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Diario de Serendipia en Sitges 2024: Segunda cápsula

Segunda jornada de Serendipia en el festival y promete ser una jornada dura: cuatro película cuatro. Dos de Oficial Fantàstic Competició (Get Away y Bury Your Dead); una de Noves Visions (Body Odissey) y finalmente, Apocalipsis Z, que se ofreció dentro de ese cajón de sastre que es Sitges Collection. Este fue el menú gourmet que deleitó las retinas de Serendipia en su segunda jornada de madrugón y fiambrera. Y no, Terrifier 3 (Damien Leone), que se ofreció en pase único, no pudimos verla. Y Serendipia confiesa que le ha cogido cierto cariño a ese payaso burlón (y sanguinario). Ya habrá oportunidad. 

Fotos: Serendipia


VIERNES 4 DE OCTUBRE


Nick Frost (Sitges Film Festival)

Tramontana espera a Serendipia para comenzar el día nuevamente con una comedia, en este caso británica, Get Away (Steffen Haars), una de las tres cintas protagonizadas por Nick Frost (junto a Timestalker y Krazy House) que se han podido ver durante esta edición. Y es que Frost es una figura admirada por el fandom y por el festival, pues no en vano es una importante pieza del núcleo que compone la trilogía del Cornetto, principal mérito para hacerlo merecedor de la Màquina del Temps con la que el certamen le ha homenajeado este 2024. Hay sed de volverle a ver formar equipo con Edgar Wright y Simon Pegg, algo que ocurrirá algún día, tal y como explicó el actor ante la inevitable pregunta, precisamente con la que se inició la rueda de prensa. Frost creé que será así porque los ve con frecuencia y hablan constantemente de ello, pero hay tanta expectación que deberán elegir muy bien el proyecto. Mientras, nos contentamos con seguirles en su carrera individual, en la que han corrido una suerte desigual, siendo, quizás Frost el menos afortunado hasta ahora. De los tres títulos que le representaron en esta ocasión, el más logrado fue el que Serendipia tuvo la suerte de visionar: Get Away en el que nuestro actor (que también firma el guion y ejerce de productor) interpreta al padre de una familia de turistas ingleses, amante de los destinos remotos que serán muy mal recibidos por los habitantes de Svälta, una isla nórdica de la que se dice que, hace siglos y durante una cuarentena, sus habitantes recurrieron al canibalismo y donde, además, hay suelto un asesino múltiple buscado por la policía. Con un arranque que bebe mucho del primer capítulo de Drácula, los dos primeros tercios del filme nos sitúan ante lo que se diría que es el cruce gamberro entre Midsommar (Ari Aster, 2019) y Turistas (Ben Wheatley, 2012). Toma unas gotas del Folk Horror, tan en boga, para abundar en un subgénero que podríamos nombrar como relatos de repudio y asalto al forastero, y que tienen como variante más específica el encarnizamiento con el turista, algo, esto último, especialmente inspirador en tiempos de turistificación/turismofobia. Ni que decir que ese prolongado segmento de Get Away se apoya en el humor cafre que asociamos al actor. Desde su base cómico-cáustica se oculta y cimienta el giro de guion que da entrada al tercer acto: un festín de sangre, cuerpos descuartizados, efectos gore, y vísceras, en el que la víctima se manifiesta victimaria, como si estuviéramos ante el reverso pulp de The Wicker Man (1973). Esta explosión de violencia final, al estilo Grand Guignol, que se suma a esa mordacidad con ciertos visos de crítica social que rezuma la primera parte, hace de Get Away un agradable bocado para empezar la jornada. Cierto que no es una delicatesen culinaria sino algo semejante a un huevo Kinder. Una cinta agradable y simpática aunque intrascendente.

