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‘La última noche de Sandra M.’ fabulando sobre una tragedia de la Transición

LA ÚLTIMA NOCHE DE SANDRA M. (Borja de la Vega, 2023)

España. Duración: 80 min. Guion: Borja de la Vega Música: Marc Durandeau Fotografía: Martín Urrea Compañías: Paciencia y Baraja, Toned Media, FTFcam, Antaviana Films Género: Drama

Reparto: Claudia Traisac, Georgina Amorós, Nuria Prims, Nicolás Illoro, Pep Ambròs, Beatriz Arjona, Olaya Caldera, Rafa Castejón, Manu Imizcoz, Ramon Pujol, Bruno Sevilla, Oriol Tarrasó

Sinopsis: Libremente inspirada en la vida de la actriz Sandra Mozarowsky (Claudia Traisac), fallecida en 1977 al precipitarse desde la terraza de su casa de Madrid, la historia se centra en el día previo al accidente, en la que la soledad, los miedos y la angustia de Sandra ante una situación desesperada se mezclan con sus sueños y ambiciones.

Soy una chica de quince años que quiere ser actriz. Que pretende ser actriz, que va a ser actriz”.

Sandra vivía con sus padres en Madrid, cerca de La Castellana y a un paso de la casa de Lola Flores. Calificada como exótica, Mozarowski, terminado con i latina, era su apellido real, pues su padre era un diplomático ruso que estuvo destinado en Tánger donde ella nació. Un exotismo al que se le quiso quitar el misterio mostrando generosamente su cuerpo en muchas portadas de revista. Un cuerpo, contundente y joven, que no reflejaba su corta edad. Antes, aunque no mucho antes, a los 9 años, Sandra interpretó su primer papel en el cine con El otro árbol de Guernica (Pedro Lazaga, 1969), junto a la que sería ya su amiga, Inma de Santi. Dos niñas que estaban empezando a vivir y que no sabían que nunca llegarían a envejecer.

Son los años 70. El viejo buitre está agonizando y las ventanas están dejando, poco a poco, que entre el aire en una España que olía a rancio tras 40 años de dictadura. El cine y los quioscos se preparaban para el fin de la censura y los primeros cuerpos comenzaron a copar portadas y pantallas y, como ahora mismo, los que nunca se fueron se dispusieron a hacer negocio con todo aquello que antes prohibieron. Y vaya si lo hicieron.

 “Soy una chica de quince años que quiere ser actriz. Que pretende ser actriz, que va a ser actriz”.

Vinieron muchas sesiones de fotos trufadas de preguntas estúpidas. Casi todas en su propia casa, la de sus padres en Madrid, cerca de la Castellana y a un paso de la casa de Lola Flores. Sesiones de fotos que dejaban imaginar. Soñar. Camisas abiertas, sugerentes. “¿Puedes desabrocharte un par de botones de la camisa? ¡Así!”. Muchas fotos en el balcón. Un balcón de un segundo piso que era una cuarta planta. Un balcón lleno de geranios.

Y romances, que eso vendía. Inventados, por supuesto. “No me interesan los pretendientes ni quiero tener novio. El amor se acaba, la amistad es más perdurable”, decía a los 16 años en una revista, con imágenes de su casa, de su cuerpo, de su cuerpo en su casa. Con dos botones desabrochados para mostrar, un poco más… y esa mirada clara, líquida, de sus ojos. ese mohín de niña tímida, embargada por la ilusión del futuro que se abría ante ella, pero también con el miedo a ser arrinconada, como tantas, porque había decidido que no, que tenía derecho a exigir un trabajo digno de sus sacrificios, de sus duros aprendizajes.

Soy una chica de quince años que quiere ser actriz. Que pretende ser actriz, que va a ser actriz”.

A los 16 recién cumplidos protagonizaba la que fuera su película favorita, Beatriz (1976), que dirigió Gonzalo Suárez y a la que llegó de rebote ante la renuncia, por “problemas de salud”, de Beatriz Galbó, hermana de la también niña-actriz Cristina Galbó. En cuanto el director la llamó, Sandra se personó en Galicia, llenando Monforte de Lemos de luz y calor.

Pero todo se trastocó. Todo se truncó en lo que para Fotogramas fue un “extraño accidente”, noticia que ni tan siquiera mereció honores de portada, tan solo un recuadro que, además, sirvió para tapar las partes pudendas de la chica que la protagonizaba ese mes, una tal Fabette, que seguramente también quería ser actriz, y que mostraba generosamente sus encantos. Para Lecturas fue una “extraña muerte”, que se produjo tras 22 días en coma.

Claudia Traisac es una buena actriz. Y lo demuestra interpretando, peleando, sufriendo, pues tan bien lo entiende, el papel de Sandra en La última noche de Sandra M., un film en el que ella es protagonista absoluta y en el que, valiéndose de su boca, habla Sandra M., pero también Claudia T., pues esta película es también una reflexión sobre el arte de la interpretación. Y mucho más, pues el film cuenta con un guion tan sólido, que ha sabido expresar sin decir, denunciar sin acusar, pero que más allá del morbo del caso real, fruto de rumores y habladurías que desde aquel aciago día de agosto de 1977 corren por las calles de la Villa y Corte, consigue que nos encariñemos mucho con la actriz, con las dos, y que temamos el momento en el que suene el timbre por última vez, pues sabemos que en ese fatídico momento deberemos despedirnos de Sandra, sí, pero también de Claudia.

Sandra Mozarowski es un fantasma, un bello espectro que clama justicia y no caer en el olvido. Un inmerecido olvido, un limbo del que tan solo es rescatada por aficionados al cine de terror que se hacía en aquella España. Un cine de terror de pipas y sesión doble que ha trascendido de su papel, puramente alimenticio, y que va ocupando su lugar en la historia. Ahora también ha recuperado la memoria de la actriz el director Borja de la Vega, que con los medios y el espacio del que dispone realiza lo que es una todo un trabajo de orfebrería en el cual evita entorpecer a su actriz. A sus actrices,  a Sandra y a Claudia, ocupándose tan solo de vehicular la arrolladora actuación de Claudia Traisac, protagonista absoluta del relato, con el hogar como refugio de la soledad de su personaje. Un espacio en el que íntegramente se desarrolla la acción del film y que ya coprotagonizó Mía y Moi (2021), primer largometraje del director y en el que echa mano, como en esta, del rico casting de actores jóvenes de la serie Cuéntame.

Ella solo quería ser actriz. Tan solo actriz y La última noche de Sandra M. es una fantasía sobre cómo podría haber sido esa larga noche, sobre lo que tan solo podemos fantasear, pero también, para su director, es “un homenaje a una joven de 18 años que quería ser actriz”.

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