, y con el film, el viejo cine de terror puede seguir sobrecogiendo a los espectadores un siglo después, tal y como vaticinó Bela Lugosi cuando exclamó «Dracula never ends«.