Coincidiendo en el tiempo con el pase de Get Away, en l’Auditori tenía lugar la proyección del film que, sin duda y de manera unánime, ha marcado esta edición del festival, La sustancia (The Substance, Coralie Fargeat). Detengámonos un momento aquí pues, habrá quien ataque/defienda La sustancia como un desaforado alegato feminista. Otros la verán como una desagradable orgía body horror en respuesta a todo ese culto al cuerpo y la belleza, al exhibicionismo constante. Los habrá que vean en esta comedia agria un retrato de la soledad en la cumbre, la fragilidad de la fama y la lucha contra el olvido. También se verá como una oda/denuncia muy loca al consumismo, al desear-pedir-conseguir todos los deseos con la consiguiente moraleja moralista. Y todo eso es. Pero también mucho más.  La sustancia es un homenaje al terror más inteligente y salvaje de los ochenta, con guiños a Re-Animator (Stuart Gordon, 1985), la incomprendida Society (Brian Yuzna, 1989) y, sobre todo, a toda la nueva carne del profeta Cronenberg. Y más aún. Su esencia está fuertemente apuntalada en grandes clásicos del fantástico como son Dr. Jekyll y Mr. Hyde  y El retrato de Dorian Gray. Todo ello en un sorprendente y gigantesco paso adelante en la filmografía de su directora, Coralie Fargeat, cuya más que correcta opera prima, Revenge (2017), hacía presagiar un futuro interesante, pero no que su siguiente proyecto fuera ya  esta «locura absoluta», a la par que pieza madura y con mucho fondo, que sin duda está llamada a ser una película de culto de manual.

Con un guion perfectamente construido, que también ha escrito la directora, La Sustancia es todo un portento que cuida mucho sus planos, no dudando en poner todo el detalle en funciones orgánicas habituales hasta conseguir que resulten desagradables, aunque tan solo se trate de ampliar el sonido para alcanzar, con ello, un mayor nivel de repugnancia. Las actrices protagonistas brillan, sobre todo Demi Moore, que inteligentemente se enfrenta a un personaje que, si bien no tiene porqué ser autobiográfico, sí que se encuentra en una encrucijada vital que la actriz puede reconocer al estar viviéndola en la realidad. Por su parte Margaret Qualley es el arquetipo de la perfección y alter ego del personaje que interpreta la Moore, y tanto un cuerpo como el otro son retratados al detalle por la directora, como expresión artística: uno con sus «imperfecciones» y otro sin mácula que pueda ensombrecerlo. Arte sin mancha. Perfección -exterior- inmaculada. Con La sustancia los fans del fantástico y, en general, los del buen cine tenemos en Coralie Fargeat una voz muy estimulante. Una esperanza de buenas historias exenta de todo prejuicio a la hora de narrarlas. Libre y con una belleza salvaje.

Esta bilocación de Serendipia, que le permite comentar dos filmes que se vieron a la vez en salas distintas, tiene truco, que no trampa. En verdad, su cuerpo físico no se movió de Tramontana, donde también vio el siguiente título de su agenda: Apocalipsis Z. El principio del fin, cinta postapocalíptica que se desarrolla en Galicia, en la que una extraña enfermedad similar a la rabia empieza a extenderse sin freno por todo el planeta transformando a la gente en agresivos «resucitados» caníbales (de otro modo, zombis). Basada en la novela de 2007 de Manel Lourerio, nos trae la historia de un duelo, de un viaje de supervivencia, tanto físico como emocional, con acción, tensión, infectados rabiosos, un poco de sangre… y un malhumorado gato de nombre en latín, Lúculo, verdadero robaescenas. La película nace con vocación de ser primera parte, pues el proyecto de Prime Video incluye, en origen, adaptar la saga de Loureiro completa. La novela inicial que nació como relato por entregas en el blog del autor (versión 2.0 de los folletines decimonónicos), narraba el apocalipsis zombi en forma de diario. Debido a su éxito fue  editada en formato de libro y pronto tuvo que ser expandida en dos secuelas más. Auténtico longseller, en palabras del novelista, la obra ha conocido innúmeras reediciones, elevadas a la enésima potencia, por supuesto, a raíz del COVID-19, de modo que lo que había empezado como una especie de historia de ficción especulativa, se ha transformado, tras la pandemia real, en una historia de política ficción salpicada con algo tan irreal como es que los muertos caminen entre los vivos. El propio Carles Torrens, director barcelonés escogido por la plataforma para trasladar el relato literario al leguaje del cine, alimentó el material original, conjuntamente con Ángel Agudo, que firma el guion adaptado, con todo aquello que nos retrotrae al 2020: Supermercados desabastecidos, individualismos, privilegios, videollamadas… En manos del director de Pet (2016), el fenómeno zombi toma carácter documental, por eso, sobre todo en la primera parte de la cinta hay poca acción y poca sangre, pero mucha verosimilitud puesta al servicio de la denuncia del egoísmo humano, que sería capaz de llevarnos a la extinción antes que los mordiscos de los infectados. Tras la presentación del protagonista, y el planteamiento de ese subtexto crítico, la cinta abandona los interiores y se convierte, en su segunda parte, en un relato de aventuras: el foco se traslada del conflicto interno del personaje central a su fuga hacia adelante para conseguir sobrevivir. Él y Lúculo pronto se ven empujados a salir, y se irán encontrando, por tierra y por mar, con compañeros de viaje improbables pero esenciales para su crecimiento (y para justificar, un poco tramposamente, algunos giros de guion). Apocalipsis Z. El principio del fin no alcanzará, quizás, puestos de honor en el subgénero de muertos vivientes, pero seguramente tampoco lo pretende, a cambio, inaugura de forma eficaz la puerta de entrada a la que podría ser la primera gran franquicia del género Z en nuestro país. Bien resuelta y con un electrizante clímax, no generó debate en los corrillos, obtuvo sólo una tibia acogida que se explica, quizás, por las ambivalentes valoraciones que han ido cosechando las anteriores obras de Torrens. Serendipia, en cambio, incluso desde Emergo, siempre ha considerado que Carles Torrens es un cineasta al que seguir, curiosamente, en el apartado de anécdotas de esta edición quedará registrado el descubrimiento de que el interés es mutuo, el director fue quien nos reconoció al acercarnos a él.

Y de una cinta con acogida tibia a otra que la tuvo peor. Serendipia se aleja momentáneamente de la Sala Tramontana para cumplir con la siguiente escala del día. En el Auditori le está aguardando otra película espoleada por la reciente pandemia, el último trabajo de Marco Dutra (As Boas Maneiras) presentada por el propio director y su actor protagonista, Selton Mello, una estrella en Brasil. Dutra refirió que la crisis del COVID le había provocado un descenso al abismo de la depresión, hay que recordar que, con Bolsonaro en el poder, en Brasil los efectos de la pandemia fueron especialmente devastadores en todos los estratos de la vida. Y el director rompió una lanza en favor del valor curativo del arte cinematográfico, así, la realización de Enterre Seus Mortos (Bury your Dead) le habría reconciliado con el género humano, al permitirle descubrir la importancia del trabajo colaborativo y el valor de la denuncia y la empatía. Pero esta emotiva presentación no impidió que el público suburense recibiera con estupefacción su obra. Y es que Enterre Seus Mortos (Bury your Dead) es un críptico film que sobrepasó las capacidades de comprensión de los espectadores, así, era casi unánime la sensación de que habíamos estado expuestos a una pieza incomprensible por nuestra falta de referentes concretos que explicaran la mitología desplegada, en el mejor de los casos, cuando no directamente causada por una exposición narrativa oscura y desmañada. Serendipia tiene que reconocer que, en un primer momento y en primera impresión tras el visionado, participó de esa perplejidad general. Con todo, no compartió el juicio que achacaba esa cualidad de indescifrable a su tempo exasperantemente lento, de hecho a Serendipia lo que la exaspera es esa cantinela perenne que denosta cualquier relato que no se exponga y desarrolle con un ritmo taquicárdico. Pese a verse desbordada por el carácter intrincado de la película y su trama, ya de primeras Serendipia advirtió que se encontraba ante una especie de western fronterizo apocalíptico con no pocos puntos en común con Atolladero, de Óscar Aibar, pero mentando oscuras entidades lovecraftianas. Impresión que, junto al reconocimiento de la belleza plástica con la que se expresa Dutra, fue motivo suficiente como para desear investigar sobre qué había visto. La acción transcurre en torno a las circunstancias y vicisitudes de Edgar Wilson, sin duda uno de esos personajes dignos de perdurar archivados en la galería de caracteres memorables, un taciturno operario encargado de recoger cadáveres de animales atropellados en una zona rural de Brasil, que sueña con escapar de su existencia con Nete, el amor de su vida. Estructurando su cinta en siete capítulos, el director traslada al espectador a un terreno inestable, donde el peligro viene del más allá, de las entrañas del proceso civilizador. Esta tierra se llama Abalurdes, ciudad ficticia instalada en la inercia inherente a la certeza de que la Tierra está en sus últimas horas. Completan el panorama cierto fenómeno catastrofista (repasado, pero nunca detallado) que, sin duda, evoca nuestra pandemia, y algo parecido a una secta que practica ceremonias con un aura ritual. Dutra parte de las novelas de Ana Paula Maia (que participó en la redacción del guion), tomándose libertades y huyendo del cine de tesis, aunque en su relato se aprecian muchas de las vicisitudes de Brasil, empezando por el fundamentalismo religioso. El director está más interesado en componer un espectáculo fílmico (de lo más inquietante) que le sirva para explorar misterio por el misterio. La mística de lo macabro. Lamentablemente, el interés de Enterre Seus Mortos (Bury your Dead) se ve empañado por un exceso de ambición que acaba lastrando su claridad expositiva. No es una película redonda, pero su innegable poderío visual nos hace pensar que, tal vez, en un futuro vaya a ser reivindicada como perla del cine raro (Weird si se quiere decir en inglés). Tal vez. No nos atrevemos a afirmarlo, pues ya hemos reconocido que durante el visionado nos embargó la sensación de no saber qué estaba ocurriendo en la pantalla. De lo que sí estamos seguros es de que la hubiéramos incluido en la programación de la sección Noves Visions, donde hubiese encontrado un público más afín y dispuesto a dejarse llevar por lo extraño.

Sí estaba incluido en Noves Visions el siguiente bocado que degustó Serendipia de vuelta a la Sala Tramontana. Una inclusión que no nos convenció. Serendipia siempre recordará su impresión al ver The Invitation  (Karyn Kusama), una cinta a la que llegó por azar (era la que cuadraba en su horario) y de la que se enamoró instantáneamente, fue su apuesta personal en esa edición y ganó la porra, puesto que la película de 2015 se alzó con el máximo galardón. Esa misma emoción es la que sintió viendo Body Odissey (2023). El debut en el largo de Grazia Tricarico se le antojó fascinante, vivo ejemplo de que todavía pueden contarse historias originales, que lo son porque son fruto de un acercamiento personal, y con una voz propia ya muy desarrollada, a temas universales. Así, en manos de la directora el body horror deviene un canto lírico a la esterilidad del esfuerzo de superación cuando se convierte en objetivo por sí mismo, en ir siempre más allá en una fuga continúa hacia una perfección imposible de alcanzar. Esta metáfora de los peligros del culto extremo al cuerpo, que tanta predicación y seguimiento tiene en nuestros tiempos (es uno de los males del hoy, nos atreveríamos a afirmar), servida con un embalaje formal exquisito, exhaustivamente pulido, sin caer en lo superfluo, fue toda una revelación para quien esto escribe. Son muchas las cosas que atraen a Serendipia del Festival de Sitges, pero, no es la menor, tropezarse con cintas únicas en su especie y que sólo allí pueden descubrirse. Body Odissey se instaló entre nuestras preferidas, por eso nos hubiera gustado que la hubiesen programado en Sección Oficial, pues quiérase o no,  es la que da mayor visibilidad a los autores y sus obras, y ambas, la directora y su película, lo hubieran merecido con creces ¿No se trataba, además, de apostar por la incursión femenina en el fantástico?

 

Tricarico se estrena en el largo, pero ya no era una desconocida en la escena del género.  Su presencia en el circuito era frecuente, sobre todo a raíz de cortos como Persefone (2014) o, y sobre todo, Mona Blonde (2014), germen del que ha sido su primer largo. Mona es el personaje protagonista de ambas ficciones, una culturista de élite que está obsesionada con tener el mejor cuerpo posible. La fijación por ese cuerpo perfecto es tan grande que llega a cotas estratosféricas gracias al apoyo de Kurt (Julian Sands), su refinado entrenador especial. Versión enfermiza de Pigmalión, Kurt, a la vez, la estimula y la somete, es su puntal y su carcelero, como si fuese el ejemplo paradigmático de la sentencia cervantina, «quien bien te quiere te hará llorar«. Sands lo encarnó con más que probada solvencia, bordando su interpretación (una de las últimas), pero si alguien lidera la función esa es la suiza Jacqueline Fuchs (que también puede verse en Mad Heidi) dando vida a Mona, otro de esos roles que guardáremos en la galería de personajes dignos de memoria. Mona es una paradoja viviente, eligió voluntariamente su carrera y continúa persiguiéndola, pero su autonomía está limitada, y es que es tanto creadora, como creación. Mona es una nueva caracterización de la criatura de Frankenstein, pero sin la inocencia que definía al monstruo de Mary Shelley. Tricarico retrata con habilidad su dicotomía, actúa según sus elecciones, pero en contra de sus deseos. A medida que se enfrenta a los exigentes estándares físicos y sacrificios que exige la competición, empieza a perder de vista sus propios objetivos y su capacidad de decisión. Su ascesis es su descenso. El de Mona es un drama psicológico que reproduce a escala la odisea del cosmos, la perpetua e irresoluble dialéctica que pauta lo real. Body Odyssey es una película que asume riesgos considerables para brindar una perspectiva alternativa, y para algunos incómoda, sobre temas como la feminidad, el cuerpo y la construcción de los propios estándares de belleza, y, más allá, sobre la intrínseca tensión entre los polos opuestos. Cautivadora y fascinante, no deja indiferente al espectador, que se preguntará hasta qué sacrificio está dispuesto el individuo llevado por su culto a la apariencia. Sin trampa ni cartón. Sin maquillaje ni prótesis. El horror.

La de Tricarico, premiada con el galardón de mejor dirección de Noves Visions, es otra de la voces femeninas que viene a sumarse al futuro del fantástico. Voces innovadoras que llegan dispuestas a iluminar perspectivas nunca abordadas. Voces que Serendipia quiere escuchar. Como la de Coralie Fargeat a cuya rueda de prensa tuvo la suerte de asistir. Sirva un somero repaso de ese encuentro como cierre de nuestra segunda cápsula.

 

Un encuentro con Coralie Fargeat

Amable y muy cordial, la joven directora gala se explayó en sus explicaciones durante la rueda de prensa que ofreció a los medios, de la cual hemos destacado algunos pequeños jirones.

La sustancia no era un proyecto pensado con anterioridad a Revenge, aunque ambos están relacionados. Sin Revenge no habría podido haber hecho La sustancia.

En el cine todo influye: lo que lees, lo que ves, todo influye y se utilizan estas influencias para realizar tu propio proyecto. Aunque reconozco la influencia de Cronenberg o Lynch en La sustancia.  En mis películas prefiero prescindir de diálogos, que no se explique todo y que cada cual tenga su opinión sobre lo que está sucediendo. 

Respecto a la participación de Demi Moore en el film, ya cuando escribí el guion buscaba un símbolo, un icono para representar a la estrella que cuando su público la abandona, desaparece. Fue todo un reto hablar con la actriz por el tipo de papel que le iba a ofrecer. Pero, a pesar de que no confiara que aceptara participar en La sustancia, lo hizo. Y una vez aceptó quise reunirme antes con ella para explicarle el proyecto y el maquillaje que iba a conllevar, así como los desnudos. También le comenté que el rodaje tendría lugar en Francia, fuera de su zona de confort. Pero dijo que le gustaba tomar riesgos y así lo hizo.  Por otra parte, a pesar de la participación de estrellas norteamericanas en el proyecto, quería mantener la independencia y que siguiera siendo una cinta independiente y experimental. 

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